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La verdad sobre la magia

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Cada noche, cuando terminaba de limpiar la biblioteca, Brystal subía a la primera planta y entraba en la habitación privada de los jueces para devorar otro libro prohibido. Ese ritual nocturno era con diferencia la actividad más peligrosa en la que se había embarcado. Cada vez que dejaba atrás el letrero que decía «solo jueces», Brystal sabía que estaba jugando con fuego pero también que había encontrado oro intelectual. Quizá esa fuera la única vez que estaría ante tal tesoro de la verdad y las ideas. Si no se arriesgaba a sufrir las consecuencias ahora, estaba segura de que se arrepentiría durante el resto de su vida.

Cuando hubo leído todos los libros prohibidos, Brystal se sintió como si se hubiera quitado un nuevo velo de los ojos. Todo lo que creía saber sobre el Reino del Sur, las leyes, la economía, la historia, el funcionamiento del ejército, el sistema de clases, estaba lleno de conspiraciones que los jueces habían usado para preservar su influencia y control. Todos los cimientos sobre los que había sido criada se fueron derrumbando debajo de ella con cada página que pasaba.

Lo más incómodo de todo era preguntarse qué papel habría desempeñado su padre en los planes malignos que había leído. ¿Estaría al corriente de la información que Brystal estaba descubriendo o era incluso el líder de toda la corrupción? ¿Había jueces que eran silenciados o todos participaban del engaño? Y, en tal caso, ¿significaba eso que sus hermanos acabarían convirtiéndose en las personas deshonestas y hambrientas de poder que parecían ser todos los jueces?

Su mundo había dado un giro radical, pero las obras prohibidas también dejaban claro algo que Brystal encontraba profundamente reconfortante: no estaba tan sola como había temido.

Todos los libros de la habitación secreta habían sido escritos por personas que sentían y pensaban lo mismo que ella, que cuestionaban la información, que criticaban las restricciones sociales, que desafiaban al sistema de turno y que no tenían miedo de decir lo que pensaban. Por cada persona a la que los jueces habían logrado silenciar, debía de haber montones que seguían en libertad. Brystal solo esperaba que llegara el día en que las pudiera conocer.

A pesar de aquel descubrimiento tan afortunado, estaba lista para que todo terminara en un desastre. Si la sorprendían con las manos en la masa, decidió que seguir interpretando su papel de sirvienta simple e inocente era la mejor opción para evitar cualquier problema. Dedicó gran parte de su tiempo a imaginar cómo sería la conversación:

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Yo, señor? Pues... soy la sirvienta. Estoy aquí para limpiar, claro.

—¡No tienes permitido entrar en esta habitación! ¡El letrero de la puerta dice con claridad que es solo para jueces!

—Lo siento, señor, pero las instrucciones de mi jefe son que limpie todas y cada una de las zonas de la biblioteca. Nunca me ha mencionado que haya habitaciones que queden fuera de mi competencia. Incluso las privadas pueden llenarse de polvo.

Por suerte, la biblioteca siguió tan vacía y tranquila como siempre, lo cual permitió a Brystal leer segura.


Cuando terminó el segundo mes de trabajo, Brystal había leído todas las obras prohibidas excepto una. Al coger el último libro de la parte inferior del último estante, notó que la embargaba una sensación agridulce. Durante semanas, la habitación secreta había sido el aula donde había recibido clases particulares, donde había tenido la oportunidad de estudiar los temas más fascinantes que podía imaginar, y ahora estaba a punto de recibir la última lección:

La verdad sobre la magia

Celeste Weatherberry

Curiosamente, a diferencia del resto de los libros de la habitación, La verdad sobre la magia no tenía papeles al lado. La cubierta era de color violeta pastel y prácticamente brillaba en la oscuridad. El libro estaba bordeado por un patrón plateado que re­presentaba un unicornio y un grifo enfrentados, mientras que el espacio que separaba a las criaturas estaba repleto de hadas pequeñas y aladas, entre estrellas y bajo una luna creciente.

Era el libro más bonito que Brystal había visto en su vida. De todos los temas que había leído en la biblioteca secreta, la magia era con el que menos familiarizada estaba. Sabía que era considerada una práctica demoníaca y un crimen atroz, pero más allá de las reacciones de la gente con respecto a esta, Brystal sabía muy poco sobre la magia misma. Así que se sentó a la mesa y, con entusiasmo, abrió el libro por la primera página, ansiosa de aprender más:

Querida/o amiga/o:

Si este libro ha llegado a tus manos, espero que lo estés leyendo en un lugar seguro. No tengo dudas de que eres consciente de que la magia es un tema bastante sensible en todo el mundo. En la mayoría de los lugares, poseer algo que esté remotamente vinculado con ella es igual de castigable que un acto de magia en sí. Sin embargo, para cuando termines de leer este libro, habrás aprendido que la magia es tan pura como la existencia misma y sabrás por qué merece la admiración y el respeto del mundo.

Para tener una mejor perspectiva de lo que estoy diciendo, primero debemos analizar la historia. Hace miles de años, la humanidad y otras especies inteligentes vivían en armonía con los miembros de la comunidad mágica. Éramos vecinos, amigos y familia. Nos ayudábamos entre nosotros, nos cuidábamos y trabajábamos juntos para alcanzar los mismos objetivos de paz y prosperidad. Por desgracia, todo cambió cuando la humanidad comenzó su sangrienta búsqueda de la dominación mundial.

Antes de que el rey Campeón I fuera coronado, el futuro soberano tenía una relación maravillosa con la comunidad mágica. Nos había garantizado su lealtad y nosotros, en respuesta, apoyamos su ascenso al trono. Tras la coronación, lo primero que hizo Campeón fue establecer su Consejo Asesor de Jueces Supremos y, con ello, la historia cambió para siempre.

Los jueces supremos veían a los miembros de la comunidad mágica y sus habilidades como una amenaza. A Campeón I le llenaron la cabeza de mentiras, como que teníamos intenciones de derrocarlo y hacernos con el control del reino. Reescribieron el Libro de la Fe y convencieron da todo el reino de que nuestros hechizos, conjuros y encantamientos eran prácticas demoníacas y de que nuestra mera existencia era una abominación. Cam­peón I declaró «brujos» a todos los miembros de la comunidad mágica y criminalizó la magia equiparándola a la traición al reino y los homicidios. El resto de los reinos acabaron siguiendo su ejemplo, y así empezó la primera cacería de brujos y brujas de la historia.

Todos aquellos de quienes se sospechaba que podían ser brujos fueron arrestados y ejecutados. Los unicornios, dragones, grifos, hadas y demás animales considerados «mágicos» fueron asesinados hasta quedar extintos, y todo el bien que la comunidad mágica había hecho por la humanidad fue borrado de la historia. El plan de los jueces supremos fue tan eficaz que pronto se convirtió en el modelo a seguir para resolver los conflictos futuros.

Cientos de años han pasado desde el reinado de Campeón I, pero el estigma contra la gente con sangre mágica sigue más fuerte que nunca. En las últimas décadas, el rey Campeón XIV cambió el castigo por conjurar magia en el Reino del Sur: de pena de muerte a encarcelamiento con trabajos forzosos, aun así la medida no sirvió para salvar todas las vidas inocentes que se pierden alrededor de todo el mundo. En la actualidad, muchos abandonan a sus hijos o emigran a territorios más peligrosos con tal de evitar que los relacionen con la magia. La idea de que la magia es algo malo, algo de lo que se deben avergonzar, es el mayor error de interpretación de nuestros tiempos.

La magia es un don hermoso y extraordinario que permite manifestar y modificar los elementos. Es una forma de arte pura y positiva que se usa para crear algo de la nada. Es la habilidad de ayudar a aquellos que lo necesitan, de sanar a aquellos que sufren y de mejorar el mundo. A ella solo pueden llegar aquellos con un corazón bondadoso, y no las brujas, como dicta la creencia popular, sino las hadas. Y su talento debe ser celebrado, no reprimido.

Si bien las brujas existen, solo representan una pequeña parte de la comunidad mágica. La maldad de sus corazones evita que puedan hacer magia, por lo que, en su lugar, practican un arte destructiva y sucia llamada brujería. Y, por lo general, lo hacen con intenciones disruptivas. Merecen los castigos severos que reciben, pero sus actos viles nunca se deben confundir con las bondades que la magia ofrece.

Puede parecer complicado diferenciar a un hada de una bruja, pero hay una prueba muy sencilla que los miembros de la comunidad mágica llevan usando durante siglos. El siguiente pasaje pertenece a un texto ancestral y cuando se lee en voz alta, el hada, o bruja, que duda de su condición puede determinar con facilidad a qué lado pertenece:

Ahkune awknoon ahkelle-enama, telmune talmoon ahktelle-­­awknamon.

A Brystal le pareció una frase tan divertida que la leyó en voz alta para oír cómo sonaba.

Ahkune awknoon ahkelle-enama, telmune talmoon ahktelle-­awknamon.

¿Se ha manifestado algo macabro cerca? ¿Se ha desatado de repente una tormenta de langostas o una plaga de pulgas? ¿Tu piel se ha cubierto de llagas? Si no se ha producido ninguno de estos cambios visibles en tu cuerpo o entorno, entonces, enhorabuena, ¡no eres una bruja!

Ahora, si lees el siguiente pasaje en voz alta, podrás descubrir si eres un hada:

Elsune elknoon ahkelle-enama, delmune dalmoon ahktelle-­awknamon.

Brystal sabía que leer el segundo pasaje tendría el mismo efecto irrisorio en ella que el primero, pero disfrutaba siguién­dole la corriente a la autora. No todos los días podía una comprobar si tenía habilidades mágicas.

Elsune elknoon ahkelle-enama, delmune dalmoon ahktelle-­awknamon —leyó en voz alta.

¿Se ha manifestado algo hermoso? ¿Llueven del cielo rubíes y diamantes? ¿Tu ropa es más elegante ahora? Si es así, entonces, enhorabuena, ¡eres un hada! Si leer este pasaje no ha producido ningún cambio físico en ti o a tu alrededor, entonces es seguro suponer que la magia no corre por tus venas.

Pero a pesar de que no seas parte de la comunidad mágica, espero que sigas apoyando nuestros esfuerzos para encontrar aceptación y...

De pronto, a Brystal la distrajo un aroma. Como si alguien hubiera encendido una vela aromática, la pequeña habitación se vio consumida por los olores placenteros de la lavanda, el jazmín y las rosas, entre otras fragancias. Con el rabillo del ojo, vio que algo se movía y giró la cabeza en todas direcciones.

Para su asombro absoluto, cientos de flores empezaron a crecer en las paredes. Y cuando estas quedaron cubiertas, las plantas empezaron a brotar en el techo, el suelo y los estantes. Brystal gritó a medida que el fenómeno se desarrollaba a su alrededor, y se levantó sobresaltada de la silla cuando vio que las flores también crecían debajo del asiento.

—¿Qué...?, ¿qué...?, ¿qué está pasando? —preguntó sin creer lo que estaba ocurriendo.

Brystal lo sabía, pero no quería admitirlo. Al leer el pasaje del libro de magia, había transformado sin querer aquella habitación oscura y sin ventanas en un lugar fantástico, lleno de energía y color. No había otra explicación para el cambio, pero rechazaba los hechos con todas sus fuerzas.

—No, no, no... ¡Esto no es real! —se dijo—. Es solo una alucinación provocada por la falta de sueño. Dentro de pocos segundos, todo desaparecerá.

No importaba cuántas veces respirara hondo o con cuánta fuerza se frotara los ojos, las flores seguían allí. Brystal sintió que se mareaba y que las manos no dejaban de temblar, mientras intentaba entender aquella realidad tan inoportuna.

—¡No..., no!... ¡No puede ser! —insistió—. De todas las personas que hay en el mundo, esto no me puede estar pasando a mí... Esta no puedo ser yo... Ya tengo suficiente en mi contra. ¡Lo último que necesito son habilidades mágicas!

Brystal estaba desesperada por destruir toda prueba que demostrara lo contrario. Fue a la planta baja de la biblioteca y volvió con el cubo de la basura más grande que encontró. Al borde de la histeria, arrancó las flores de las paredes, el suelo y los muebles, y no paró hasta que acabó con todos los pétalos, con todas las hojas, y la habitación de los jueces recuperó la normalidad. Colocó el libro La verdad sobre la magia en el estante correspondiente y sacó el cubo de la basura de la biblioteca secreta. Cerró la puerta de metal tras de sí con la intención de no regresar, como si pudiera mantener la verdad allí encerrada.


Brystal estuvo varios días fingiendo que no había descubierto la habitación secreta en la primera planta. Incluso llegó a decirse que La verdad sobre la magia y los otros libros prohibidos no existían y que no había leído el hechizo de las flores. De hecho, se negaba a aceptar aquella dura experiencia con tanta fuerza que después de limpiar la biblioteca regresaba directamente a casa sin leer nada, temiendo que abrir otro libro le hiciera revivir lo que quería olvidar.

Por desgracia, cuanto más se esforzaba en borrar de su mente lo ocurrido, más pensaba en ello. La pregunta de si era cierto lo que había pasado enseguida se convirtió en por qué había hecho lo que había hecho.

—Todo esto tiene que ser un malentendido enorme —se dijo—. Si puedo hacer magia... o si soy un hada, como dice la autora, ¡debería haber visto más señales! Un hada sabría que es diferente... Un hada tendría problemas para integrarse... Se pasaría la vida sintiéndose como si no perteneciera a este lugar. ¡Ay, cállate, Brystal! ¡Te estás describiendo!

En muchos sentidos, que la magia corriera por sus venas tenía lógica. Brystal siempre había sido distinta de todos los que conocía, y tal vez la magia fuera la fuente de su naturaleza única. Tal vez siempre le había pedido más a la vida porque, muy en el fondo, sabía que había algo más.

—Pero ¿por qué he tardado tanto tiempo descubrirlo? —se preguntaba—. ¿He sido completamente ajena a esto o una parte de mí siempre lo ha sabido? Por otro lado, vivo en un reino que mantiene a las mujeres jóvenes alejadas de todo tipo de conocimiento. Tal vez esto demuestre lo eficaces que son los jueces a la hora de controlar a las personas. Si antes no era una amenaza para la sociedad, ahora seguro que lo soy.

Y ahora que sabía la verdad, ¿sería fácil que otros también la descubrieran? ¿Acaso sus compañeros de clase percibirían su magia con la misma facilidad con la que lo hacían con sus otras diferencias? ¿Podría ocultarla o resurgiría sin que lo pudiera evitar y la dejaría en evidencia? Y si lo hacía, ¿le daría de una vez por todas a su padre el derecho de desheredarla y de echarla de casa? La lista de los peligros era interminable.


—¿Va todo bien, Brystal? —le preguntó Barrie una mañana antes del desayuno.

—Sí, todo bien —le respondió rápidamente ella—. ¿Por qué..., por qué lo preguntas?

—Por nada —dijo con una sonrisa—. Es solo que pareces un poco tensa últimamente. Y me he dado cuenta de que ya no pasas tanto tiempo como antes en la Casa para los Desamparados. ¿Necesitas hablar de algo?

—Ah, bueno, es que he decidido tomarme un pequeño descanso, eso es todo —respondió—. Ocurrió algo, nada grave, ¿eh?, pero pensé que me vendría bien distanciarme un poco. Para po­der pensar bien las cosas y descubrir cuál es el próximo paso que quiero dar.

—¿El próximo paso? —le preguntó Barrie con preocupación—. Vale, ahora tienes que decirme qué te está ocurriendo para que mi imaginación no empiece a divagar.

Brystal estaba tan exhausta por la preocupación que no le quedaba energía para seguir fingiendo, así que decidió contarle a su hermano una historia que fuera lo más cercana a la realidad pero que no le revelara nada.

—Hace poco descubrí algo de mí que es un poco difícil de sobrellevar —dijo.

—¿Y eso es...? —le preguntó Barrie, abriendo los ojos con inquietud.

—Bueno, no..., no..., no estoy segura de que me siga gustando ser caritativa con los demás.

Barrie miró a su hermana perplejo y confundido.

—¿Estás preocupada porque ya no te gusta ser caritativa? —le preguntó.

—Eh..., sí —le contestó Brystal, encogiéndose de hombros—. Y, sinceramente, no estoy segura de poder seguir ocultándolo mucho tiempo más. Ahora que lo sé, temo que la gente lo descubra. Me aterroriza lo que puede ocurrir si eso pasa.

—¿Que lo descubran? Pero, Brystal, que no te guste la caridad no es ilegal. Es solo una preferencia.

—¡Lo sé, pero es prácticamente un crimen! —exclamó—. El mundo es muy cruel con las personas a las que no les gusta ayudar a los demás, pero solo es porque son unos incomprendidos. La sociedad cree que si no me gusta ayudar a los demás es porque no soy bondadosa, cuando en realidad el hecho de que a alguien no le guste ayudar a los demás y que no le guste ser bondadoso ¡son cosas muy, muy distintas! Ay, Barrie, me encantaría poder explicarte lo diferentes que son, ¡porque es fascinante! ¡Una de las mayores confusiones de nuestros tiempos!

A juzgar por la expresión del rostro de su hermano, se habría quedado menos preocupado si simplemente le hubiera contado la verdad. Barrie miraba a su hermana como si esta estuviera al borde del ataque de nervios y, para ser justos, lo estaba.

—¿Cuánto hace que no te gusta ser caritativa con los demás? —le preguntó.

—Casi una semana —le contestó.

—¿Y recuerdas qué fue lo que te hizo cambiar de parecer?

—Sí, todo empezó cuando llené por accidente toda una habitación con flores —dijo, olvidándose de modificar su historia—. Eh..., quiero decir que llené una habitación con flores para una mujer sin hogar que se encontraba mal. Pero me equivoqué de habitación y entré en una en la que no tenía permitido entrar, y lo sabía. Así que quité las flores antes de que alguien me descubriera.

—Está bien... —dijo Barrie—. Pero antes de que eso ocurriera, nunca te había desagradado ser caritativa, ¿verdad?

—Nunca —dijo—. Antes de eso no creía que fuera capaz de no gustarme.

—Entonces es eso. Solo tuviste un mal día —la animó su hermano—. Y nunca debes dejar que un día cambie lo que eres. En esta vida no podemos estar seguros de nada, especialmente de lo que solo experimentamos una vez.

—¿Ah, no? —le preguntó Brystal con una mirada esperanzada.

—Claro que no —le contestó Barrie—. Si yo fuera tú, regresaría a la Casa para los Desamparados y me daría otra oportunidad para asegurarme de que realmente no me gusta. Solo así sabría si me preocupa estar expuesto a ella.

Si bien su hermano no tenía ni idea de lo que en verdad la inquietaba, Brystal pensó que le había dado un consejo excelente. Al fin y al cabo, es necesario hacer más de un viaje en barco para convertirse en marinero; tal vez con la magia ocurría algo similar. Quizá tendrían que pasar años de práctica antes de preo­cuparse de si ponía su vida en riesgo. Y, como había sugerido Barrie, siempre quedaba la posibilidad de que toda aquella experiencia tan difícil de asimilar hubiera sido un accidente y no volviera a ocurrir. Para bien o para mal para su propio bienestar, Brystal tendría que descubrirlo.

La noche siguiente, cuando terminó de limpiar la biblioteca, regresó a la habitación reservada para jueces. Se colocó las gafas de lectura, cogió La verdad sobre la magia, de Celeste Weatherberry, del estante y lo abrió por la página con el texto antiguo. Respiró profundamente y rezó en silencio, y luego leyó el encantamiento en voz alta para comprobar de una vez por todas si era un hada.

Elsune elknoon ahkelle-enama, delmune dalmoon ahktelle-awknamon.

Brystal no se atrevía a mirar, así que se tapó los ojos. Como al principio no percibió ni oyó nada, decidió espiar entre los dedos. Nada parecía haber cambiado lo más mínimo y empezó a animarse de nuevo. Observó las paredes conteniendo el aliento, a la espera de que las flores se materializaran nuevamente, pero no aparecieron. Se le llenaron los ojos de lágrimas y dejó salir un suspiro largo de alivio que acabó convirtiéndose en una risa agradecida y duradera.

—Barrie tenía razón —dijo—. No debemos dejar que un día cambie lo que...

De pronto, las páginas de La verdad sobre la magia empezaron a brillar. Unas aureolas de luz blanca brotaron lentamente del libro e iluminaron la oscura habitación. A medida que se esparcían, se volvían cada vez más y más pequeñas, creando una ilusión de profundidad en todas direcciones hasta convertir la biblioteca secreta en una galaxia infinita.

Brystal se puso de pie y miró a su alrededor, sorprendida. No solo había confirmado que la magia que corría por sus venas era real, sino que nunca había imaginado que fuera capaz de crear algo tan hermoso. Algo tan extraordinario hizo que Brystal olvidara dónde estaba. No sentía que estuviera de pie en la biblioteca secreta, sino flotando en su propio universo estrellado.

—¡Señorita Bailey! ¡En el nombre del rey Campeón, ¿qué demonios está haciendo?!

La voz sobresaltó a Brystal y todas las aureolas de la habitación se desvanecieron de inmediato. Cuando sus ojos volvieron a enfocar, se dio cuenta de que la puerta de metal se había abierto. El señor Woolsore estaba de pie frente a ella con dos guardias armados, y los tres la miraban como si fuera la criatura más desagradable que hubieran visto en su vida.

—¡Esta es la muchacha de la que les he estado advirtiendo! —gritó el señor Woolsore, que la señaló con un dedo tembloroso—. ¡Llevo meses diciéndoles que estaba tramando algo! Pero ¡nadie me creía! ¡Pensaban que estaba loco por creer que una muchachita como ella era capaz de hacer tales cosas! ¡Ahora, mirad, hemos descubierto a una bruja en acción!

—¡Señor Woolsore! —dijo Brystal—. ¡Espere, lo puedo explicar! ¡Esto no es lo que parece!

—¡Guárdate las mentiras para el juez, bruja! ¡Te hemos sorprendido con las manos en la masa! —gritó el bibliotecario, que se volvió hacia los guardias—. No se queden ahí parados, ¡atrápenla antes de que lance otro hechizo!

Brystal se había preparado para que la descubrieran en la biblioteca secreta de los jueces en distintas situaciones, pero nunca pensó que ocurriría cuando estuviera conjurando magia. Antes de que tuviera oportunidad de defenderse, los guardias cargaron contra ella y la sujetaron por los brazos con todas sus fuerzas.

—¡No! ¡No lo entiende! —le rogó—. ¡No soy una bruja! ¡Por favor, se lo suplico! ¡Déjeme demostrárselo!

Mientras los guardias sacaban a Brystal de la habitación, el señor Woolsore le quitó las gafas de lectura del rostro y las partió por la mitad.

—No las necesitarás allí adonde vas —le dijo—. ¡Llévensela!

Un cuento de magia

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