Читать книгу A un milímetro de ti - Christina Hortet - Страница 8

Capítulo 3

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Pero ¿qué se supone que es todo esto que tengo delante? ¿Qué es esta habitación?

He estado en muchos sitios durante toda mi vida, he ido a miles de fiestas, he conocido a todo tipo de gente, pero nunca he visto nada como lo que tengo delante. Esto es sencillamente asqueroso.

Una habitación de lo que parece sadomasoquismo.

Las paredes están pintadas de un color negro brillante. En medio de la habitación hay una cama con lo que parecen sábanas de seda rojas. A un lado, un sillón de cuero rojo llama mi atención. No parece nada cómodo. A la izquierda me encuentro una mesa negra brillante con grilletes en las esquinas y con cuatro cajones debajo. Lo que parece una silla de montar a caballo burdeos está al otro lado de la cama. Eso sin contar la infinidad de cosas que hay colgadas en las paredes.

Unas pequeñas luces rojas son todo lo que alumbra la sala. Huele a lejía y creo que puedo adivinar por qué. Seguro que este es el tipo de lugar que ama alguien al cual le gusta hacer daño a la gente. Un escalofrío recorre mi cuerpo.

Todo tipo de látigos de todos los tamaños están muy bien colocados en las paredes. También hay una infinidad de cosas de las que desconozco su utilidad. No hay ni una sola cosa fuera de su sitio, lo que me hace pensar que alguien muy maniático tiene que ser el dueño de todo esto.

Cojo uno de los látigos que hay en la pared y hago que pegue en el suelo. No hace mucho estuve jugando con uno de estos en casa de un amigo. No me llaman la atención, pero son útiles en algunas ocasiones.

Pero ¿de qué se supone que va todo esto? ¿Así enseñan a las peores chicas?

Me fijo aún más en todo lo que hay en esta habitación. Una de las paredes está llena de armarios hasta el techo, excepto en uno de los rincones. Me apresuro a ver qué es lo que esos cristales me enseñan. Me acerco sigilosamente, intentando no hacer ruido.

Dos fustas están colocadas cruzándose entre sí. Levanto una de mis cejas y aprieto mi mandíbula. ¿De qué coño va todo esto? Mi curiosidad crece por momentos y aún no sé por qué. Comienzo a mirar por los cajones; hay miles de artilugios extraños. Creo que he caído justo en un lugar que no querría haber conocido nunca.

Esto es una auténtica sala de torturas. Supongo que es su manera de hacerles saber a los internos quién manda. No he visto a una mujer y creo que me sorprendería ver cómo uno de esos grandes hombres tortura a los chicos también. ¿Cómo pueden llegar a existir cosas como estas?

En el primer cajón que abrí me encontré con un par de esposas como las que el chico me había puesto. Solo que estas son negras. ¿Negras? Pero ¿quién narices compra unas malditas esposas negras? Junto a ellas, unas llaves y un pañuelo. Yo no sé para qué narices querrán un pañuelo, aunque casi no quiero ni pensarlo.

Lo cierro y sigo con el cajón que está más arriba. ¿Qué narices? Hay una especie de balas de metal colocadas por tamaño; obviamente, esto es algo que jamás querría probar por mí misma. Cadenas. La madre que los parió.

Tengo que salir de aquí sea como sea, me cueste lo que me cueste. Y nadie me lo va a impedir: ni el tal Alex ni Rashel ni ninguno del resto de los hombres que puedan trabajar aquí. Es el momento de irme. No quiero pasar aquí dentro ni un minuto más.

Saco mi móvil del bolsillo. Los muy gilipollas no se han dado ni cuenta de que estaba en mi bolsillo delantero. Y eso que ni siquiera es de los pequeños.

Marco el número de Dylan y espero a que conteste, pero no lo hace. La impaciencia está derrotándome, así que decido dejar la llamada y enviarle un mensaje:

«No tengo ni idea de dónde me encuentro y tengo miedo. Por favor, necesito tu ayuda. Voy a dejar el GPS encendido. Búscame, por favor. Tienes que sacarme de aquí, Dylan… Mi madre me ha encerrado en un sitio de locos. Ven lo antes posible. A. S.».

Enciendo el GPS y guardo el móvil en mi bolsillo. Voy hacia la puerta. Quiero salir de aquí y debo asegurarme de que Alex no está cerca. Con sigilo quito el seguro que le había puesto a la puerta y la abro levemente para encontrarme con esa cara angelical que ahora mismo no tiene nada que ver con alguien caído del cielo. Oh, oh...

Trago saliva e inmediatamente intento cerrar la puerta, pero él tiene más fuerza que yo y la abre. Automáticamente, comienzo a andar hacia atrás a medida que él va andando hacia mí; en su cara lleva una sonrisa victoriosa y sus ojos me muestran un brillo especial.

—Dime, Alex, ¿qué chica me has traído para que me divierta hoy? —Escucho una voz a mis espaldas y automáticamente me quedo helada, inmóvil; incluso creo que no respiro.

—No te he traído a nadie; ella es mía. Solo mía, Luther. —Mierda. Cierro mis ojos y me doy la vuelta para encontrarme con esos ojos verdes que un día me hicieron perder la cabeza, que me hicieron meterme en la vida en la que estoy. Quien me enseñó a ser como soy. La única persona a la que he querido matar de verdad. Levanto mi cabeza y le miro, desafiante. No puedo mostrarme débil. Ahora no puedo.

Su pelo negro ahora es más largo y la barba le tapa casi toda la cara. Niego con la cabeza. Quiero que sepa que no va a poder conmigo. No va a destruirme otra vez.

El asco que siento por dentro ahora mismo no se puede comparar a nada que haya sentido antes. No me quita los ojos de encima; recorre cada parte de mi piel como si yo fuera un cervatillo al cual capturar y él, un simple cazador. Estoy empezando a recordar aquella noche, aquel día en el cual mi vida cambió por completo.

—Aria. —Sonríe de forma perturbadora y eso hace que mi enfado crezca aún más. ¿Cómo puede atreverse a dirigirme la palabra después de todo lo que esa mente de psicópata me hizo? No sé cómo puedo estar tan tranquila al verle de nuevo. Quiero matarlo. Bueno, no. Quiero torturarlo hasta que su último aliento sea mío.

—Luther. —Me voy acercando a donde está. Creo que es el momento perfecto para hacer lo que llevo soñando algunos años, después de que desapareciera de mi vida. Solo pensaba en cómo lo podría torturar, en lo que podría hacer el día que lo encontrara de nuevo.

Lamo mis labios cuando lo tengo justo de frente y le desafío con la mirada. No pienso dejar que crea que ganó la batalla. Ahora sé dónde está. Ahora mismo sé que todo lo que le haga nunca va a ser suficiente ni comparado a lo que me hizo a mí.

—Has cambiado mucho. Estás mucho… más desarrollada. —Su sonrisa cínica ahora ya no produce el efecto que hacía en mí años atrás.

—No me das ningún miedo. Ya no me haces estremecer con tus palabras; ya no tienes efecto sobre mí, Luther. Eres la peor persona que he conocido en mi vida y juro que me vas a pagar una a una todas las cosas que me hiciste vivir. —Escupo en su cara y eso hace que agarre mi brazo con fuerza. Sonrío para mí misma y le acerco más a mí; cuando está suficientemente cerca, llevo una de mis rodillas a su entrepierna con toda la fuerza que tengo en mi cuerpo.

En ese mismo instante veo cómo su cuerpo se desvanece y un grito de dolor me hace salir del paraíso al que me lleva verle sufrir. Por fin estoy lo bastante cerca como para enseñarle que nadie que juega conmigo se va de rositas.

Cuando le veo en el suelo, agarrándose sus partes centrales, le asesto una patada en el costado. Gracias a Dios los botines de tacón que llevo puestos son bastante robustos y pueden aguantar perfectamente la fuerza con la que le golpeo.

—Ahora eres una zorra. —Coge mi pie y me tira al suelo. Cuando me quiero dar cuenta, le tengo sobre mí—. Tengo muchas ganas de volver a hacer todo eso que te hice esa noche, pero creo que ahora lo disfrutarías. Ya estoy deseando tenerte en esta habitación cuando te portes mal. Y, por lo que veo, eso va a ser muy a menudo. —Su voz es mucho más siniestra que hace tiempo. Comienza a besar mi cuello y, con toda la rabia que se encuentra en mí, araño su cara con todas mis ganas.

—No te quiero en mi vida. Estoy deseando ver cómo desapareces. —Le empujo con las manos y cuando está algo lejos de mí, riendo, levanto mis piernas, le pego una patada para dejarlo en el suelo y le miro.

—Me das asco, y ahora sé dónde estás. Te busque durante mucho tiempo, pero habías desaparecido. ¡Maldito pedófilo, asesino y violador, juro por lo que más quiero que me vengaré de ti! Desearás no haberte cruzado en mi camino jamás, porque, Luther, ya no estás jugando con la niña que era cuando me conociste. Ahora estás jugando con la mujer que te llevará al infierno.

Lo último que me esperaba en la vida era encontrarme con la persona que hizo que mi vida fuera un suplicio, esa persona que me hizo ser como soy ahora. Desde que desapareció, lo único que he hecho ha sido destrozar todo lo que podría hacerme daño, cuando lo que tendría que haber hecho era destrozarlo a él.

Seguro que os preguntaréis qué fue lo que pasó entre nosotros dos, pues aquí va la historia.

Todo comenzó hace cuatro años. Por entonces, yo tenía catorce y era la chica más normal que os podáis imaginar. Tenía amigas, iba al instituto y, además, sacaba las mejores notas de toda la clase. Siempre he sido buena para retener todo tipo de información y eso me ayudaba mucho en los exámenes y poco con los chicos.

No se fijaban en mí, pero en esa época a mí tampoco era algo que me importaba hasta que llegó él. Acababa de empezar el segundo semestre cuando lo vi por primera vez. Él también me miró y lo que más me extrañó fue que me sonrió. Nunca antes ningún chico me había sonreído de aquella manera tan natural y selectiva. Por un lado, su estilo no me gustaba nada. Vestía siempre de negro, con chupas de cuero y vaqueros rasgados. Llevaba el pelo más largo de lo normal y se pintaba los ojos de negro. No puedo explicar por qué, pero todo eso me atrapaba como nada lo había hecho nunca. Me atraía demasiado y no pude evitar enamorarme de él. Me recogía después de clase, me hacía regalos, me sonreía y me llevaba a todos lados con él. Acariciaba mi piel como quien acaricia la seda y, aunque era casi cuatro años mayor que yo, no me importaba.

Le amé y le odié mucho, de una forma tan intensa que dolía en cada parte de mi ser. Algo hizo clic. Empezó a incitarme para tener sexo con él. Yo sabía que por las noches se veía con otras, pero aun así intenté dejarlo pasar. No quería tener que ser yo quien le diera el sexo que deseaba, no quería entregarme por completo a la persona que intentaba toquetearme cada vez que podía. Él no me quería.

Había escuchado todo tipo de rumores sobre él, sobre su pasado, su antigua novia y un supuesto asesinato que nadie sabía explicar. «Son rumores», pensé. Jamás les hice caso hasta que esos rumores los viví yo. Cumplía quince años. Como cada madre, la mía me organizó una fiesta en una casa alquilada para poder hacer allí la fiesta. Fueron todos mis amigos e incluso personas que no había visto en mi vida. Entre todos ellos destacaba Josh, el mejor amigo que tenía. A él no le gustaba nada cómo me trataba Luther, pero mi mente de adolescente loca no le quería hacer caso. Nunca entendí cómo llegamos a aquella situación.

Luther estaba borracho e intenté hacerle entender que debía irse a casa. Me gritó, me dijo que yo no era nadie para decirle lo que tenía o lo que no tenía que hacer y entre tanto barullo me subió a una de las habitaciones de la casa. Josh corrió detrás de nosotros para intentar calmar la situación, pero no sirvió de nada. Me dejó sobre la cama de un empujón y, al levantarme para pedirle una explicación, me dio un bofetón que me hizo caer al suelo. Lo único que recuerdo después de aquel golpe es sentir sus manos sobre mi cuerpo, ásperas y sudorosas. Le gritaba cosas a Josh, que se encontraba en el suelo atado de pies y manos. Intenté cerrar los ojos y no ver nada, pero los sollozos de mi amigo hacían que me quebrara por dentro.

Hizo lo que quiso conmigo. Yo solamente quería morir, quería que todo desapareciera y, sobre todo, quería hacerle pagar por todo. Creí que nada podría ir peor hasta que se levantó y, después de ponerse los pantalones, sacó una navaja de su pantalón y lo acuchilló siete veces delante de mis ojos. Yo corrí, lo abracé e intenté que las heridas dejaran de sangrar, pero ya era demasiado tarde. Todo había acabado para él.

Dejé de comer, me duchaba entre cuatro y seis veces al día, y los intentos de que hablara con un psicólogo fueron en vano. Nadie lo encontraba y yo vivía con el miedo de que volviera a terminar lo que empezó conmigo. No era capaz de quitarme su olor de encima. Tiré todo lo que tenía suyo y pasé mucho tiempo sin dejar que nadie me rozara. Nadie supo lo que realmente pasó aquella noche, pero me cambió por completo.

Cuando quiero dame cuenta, estoy llorando a mares. Alex me lleva en brazos por los pasillos de la mansión y yo me aferro a su cuello entre los sollozos. Él suspira amargamente y no sé si es por tener que aguantarme o por haber vivido esa escena tan espeluznante. Abre la puerta de una habitación y se sienta sobre la cama, me deja suavemente a su lado y mira mis ojos llorosos. De manera instintiva meto la cabeza en el hueco de su cuello. Ahí me siento un poco más a salvo.

—No dejes que me haga daño. No dejes que vuelva a tocarme, por favor —digo entrecortadamente, mientras Alex acaricia mi cabello.

—Tranquila, rubia. No dejaré que vuelvas a entrar en esa habitación nunca más. No dejaré que vuelva a poner sus manos encima de ti jamás.

A un milímetro de ti

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