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ОглавлениеEn este aspecto, incluso el más autocrático de los sistemas romanos, el Bajo Imperio de los siglos III al VI, estuvo más descentralizado que cualquier estado oriental. Y justamente fue esta cuestión, el control local sobre la recaudación en particular, la que resultó fatal para el Imperio Romano. Cuando sufrió una crisis militar en el siglo V, el Imperio occidental se deshizo, efectivamente, en sus componentes urbanos; y cada uno de estos componentes fue controlado por aristócratas que no tenían ya ningún interés económico en una recaudación fiscal que no les reportaba beneficios (ya que el ejército romano se estaba disolviendo) y que procedía en gran parte de sus propias posesiones. Las aristocracias del Bajo Imperio Romano de Europa occidental, civiles, pudieron ser conquistadas por los germanos desde el momento en que el gobierno central del Imperio empezó a caer, tal como lo fueron las aristocracias del Jorasán en el siglo XI por los turcos. Pero, mientras que las aristocracias romanas locales, como cuerpos organizados, es decir, como una clase (feudal), tenían en sus manos las propias estructuras de la recaudación fiscal, las aristocracias iraníes, salvo alguna excepción, no. Los romanos sabotearon el sistema. Cuando los germanos constituyeron estados organizados, la recaudación era apenas posible. El modo feudal tenía que ser el dominante desde entonces. No debe causar sorpresa que, cuando el superviviente Estado romano de oriente (bizantino) afrontó y superó su propia crisis en el siglo VII, en parte gracias a que no había grandes propietarios de tierras, una de las víctimas de la reorganización del Imperio fueran las redes de recaudación descentralizadas constituidas alrededor de las ciudades. A partir de entonces, Bizancio siguió un camino similar al de los estados árabes, con el antagonismo entre tributo y renta expresado en términos de centro frente a periferia. Y esto le permitió sobrevivir durante siglos. La delegación fiscal era un peligro para los estados a causa de su potencial de feudalización local; pero esto no resultó tan decisivamente fatal para su supervivencia como la descentralización institucional de la fiscalidad, con la consiguiente confianza otorgada a poderes que organizaban la recaudación de manera autónoma, a quienes estructuralmente se oponían al Estado, a la aristocracia feudal.
Al volver a la cuestión de la supervivencia de los estados mediante un repaso de las diferencias inherentes al Imperio Romano, he planteado el problema desde una perspectiva diferente a la habitual entre los estudiosos de Occidente: la supervivencia es la norma; la caída, una desviación. Los occidentalistas deben tener en consideración la capacidad de recuperación de los imperios asiáticos frente a las extraordinarias desventajas inherentes a sus vastas dimensiones y a las deficientes comunicaciones. No debemos usar esta capacidad para menoscabarlos (despotismo oriental, estasis o estancamiento). Una cosa diferente, desde luego, es lo que pensaran los campesinos de estos estados. Pero la base de su supervivencia fue la continua capacidad de actuar como motores de extracción de excedentes, incluso ante la presencia de aristocracias feudales estructuralmente antagónicas y más o menos dispuestas a remplazarlos en la jerarquía del poder, llegado el caso (que casi nunca llegaba). El planteamiento de este antagonismo ha sido lo que ha guiado mi análisis.
NOTAS ADICIONALES
Añado menos bibliografía que en el capítulo «La otra transición». He sido menos sistemático en las lecturas, de manera que las referencias pueden ser más incompletas. Es de justicia, sin embargo, hacer una concesión teórica al comienzo de esta retractatio. Se me ha criticado por sostener que la diferencia entre tributo y renta es una diferencia modal, que afecta más a la estructura económica básica que a la extracción del excedente. He llegado a la conclusión de que la crítica estaba justificada. Los que la han planteado argumentan que todos los sistemas económicos en los que los campesinos que practicaran una agricultura de subsistencia y entregaran excedentes a poderes extraños, fueran estos señores u oficiales del Estado, eran similares y seguían los mismos ritmos económicos. De ello se deriva que la división económica básica en las sociedades de clases se establece simplemente entre aquellas sociedades basadas en la extracción de excedentes de los campesinos (o de los artesanos domésticos), y aquellas basadas en la obtención de excedentes de los trabajadores asalariados (han existido otros sistemas de explotación, pero en términos históricos a escala mundial han tenido un alcance espacial y temporal muy limitado). El trabajo que he llevado a cabo posteriormente sobre los grupos campesinos en la Europa altomedieval, y cuyos pagos a los gobernantes no pueden ser fácilmente definidos como tributo o como renta, me ha ayudado a cambiar de opinión sobre esta cuestión (ver los capítulos «Los bosques de Europa en la Alta Edad Media: espacios silvestres y espacios roturados» y «Las sociedades rurales de Europa occidental en la Alta Edad Media: comparaciones y problemas», en este volumen). ¿Cuáles son las diferencias respecto a lo que sostengo en «La otra transición» y en «La singularidad de Oriente»? Lo dicho no significa que los imperios de Roma y China, los reinos francos y el mundo feudal del XI fueran exactamente la misma cosa, ya que existe una diferencia estructural entre los dos primeros, sistemas estatales tributarios (con aristocracias poseedoras de tierras sujetas a ellos), y los otros dos, dominados por aristocracias extractoras de rentas y por la política de tierras descrita por Marc Bloch. Ahora bien, se trataría, principalmente, de una diferencia que tendría que ver más con la estructura sociopolítica que con las reglas de la actividad económica implícitas en cada uno de los dos pares. Aquellos que no sean economistas marxistas encontrarán este cambio de posición irrelevante, teniendo en cuenta, sobre todo, que existen considerables diferencias en términos económicos entre los dos sistemas (ver, por ejemplo, los argumentos que presento en «Italia en la Alta Edad Media»). Debe quedar claro, no obstante, que mi cambio de opinión, que socava considerablemente buena parte del apartado III de «La singularidad de Oriente», no me ha llevado a omitir este capítulo de la presente publicación: creo que el análisis que presento en él sobre los conflictos estructurales entre estados y aristocracias es útil todavía. Y persiste también la importancia de la lógica económica de cada uno de los sistemas sociales. Tal lógica es la que hace posible y constriñe los otros aspectos de la sociedad. En otras palabras: este debate, ni es un arcano, ni una discusión abstracta mantenida en el seno de una escuela de pensamiento económico, sino que plantea directamente aquello que los campesinos, la gran mayoría de gente en las sociedades preindustriales, hacían diariamente. Ver H. Berktay, «The feudalism debate: the Turkish end –is “tax vs. rent” necessarily the product and sign of a modal difference?», Journal of Peasant Studies, XIV, 1987, pp. 291-333; J. F. Haldon, «The feudalism debate once more: the case of Byzantium», ibíd., XVII, 1989, pp. 5-39; ídem, The State and the Tributary Mode of Production, Londres, 1993; y, entre otras críticas relevantes, la de T. Asad, «Are there histories of peoples without Europe?», Comparative Studies in Society and History, XXIX, 1987, esp. pp. 594-607, en pp. 599-600. Cito a los primeros partidarios de esta visión en la nota 41 de este capítulo.
Nota 19. Infravaloré en su día a los posesores de tierras en el norte de China durante el período anterior al Sung. Ver F. Bray, Agricultura = J. Needham, Science and Civilisation in China, VI, 2, Cambridge, 1984, pp. 587-615, esp. pp. 591-597. Creo, no obstante, que fundamentalmente mis argumentos siguen siendo válidos.
Nota 25. Sobre los árabes en Irak, ver M. G. Moroni, Irak after the Muslim Conquest, Princeton, 1984, esp. pp. 99-124.
Nota 26. Un análisis importante de la iqtac y de la posesión de tierras en general, centrado en el Irán selyúcida y post-selyúcida, es el de A. K. S. Lambton, Continuity and Change in Medieval Persia, Nueva York, 1988, pp. 97-157.
Nota 37. Un estudio más reciente sobre la economía otomana es el de H. Berktay y S. Faroqhi (eds.), New Approaches to State and Peasant in Ottoman History, Londres, 1992 = Journal of Peasant Studies, XVIII, pp. 3-4, y las referencias citadas en este trabajo, especialmente las monografías de S. Faroqhi y B. McGowan.
Nota 40. Sobre la evolución del comercio asiático, ver J. L. Abu-Lughod, Before European Hegemony. The World System A. D. 1250-1350, Oxford, 1989; K. N. Chaudhuri, Trade and Civilisation in the Indian Ocean, Cambridge, 1985.
Traducción de Félix Retamero
* Agradezco a Paulo Farias, a Rodney Hilton, a Stephanie White y especialmente a Joanne de Groot la lectura y los comentarios del borrador de este artículo. También agradezco a Anthony Bryer, Michael Cook, Mark Elvin, John Haldon, Martin Hinds y Sam Lieu las reflexiones y las referencias bibliográficas.
1 H. Mukhia, «Was there feudalism in Indian History?», Journal of Peasant Studies, VIII, 1981, pp. 273-310; P. Anderson, Lineages of the Absolutist State, Londres, 1974 (El estado absolutista, Siglo XXI, Madrid, 2002). Sobre el Imperio y sus problemas, ver el capítulo «La otra transición» en este mismo volumen.
2 I. Habib, «Economic history of the Delhi sultanate», Indian Historical Review, IV, 1978, pp. 287-303, esp. p. 298; G. Lewin, Die ersten fünfzig Jahre der Song-Dynastie in China, Berlín, 1973, pp. 260-262, con un apéndice en inglés.
3 M. Rodinson, Islam and Capitalism, Londres, 1974, pp. 58-68 (Islam y capitalismo, Siglo XXI, Madrid, 1973). Algunos investigadores soviéticos eran proclives a aceptar estas formulaciones. Ver algunos comentarios al respecto en Soviet Studies in History, IV, 4, 1966. S. P. Dunn, en The Fall and Rise of the Asiatic Mode of Production, Londres, 1982, esp. pp. 81-84, las ha contextualizado y ratificado. Poca gente ha afrontado el problema de la articulación de modos. Pueden encontrarse buenos ejemplos (y contrastados) en H. Islamoğlu y C. Keyder, «Agenda for Ottoman history», Review, I, 1, 1977, pp. 37-55, y en R. Milton, «Towns in English feudal society», Review, III, 1, 1979, pp. 3-20.
4 Sobre las variantes lógicas económicas: ver, por ejemplo, el análisis sustantivista de M. Sahlins, Stone Age Economics, Londres, 1974 (Economía de la Edad de Piedra, Akal Universitaria, Madrid, 1977); M. Godelier, Rationality and Irrationality in Economics, Londres, 1972, pp. 303-18 (Racionalidad e irracionalidad en economía, Siglo XXI, Madrid, 1967), o el tratamiento central en W. Kula, An Economic Theory of the Feudal System, Londres, 1976 (Teoría económica del sistema feudal, Siglo XXI, Madrid, 1976, 2.ª ed.). Sobre los modos sin explotación: que yo sepa, no existen categorizaciones completamente coherentes, a pesar del abundante tratamiento de aspectos parciales (nótese que el nomadismo no implica necesariamente que no haya explotación: ver la nota 9). Algunos útiles comentarios generales sobre la definición de los modos se pueden encontrar en la introducción de E. Hobsbawm a K. Marx, Pre-Capitalist Economic Formations, Londres, 1964 (Formaciones económicas precapitalistas, Ed. Crítica, Barcelona, 1979). Recalco la cuestión de las relaciones sociales de producción, a diferencia, por ejemplo, de G. A. Cohen, Karl Marx’s Theory. A Defence, Oxford, 1978, pp. 134-174 (La Teoría de la historia de Marx: una Defensa, Siglo XXI, Madrid, 1986). Las fuerzas productivas pueden ser bastante más variadas, pero hay, por supuesto, un condicionamiento mutuo y una interrelación entre ellas: ver p. 185 y siguientes. Para un planteamiento lapidario de la postura que defiendo, ver K. Marx, Capital, Londres, 1971, III, pp. 791-792.
5 B. Hindess y P. Q. Hirst, Pre-Capitalist Modes of Production, Londres, 1975 (Los modos de producción precapitalistas, Península, Barcelona, 1979). Ver las útiles críticas de A. Carandini, Archeologia e cultura materiale, 2.ª ed., Bari, 1979, pp. 354-375 (Arqueología y cultura material, Mitre, Barcelona, 1984); S. Cook, Journal of Peasant Studies, IV-4, 1976-7, pp. 360-389; T. Asad y H. Wolpe, Economy and Society, V, 1976, pp. 470-506. Su teoría del conocimiento es particularmente inaceptable para los historiadores. Casi resulta reconfortante pensar cómo debe irritarles la utilización que otros y yo hacemos de sus modelos.
6 Hindess y Hirst, Pre-Capitalis Modes of Production, pp. 221-255 (vale la pena notar que ambos tratan sobre la renta de manera extensa, pero excluyen explícitamente aquello que define al modo feudal –pp. 254-255). Mukhia, «Was there feudalism in Indian history?», pp. 273-280. Mukhia ha sido criticado por sus definiciones y éste las ha defendido en Compte rendu des scéances de la société du féodalisme, III-IV, 1979-80, pp. 59-60. La renta capitalista es diferente, por supuesto, ya que está determinada por el mercado. Cada vez más campesinos de todo el mundo van entrando en este sector. Ver el relato clásico en Marx, Capital, III, pp. 614-639 y 782-813.
7Anderson, Lineages of the Absolutis State, pp. 401-431. Este punto de vista es criticado por P. Q. Hirst, «The uniqueness of the West», Economy and Society, IV, 1975, pp. 446-475, esp. p. 462. Para la cuestión del feudalismo como feudos, etc., ver especialmente «Islamic feudalism», citado más adelante, notas 26, 39.
8Anderson, Lineages of the Absolutist State, pp. 421, 428-429 (y 348-360); Hindess y Hirst, Pre-Capitalist Modes of Production, pp. 13-15. Ver, sin embargo, la reseña de Asad y Wolpe en Economy and Society, v, 1976, pp. 501-505.
9 Ver algunos tratamientos recientes de la cuestión en la revista Iranian Studies. Empíricamente, A. K. S. Lambton, Landlord and Peasant in Persia, 2.ª ed., Oxford, 1969, pp. 140-144, 157-164, 283-294, es el punto de partida, junto con una considerable literatura antropológica. T. Asad, «Equality in nomadic social systmes? Notes towards the dissolution of an anthropological category», en Pastoral Production and Society, Cambridge, 1979, pp. 419-428, ataca el concepto del modo nómada como categoría independiente de manera bastante efectiva. Sobre los nómadas como conquistadores, ver el resumen y las referencias de P. Crone, Slaves on Horses, Cambridge, 1980, pp. 18-26, 215-223, y las advertencias contra el exceso de entusiasmo en la utilización de Ibn Khaldun en T. Asad, «Ideology, class, and the origin of the Islamic state», Economy and Society, IX, 1980, pp. 450-473, esp. pp. 456 y ss.
10 Su lógica económica es tratada de manera más explícita en Kula, An Economic Theory of the Feudal System, si bien algunas partes de su estudio están específicamente dedicadas al feudalismo polaco. Se puede encontrar una caracterización práctica en G. Bois, Crise du féodalisme, París, 1976, pp. 351-356.
11 El mejor análisis de la vasta bibliografía sobre este modo se puede encontrar en G. Sofri, Il modo de produziones asiatico, 2.ª ed., Turín, 1973, y en A. M. Bailey y J. Llobera (eds.), The Asiatic Mode of Production, Londres, 1981; Dunn, The Fall and Rise of the Asiatic Mode of Production, analiza y explica los planteamientos soviéticos. Ataques: Anderson, Lineages of the Absolutist State, pp. 484-495, 548-549; Hindess y Hirst, Pre-Capitalist Modes of Production, pp. 178-206, y muchas críticas empíricas. Sobre la «autarquía aldeana», R. Owen, «The Middle East in the 18th century», Review of Middle Eastern Studies, I, 1975, pp. 101-112, esp. pp. 109-110, es una referencia útil (cf. también Anderson, Lineages of the Absolutist State, pp. 489-490).
12 S. Amin, Unequal Development, Hassocks, 1976, pp. 13-58 (Sobre el desarrollo desigual de las formaciones sociales, Anagrama, Barcelona, 1974); cf. también S. Amin, «Modes of production and social formations», Ufahamu, IV-3, 1974, pp. 57-85. Curiosamente, el único tratamiento general del tributo que conozco (G. Ardant, Théorie sociologique de l’impot, 2 vols., París, 1965) resulta poco útil por la extensión que tiene (1.200 páginas).
13 Ver «La otra transición», en este volumen. Excluyo el modo de producción esclavista, prácticamente desaparecido durante el Bajo Imperio. Tengo dudas de que este modo hubiera existido durante la Antigüedad fuera del Mediterráneo.
14 No iré más atrás de la unificación. El período mongol Yuán (1263-1368) es un caso aparte. Un tratamiento bueno y breve, en términos tradicionales, de los ciclos, puede encontrarse en Wu Ta-k’un, «An interpretation of Chinese economic history», Past and Present, I, 1952, pp. 1-12.
15 Para este estado de la cuestión me he centrado en la historiografía sobre la dinastía Tang, sólidamente basada en tres generaciones de grandes historiadores japoneses a cuyos trabajos no he podido acceder. Una guía básica para la historia de los Sui y los Tang, en The Cambridge History of China, vol. 3 [CHC], D. C. Twitchett (ed.), Cambridge, 1979 (el volumen 4 tiene que ver con otros aspectos del período). Sobre la aristocracia, ver la introducción de Twitchett a la CHC (pp. 8-31); D. C. Twitchett, Land Tenure and the Social Order in T’ang and Sung China, Londres, 1962; ídem, «Chinese social history from the 7th to the 10th centuries», Past and Present, XXXV, 1966, pp. 28-53; ídem, «The composition of the T’ang ruling class», en A. F. Wright y D. C. Twitchett (eds.), Perspectives on the T’ang, New Haven, 1973, pp. 47-85; P. B. Ebrey, The Aristocratic Families of Early Imperial China, Cambridge, 1978; y el repaso general sobre economía más antiguo en H. Maspéro, «Les régimes fonciers en Chine», Recueils de la société Jean Bodin, II (2.ª ed.), 1959, pp. 275-323.
16 Sobre el cambio de la dinastía Sung y el declive de la vieja aristocracia, ver Ebrey, Aristocratic Families, pp. 87-119 (para el Po-ling Ts’ui); D. Johnson, «The last years of a great clan», Harvard Journal of Asiatic Studies, XXXVII, 1977, pp. 50-102 (para el Chaochun Li); ambos autores insisten en los cambio ideológicos más de lo que yo haría. Para el período posterior al Sung: W. Eberhard, History of China, 4ª ed., Londres, 1977, pp. 205-216, para una introducción; y especialmente, H. J. Beattie, Land and Lineage in China, Cambriege, 1979, sobre T’ung-Ch’eng, contra Chang Chung-li, The Income of the Chinese Gentry, Seattle, 1962.
17 El libro básico sobre la fiscalidad Tang es el de D. C. Twitchett, Financial Administration under The T’ang Dynasty, 2.ª ed., Cambridge, 1970. Sobre el esqueleto del estado Tang temprano, ibíd., pp. 11, 104-106, 229-230; CHC, pp. 12 y ss.; 203-210 –aunque los Sui estuvieron lo suficientemente organizados como para acabar el Gran Canal a base de corveas en las décadas precedentes (pp. 134-138). Nótese, además, que los Han y los que precedieron a la unificación consideraron el diez por ciento como un mínimo de la exigencia fiscal, y un veinte por ciento como el porcentaje habitual. La tasa oficial de explotación y el poder del Estado no fueron necesariamente de la mano. Ver, con precauciones, Hsu Choyun, Ancient China in Transition, Stanford, 1965, pp. 108-113. Sobre la fiscalidad oficial baja en época Ming, ver Beattie, Land and Lineage in China, pp. 56-87 (cf. pp. 135-137), y R. Huang, Taxation and Government Finance in 16th Century Ming China, Cambridge, 1974, especialmente pp. 182-188. Los funcionarios cobraban frecuentemente porcentajes más elevados, sin embargo. Los impuestos podrían haber sido incluso más bajos: ver D. H. Perkins, Agricultural Development in China 1368-1968, Edimburgo, 1969, pp. 175-178. Sobre la negociación del gobierno ver, por ejemplo, Beattie, Land and Lineage in China, pp. 67-80; para los Tang, D. C. Twitchett, «Varied patterns of provincial autonomy in the T’ang Dynasty», en J. C. Perry y B. L. Smith (eds.), Essays on T’ang Society, Leiden, 1976, pp. 90-109; sobre la escasez de personal de la burocracia Sung y la dependencia de las elites locales para mantener el orden, ver B. E. McKnight, Village and Bureaucracy in Southern Sung China, Chicago, 1971, especialmente pp. 3-10, 183-185.
18 Donde mejor se plantea esta problemática es en M. Elvin, The Pattern of the Chinese Past, Londres, 1973, pp. 17-110. Cf. también Perkins, Agricultural Development in China, pp. 169-182.
19 Sobre las cifras correspondientes al último siglo, Perkins, Agricultural Development in China, pp. 5-110, y Chang Chung-li, The Income of the Chinese Gentry, pp. 144-145. Debo advertir que la contraposición que hago entre norte y sur es una generalización excesiva; hubo muchas excepciones. Sobre los estados del Yang-Tsê, Lewin, Song-Dynastie, pp. 66-150; Elvin, The Pattern of the Chinese Past, pp. 69-83; Beattie, Land and Lineage in China, passim. Sobre la continua capacidad fiscal del estado, ver CHC, pp. 514-522 (C. A. Peterson sobre el gobierno provincial circa 750-880); Wang Gungwu, The Structure of Power in North China During the Five Dynasties, Kuala Lumpur, 1963; y el francamente horrible trabajo de E. H. Schafer sobre Fukien en el siglo X, The Empire of Min, Tokio, 1954. Las dos últimas obras muestran la fiscalidad estatal y provincial, más que analizar cómo esta fiscalidad perduró.
20 Sobre los Toba (Wei del Norte) y otras dinastías norteñas, Ebrey, Aristocratic Families, pp. 17-20, 24-29; Elvin, The Pattern of the Chinese Past, pp. 34-61. Sobre las Cinco Dinastías, Wang Gungwu, Structure of Power, passim; Twitchett, «The composition of the T’ang ruling class», p. 79; Eberhard, History of China, pp. 195-204, elaborado a partir de su idiosincrásico Conquerors and Rulers, Leiden, 1952.
21 CHC (es decir, R. M. Somers) es de poca utilidad en el caso de las revueltas de los años 870-880 (por ejemplo, p. 237): no se trataba de campesinos rebeldes, sino de bandidos (cf. Eberhard, Conquerors and Rulers, pp. 54-64). Es inconcebible esperar que hubiera existido una conciencia social propia del siglo XX en el siglo IX (cf. E. J. Hobsbawm, Bandits, 2.ª ed., Londres, 1972. Bandidos, Ariel, Barcelona, 1976). Es posible que estos campesinos hubieran aterrorizado a todo el mundo, pero en cualquier caso está claro que mataron a muchos señores. Esta es una de las cuestiones en las que la ausencia de historiadores chinos en la CHC resulta particularmente obvia.
22 Vietnam sigue esta pauta también, de acuerdo con Le Tranh Khoi, «Contribution à l’étude du mode de production asiatique: le Viêt Nam ancien», Studi Storici, XIII, 1972, pp. 231-248.
23 Las fechas son aproximadas. Seguiré en adelante la trascripción y la terminología árabes, para mayor consistencia, en lugar de las respectivas variantes persa, turca o mogol, siempre que no resulte ridículo (se han eliminado, sin embargo, la mayor parte de los diacríticos en la transliteración).
24 Sobre Nizam al-Mulk, J. Aubin, «L’aristocratie urbaine dans l’Iran seldjukide: l’exemple de Sabzavar», Mélanges R. Crozet, 2 vols., Poitiers, 1966, pp. 323-332. Sobre las elites militares, ver, por ejemplo, Crone, Slaves on Horses, especialmente pp. 82-89; M. A. Shaban, Islamic History: a New Interpretation, 2, Cambridge, 1976 (Historia del Islam, 2 vols., Guadarrama, Madrid, 1976-1980).
25 Sobre la tributación, ver F. Lokkegard, Islamic Taxation in the Classic Period, Copenhague, 1950, pp. 168-172, para la continuidad de los dihqan. Sobre los dihqan, etc., bajo los sasánidas: A. Christensen, L’Iran sous les Sassanides, 2.ª ed., Copenhague, 1944, pp. 111-113; N. Pigulevskaja, Les villes de l’état iranien, París, 1963, pp. 133-158; A. K. S. Lambton, en Encyclopaedia of Islam, (EI2), Leiden, 1960, s.v. Sobre la complejidad de la conquista árabe: D. C. Dennet, Conversion and the Poll Tax in Early Islam, Cambridge, Mass, 1950; M. A. Shaban, The ‘Abbasid Revolution, Cambridge, 1970, pp. 5, 19-21, 96-97, 129-130; cf. Asad, «Ideology, class, and the origin of the Islamic state», pp. 464-467. Sobre la qati’a: C. Cahen, «L’évolution de l’iqtac du IXe au XIIIe siècle”, Annales E.S.C., VIII, 1953, pp. 25-52, pp. 26-28. Sobre las pautas de posesión de la tierra después de la conquista: C. Cahen, «Fiscalité, proprieté, antagonismes sociaux en haute-Mesopotamie», Arabica, I, 1954, pp. 136-152; A. S. K. Lambton, «An account of the Târîkhi Qumm», Bulletin of the School of Oriental and African Studies, XII, 1947-8, pp. 586-596, una referencia que debo a Martin Hinds. H. Kennedy, «Central government and provincial élites in the early ‘Abbasid caliphate», Bulletin of the School of Oriental and African Studies, XLIV, 1981, pp. 26-38, que tuve ocasión de leer en la fase final de preparación de este artículo, y en el que se tratan, de la manera más completa que he visto, las complejidades del poder estatal anterior al siglo X.
26 Cahen, «L’évolution de l’iqtac», es aún la piedra de toque después de cincuenta años. Ver también ídem, EI2, s.v.; Lambton, Landlord and Peasant in Persia, pp. 31-76, y passim; ídem, «The evolution of the iqtac in medieval Iran», Iran, v, 1967, pp. 41-50; A. N. Poliak, «La féodalité islamique», Revue des études islamiques, X, 1936, pp. 247-265, entre muchos estudios generales. Emplearé iqtac en singular y en plural, y haré lo mismo con otras palabras árabes.
27 Egipto es la excepción. Aquí, el Estado ayúbida y mameluco de finales del XII en adelante mantuvo el carácter fiscal de la iqtac (Cahen, «L’évolution de l’iqtac», pp. 45-48; H. Rabie, The Financial System of Egypt 1167-1341, Londres, 1972). Egipto, totalmente llano, es relativamente fácil de controlar políticamente. Las posesiones del Estado fueron abundantes.
28 Cahen, «L’évolution de l’iqtac», pp. 50-51. También había impuestos sobre el comercio que el Estado pudo retener mejor. Las elites de muqtac fueron de hecho constantemente reemplazadas a medida que los estados recobraban el poder o eran derribados por otros (cf. n. 32). Esto no sucedió porque las iqtac fueran legalmente precarias, que lo eran –como los feudos europeos, después de todo–, sino porque los estados podían obtener (i. e. pagar) una fuerza armada suficiente para hacerlo. Esto es una manifestación del poder del Estado, no su causa. Hay que recordar, de todas maneras, que el movimiento de los individuos de las familias aristocráticas en Europa occidental fue casi tan habitual como el de estas elites, sin que ello supusiera una amenaza para el dominio feudal global.
29 Aubin, «L’aristocratie urbaine», en C. E. Bosworth, The Ghaznavids, 2.ª ed., Beirut, 1973, pp. 163-200 (los gaznavíes no emplearon la iqtac ); R. W. Bulliet, The Patricians of Nishapur, Cambridge, Mass, 1972 –cf. la reseña de R. P. Mottahadeh, Journal of the American Oriental Society, XCV, 1975, pp. 491-495; Mottahadeh sobre Qazvin y Bulliet sobre Nishapur en D. S. Richards (ed.), Islamic Civilisation 900-1150, Oxford, 1973, pp. 33-45, 71-91; el estado de la cuestión más pulcro en R. W. Bulliet, «Local politics in eastern Iran under the Ghaznavids and Seljuks», Iranian Studies, XI, 1978, pp. 35-56. Cf. también Kennedy, «Central government and provincial elites», para el período anterior. Nótese que en el Estado mameluco tardío, en el que la posesión de tierras estaba en manos de los muqtac, hombres de estado (y sometidos a un control central considerable), las ciudades fueron mucho menos independientes y estuvieron fuertemente sujetas a un patronazgo local del Estado (el emir). Ver I. M. Lapidus, Muslim Cities in the Later Middle Ages, Cambridge, Mass, 1967.
30 R. P. Mottahadeh, Loyalty and Leadership in an Early Islamic Society, Princeton, 1980, es el único análisis sistemático del Estado buyida vis-à-vis la sociedad civil, casi por completo desde el punto de vista de la ideología. Mottahadeh afirma que la gente necesitaba al Estado (pp. 175-190), contrariamente, por ejemplo, a las implicaciones de algunos trabajos de Bulliet. También destaca la informalidad de muchas de las estructuras del poder local (pp. 123-174). Tengo la sospecha de que Mottahadeh puede haber estado demasiado influido por el trabajo de Lapidus, que trata de una estructura socio-política bastante diferente (ver n. 30). Sobre los paralelos posteriores del Estado como intermediario, ver E. Abrahamian, «Oriental despotism: the case of Qajar Iran», International Journal of Middle East Studies, V, 1974, pp. 3-31.
31 Las conquistas continuas provenientes de la estepa y los desiertos, aunque inconstantes, ayudaron periódicamente a restablecer el Estado en Oriente Medio, especialmente en Irán, y a socavar la independencia de los señores. Los desiertos estaban cerrados después de todo (al contrario de lo que sucedía en Europa occidental). Una posición extrema es la de Ibn Jaldún, que vivió en el norte de África durante el siglo XIV, y quien afirmó de plano que la posesión de tierras no tenía ningún valor sin la protección del Estado (The Muqaddimah, trad. F. Rosenthal, 3 vols., Londres, 1958, II, p. 283-286= Lib. IV, pp. 15-16; Introducción a la historia universal. Al-Muqaddimah, FCE, México, 1977). Pero hay que tener en cuenta que el norte de África estuvo particularmente expuesto a las presiones de los nómadas –toda la teoría de la historia de Ibn Jaldún está basada en este hecho.
32 R. M. Adams, Land Behind Baghdad, Chicago, 1965, pp. 101-102; I. P. Petrushevsky, «The socio-economic condition of Iran under the Îl-Khâns», en J. A. Boyle (ed.), Cambridge History of Iran Cambridge, 1968, pp. 483-537, esp. pp. 525-526. Este último es el análisis básico sobre el campesinado; un artículo maravilloso, un extracto de su libro, escrito en ruso, Zemledeliye i agrarnyye otnošeniya v Irane XIII-XIV vv., Moscú, 1960; cf. también F. Nomani, «Notes on the origins and development of the extra-economic obligations of peasants in Iran, 300-1600», Iranian Studies, IX, 1976, pp. 121-141; ídem, «Notes on the economic obligations of peasants in Iran, 300-1600», Iranian Studies, X, 1977, pp. 62-83. Los campesinos estaban ligados, pero eran libres; no había otros controles feudales sobre ellos –no había servicios de trabajo en las tierras del señor; todo el trabajo forzado era para el Estado. No hay estadísticas generales en el caso de Irán hasta el siglo XX. Lambton, Landlord and Peasant in Persia, p. 266.
33 Ver O. Turan, «Le droit terrien sous les seldjoukides de Turquie», Revue des études islamiques, XVI, 1948, pp. 25-49; C. Cahen, «Le régime de la terre et l’occupation turque en Anatolie», Cahiers d’histoire mondiale, II, 1954, pp. 566-580; ídem, Pre-Ottoman Turkey, Londres, 1968, pp. 173-189; I. Beldiceanu-Steinherr, «Fiscalité et formes de possession de la terre arable dans l’Anatolie préottomane», Journal of the Economic and Social History of the Orient, XIX, 1976, pp. 233-322.
34 Contra Anderson, Lineages of the Absolutist State, pp. 424-426; 497-499; 522, para quien las estrictas formas legales romanas de la propiedad, en contraste con la vaguedad de las feudales, islámicas o chinas, son una causa del desarrollo capitalista. Los otomanos habrían incurrido como nadie en esta vaguedad (cf. ibíd., pp. 387-388) –y, en efecto, los representantes europeos del XIX se afanaron en introducir la propiedad privada en el imperio turco. Pero tanto la expropiación de los rivales como su contrario, la seguridad de la propiedad, dependen menos de los derechos legales que del poder –que se lo pregunten si no a un propietario rural ruso de después de 1917. Existen límites en el ejercicio del poder por parte de los gobernantes, pero éstos apenas son fijados por el sistema legal. Cf. también n.º 40.
35 H. Inalcik, The Ottoman Empire, Londres, 1973, p. 110. El resto eran waqf, bienes piadosos destinados a propósitos religiosos e incorporados por la ley islámica, si bien en la práctica generaban a su alrededor la concentración de linajes de las familias aristocráticas que los controlaban (como las obras piadosas de los linajes chinos o los monasterios propietarios de Occidente). Esto, al menos, era feudal; pero los waqf fueron minoritarios en el conjunto de las posesiones de tierras en época otomana, incluso después de la expansión del siglo XVIII. Fueron relativamente numerosos en los Balcanes, y se convirtieron, en cierta medida, en la base de la supervivencia de posesores étnicos (D. A. Zakythinos, The Making of Modern Greece, Oxford, 1976, pp. 38-42, p. 110-114; V. Demetriades, «Problems of landowning and population in the area of Gazi Evrenos Bey’s Waqf», Balkan Studies, XXII, 1981, pp. 43-57. Debo estas referencias a A. A. M. Bryer. No obstante, ver la nota de advertencia de Anderson en Lineages of the Absolutis State, p. 386).
36 Se ha mantenido la forma plural de sipahi, timar, etc., adoptada por el autor (N. del T.).
37 El análisis más cercano al mío es el de Islamoğlu y Keyder, «Agenda for Ottoman history», quienes además insisten en la ideología y el comercio, temas que yo ignoro. Consideran «asiáticos» a los otomanos, de la misma manera que el más peculiar S. Divitçioğlu, «Modèle économique de la société ottomane», La Pensée, CXLIV, 1969, pp. 41-60. Sobre la evolución social: Inalcik, The Ottoman Empire, pp. 104-118; H. A. R. Gibb y H. Bowen, Islamic Society and the West, Oxford, 1950, I.1, pp. 235-375; N. Beldiceanu, «Le timar dans l’état ottoman», en Structures féodales et féodalismedans l’occident méditerranéen, Roma, 1980, pp. 743-753; H: Inalcik, «Centralisation and decentralisation in Ottoman administration», en T. Naff y R. Owen (eds.), Studies in 18th Century Islamic History, Carbondale, 1977, pp. 27-52. Artículos sobre los acyan: Derebey, Kara, cOthman-oghli, en EI2, s. v. v.; R. Owen, The Middle East in the World Economy 1800-1914, Londres, 1981, pp. 10-44, 58-64; K. H. Karpat, «The land regime, social structure and modernisation in the Ottoman empire», en W. R. Polk y R. L. Chambers (eds.), The Beginnings of Modernisation in the Middle East, Chicago, 1968, pp. 69-90.
38 A. Hourani, «Ottoman reform and the politics of notables», en Polk y Chambers, The Beginnings of Modernisation, pp. 41-68. Inalcik también destaca que, en los siglos precedentes, los acyan eran eventuales –cuando ocupaban cargos oficiales, dejaban de ser acyan. Inalcik, «Centralisation and decentralisation in Ottoman administration», p. 32. Cf. También Owen, The Middle East in the World Economy, passim, para el caso de los contrastes en Egipto.
39 Tengo que admitir que este análisis es cuestionado. Utilizo a Lambton, Landlord and Peasant in Persia, pp. 105-177; ídem, «Tribal resurgence and the decline of the bureaucracy in the eighteenth century», en Naff y Owen, Studies in 18th Century Islamic History, pp. 108-129; Abrahamian, «Oriental despotism: the case of Qajar Iran»; el estudio local de M.-J. DelVecchio Good, «Social hierarchy in provincial Iran: the case of Qajar Maragheh», Iranian Studies, X, 1977, pp. 129-163; y, para problemas similares a los de los safávidas del XVI, J. Aubin, «Études safavides I. Šah Ismacil et les notables de l’Irak persan», Journal of the Economic and Social History of the Orient, II, 1959, pp. 37-81. En contra, existen los análisis antifeudales, con enfoques variados, de A. Ashraf, «Historical obstacles to the development of a bourgeoisie in Iran», en M. A. Cook (ed.), Studies in the Economic History of the Middle East, Londres, 1970, pp. 308-332, y M. A. H. Katouzian, The Political Economy of Modern Iran, Londres, 1981, pp. 7-26, alguien de la escuela de los que proponen de manera extrema que «toda la propiedad es precaria» (¿y por qué tanta gente de la que estudia cualquier parte de Asia insiste machaconamente en el hecho de que la partición de las herencias inhibió el surgimiento de aristocracias?) –ver «La otra transición», p. 15, en este volumen. Tal hecho no detuvo a nadie en la Europa occidental durante la Alta Edad Media. Debo muchas revelaciones sobre Irán, así como ciertas referencias de las notas 37-39, a las conversaciones que he tenido con Joanna de Groot.
40 Cf. Elvin, The Pattern of the Chinese Past, y Anderson, Lineages of the Absolutist State, pp. 520-546, para el caso de China, y las cuestiones planteadas por Hirst, «The uniqueness of the West», pp. 452-453. El feudalismo no produjo el capitalismo; produjo el capitalismo primero. Pero el dominio del modo feudal se prolongó durante al menos un milenio; que el tributario lo haya sido durante dos milenios o más no parece probar que fuera estático en un sentido absoluto (esperemos que estas escalas de tiempo no sean el reflejo de una desconocida ley de la economía aplicable al dominio de todos los modos).
41 Dunn, The Fall and Rise of the Asiatic Mode of Production, especialmente pp. 20-22, para la advertencia contra esta tendencia hecha por Kovalev ya en 1931; Petrushevsky, «The socio-economic condiiton of Iran», pp. 514-515, 536-537; Amin, Unequal Development, pp. 15-16; E. Patlagean, «“Économie paysanne” et “féodalité byzantine”», Annales E. S. C., XXX, 1975, pp. 1371-1396. Cf. Hindess y Hirst, Pre-Capitalist Modes of Production, pp. 223-225, quienes consideran esta equivalencia, pero muestran que es diferente a su modo feudal. E. R. Wolf (Europe and the Peoples without History, Berkeley, 1982, pp. 79-88) considera las diferencias entre sistemas estatales centralizados y descentralizados, pero las subsume con demasiada facilidad en un único modo tributario que cubriría Europa, Asia y buena parte del resto del mundo. Sin embargo, su análisis es altamente sofisticado y sólido en lo que respecta al comercio, tema que yo he dejado de lado en este artículo.
42 Como lo fueron los estados absolutistas en Occidente a principios de la época moderna. Ver la nítida síntesis de Anderson, Lineages of the Absolutist State, pp. 15-59. Por supuesto, estos estados establecieron tributos, tal como hicieron muchos estados feudales desde la Inglaterra sajona tardía y las ciudades de Italia en adelante. Esta fiscalidad es considerada generalmente como una versión concentrada de la renta feudal, y nadie duda del dominio general del modo feudal en estas sociedades. Por eso me parece inevitable que algunas de mis reflexiones sean relevantes en este aspecto.
43 Ver Cohen, Karl Marx’s Theory of History, pp. 28-62, para la definición más clara de las fuerzas productivas.
44 Sobre los análisis contemporáneos de este hecho, Adams, Land Behind Baghdad, pp. 71-89, especialmente pp. 87-89.
45 Hindess y Hirst, Pre-Capitalist Modes of Production, pp. 193-200; cf. ídem, Modes of Production and Social Formations, Londres, 1977, y la reseña de Asad y Wolpe en Economy and Society, V, 1976, pp. 482-484. Un buen tratamiento de la absorción y la explotación de relaciones anteriores a las clases en el caso de los incas en M. Godelier, Perspectives in Marxist Anthropology, Cambridge, 1977, pp. 63-69 –dejando a parte la discutible categorización empírica que Godelier hace de los incas.
46 R. H. Hilton, Bond Men Made Free, Londres, 1973, passim; R. Brenner, «Agrarian class structure and economic development in pre-industrial Europe», Past and Present, LXX, 1976, pp. 30-75; cf. Hindess y Hirst, Pre-Capitalist Modes of Production, pp. 233-255.
47 Ver Kula, An Economic Theory of the Feudal System. Los señores feudales fueron más receptivos a las fuerzas del mercado que los estados tributarios. También fueron menos capaces de controlar y englobar ideológicamente a mercaderes y artesanos.
48 Hindess y Hirst, Pre-Capitalist Modes of Production, pp. 106-108; ver el capítulo «La otra transición», en este volumen, para todo lo que sigue a continuación.