Читать книгу A un milímetro de ti - Christina Hortet - Страница 7

Capítulo 2

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Después de tres horas de camino a lo largo de la carretera que da a la costa, el furgón se detiene. El hombre más fuerte se baja y abre mi puerta, coge uno de mis brazos y tira de mí hasta que me obliga a salir de golpe.

Miro al frente para encontrarme con un gran jardín. Todo es demasiado verde, incluso la fachada de la mansión que tengo delante de mí. Toda la pared de piedra está cubierta de una fina lámina de limo. Una gran fila de árboles hace que un camino llegue hasta la entrada donde nos encontramos nosotros. Miro a mi alrededor; todo está tan tranquilo que no me inspira confianza.

Otra regla para ser una persona como yo: los sitios que están tranquilos no son de confianza. Cuando estás tanto tiempo en la calle como he estado yo, te das cuenta de que no todo es lo que parece. Cuando las calles de la ciudad están tranquilas significa que algo está pasando, alguien está tramando algo y, misteriosamente, algo sucede.

Otro tirón de mi brazo me hace dejar de mirar el paisaje. Llevo mi mirada a los ojos azules del chico joven, Alex. Creo que no diré su nombre; así se pensará que no le doy importancia y empezará a irritarse cada vez que se lo pregunte.

—Si me tratas así no vas a conseguir nada de mí, ni siquiera un insulto. —Sonrío y le doy un pequeño puntapié en la espinilla antes de que pueda decir nada.

—Esta va a ser la manera de tratarte a la que vas a tener que acostumbrarte. —Sonríe de lado. Me limito simplemente a admirar el gran edificio que tengo ante mis narices.

La enorme mansión victoriana de piedra se encuentra justo frente a mí. Una gran puerta de madera de roble antiguo hace que desprenda un halo de misterio que realmente me gusta. El césped perfectamente cortado es la perfecta decoración de todo el patio delantero de esta mansión. ¿Dónde se supone que me han traído?

Esto está en medio de la nada. Se supone que es un lugar de castigo. No es el lugar al cual vendrían familias con sus hijos a vivir. Hay miles de ventanales de cristal por todos lados. Solo mirar esta piedra oscura me causa escalofríos.

El chico mayor me lleva casi a rastras hacia el interior del edificio. Tiene demasiada fuerza como para que yo pueda con él; ni si quiera con la ayuda de uno de mis amigos podríamos lograr que me soltase.

Entramos en el edificio. Cierra la puerta detrás de mí, haciendo que dé un respingo con el sonido chirriante que hace al cerrarla. Este sitio no me da buenas sensaciones; al revés, algo raro pasa aquí dentro. Todo está demasiado silencioso. Algo no va bien.

—No voy a salir corriendo. ¿Por qué no me quitas esto de las muñecas? —Puse la mejor cara de niña buena que tenía y miré hacia el suelo, algo triste. A veces puedo ser muy buena actriz.

—Está bien. Total, de aquí no puedes salir. —Una sonrisa cínica apareció en su cara, haciendo que me dieran ganas de vomitar.

Se puso detrás de mí y, con lo que parecía ser una llave, hizo que las esposas cayeran al suelo. Yo simplemente me acaricié las muñecas y miré las pequeñas marcas rojas que me habían salido por las rozaduras y lo fuerte que aquel chico castaño me había atado. Por cierto, ¿dónde está?

Sigo andando hacia delante, siguiendo al hombre. Las paredes de piedra hacen que el calor de fuera se quede ahí. Una doble escalera lleva a distintas partes de lo que se supone que es el edificio. En las paredes hay unos grandes cuadros con rostros de personas, supongo que los dueños de todo esto. La verdad es que dan un poco de miedo.

Creo que podría hacerme la dueña de esto también. No creo que sea tan difícil hacer que varios hombres hambrientos hagan cosas por mí.

—Primero voy a enseñarte las instalaciones y después vamos a ir a tu cuarto, donde ya deben estar todas tus cosas. —Me limité a asentir y seguirle. Este sitio me recordaba a Hogwarts. No sé por qué esto tiene algo de misterio; toda la decoración es oscura, lúgubre. Dios, cómo se nota que esto lo ha decorado un hombre y, encima, con mal gusto.

La voz del hombre se notaba más tranquila de lo que había estado durante el viaje. Este es el lugar donde trabaja, donde debe de sentirse a salvo. Pero conmigo aquí al lado no está a salvo de nada.

—¿Aquí solo hay chicas? —me aventuré a preguntar mientras iba caminado tras él.

—No. Aquí enseñamos tanto a chicas como a chicos. El ala este es de las chicas; el ala oeste es de los chicos. Ni se te ocurra ir al ala de los chicos. Está totalmente prohibido.

—Rashel, déjame con ella. Ya le enseño yo el resto, gracias —dijo la voz del chico castaño.

Pude notar cómo el grandullón se daba la vuelta y miraba al chico a la vez que lo hacía yo. No puso cara de buenos amigos, pero al final se fue, dejándome a solas con Alex.

—Ni lo intentes. No es recomendable que alguien te encuentre en alguna habitación de un chico. Se te castigará y, créeme, no te gustará. —Su voz es demasiado sexi. La verdad es que me gusta bastante, me atrae; pero debo hacerle entender que, por muchas ganas que tenga de enseñarme, llegará el momento en el que yo le enseñe a él.

—Vamos, rubia. No tengo todo el día. —Me coge de la muñeca, haciéndome salir de mis pensamientos. Con las mismas pego un tirón para que me suelte y lo miro a los ojos. Este chico no me va a hacer sentir inferior; eso debe saberlo de antemano. No puede intentar destruir mi vida porque sea su trabajo.

—Sé andar sola. No necesito que ningún niñato me haga mover los pies, gracias. —Le miro mal y hago que sonría, pero no cambio mi expresión.

Ando detrás de él algunos metros. Parece ser que me dirige hacia una parte exterior de la casa. Mis pasos retumban entre las paredes; esto está desierto. Quizá los chicos tengan clases o algo así.

Delante de mí aparece un precioso jardín. Tiene una gran fuente en el medio, en la cual se pueden ver algunos peces saltar.

—¿Me has traído de vacaciones? Oh, gracias. Muy amable por tu parte.

Sonrío de lado. Se para en seco y me hace chocar con él. Lo miro mal y él sonríe de lado.

—¿Piensas dejar de hacer eso? —digo refiriéndome a lo de hacerme chocar con él. La verdad es que mi cabeza no estaba para más golpes. Bastante era que ya me había hecho sangrar.

—No lo creo. Y no, no has venido de vacaciones. Has venido a aprender a comportarte como una mujer —dijo con una voz tranquila, suave, ronca y baja. Hizo que un escalofrío recorriera mi espalda con ese tono.

—¿Qué me vas a hacer? ¿Me vas a azotar? —Sonrío y me acerco a él sigilosamente. Cuando me quiero dar cuenta, ha cogido mis manos y me hace andar hacia atrás hasta hacerme chocar con la pared que hay detrás de mí.

Una de sus manos sujeta las mías por encima de mi cabeza y con la otra sujeta mi cara, haciéndome mirar hacia arriba para poder mirarle a los ojos. Ahora mismo ese color azul mar se ha vuelto oscuro como el fondo de un arrecife. Un huracán de emociones negativas pasa por sus ojos, haciéndome sentir vulnerable ante su presencia.

—Eso va a ser lo que desees —susurra cerca de mis labios, haciendo que la piel de mi cuello se erice. Sus labios están tan cerca de los míos que hasta puedo notar el olor a menta que desprende su boca.

—¿Sí? —Me suelto de su agarre y le doy un empujón haciendo que se tambalee hacia atrás—. No me das ningún miedo. Es más, creo que vas a acabar obedeciendo lo que yo te diga —digo mientras sigo empujándole, haciendo que retroceda. Su cuerpo está rígido, pero mi fuerza me hace moverlo. Noto cómo una sonrisa aparece en su boca.

—Alex… —Al oírme decir su nombre de una manera suave, hago que se distraiga de lo que estaba pensando y, con un movimiento ágil, hago que caiga dentro de la fuente del centro del patio. Al salpicarme noto cómo el agua está helada.

Siento a varias personas acercándose hacia la escena. Cuando me doy cuenta de que estoy rodeada de chicos y chicas más o menos de mi edad, lo miro de una forma desafiante y cruzo mis brazos en señal de protesta. A mí nadie me hace sentir miedo.

Varios chicos estaban a mi alrededor, riéndose de la escena. Algunos me felicitaban; otros le dicen cosas ofensivas. Aquí empieza mi reinado en esta cárcel. Mi sonrisa victoriosa se vio ref lejada en el agua. De un golpe hizo desaparecer el ref lejo. Sonrío aún más ampliamente tras su arrebato de ira.

—Maldita hija de puta —dice saliendo del agua, totalmente empapado. Coge mi brazo tirando de mí bastante fuerte, tanto que casi pude sentir que el agua atravesaba mi ropa debido a lo cerca que estaba de él.

—Tranquilo, gatito. No hace falta que me trates así delante de los chicos. Ellos ya saben que eres todo un machote. —Sonrío e intento zafarme de su agarre sin éxito. Me tiene cogida fuertemente.

—Me estás haciendo daño, maldito animal —digo mientras intento clavar mi uñas en su piel. Lo consigo, pero su expresión de enfado no cambia.

—No me importa. Vamos a empezar con tu entrenamiento ahora mismo. —Me dirige hacia una puerta blanca.

Cuando llegamos a ella, saca una llave de su bolsillo izquierdo y abre la puerta. De un empujón hace que me adentre en la sala, que está completamente a oscuras.

Enciende las luces. Miro la habitación; es completamente blanca. Las paredes, el suelo y el techo son de un blanco radiante y lo único que destaca en la habitación es un sillón negro que hay justo en la parte central.

—Tu madre me dio permiso personalmente para que te domara fuese como fuese. — Coge mis manos y las ata a un gancho que cuelga del techo con unas bridas. Mi mirada de odio creo que le hizo hasta daño.

—¡Eres un puto sádico! Me recuerdas a alguien de mi pasado —digo lo más bajo que puedo, más para mí que para él.

—Lo soy, pero esto no es lo peor que puedo hacerte, así que tranquila. Siempre habrá algo que te pueda hacer más daño. —Sonrió de lado, haciéndome temblar. No era la sonrisa que había visto antes en él. Era maliciosa, oscura, una sonrisa que no había visto jamás ni en el hombre más terrorífico que hubiera pasado por el bar.

—Creo que esa parte de mi vida ya pasó y, créeme, tú no estabas en ella, querido. —Me mira, pero no sabe qué contestarme. En realidad no sabe nada de mí.

—Puedes gritar lo que quieras. Ahora solo estoy yo para escuchar tus súplicas. —Una sonrisa lunática apareció en su cara de una manera fugaz, como si otra persona se hubiera adueñado de él. Como si alguien de otro mundo estuviera dominando sus acciones.

Me mira durante un buen rato con esa sonrisa en la cara, haciendo que mil y una cosas pasen por mi cabeza. Puede hacerme todo lo que quiera y seguro que lo hará con tal de mantenerme callada y tranquila. Trago saliva intentado tranquilizarme. Sé que estoy nerviosa y puedo notarlo en la gota de sudor que está atravesando mi frente.

Coge mi pelo con una de sus manos y tira de él, haciendo que mis ojos conecten con los suyos. Un remolino de emociones negativas pasa por su mente mientras encuentra la manera de hacerme daño. En su otra mano sostiene una pequeña navaja. Muerdo mi labio inferior con desespero cuando me doy cuenta de que está mirando mi escote. ¿En serio? Esta es la mía. No es la primera vez que me atan con unas bridas; no preguntéis por qué. Una vez ya pude escaparme y esta no va a ser menos. Aprovecho que su mirada está en mi escote y muevo mis manos hasta que por fin, después de unos movimientos magistrales, consigo que una salga. Después saco la otra y dejo la brida colgando.

No muevo mis manos en ningún momento; no puedo dar un paso en falso cuando el chico que tengo delante me está apuntando con una navaja.

—¿Te gusta lo que ves? Porque llevas un rato con esos ojos pegados a mi escote. —Noto cómo sonríe de lado y me mira a los ojos de nuevo.

—Me va a gustar aún más ahora, rubita. —Con la navaja raja la camiseta que llevo puesta de arriba abajo y me sonríe cuando me quedo en sujetador.

Llevo puesto un sujetador negro de encaje. Soy muy especial con la ropa interior. Digamos que es una de las partes que más cuido de mi imagen. Me moriría de vergüenza si algún día me vieran con algo que no fuera lencería.

—Si querías desnudarme, solo tenías que haberlo dicho. ¿Al resto de las chicas también las castigas de esa forma? Porque tienen que estar locas por hacer las cosas mal. —Una pequeña risa sale de mis labios, pero me calla rápidamente poniendo el filo de la navaja sobre ellos.

—No adelantes acontecimientos, pequeña. —Sonríe y pasa el filo de la navaja por todo mi cuello hasta llegar a mis pechos. Eso hace que se me erice la piel de esa zona y lamo mis labios.

Le miro; sus ojos están completamente clavados en el dibujo que está haciendo sobre mis pechos con su navaja. ¿Cómo pueden llegar a ser todos los hombres tan sumamente fáciles? No me puedo creer que de un momento a otro pasen del enfado a las ganas de tener sexo.

Ah, sí. Se me olvidaba que, aunque sea un tipo duro, es un hombre.

Aprovecho cuando noto que su nivel de distracción está en el máximo para arrebatarle la navaja. Con mi pierna derecha le doy una patada, haciéndole caer al suelo, y después me siento sobre él a horcajadas. Agarro sus manos con una de las mías lo más fuerte que puedo e inmovilizo sus piernas con uno de mis pies en su entrepierna. Si hace el más mínimo movimiento, no seré yo la culpable de hacer que después le duelan sus partes íntimas.

—¿Te distraes tan fácilmente con todas las rubias? — Sonrío y paso su navaja por su cuello.

—Y con las morenas. Eso no me importa. —Lame sus labios y me mira a los ojos; sus ojos color azul mar están de un oscuro casi negro. Está excitado. Las pupilas de sus ojos están dilatadas y eso indica que lo que estoy haciendo le gusta.

—Vamos a hacer un trato. —Sonrío y muerdo mi labio—. Ahora vamos a salir de aquí y me vas a llevar a mi habitación. Si alguien pregunta, diremos que me diste una buena lección por humillarte delante de todos. —Una sonrisa maliciosa aparece en su cara. Disfruta con esta posición: la chica dominante es lo que quiere.

—Quítate de encima y haremos lo que dices… —Sonrío levemente. No creo ninguna de sus palabras y lo único que sé es que está intentando que le deje en paz. Que le suelte para que así él pueda volver a cogerme, o no.

—Bájate, Aria, o tendré que marcarte. —Su voz es sensual, como si lo intentara hacer para que yo cayese en su trampa y así poder librarse de mí.

—¿Marcarme? Tú estás loco. Nadie tiene el derecho de marcarme y mucho menos una persona que acabo de conocer y lo único que desea es poder llevarme a la cama. —Río, me acerco a su cuello y paso mi lengua lentamente hasta llegar a su mandíbula.

—Dios, rubia, bájate de ahí. —Noto el tono de su voz más desesperado; su respiración ha empezado a agitarse y su pecho sube y baja con algo de prisa.

Mordisqueo el lóbulo de su oreja y después lo miro: se está mordiendo el labio. Río en mi interior, notando cómo la piel se le eriza a cada paso que da mi boca. Allá donde iba dejaba la marca de placer que estaba sintiendo.

—Eres una chica fácil. —Paro automáticamente y le miro a los ojos; aparta su mirada. Sabe que ha dado en el clavo para poder hacerme daño. Yo nunca he sido ese tipo de chicas y si le estaba besando era solo para demostrarle que puedo mandar sobre él como mujer que soy. No creo que ningún niñato con fuerza sea capaz de hacer la mitad de las cosas que he llegado a hacer en mi vida. Él no sabe nada de mí como para decir que soy una chica fácil. Y a partir de ahora todo le va a resultar más difícil.

No puedo controlar mi cuerpo; mi mano se estampa en su cara haciendo que esta gire en la misma dirección. Se va a arrepentir de haber dicho semejante gilipollez. Lo miro con dureza en mis ojos.

Apostaría algo a que en este momento el azul ha desaparecido para dejar paso a un negro brillante.

—¡Auch! —escucho que suelta, y vuelvo a darle otro. Maldito gilipollas. A mí nadie me trata así, y menos un intento de pelirrubio que no me conoce de nada.

Noto cómo mis fuerzas se desvanecen. Ahora mismo solo quiero pegarle y hacerle sentir el dolor que estoy sintiendo yo.

Me levanto de encima de él y tiro la navaja de forma que hago que se clave en una de las paredes. El aislante de las paredes dejaba claro que aquí era donde estos capullos se dedicaban a «enseñar» a las chicas como yo. Pero este gilipollas no sabe quién soy; me apuesto mi cabeza a que jamás ha dado con nadie así. Porque no soy una niña mimada que simplemente no hace caso de lo que le dicen; solo intento sobrevivir en el mundo que me rodea. A veces hay que sacrificarse para conseguir lo que una quiere.

Ato la camiseta que me ha roto por debajo del pecho, cruzándola para taparme, y ando rápidamente hasta la puerta. La rabia que he tenido contenida durante todo el trayecto me está volviendo demasiado agresiva y, aunque han sido ellos quienes me han traído aquí y me gusta sentirme así de vez en cuando, no me gusta sacar esta parte de mí delante de la gente. ¿Por qué? Hubo un momento en mi vida en el que debí haberlo hecho y por cobarde me hicieron mucho daño. Después de aquello me entrené, fui a clases de artes marciales y, aunque domino varias de ellas, sé que en muchas de las cosas los hombres pueden ganarme fácilmente.

Cuando me enfado, no quiero tener gente a mi lado. La última vez un chico acabó en el hospital una semana entera. De verdad que no me gusta hacerle daño a la gente, pero odio que el daño me lo lleve yo.

—¿Dónde crees que vas, rubia? —Sonríe de forma burlona mientras se acerca a mí sigilosamente. Aprieto mi mandíbula y alzo una de mis largas piernas al aire. Sin golpearlo, hago que vaya hacia atrás.

—No te acerques a mí. —Salgo por la puerta rápidamente. Los mismos chicos de antes estaban sentados. Me miran.

Todos empiezan a decirme cosas. Desearía poder cerrarles la boca a todos para demostrar a quién deben respetar, pero ahora mismo solo tengo mi mente en escapar de allí.

Les dedico una de mis peores miradas y hago que se callen en el instante. Uno de ellos me dice que Alex viene detrás de mí. Empiezo a correr sin rumbo cuando siento sus pasos detrás de mí.

—Eh, Alex. No me digas que esa es la primera chica que se te escapa —dice uno de los chicos cuando ve que sale corriendo detrás de mí.

¿La primera chica que es capaz de escaparse? Eso quedaría bastante bien en mi currículum. Si soy capaz de perderle de vista, me merezco ser la salvadora oficial de estos chicos. Sería lo justo, ¿no?

Comencé a correr lo más rápido que podía. Se me había olvidado mencionar una cosa: cuando era una «chica buena» fui campeona de atletismo del instituto. Subí unas escaleras. No vi a nadie por el pasillo, así que empecé a intentar abrir todas las puertas hasta que, por fin, una de las habitaciones de la parte derecha del pasillo se abrió. Me deslicé dentro y cerré la puerta tras de mí.

Me quedo un par de minutos en silencio, tratando de que mi respiración rápida no se escuche al otro lado de la puerta. Busco la llave de la luz a oscuras y, cuando la encuentro, la aprieto. Me doy la vuelta y me quedo estupefacta al ver lo que mis ojos me llevan al cerebro. ¿Qué es esto?

A un milímetro de ti

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