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3. Puro miedo

Un sospechoso se ríe como si nada mientras se corta el antebrazo por lo sano.

El día era frío, pero la misión estuvo a punto de abrasarle. «Creo que nunca pasé tanto miedo en el trabajo —dice Guy Rossi, un agente de patrulla de la policía municipal de Rochester (Nueva York)—. He estado en dos tiroteos pero nunca como ese día he tenido la sensación de que iba a morir.»

Más de una década después, recuerda haber luchado por su vida como si todo acabara de ocurrir, sudando y forcejeando sobre cristales rotos con un hombre desnudo que quería amputarse su propio brazo.

«Ese mes de diciembre, me tocaba patrullar por una zona de alta criminalidad cuando me llegó el aviso de que un hombre estaba gritando delante de su casa. Los agentes que respondieron a la llamada (incluido un instructor en defensa táctica) se personaron ante un hombre desnudo que golpeaba con los puños las ventanas del porche de la casa. Estaba empapado de sangre, con los brazos y las manos llenos de cortes, pero aun así seguía con su diatriba. Nos llamaron a mí y a otro instructor de defensa táctica como refuerzo.

»Cuando llegamos, la situación entre el individuo y los agentes estaba en un punto muerto. El tipo agarraba un cristal en forma de gancho con la mano derecha y amenazaba con acuchillar a cualquier agente que se le acercara. Lo rociamos con una lata entera de gas pimienta, pero no dio resultado. El tipo se echó a reír como si nada mientras se cortaba el antebrazo izquierdo hasta el hueso rodeándolo por completo, como si estuviera cortando un jamón alrededor del hueso. Entonces, sangrando a chorro, se metió corriendo en su casa y cerró de un portazo.


»A mí ya me parecía bien. Si hubiese dependido de mí, habríamos esperado fuera a que se desangrara. Pero uno de los agentes más entusiastas del cuerpo había entrado detrás de él. Lo vi entrar justo cuando el individuo sacaba la mano con el cristal por detrás de la puerta. El agente se colocó en una esquina y sacó el arma, pero la sangre le cubría la cara y no veía nada. En esas décimas de segundo, no supe si le había rajado la cara o era sangre del brazo casi amputado de aquel tipo.

»Empujé la puerta con fuerza y conseguí atrapar al tipo detrás de ella. Tenía el arma en la mano derecha y mi linterna táctica en la izquierda. Como último recurso antes de disparar a través de la puerta, levanté la linterna y, por suerte, le di en la parte superior de la frente. El tipo soltó el cristal.

»Los cuatro (y tres éramos instructores de defensa táctica) usamos todas las técnicas imaginables: golpes de porra por todo el cuerpo, luxaciones, rodillazos en la cara, la cabeza y el cuerpo, sin ningún resultado. El tipo era como una figura de plastilina con superpoderes.

»En un momento dado, conseguimos ponerle una esposa en el brazo que tenía todo cortado, y cuando el agente tiró de la anilla para ponérsela detrás de la espalda, el músculo se desprendió del hueso como un chuletón bien asado. Aquello no tuvo el menor efecto en el individuo, pero el agente lo soltó y empezó a vomitar.

»Finalmente, conseguí practicarle una estrangulación lateral y el individuo se desvaneció. Estábamos jadeando los cuatro, como si hubiésemos corrido una maratón. Le dije a los otros agentes: “Si se vuelve a levantar, ¡le disparáis!”.

»No dábamos crédito, pero el tipo volvió en sí y consiguió ponerse en pie aunque nos tenía a los cuatro encima. Y eso que todos rondábamos el metro ochenta y los noventa kilos de peso. El tipo debía de medir uno setenta y pesar unos sesenta y pocos kilos. ¡No dábamos crédito! Supe que si ese tío lograba escapar, alguien iba a terminar muerto.

»Una vez más, le aplicamos un abanico de técnicas de impacto que normalmente terminarían con la muerte del sospechoso. Somos agentes expertos y tenemos que reducir a gente a diario. Ver a ese tipo resistir la tunda que le estábamos dando fue espantoso.

»En aquel barullo, sin darnos cuenta dimos unos pasos hacia atrás hasta llegar a unos cristales rotos. El tipo trató de coger uno como un loco. Sin saber cómo, logré aplicarle una estrangulación lateral invertida mientras estábamos los dos bocabajo sobre los cristales y lo dejé inconsciente. Entonces, pudimos esposarlo entre tres mientras el otro agente seguía vomitando junto a la puerta.

»Para apartar al sospechoso de los cristales, lo arrastramos al exterior y lo tiramos contra un montón de nieve. El tipo no recuperó el conocimiento. Cuando llegó nuestro jefe, había tanta sangre por todas partes y encima de nuestros uniformes que dio parte de un tiroteo al suponer que la persona que estaba tendida en la nieve roja estaba muerta.

»No me lo explico, pero el sospechoso sobrevivió. Iba hasta las cejas de polvo de ángel. Nunca pensé que justificaría disparar contra un hombre desarmado, pero ya no pienso lo mismo después de lo que ocurrió ese día.

»Un año después, vi a un hombre manco yendo en bicicleta por mi sector. Me hizo un gesto para que parase el coche. Cuando me acerqué, vi que era el hombre que me había dado la peor pelea de mi vida. Me dio las gracias y se disculpó.

»Había hecho una cura de desintoxicación durante un año y me dijo que no recordaba lo ocurrido, pero que su vecino le había explicado que la policía había hecho un enorme esfuerzo de autocontrol aquel día. El vecino le había dicho que él habría disparado si hubiese sido policía. A ese hombre le salvamos la vida en más de un sentido ese día.

»Le estreché la mano y continué patrullando.»

Lecciones aprendidas

Doce años después, Rossi dice que todavía tiene pesadillas sobre ese altercado angustioso y aún recuerda las lecciones que sacó de la experiencia:

1. Planea antes de actuar. «Tuvimos la suerte de poder contener al sospechoso. A partir de ese día, cada vez que hemos tenido que enfrentarnos a alguien desnudo que mantenía una actitud amenazante, hemos pensado una estrategia antes de intervenir.»

El sospechoso mostraba síntomas de delirio agitado: desnudez injustificada, atracción por el cristal, furia irracional, fuerza sobrehumana, insensibilidad al dolor. En este tipo de situaciones, la mejor estrategia es conseguir asistencia médica cuanto antes y pedir refuerzos. La aplicación de fuerza física arrolladora y el traslado inmediato a un centro médico pueden ser las mejores opciones para una reducción no letal de la amenaza.

2. Anticípate a los errores de tus compañeros. «Aunque lleves bien ensayados y entrenados tus recursos tácticos de supervivencia, tienes que estar preparado para la imprevisible eventualidad de verte obligado a actuar antes de tiempo como consecuencia de la precipitación o desacierto táctico de un compañero.»

3. Actúa como un depredador si es necesario. Se habla mucho de ser un luchador, pero muy poco de otra actitud mental que podrías necesitar, comenta Rossi. «Frente a la posibilidad inminente de tu muerte», tienes que ser capaz de «obligarte a convertirte en un depredador más fuerte que el que te está intentando quitar la vida». Eso significa devolver todos los golpes sin piedad, aprovechando al máximo cualquiera de sus debilidades, con un compromiso férreo con la obtención de la victoria en el combate por tu propia supervivencia.

4. Cuidado con las probaturas. «La peor pesadilla de un agente es emplear todos los recursos de su repertorio contra un sospechoso desarmado que no siente dolor.» Ir probando distintas bazas de forma indecisa con la esperanza de dar con una que funcione te hace perder tiempo, malgastar energías y, en última instancia, podría multiplicar los riesgos. «Tienes que darlo todo para lograr la victoria y estar dispuesto a llegar hasta el final.»

«En esta situación, los agentes mejor formados disponibles eran tres instructores de defensa táctica. Sabía que si no podíamos reducir al sospechoso, la situación seguiría degenerando a menos que estuviéramos dispuestos a recurrir a la fuerza letal. Si el sospechoso hubiese vuelto a levantarse, le habría disparado.»

5. Confía en que siempre se puede sacar algo bueno de lo malo. «Por ejemplo, he visto que las frases motivacionales que me digo todos los días (“Pase lo que pase, hoy sobreviviré”) funcionan. Ese compromiso estaba tan profundamente arraigado en mi mente que no acepté ni siquiera como posibilidad el rendirme ante su portentosa demostración de poderío físico.»

6. Asume que el mañana está en tus manos. «Cuando te hallas en una lucha a vida o muerte, el mañana no existe a menos que tomes medidas para hacerlo realidad.» Lo que te depare el futuro depende por entero de lo que «está ocurriendo en el aquí y ahora, y de tu capacidad de respuesta».

Lecciones de sangre

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