Читать книгу A un milímetro de ti - Christina Hortet - Страница 6

Capítulo 1

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Era lunes por la mañana. Los pájaros cantaban y la luz entraba por la ventana de mi habitación cuando escuché un estruendo en la puerta. «¿Es que la maldita mujer esta no puede dejarme descansar en paz?» La noche anterior había sido muy ajetreada para mí y, aunque ella está empeñada en que vaya al instituto por las mañanas, no creo que los planetas se alineen y dejen que ocurra un milagro.

Nunca he sido de esas chicas que estudian y sacan buenas notas; no aspiro a ir a la universidad y tampoco creo que me haga falta. Seamos sinceros: para tener una vida como la que tengo yo ahora mismo no hace falta tener un título; solo es necesario ser un poco astuta, saber manejar a las personas y ser el centro de atención.

Ahora mismo me gano la vida jugando al póker en un club privado del centro. Todo lo que sé hasta ahora es lo único que utilizo. Mi instinto caza a cualquier impostor. Sé cuándo mienten; sus ojos les delatan. Además, digamos que… me tienen un poco de miedo. Pero no es mi culpa. Es simplemente que nunca les ha gustado la forma que tengo de hacerme respetar.

Recuerdo mi primer día en el club como si fuera ayer. Aparecí en aquella sala con un vestido negro ajustado a la cintura y unos zapatos de tacón rojos de charol. Sé que, cuando me vieron aparecer por la puerta, todos y cada uno de los presentes pensaron que era una prostituta. Lo que no sabían es que me convertiría en la dueña de aquel lugar.

Sé perfectamente que lo que hago es completamente ilegal, pero en esta ciudad todos los policías están comprados. Incluso yo he llegado a pagar a alguno. Para mí, todo esto es solo un juego en el que todos juegan con las reglas que yo impongo.

Mi vida es peligrosa, más de lo que me gustaría. Desgraciadamente, quien entra en este lugar no puede salir tan fácilmente. Yo dejo que cada uno haga lo que quiera bajo mis reglas; pero digamos que, normalmente, cuando una persona prueba este mundo no quiere volver al anterior. Todo es más fácil aquí. Cuando empiezas a ganar dinero fácil y vives en la noche, todo se hace más fácil. Durante el día pueden ser padres de familia o incluso directores de bancos, pero cuando entran por las puertas son personas como yo, adictas al juego y a la diversión.

Hace un par de años que llegué y ahora mismo soy la persona que manda en este club. No es mío, pero es lo más cerca que estoy de tener algo en propiedad.

Jace, el dueño, es como mi padre: se comporta como tal y hace que todo el mundo me respete. Desde que lo conocí trató de protegerme, aunque todo el mundo sabe que realmente no necesito un protector, sino alguien que esté ahí cuando tenga un problema y necesite un consejo.

Digamos que la mayoría de la gente de esta ciudad sabe lo que se juega cuando entra en el Rockest; las trampas están a la orden del día y, aunque yo no suela recurrir a ellas, debo admitir que tener amigos en todos sitios siempre viene bien.

Solo hay una persona que no es bienvenida por mí en este sitio: Alison. ¿Que quién es Alison? Ella es una chica que llegó hace poco al pub. Su pelo es negro azabache y de un largo que incluso a mí me estorbaría. Creo que le llega casi por las caderas. Sus ojos son verdes, verdes como la hierba. Son de un color bastante extraño; creo que ni siquiera es real, aunque no soy experta en ese tipo de cosas. No me he tenido que preocupar mucho por ello y, aunque quiero, no me dejan investigarla. Además, esa chica no tiene curvas. ¿Qué hombre quiere una chica plana?

Vino al bar por primera vez hace unos días, cuando comenzó a salir con Harrison. Lo que ella no sabía es que él no dura más de dos semanas con una chica. Todo aquí es así; nadie se atreve a tener una relación seria. No permitimos eso. La chica me pareció simpática el primer día, pero poco a poco se ha vuelto un estorbo.

No creo haber conocido todavía a una persona a la que pueda llamar amigo. Simplemente son personas que se ocupan de que me encuentre bien. Hacen lo que les pido y me obedecen ante todo.

Nunca he ocultado que la entrada en este pub fuera así. Ellos se arriesgaron, quisieron unirse al grupo y yo no suelo decir que no, a no ser que hagas algo que no me guste. Como intentar meterte en mi cama.

Todos sabían en lo que se estaban metiendo. Cuando quisieron unirse, les hice pactar que jamás me dejarían atrás. Debemos estar unidos o, si no, todo se irá a la mierda. Debemos defendernos del resto del mundo.

Para entrar en mi grupo solo tienes que cumplir una serie de requisitos, muy fáciles pero imprescindibles para que podamos vivir en paz:

1.Tienes que agradarme.

2.Debes tener agallas para todo lo que se te viene encima.

3.Debo saber que eres de confianza. Para ello utilizamos «pequeñas pruebas de iniciación».

4.Si eres chica, no puedes intentar usurpar mi puesto; si eres chico, mucho menos. Si me entero de que lo intentas, simplemente acabaré contigo.

5.Y último: tienes que obedecerme.

Bueno, supongo que es hora de que me presente. Mi nombre es Aria Summers, nacida en Nueva York y criada en Los Ángeles. ¿Por qué? Bueno, resulta que mi madre comenzó a salir con un ricachón que vivía aquí. Nunca me gustó, pero como solamente era una niña pequeña no pude hacer nada. Aunque tuve de todo; de eso no me puedo quejar. Gracias, Richard.

Soy una chica decidida y valiente; nunca dejo que nada me achante. Seguro que la mayoría de las chicas de esta ciudad no serían capaces de hacer la mitad de las cosas que he llegado a hacer yo para llegar donde estoy.

¿Mi físico? Según los hombres soy la chica perfecta a la que conquistar. Tengo unas medidas perfectas, el cabello rubio claro natural y ojos azules. Me han llegado a decir que parecen mágicos, pero para mí son simplemente azules. Para ser una mujer soy bastante alta —sin zapatos de tacón mido 1.78— y creo que gracias a ello solo se atreven a acercarse los chicos más altos de todo el pub.

También tengo cosas malas. Me considero una persona vanidosa, perfeccionista y locamente obsesionada con llegar a lo más alto. Siempre se me han dado bien los negocios y poco a poco voy haciéndome un nombre en este lugar.

Otro golpe en la puerta hace que me levante de golpe. Mi madre aporrea la puerta como si la policía hubiera venido en mi busca. Un gruñido que sale del fondo de mi garganta hace que pare un segundo, pero al ver que no respondo, golpea la puerta una vez más. ¿Qué narices querrá esta mujer?

—Ariadna Summers, sal de esa habitación si no quieres que tire la puerta —escucho a mi madre decir en tono de enfado. Una carcajada sale de mi garganta.

Mide metro sesenta y pesa unos cincuenta kilogramos. Ni aunque quisiera podría tirar esa puerta y lo sabemos ambas.

Solo son las nueve de la mañana y me he dormido sobre las seis de la madrugada. ¿Quién se piensa que es? Solo vivo aquí porque me costaría encontrar a alguien que me hiciera la comida cada día.

—¡Déjame en paz! ¡No intentes comportarte ahora como la madre que no eres! —grito desde la cama, tapando mi cara con la almohada.

Hace unos seis años que Richard se cansó de ella, de sus engaños y de la forma de manipulación que ejercía sobre él. Me alegro de que ese hombre se diera cuenta de cómo mi madre lo usaba.

Desde entonces se ha casado de nuevo, con un productor de Hollywood que se dedica a pasar el día entre modelos y actrices de poca monta que harían cualquier cosa por aparecer en una de sus mugrientas películas de segunda.

Nunca me ha hecho mucho caso y lo cierto es que no me importa. Nunca he sentido cariño por su parte y quizá por ello he tenido que buscar a otras personas que me dedicaran algo de su tiempo.

—¡He dicho que salgas y es que salgas, Aria! —grita mi madre desde el otro lado de la puerta. Nunca me monta estas escenas. ¿Qué querrá?

Me quito las sábanas de encima, me incorporo en la cama y hago mis movimientos habituales para no tener dolor de cuello el resto del día. ¿Qué bicho le habrá picado hoy?

Me pongo en pie. Mi pijama consiste en ir en ropa interior por la casa, así que recojo del suelo una camiseta ancha y me la pongo por encima para salir a ver qué quiere.

—¿Qué es lo que quieres, si se puede saber? —La miro con cara de pocos amigos; ella no lleva puesta una mejor, pero no me importa.

—Baja a desayunar. Tenemos que hablar de algo importante para tu futuro. —Levanto una ceja y lamo mis labios. ¿Mi futuro? Ella jamás ha intentado hacer nada positivo para mi futuro.

—¿En serio, mamá? Es demasiado temprano para que empieces a molestar. —Me dispongo a cerrar la puerta de la habitación, pero un pie en medio me impide hacerlo. Mi mirada la traspasa, haciéndola sentir transparente.

—Muy bien. Si no quieres desayunar, no lo hagas. Vístete y baja. De todas formas, ya está todo preparado. —Quita el pie y cierro la puerta con fuerza. Me doy la vuelta y dejo que mi cuerpo caiga de nuevo sobre la cama. La verdad es que no voy a bajar aún.

«No es nada bueno, ya lo sabes».

Cállate, voz. ¿Tú qué sabrás? Solo sales para molestarme.

«Sabes que llevo razón. Algo pasa. Y cuanto más tardes en bajar, más vas a tardar en averiguarlo».

Y aquí estoy, como una loca, hablando conmigo misma como casi cada día a la hora de hacer algo importante. Tras unos minutos deliberando si al fin bajar o si hacer que espere un poco más, me levanto.

Ando hacia el baño y me lavo la cara con agua bien fría. Lavo mis dientes y me miro al espejo. Estoy perfecta aun habiendo dormido poco. Abro el armario, encontrándolo vacío. No hay más que un par de cosas. ¿Qué ha hecho esa mujer con todas las cosas que yo misma he comprado? Si se le ha ocurrido tirar todas mis cosas, vamos a tener un problema bastante grave.

Aquí solo hay unos vaqueros pitillos y una camiseta negra. Cojo la ropa y me la pongo rápidamente; ya estoy ansiosa de ver qué narices quiere hacer conmigo. Solo espero que su intención no sea hacer que me vaya de casa, porque lo lleva claro. Como comprenderá, soy su hija y, por mucho que le estorbe, tiene que aguantarse conmigo.

Me pongo los botines de tacón que había usado la noche anterior y que están bajo la cama. Ando por la habitación haciendo el máximo ruido posible para que sepa que me estoy moviendo.

Recojo mi pelo en una cola alta y después me miro por última vez al espejo antes de bajar a ver a mi preciosa madre.

Cojo mi chaqueta de cuero negro y la pongo sobre mis hombros. Guardo mi móvil en el bolsillo trasero del pantalón y me dispongo a salir de la habitación. Bajo las escaleras como lo hago todos los días, como si estuviera andando sobre la alfombra roja. Me encanta hacerla sentir inferior.

En la entrada de la casa puedo divisar a dos personas. Dos hombres, más bien. ¿Qué se supone que hacen ahí? Miro a los dos chicos de arriba abajo. Uno de ellos es bastante alto, su pelo es castaño claro y bajo esa chaqueta de cuero se nota que debe de tener unos buenos músculos. Con razón quería mi madre que bajara pronto. Solo le veo de espaldas —su espalda es ancha, exactamente como me gusta—, pero no le veo la cara; quizá no sea de mi agrado. El otro parece mayor. Es algo más bajito que el primer hombre, pero sus músculos son aún mayores; es más, parece un boxeador o algo así. Su camiseta de manga corta negra deja ver una ristra de tatuajes en la piel de sus brazos. No son el tipo de personas de las que mi madre se rodea.

—Huy, mamá. Si sé que has llamado a semejantes especímenes humanos, bajo mucho más rápido. —Río y dejo escapar una sonrisa descarada y picante. Me acerco a ellos mientras se dan la vuelta.

—Buenos días, señores. ¿Quieren o necesitan algo? — pregunto de forma divertida y lamo mis labios a medida que me acerco a ellos.

El chico más alto es lo más parecido a un adonis que he visto nunca. Sus ojos color azul cielo me llaman la atención al instante; tiene unos labios carnosos que claramente me gustan. Y a eso le adjuntamos el tatuaje que asoma por el cuello, que hace que quiera verle sin ropa. Algo en él me llama la atención: lleva una camiseta con el nombre del pub y la última vez que las repartimos fue hace dos semanas.

Me acordaría de él si le hubiera visto. Aquel día hubo una pelea en la puerta del pub y Jace tuvo que llamar a la policía para que se llevaran a alguien que, claramente, tiene la misma descripción que este hombre.

—Ariadna, estos son Alex y Rashel —dice mi madre con cara de satisfacción—. Son los encargados de enseñarte a tener un buen comportamiento.

—En primer lugar, me llamo Aria, no Ariadna; y en segundo lugar, a mí no hace falta que nadie me enseñe nada, querida madre. Si tú no has tenido las narices de hacerlo en dieciocho años, ningún par de musculitos va a hacerlo ahora. —Sonrío y me doy la vuelta para mirarla a los ojos.

Soy una mujer fuerte. Ella lo sabe, al igual que yo lo sé. Y por mucho que intente deshacerse de mí, le va a costar más de lo que ella piensa.

—Vas a ir con ellos quieras o no. —Me mira con malicia y mi respuesta es una sonrisa burlona mientras voy hacia la cocina. Me muero de hambre.

—Ya soy mayor de edad. No puedes obligarme a ir a ningún sitio al que yo no quiera ir.

Llevo muchas horas sin comer y si no lo hago voy a desmayarme. Noto que una mano agarra mi brazo y con un golpe rápido hago que me suelte al instante. Mis ojos se cruzan con los suyos. Hago que se aparte de un empujón y entro a la cocina.

—¿Acaso quieres que te parta un brazo? —Lo miro de forma desafiante y lo encuentro sonriendo maliciosamente. Ningún chico va a venir a mi casa a tocarme, y menos aún a estas horas de la mañana. A estas horas mi mente ni siquiera razona; solo reacciona.

—Vas a venir con nosotros quieras o no, muñeca. —Venga ya. ¿Quién le ha dicho que puede llamarme así?

Tiene una sonrisa claramente bonita, pero no por eso voy a derretirme delante de él la primera vez que me mire. No soy una chica normal. Yo no suelo hacer lo que todas hacen: no voy de compras y no suelo emocionarme cuando un chico como él me mira y me sonríe.

—No quiero que vuelvas a llamarme de esa manera. No te hace ver sexi. Y mucho menos vas a hacer que me vaya contigo. Lo siento, pero tengo muchas cosas de las que preocuparme y tú no entras en esa lista. Si no fueras con ese boxeador, no serías nadie.

Abro la puerta de la nevera, pero su mano hace que vuelva a cerrarse de un golpe. Me gira y hace que lo mire a los ojos. Su mirada da miedo, pero aun así no consigue hacerme sentir asustada. Acaricia mi cara y, cuando llega a mis labios, muerdo la yema de sus dedos.

Suelta una risotada y se da la vuelta, dejándome sola en el lugar.

Vuelvo a repetir el proceso y de la nevera saco el zumo de naranja. También algo de jamón y queso. Me hago un sándwich y me sirvo un poco de zumo en un vaso. Estoy deseando que estos hombres se vayan de mi casa. Al menos así podré seguir haciendo mi vida tal y como hace unas horas estaba haciendo.

Nunca pensé que mi madre quisiera que dos desconocidos me hicieran entrar en razón, cuando ella sabe muy bien que el sexo opuesto es fácil para mí. Normalmente, solo quieren sexo. Cuando piensan que se lo vas a dar es el momento para hacerlos perder el equilibrio y largarte.

Desde aquí puedo oír todo lo que dicen en el salón, pero, sinceramente, me da igual. No pueden intentar que salga con ellos de casa solo porque mi madre les haya pagado con el dinero de su marido.

Lo cierto es que me da pena. Siempre ha sido una mantenida y no ha hecho más que buscar hombres que pudieran pagar todo lo que ella quiere. Y ahora es a mí a la que tienen que enseñar a comportarse. ¿Por qué? Simplemente, no le hago caso. Voy a mi ritmo y no espero nada de ella.

Meto un poco de pan en el tostador y cuando está listo le meto dentro un poco de jamón y queso. Cojo el sándwich y el vaso de zumo, salgo de la cocina y ando hasta el salón. Me siento en el sillón y dejo sobre la mesita la comida.

Ni siquiera he intentado que se apartaran para pasar; los he esquivado y punto. He decidido que voy a ignorar lo que esta mujer intente hacer conmigo. Al fin y al cabo, todos sabemos que podrían sacarme del sitio donde quieren meterme en el primer momento en el que yo se lo comunique a alguien.

—Termina rápido, que nos vamos —dice la voz del hombre mayor; y yo, como siempre, le hago caso omiso y sigo a mi ritmo. No tengo pensado ir a ningún lugar con estos dos simios.

Cojo el mando de la televisión y pongo un programa musical. Subo la voz hasta que no soy capaz de escuchar su conversación. Cuando me termino el sándwich le doy un gran trago al zumo y pongo mis pies sobre la mesa, con la clara intención de hacer enfadar a mi madre.

¿Cree que puede hacer conmigo lo que quiera? Pues eso no es cierto; es mi vida y puedo hacer lo que quiera con ella. Después de todos estos años, creo que es muy tarde para llevarme a un sitio como el que ella quiere.

Cuando me quiero dar cuenta, el hombre que parece un boxeador me lleva sobre su hombro derecho. Golpeo su pecho con mis puños y pataleo con fuerza, sabiendo que lo que estoy haciendo le hace daño. Al escuchar sus gruñidos sigo con más fuerza.

—¡O me sueltas o te juro que cuando baje lo vas a lamentar! —Lo único que soy capaz de escuchar es la risa de los dos hombres.

Creo que no hay algo que más rabia me dé que alguien se piense que puede reírse de mí. Esto no va a acabar así. Voy a hacer todo lo posible para que estas dos personas se acuerden de mí el resto de sus vidas.

Al llegar a la furgoneta, el hombre me baja. Le doy una patada en las espinillas y salgo a correr por el vecindario. Mi mejor amigo no vive muy lejos y, si soy capaz de llegar allí sin que me atrapen, no volverán a verme. He aprendido a correr con tacones.

—Mira, pequeña, es mejor que te quedes quietecita si no quieres que te haga daño —dice una voz masculina detrás de mí; ahora mismo no puedo distinguir de cuál de los dos es, pero me da igual.

Sigo corriendo hasta que doblo la esquina, cojo algo de aire, me quito los zapatos y los cojo para empezar a correr algo más rápido. Como cuando estaba en el equipo de atletismo del instituto. Soy capaz de escuchar unos pasos corriendo detrás de mí. Intento correr más rápido, pero cuando cruzo hacia otra de las calles del vecindario, un cuerpo musculoso me hace caer al suelo al chocar conmigo.

Me golpeo en la cabeza y suelto un pequeño gemido de dolor. Abro mis ojos y lo encuentro mirándome con una cara que no sería capaz de describir. Una mezcla entre satisfacción y asco.

—¿Creías que serías capaz de escaparte, muñeca? —Esa voz irritante hace que la frase golpee el fondo de mi cabeza.

Llevo mis manos a la cabeza; el golpe que me he dado ha sido brutal. La cabeza me está dando vueltas y me duele. Me duele demasiado. Creo que…

Me despierto en el interior de la furgoneta blanca con el chico menos musculoso al lado. Las muñecas me aprietan. Cuando las miro, veo que me han puesto unas esposas demasiado apretadas. Gruño, más bien para mis adentros, haciendo que el chico que tengo al lado empiece a reír. Yo no le veo nada de gracioso a todo esto.

—Vas de chica mala. He visto a muchas como tú en este trabajo y, cariño, ninguna se me ha resistido —dice el hombre cuando se da cuenta de que me he despertado.

La cabeza me está matando. Lo miro; su camiseta blanca está manchada con sangre. Mierda, he sangrado. No digo nada, ya que la verdad es que en este preciso momento no me encuentro bien para soltarle alguna de mis respuestas.

Tras unos minutos callada estoy más serena, alerta y esperando a que pase lo que deba pasar. Mientras tanto, intento quitarme las esposas. Me están haciendo daño y seguro que cuando me las quite voy a tener un morado enorme en ellas.

—¿Adónde me lleváis? —pregunto, intentando que el tono de mi voz suene lo más desenfadado posible. No quiero que piensen que voy a escaparme otra vez o volveré a caerme de bruces contra el suelo, haciéndome incluso más daño.

Cierro mis ojos e intento acomodarme en el asiento. Es imposible. Debo salir de este lugar en cuanto pueda. Siendo clara, creo que en cuanto me echen de menos en el pub irán en mi busca. Necesito saber qué es lo que va a pasar de aquí en adelante y llevarme bien con alguno de estos hombres es mi mejor opción.

Es alucinante lo que puede hacer una persona cuando conoce la mente humana. Puedes manejar a cualquiera a tu antojo, puedes tenerlos donde quieras y como quieras, puedes hacer que hagan todo lo que les pides.

Si algo he aprendido en esta vida es que tienes que aprender a defenderte. Soy una mujer y, aunque haya vivido entre peleas, no es que sean mi fuerte. Nunca he tenido la fuerza suficiente para vencer a un hombre alerta, pero antes de eso se les puede manipular para tenerlos justo donde se quiere. He aprendido en la calle, aunque leer también me ha servido de algo.

Sí, sé que mi físico también ayuda a poder hacer que un chico haga cosas por mí, pero solo es un plus más. Seguro que estos chicos no cuentan con que puedo dominar la mente más indescifrable del mundo solo con un par de movimientos, con solo unas cuantas palabras.

Puedo llegar a hacer que haga todo por mí; solo déjame con él un par de horas y será mío. Al menos eso me ha funcionado durante algunos años. ¿Tan diferentes son estos hombres?

Supongo que una persona que se dedique a ser un matón en un internado deber de tener algún tipo de personalidad distinta a la de los hombres normales.

Noto que me mira por el rabillo del ojo. Miro por la ventana. Sé que puede ver mi ref lejo. Lamo mis labios a cámara lenta, viendo si realmente está poniendo atención. Muerdo mi labio inferior y lo miro, dedicándole una de las sonrisas más sexis que tengo.

—Deja de hacer eso. No me hace gracia. —Noto cómo se pone algo nervioso; lo puedo ver en el brillo de sus ojos, en los movimientos que hace con las manos. Todo su cuerpo me hace saber que está nervioso.

—¿No te hace gracia? Yo pienso que un poco sí que te hace —digo en un susurro y lo miro. Sus ojos azules están alerta. Es más, creo que me echará de menos cuando me vaya muy lejos de su vida.

Soy una chica lista y puedo ser como él quiera que sea.

—Ni lo sueñes, rubia. No eres mi tipo precisamente. — Ambos sabemos que sí que lo soy, aunque quiera ocultarlo.

Sonrío y miro sus ojos en todo momento. Noto cómo su mirada se desvía hacia la derecha. Eso significa claramente que me está mintiendo. ¿Por qué? Cuando una persona mira hacia la derecha indica que la parte derecha de su cerebro es la que se está usando. Esa es la parte que se encarga de la invención y creación de situaciones. Cuando alguien miente, siempre se nota si sabes cómo verlo.

—¿Me estás mintiendo? —Lo miro de reojo, sonrío de lado y muerdo mi labio inferior para ponerlo más nervioso aún. Es tan fácil hacer que se distraigan.

—No trates de jugar con fuego; siempre puedes acabar quemándote. Si yo fuera tú, me quedaría callada y quieta durante el camino. —Aparto mi mirada unos segundos.

Le miro de nuevo. Sus ojos parecen indescifrables y me hacen sentir miedo. No aparto la mirada; no puede saber que puede hacerme sentir mal porque ese no es mi papel.

—Acércate un poco. Yo no puedo moverme —susurro y sonrío, leve, sin mostrar mis dientes.

—No intentes hacer nada o haré que vuelvas a dormir con un solo movimiento. —Niego con mi cabeza. No pienso hacerle daño, al menos por ahora.

Se revuelve en su asiento, se acerca más a donde yo me encuentro y me mira. Niego con la cabeza. Vuelve su mirada hacia delante, dejándome su oreja a mi disposición.

Respiro de una forma más fuerte a la normal para que pueda sentir mi respiración sobre su cuello. La piel se le eriza, haciendo que yo sonría de forma victoriosa. Está como y donde yo quiero. Es el momento justo.

—Si yo fuera tú, haría todo lo posible por no meterme con quien no conozco. Ahora voy a por ti.

A un milímetro de ti

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