Читать книгу Las formas del feudalismo - Chris Wickham - Страница 9
ОглавлениеNo podemos proseguir estos temas aquí, pero debe destacarse que es muy fácil equivocarse al ver todos estos procesos como teleológicos, si se considera el feudalismo militar «completamente formado» y los señoríos como el resultado lógico e inevitable de las relaciones económicas basadas en la propiedad privada (con la usual adición de la supuesta similitud en la estructura de dos relaciones de dependencia distintas, vasallaje y servidumbre). Creo que incluso Bloch pensaba esto, y Anderson cae en la trampa cuando identifica el norte de Francia como el centro de la «síntesis ponderada», que «generó el feudalismo más rápida y completamente y le proporcionó su forma clásica».32 «Clásica» o no, la experiencia del norte de Francia estuvo lejos de ser universal. Los italianos, que vieron que su Estado «nacional» se desvanecía, incluso más rápidamente que el francés, en un mundo de lealtades privadas, mantuvieron su ideología pública en las ciudades hasta su florecimiento en el período comunal. Y aunque es muy probable, como apuntaba Jan Dhondt, que el modo feudal no pudiera soportar a la larga una unidad política tan extensa geográficamente como el Imperio carolingio, ciertamente no era necesaria la extinción de todo poder político; Normandía y la Inglaterra normanda, tan «feudovasalláticas» como cualquier otra sociedad, muestran un poder político no disminuido, que ciertamente tiene raíces carolingias (y anglosajonas), aunque los modos de expresión hubiesen cambiado. Sin embargo, el punto que prefiero destacar es diferente. Cada una de las numerosas unidades políticas diminutas del período poscarolingio tuvo un equilibrio diferente de ideología y poder –público o privado, romanocarolingio o contractual, centralizado o señorializado–, y hay que explicar cada una; pero en último término, las diferencias entre ellas, e incluso entre ellas y cualquiera de los otros sistemas de la Europa medieval cristiana occidental, son una cuestión de superestructura. Según las definiciones utilizadas en este artículo, todas eran feudales, pues todas se basaban en la política y la economía de la posesión de tierra, expresada en sus diferentes formas.33
Es posible, incluso probable, que el principal grupo social que se benefició de la caída del Estado romano y de la transición a la sociedad feudal fuera el campesinado. No fue, de ninguna manera, la aristocracia romana; los nuevos estados germánicos tenían sus propias aristocracias étnicas. Algunas familias romanas cambiaron sus nombres y comenzaron a mandar ejércitos –es decir, se hicieron germanas; pero la mayoría quedaron políticamente marginadas, con la notable excepción de las del sur de Francia, seguramente el área menos germanizada dentro de los estados-sucesores, en la que las aristocracias romanas mantuvieron su hegemonía durante muchos siglos. El fin del Estado romano se hallaba en los intereses a largo plazo de la aristocracia como clase; pero no siempre en los intereses individuales de las familias implicadas en su desintegración. Sin embargo, el campesinado estaría, casi con seguridad, mucho mejor; los mecanismos de extracción del excedente fueron en los siglos VII y VIII menos eficientes de lo que lo habían sido en el siglo IV. La percepción de la renta en el Imperio estaba condicionada por el hecho de que el impuesto se llevaba gran parte del excedente: la aristocracia necesitaba tiempo para alcanzar las posibilidades originadas por la ausencia del impuesto. Esta afirmación, hay que decirlo, es totalmente especulativa; pero nos llevaría mucho tiempo explicar la aparente pobreza de la aristocracia altomedieval –e incluso, a veces, de los reyes. El pueblo construía edificios más pequeños y más toscos, vestía ropas más sencillas, compraba muy pocos artículos de lujo de Oriente. No creo que esto pueda explicarse, como se hace a menudo, por la idea de que los campesinos producían excedentes menores que bajo el Imperio; no ha existido nunca mecanismo económico o social que pueda explicar por qué los cambios políticos pueden producir una caída productiva permanente por parte de un campesinado basado en la subsistencia. Lo que debió de suceder es que los campesinos conservaron más para ellos mismos. Y la no insignificante clase de propietarios campesinos, que había sobrevivido a las guerras y al patrocinio del siglo V, se encontró con que se le exigía muy poco excedente; a cambio de ello, los francos y los visigodos, al menos, esperaban que sirvieran en sus ejércitos. Tales campesinos sobrevivieron junto a, o a menudo entre, los tenentes de los dominios feudales de los siglos VI al VIII. Puede que solo en el período carolingio –de hecho un período de amplia afirmación del poder aristocrático, junto a un debilitamiento del cometido campesino en el ejército, que era la defensa política más fuerte de aquel– se diera el paso principal en la extensión de las relaciones sociales feudales a casi todo el mundo en la sociedad, con el sometimiento a gran escala y la expropiación de los campesinos por la aristocracia.34
Fue también en el período carolingio cuando la mayor parte de Europa asistió a un importante debilitamiento de lo que aún quedaba del antiguo concepto de esclavitud. La problemática de la transición de la esclavitud a la servidumbre dominical mediante la práctica de las prestaciones de trabajo, se ha visto tradicionalmente como una característica básica del origen del modo feudal; como ya debería estar claro a estas alturas, me parece que es marginal. El modo feudal englobó a todos los tenentes altomedievales, libres o no libres, pagasen renta o hiciesen prestaciones de trabajo (lo que es en realidad simplemente una forma de renta, aunque estuviese más bajo el control del gran propietario que en el caso de la renta en especie o en dinero). Pero, de hecho, la idea de la prestación de trabajo como institución semiservil a medio camino entre la explotación esclavista y el pago de renta feudal no es, está claro, ni siquiera empíricamente válida. Su lógica histórica tiene una cierta belleza inexorable; desafortunadamente, no sucedió así. Cuando los romanos abandonaron el modo esclavista, pasaron directamente a los tenentes que pagaban renta. (Las alusiones a las corveas se refieren a obligaciones triviales, y limitadas a África: quizá fueran versiones de las corveas públicas requeridas por el Estado.) Solamente un texto temprano hace referencia a fuertes prestaciones de trabajo, un papiro de Padua de mediados del siglo VI; la prestación de trabajo pervivió en zonas del norte de Italia hasta el siglo X, y desde aquí, o de cualquier otro modo, pasó a zonas del sur de Germania a principios del siglo VIII y al norte de Francia, patria del clásico «sistema dominical» bipartito de los polípticos, a finales del siglo VIII y comienzos del IX. En otras partes, durante todo el período altomedieval las prestaciones de trabajo eran raras y generalmente insignificantes, como han demostrado una serie de recientes estudios sobre el sur de Francia. Por entonces, había de nuevo muchos esclavos en la tierra, gracias a las guerras de los siglos V y VI, pero la mayor parte de ellos eran simplemente tenentes y tampoco debían realizar prestaciones de trabajo. Sólo queda por resolver en este contexto un problema principal del análisis: el hecho de que la división binaria entre reserva y tenencias parece que es anterior a las prestaciones de trabajo. Se dice que las villas merovingias de los siglos VI y VII tenían reservas cultivadas directamente por esclavos, independientemente de los tenentes libres que pagaban renta. (También hubo dominios en el noroeste de España en el siglo X.) Estas reservas pudieron representar incluso una débil supervivencia del modo esclavista, englobada en las relaciones características del feudalismo. De manera creciente, sin embargo, parece que se ha exagerado el tamaño y a veces incluso la existencia de estas reservas; las que no eran suficientemente pequeñas como para ser cultivadas por unas pocas familias de esclavos como una especie de «granja familiar», pudieron haber estado divididas en realidad con frecuencia en tenencias serviles. En las áreas, sobre todo en el sur de Europa, donde la prestación de trabajo fue rara o desconocida, el estatus de esclavo era ya sólo una categoría legal, si bien comportaba rentas más pesadas; en el período carolingio fue innecesaria, y desapareció durante los siglos IX y X. En zonas donde la prestación de trabajo fue importante, principalmente en el norte (aunque incluyendo la llanura del Po), el variable concepto de «dependencia servil» pasó a tener alguna relación con la prestación de trabajo, y el principio de que los siervos eran legalmente no libres perduró tanto como las prestaciones de trabajo, a veces hasta finales de la Edad Media (en Inglaterra), o mucho más (en Europa oriental). Es esto lo que ha llevado a la identificación tradicional de los dos tipos por parte de los historiadores; pero la servidumbre es un rasgo nuevo y no puede ser vista antes del siglo IX aproximadamente. Los tenentes de la Alta Edad Media en realidad debieron descender con más frecuencia de los coloni tardorromanos y de los campesinos libres que de los esclavos.35
Sin embargo, el sistema dominical no es del todo irrelevante en lo referente a este artículo. El sistema, en su primera gran época en los monasterios del Imperio carolingio, fue el signo más claro de que las clases no productivas de Europa estaban empezando a descubrir de nuevo cómo extraer todo el excedente del campesinado. El despegue comercial de los artículos de lujo del siglo IX, reforzado desde el siglo X en adelante, podría verse como uno de sus resultados. Estamos entrando en el período de «crecimiento» que marca la «primera edad feudal» –un período de crecimiento que en tanto que se expresaba en consumo de artículos de lujo, con frecuencia se consiguió sobre todo a expensas del campesinado.36
IV
Los detalles de la historia particular de las diferentes partes del Imperio difieren, naturalmente, de estos modelos, formulados sobre todo en el contexto del desarrollo de Francia e Italia. No podemos fijarnos en todas. Sin embargo, Bizancio presenta algunos contrastes muy instructivos en su evolución, y acabaré señalando algunos de ellos. Como hemos visto, los siglos IV y V vieron el crecimiento de la oposición estructural entre Estado y grandes propietarios tanto en Oriente como en Occidente; lo que sabemos de Egipto en el siglo VI también indica considerables avances de los grandes propietarios en una de las más firmes reservas de campesinado independiente en el Imperio. Pero el Estado no cayó. Ni cayó tampoco en el equivalente oriental de las invasiones bárbaras, la ocupación de Siria y Egipto por los árabes y de los Balcanes por los eslavos. ¿Por qué no?
El primer problema con el que tenemos que enfrentarnos al compararlo con Occidente es si las dos historias son comparables en sentido estricto. El siglo V vio la invasión de cada parte de Occidente; el siglo VII en Oriente dejó al menos a los bizantinos Anatolia y el Egeo. Pero, como ya se ha señalado, la cuestión sobre los estados germánicos no es que reemplazaran al Imperio de Occidente, sino que a la larga fracasaron en la reproducción del poder del Estado de sus predecesores romanos. El Estado perceptor de tributos continuó en Oriente, tanto en la parte bizantina como en la árabe del antiguo Imperio unitario. No sólo esto, sino que los siglos VII y VIII en Bizancio parecen mostrar un eclipse del poder aristocrático. El Estado protegía a los generales y a sus ejércitos, a expensas de las aristocracias civiles locales; estas últimas perdieron así su papel independiente en beneficio de los nuevos subordinados del Estado, que eran en principio más seguros, y de hecho más útiles. Las antiguas familias nobles desaparecen de nuestras fuentes; hasta los siglos IX y X (o más probablemente, las nuevas familias militares terratenientes) no aparecen de nuevo en los textos minando el apacible funcionamiento de los mecanismos de gobierno. En la lucha por el poder entre el Estado y la aristocracia en el momento de crisis, quien perdió fue la aristocracia.
Como se ha argumentado antes, la aristocracia bizantina quizá no fue tan fuerte como su equivalente occidental, y esto debe ser una razón de su fracaso. Algunos de sus miembros más ricos estaban en Egipto, que habían ocupado los árabes, y los árabes mantuvieron la fuerza política y financiera, con un Estado mayor que el de los romanos en su momento culminante, para dominarlos. La pequeña nobleza, por otro lado, habría encontrado un centro de poder en las jerarquías del Estado y en los alicientes de la carrera burocrática en Constantinopla, que sobrepasaban con frecuencia a los de la posesión de tierra. El campesinado, con una organización colectiva y una identidad más fuertes que las existentes en gran parte de Occidente, a menudo resistió largo tiempo los intentos de la aristocracia por convertirse en sus señores, por mucho que les estuvieran agradecidos por protegerles contra la fiscalidad. Todas estas diferencias, esencialmente diferencias de grado, ayudaron al Estado a mantener su fuerza en el momento de crisis. Y también influyó la naturaleza de la crisis; persas y árabes eran conquistadores militares exteriores, reales o potenciales, no alternativas interiores, que sedujesen por su desorganización, como los primeros reinos germanos. Las guerras duraron largo tiempo, pero los períodos de conquista real a principios del siglo VII fueron relativamente cortos. A pocos civiles se les dio la oportunidad de explotar la situación: en lugar de ellos, lo hizo el Estado. De hecho, esta capacidad esencialmente política de explotar la situación en su propio beneficio fue la razón más evidente para la supervivencia del Estado bizantino en Oriente. La militarización del Estado no condujo inicialmente a la descentralización, puesto que el ejército necesitó un tiempo para conseguir tierras, reemplazando o casándose con la aristocracia civil políticamente marginada; y estas tierras estaban aún efectivamente gravadas. Así, el ejército se renovó, pero el peso financiero del Estado no disminuyó en absoluto. Este golpe muestra mejor que ninguna otra cosa cómo la época de las guerras, primero en Occidente y después en Oriente, no representó necesariamente un punto de inflexión decisivo, sino sólo la posibilidad de un punto de inflexión decisivo, en la balanza de los modos de producción. En Occidente el equilibrio cambió; en Oriente, no. En efecto, el fracaso del feudalismo en el siglo VII en Oriente detuvo su desarrollo durante muchos siglos. Sólo quizá en el siglo XII (y aún más después de la conquista de Constantinopla en 1204) comenzó realmente a reemplazar al Estado perceptor de tributos como modo dominante en la sociedad bizantina; sin embargo, fue un desarrollo lento y encubierto por la vasta y organizada estructura ideológica del sistema imperial bizantino.37
Es evidente a partir de esta breve caracterización que el Imperio bizantino logró preservar el predominio del modo antiguo, a pesar de la existencia continuada del modo feudal, hasta bastante después del año 1000. El único problema que plantea es de categorización. Una de las claves del modo antiguo es la relación ciudad-campo, con la ciudad fortalecida por sus poderes fiscales. Pero en los siglos VII y VIII la sociedad urbana de Bizancio se colapsó. Las causas exactas son prácticamente desconocidas, pero su colapso fue, en gran parte, el precio pagado por la supervivencia del Estado a expensas de las aristocracias civiles, la base de la vida urbana. Los supervivientes se concentraron en Constantinopla; el Estado abandonó toda pretensión de tributación a través de las ciudades, y organizó el proceso directamente, con una centralización de la autoridad que superó con mucho a la de Diocleciano –aunque a escala menor. Podría decirse que el Imperio se había convertido en una ciudad-estado gigantesca concentrada en Constantinopla. Pero debemos reconocer que estamos tocando aquí el límite extremo del escenario en el que el concepto de modo antiguo nos ayuda a entender cómo funciona una sociedad. La base de la imposición de tributos del Estado bizantino centralizado se ajusta con bastante facilidad a un modelo más oriental –con el Imperio árabe (parcialmente imitador) de los siglos VII al X y, por supuesto, los sasánidas en Persia antes de él y la considerable variedad de estados después de él, llegando hasta hoy a través de otomanos y safávidas. Estos estados, como el romano y el bizantino, tenían el problema de equilibrar la imposición de tributos con la propiedad de la tierra, pero a menudo sobre áreas muy amplias y sin la mediación institucional de las ciudades. Muy frecuentemente tuvieron también bastante éxito. El problema de cómo estos sistemas se ajustan a la categoría del modo de producción antiguo, casi no vale la pena plantearlo; ellos evidentemente no lo hacían. Pero las diferencias entre ellos y, digamos, la formación social del Imperio Romano parecen ser diferencias de grado, no de tipo.
Trato este problema con más detalle en otro lugar, pero quizá deberían exponerse aquí unos pocos aspectos como conclusión. El primero es que imaginar estos sistemas orientales incluidos en la categoría marxista tradicional del modo asiático es totalmente inútil; la categoría es completamente inadecuada. Además, decir que los sistemas orientales son de un modo distinto al de Roma me parece que es una distinción demasiado grande. Samir Amin ha reformulado recientemente este modo como un «modo tributario», una idea que tiene una considerable serie de posibilidades; y no es la menor la de considerar que el modo tiene varios subtipos, uno de los cuales sería el modo antiguo. El desplazamiento de las ciudades se justificaría simplemente por el paso de un subtipo a otro del «modo tributario». ¿Volvemos a coleccionar mariposas? Creo que no, por dos razones. Primera, porque tal formulación restablece algo que estamos bastante inclinados a olvidar: que Europa es uno de los extremos de una gran masa continental, con algunas sociedades evidentemente sofisticadas en ella. Es inútil suponer que cada uno de los sistemas económicos de Eurasia tuvo una morfología completamente independiente hasta que el capitalismo los suprimió todos. El «modo tributario» de Amin nos centra en un denominador común desde Roma hasta China, la tributación, que, debemos reconocerlo, coexistió siempre con instituciones bien enraizadas y antagónicas de posesión de la tierra. Segunda, la formulación da un énfasis total a las características específicas y cruciales del modo antiguo: su dependencia de la estructura de la relación ciudad-campo y el dominio de la primera sobre el segundo. Hemos visto la importancia básica de esta relación en cómo funcionaba el Imperio Romano. La descentralización del Imperio a través de las ciudades debe verse más como una presuposición básica en el análisis de su desintegración final, al menos en Occidente, algo que en el contexto euroasiático parece haber sido realmente inusual. Los imperios de Asia tuvieron a este respecto una estabilidad más duradera, pues las dinastías reemplazan a las dinastías a lo largo del tiempo. En Occidente, Europa se enfrentó con las degradaciones, pero también las posibilidades, del feudalismo.38
Traducción de Ángel Martín y Carlos Estepa
NOTA ADICIONAL
Nota 11. Para la propiedad, véase, como texto básico que inexplicablemente no cité en el artículo original, L. Cracco Ruggini, Economia e società nell’Italia annonaria (Milán, 1961). Y también los artículos más recientes de Domenico Vera, «Strutture agrarie e strutture patrimoniali nella tarda antichità», Opus, II (1983), pp. 489-533; «Forme e funzioni della rendita fondiaria nella tarda antichità», en A. Giardina, ed., Società romana e impero tardoantico (Roma, 1986), t. I, pp. 367-447; «Aristocrazia romana ed economie provinciali nell’Italia tardoantica: il caso siciliano», Quaderni Catanesi, X (1988), pp. 115-172; «Conductores domus nostrae, conductores privatorum. Concentrazione fondiaria e redistribuzione della ricchezza nell’Africa tardoantica», en M. Christol et al., eds., Institutions, société et vie politique dans l’empire romain au IVe siècle ap. J.-C. (Roma, 1992), pp. 465-490; «Schiavitù rurale. Colonato e trasformazioni agrarie nell’Italia imperiale», en prensa. También debería citar aquí el nuevo y notable libro de Dominic Rathbone sobre Egipto, Economic Rationalism and Rural Society in Third-century AD Egypt (Cambridge, 1991).
Nota 18. No tengo muy claro ahora por qué cité a Canudos, salvo porque la historia de este efímero estado mesiánico (1895-97) fue un acontecimiento fascinante en sí mismo. Ya que lo hice, debo añadir como bibliografía M. I. Pereira de Queiroz, O messianismo no Brasil e no mundo (2.ª ed., São Paulo, 1977); G. Marotti, Canudos. Storia di una guerra (Roma, 1978); y, por supuesto, Euclides da Cunha, Os sertões (varias ediciones: 1.ª ed., São Paulo, 1902). Sobre los Bacaudae, véanse además las diferentes opiniones de R. Van Dam, Leadership and Community in Late Antique Gaul (Londres, 1985), pp. 9-56; J. F. Drinkwater, «The Bacaudae of fifth-century Gaul», en ídem, y H. Elton, eds., Fifth-century Gaul: a Crisis of Identity? (Cambridge, 1992), pp. 208-217.
Nota 20. Sobre la política de la Galia, véanse modélicos estudios de caso en Van Dam, Leadership and Community, y la estimulante colección de artículos publicada por Drinkwater y Elton, Fifth-century Gaul, citados ambos en la nota anterior. Este último, aunque evita en gran medida los temas fiscales, me parece que, en conjunto, apoya mi visión general, en contra de algunos de los textos citados en la nota siguiente. Sobre las relaciones romano-visigodas, véase H. Wolfram, History of the Goths (Berkeley, 1988), pp. 170-190; P. Heather, Goths and Romans 332-489 (Oxford, 1981), pp. 213-224. Sobre la aristocracia romana, S. J. B. Barnish, «Transformation and survival in the western senatorial aristocracy, c. A.D. 400-700», Papers of the British School at Rome, LVI (1988), pp. 120-155.
Nota 21. Este tema ha sido ampliamente discutido en los últimos años. Los críticos de Goffart incluyen a M. Cesa, «Hospitalitas o altre “techniques of accommodation”?», Archivio Storico Italiano, CXL (1982), pp. 539-552; S. J. Barnish, «Taxation, land and barbarian settlement in the western empire», Papers of the British School at Rome, LIV (1986), pp. 170-195. Los favorables incluyen a Wolfram, Goths (véase n. 20), pp. 222-226, 295-300; M. F. Hendy, «From Public to Private», Viator, XIX (1988), pp. 29-78; J. Durliat, Les finances publiques de Dioclétien aux Carolingiens (284-888) (Sigmaringen, 1990); y véase la contribución anterior de Durliat y la replica de Goffart a sus críticos en H. Wolfram y A. Schwarcz, eds., Anerkennung und Integration (Viena, 1988), y mi propia crítica a Durliat, «La chute de Rome n’aura pas lieu», Le Moyen Âge, XCIX (1993), pp. 107-126. Sigo concluyendo, leyendo estos argumentos, que el siglo V fue el periodo crucial para el colapso de la fiscalidad, al menos en la Galia y probablemente en España, aunque la manera en que colapsó requiere un análisis más riguroso que el que tuve espacio para dar –podría haberse entendido originalmente que los visigodos, digamos, se habrían asentado como propone Goffart, si bien los procedimientos se descompondrían muy pronto–. En general, cualquiera que desee argumentar una continuidad fiscal y administrativa a gran escala a lo largo del periodo de las invasiones bárbaras debe poder explicar cómo se pudieron mantener, dada la confusión militar y política del periodo –aun cuando, evidentemente, los reinos germánicos mantuvieron tantas tradiciones gubernamentales romanas como pudieron (véase la reciente obra de P. S. Barnwell, Emperor, Prefects and Kings (Londres, 1992).
Nota 26. Un reciente e importante análisis de la España septentrional es el de J. M. Mínguez, «Ruptura social e implantación del feudalismo en el Noroeste peninsular (siglos VIII-X)», Studia Historica. Historia Medieval, III (1985), pp. 7-32.
Nota 29. Para la Galia, véase Van Dam, Leadership and Community (como en la nota adicional 18). Exactamente cuán «urbanas» continuaron siendo las ciudades es un tema que solo se puede resolver arqueológicamente. Véase, para Italia, el capítulo 4 de este libro. Un reciente estudio de la Galia meridional que merece ser citado es el de S. Loseby, «Marseille: a late Antique success story», Journal of Roman Studies, LXXXII (1992), pp. 165-185. No conozco ninguna síntesis arqueológica actualizada para la Galia tardo- y post-romana, aunque se podría escribir una; Simon Esmonde-Cleary está preparando un estudio sobre este tema.
Nota 32. La abrupta privatización del poder público en torno al año Mil se ha convertido en la última década en el centro de un gran debate, siguiendo el artículo de Bonnassie citado en esta nota. Incluye entre otros a J.-P. Poly y E. Bournazel, La mutation féodale (Xe-XIIe siècles) (París, 1980); G. Bois, La mutation de l’an mil (París, Flammarion, 1989); las críticas a Bois en, por ejemplo, Médiévales, XXI (1991); D. Barthélémy, «La mutation féodale a-t-elle eu lieu?», Annales ESC, XLVII (1992), pp. 767-777; y A. Malpica y T. Quesada, eds., Los orígenes del feudalismo en el mundo mediterráneo (Granada, 1993); B. S. Bacharach sostiene de manera convincente que en Anjou esta privatización estuvo lejos de ser completa: «The Angevin economy, 960-1060: ancient or feudal?», Studies in Medieval and Renaissance History, X (1988), pp. 3-55.
Nota 33. Me equivoqué al decir que de un campesinado de subsistencia ningún mecanismo puede resultar en disminuciones productivas: Ester Boserup, The Conditions of Agricultural Growth (Londres, 1965) muestra que el declive demográfico puede hacerlo, y yo propondría ahora que una fuerte caída en la extracción de excedente podría hacerlo también. Véanse, más adelante, los capítulos 4 y 7.
Nota 34. Estos son otros temas que han generado recientemente mucho debate. Sobre la esclavitud, véase P. Bonnassie, «Survie et extinction du régime esclavagiste dans l’Occident du haut Moyen Âge (IVe-XIe s.)», Cahiers de Civilisation Médiévale, XXVIII (1985), pp. 307-343, ahora en inglés en ídem, From Slavery to Feudalism in South Western Europe (Cambridge, 1991), pp. 1-59. Bois, Mutation, cit. nota adicional 32; el debate en L’Avenç, CXXXI (1989), pp. 32-49. Sobre el desarrollo del señorío (manor) y del gran dominio en general hay cuatro coloquios importantes: W. Janssen y D. Lohrmann, eds., Villa, Curtis, Grangia (Múnich, 1983); A. Verhulst, ed., Le grand domaine aux époques merovingienne et carolingienne (Gante, 1985); W. Rösener, ed., Strukturen der Grand-herrschaft im frühen Mittelalter (Gotinga, 1989); Flaran, X (1988). Pero hay mucho más que decir sobre estos temas, incluso ahora, en particular sobre el periodo pre-carolingio, que no dispone todavía de una adecuada y detallada panorámica; todos estos coloquios, excepto el de Flaran, también tienden a omitir la Europa mediterránea.
Nota 36. Véase ahora J. F. Haldon, Byzantium in the Seventh Century (Cambridge, 1990), una excelente síntesis que contiene una bibliografía actualizada de otros trabajos; también resulta fundamental sobre Oriente, especialmente para el siglo séptimo, M. F. Hendy, Studies in the Byzantine Monetary Economy c. 300-1450 (Cambridge, 1985), pp. 619-667; más desarrollado en su colección de artículos The Economy, Fiscal Administration and Coinage of Byzantium (Northampton, 1989), especialmente el primer artículo y en «From Antiquity to the Middle Ages», in De la Antigüedad al Medievo, siglos IV-VIII (León, 1993), pp. 325-360.
* Quisiera dar las gracias a Andrea Carandini, Wendy Davies, John Edwards, Martin Goodman, Michael Hendy, Rodney Hilton, Ian Wood y Patrick Wormald por sus comentarios al texto y por ofrecer nuevas sugerencias y puntos de vista: es más necesario de lo habitual el decir que no son responsables de los errores. La traducción castellana de este artículo, publicado originalmente en la revista Past and Present (103), 1984, pp. 3-36, ha sido realizada por Ángel Martín Expósito y Carlos Estepa Díez; se reproduce aquí con permiso y por gentileza de la revista Studia Historica, revisada por Antoni Furió.
1 D. Foraboschi, «Fattori economici nella transizione dall’antichità al feudalesimo», Studi Storici, XVII, n.º 4, 1976, pp. 65-100, en p. 94. P. Anderson, Passages from Antiquity to Feudalism, Londres, 1974. pp. 76-103 (existe traducción castellana: Transiciones de la Antigüedad al feudalismo, Madrid, 1979) . Debo añadir al principio que las obras principales y secundarias sobre todos los temas abordados en este artículo son interminables y no puedo referirme a todas ellas; de hecho, no las he leído en todos los casos. La omisión no significa que un trabajo no sea relevante. La mayor parte de las citadas incluyen bibliografía.
2 F. Engels, «The Origin of the Family, Private Property and the State», en K. Marx y F. Engels, Selected Works, Londres, edición de 1968, pp. 568-576. El análisis de Engels fue brillante para su época, pero desde entonces ha sido una camisa de fuerza, incluso para los mejores historiadores. Véase, por ejemplo, E. M. Schtajerman, Die Krise der Sklavenhalterordnung im Westen des römischen Reiches, W. Seyfarth (trad.), Berlín, 1964.
3 E. R. Leach, Rethinking Anthropology, Londres, 1961, p. 2 (traducción castellana: Replanteamiento de la Antropología, Barcelona, 1971). Generalmente, se considera que un modo de producción es una combinación analítica de las fuerzas productivas (como la tecnología o el desarrollo de la fuerza de trabajo) con las relaciones sociales de producción: en particular, para nuestro propósito, quién controla el proceso de trabajo, cómo se extrae la plusvalía (a través de trabajo esclavo, servil o asalariado, por ejemplo) y qué subyace al poder para extraer la plusvalía –por ejemplo, qué tipo de fuerza coercitiva, o qué tipo de acuerdo. Ser más precisos llevaría páginas: para dos análisis recientes, véase B. Hindess y P. Q. Hirst, Pre-Capitalist Modes of Production, Londres, 1975, pp. 1-20 (traducción castellana: Los modos de producción precapitalistas, Barcelona, 1979). G. A. Cohen, Karl Marx’s Theory of History: A Defence, Oxford, 1978, pp. 28-114, 134-174 (traducción castellana: La teoría de la historia de Karl Marx: una defensa, Madrid, 1986).
4 M. Bloch, «Comment et pourquoi finit l’esclavage antique», en sus Mélanges historiques, 2 vols., París, 1963, I, pp. 261-285, repr. en M. Bloch, Slavery and Serfdom in the Middle Ages, W. R. Beer (trad.), Berkeley, 1975, pp. 1-31 (traducción castellana en La tran-sición del esclavismo al feudalismo, Madrid, 1976): M. I. Finley, Ancient Slavery and Modern Ideology, Londres, 1980, p. 149 (traducción castellana: Esclavitud antigua e ideología moderna, Barcelona, 1982). Véase también, más reciente y excéntrico, P. Dockès, Medieval Slavery and Liberation, Chicago, 1982 (traducción castellana: La liberación medieval, México, 1984).
5 Como una breve bibliografía, véase Finley, Ancient Slavery and Modern Ideology; K. Hopkins, Conquerors and Slaves, Cambridge, 1978; A. Carandini, Introducción a J. Kolendo, L’agricoltura nell’Italia romana, C. Zawadzka (trad.), Roma, 1980; A. Carandini, L’anatomia della scimmia, Turín, 1979; el monumental congreso de 1979 publicado como A. Giardina y A. Schiavone (eds.), Società romana e produzione schiavistica, 3 vols., Bari, 1981; la discusión de Finley, Ancient Slavery and Modern Ideology, en Opus, Roma, parte I, 1981, esp. pp. 115-146, 161-179, 201-211. Dockès, Medieval Slavery and Liberation, pp. 119-141, 199-233, es objetivamente erróneo, pero sugestivo.
6 B. Hindess y P. Q. Hirst, Pre-Capitalist Modes of Production, esp. pp. 18-19, 79-108, sobre el modo antiguo; Hindess y Hirst desecharon posteriormente este análisis por su falta de rigor, en mi opinión erróneamente: B. Hindess y P. Q. Hirst, Mode of Production and Social Formation, Londres, 1977, pp. 38-41. Cfr. el amplio comentario sobre las Formen de Marx en Carandini, Anatomia della scimmia, esp. pp. 128-137; y las mismas Formen, traducidas en su mayor parte en K. Marx, Grundisse, M. Nicolaus (trad.), Londres, 1973, pp. 459-514, o también (con introducción de Eric Hobsbawm), en K. Marx, Pre-Capitalist Economic Formations, J. Cohen (trad.), Londres, 1964. Las críticas a Hindess y Hirst son muy numerosas, pero para nosotros las útiles están contenidas en las reseñas de S. Cook en Journal of Peasant Studies, IV, 1976-77, pp. 360-389, y de A. Carandini en su Archeologia e cultura materiale, Bari, 1979, 2.ª ed., pp. 354-375: véase también E. P. Thompson sobre Althusser en su The Poverty of Theory, Londres, 1978, pp. 193-314 (traducción castellana: Miseria de la teoría, Barcelona, 1981). El modo feudal tiene muchos más análisis que mencionar: una versión bien desarrollada de su dinámica económica en un área es W. Kula, An Economic Theory of the Feudal System, L. Garner (trad.), Londres, 1976 (traducción castellana: Teoría económica del sistema feudal, Buenos Aires, 1974; traducción catalana: Teoria econòmica del sistema feudal, Valencia, 2009); para un conjunto útil de definiciones (con un enfoque bajomedieval), véase también G. Bois, Crise du féodalisme, París, 1976, pp. 351-356. Para el vasallaje, véase infra. p. 40.
7 C. J. Wickham, «The Uniqueness of the East» de próxima aparición en Journal of Peasant Studies (véase también en este mismo libro), discute estas definiciones, al igual que el problema concomitante de hasta qué punto un sistema basado en la fiscalidad es un modo de producción, como yo sostendría, mejor que simplemente un modo de apropiación de excedente (nadie dudaría de que al menos fue esto último).
8 En criterios contemporáneos, esta formulación raya en lo simplista, pero es todo lo que necesitamos aquí. Para la versión althusseriana más sucinta, N. Poulantzas, Political Power and Social Classes, T. O’Hagan (trad.), Londres, 1973, pp. 13-16, si bien encuentro su modelo completo innecesariamente sobrearticulado (traducción castellana: Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Madrid, 1973).
9 El fallo de Perry Anderson de no mantener la distinción modo de producción/formación social es lo que está detrás de su curiosa negativa a aceptar que el modo feudal existiera entre el Éufrates y el Mar del Japón; existió, pero no predominó en ninguna formación social: P. Anderson, Lineages of the Absolutist State, Londres, 1974, pp. 397-431 (traducción castellana: El Estado absolutista, Madrid, 1979); cfr. las críticas de P. Q. Hirst, «The Uniqueness of the West», Economy and Society, IV, 1975, pp. 446-475 (un artículo de Hirst con el que por una vez, como debería ser evidente, estoy casi totalmente de acuerdo), y de Wickham, «Uniqueness of the East».
10 Finley, Ancient Slavery and Modern Ideology, pp. 123-149; Carandini, Anatomia della scimmia, pp. 128-135; Kolendo, Agricoltura nell’Italia romana, introducción, pp. XLIV y ss., LIV-LV; M. Corbier, «Proprietà e gestione della terra: grande proprietà fondiaria ed economia contadina», en Giardina y Schiavone (eds.), Società romana e produzione schiavistica, I, pp. 427-444, y III, pp. 236-237, 262-264. Los principales estudios recientes (demasiado tradicionales) de la crisis del siglo III y el modo esclavista en transición hacia el colonato (feudal) son Schtajerman, Krise der Sklavenhalterordnung, especialmente pp. 23-134, y M. Mazza, Lotte sociale e restaurazione autoritaria, Bari, 1973, 2.ª ed., pp. 119-216. Dockès, Medieval Slavery and Liberation, pp. 77-90, sitúa todo el proceso demasiado tarde.
11 Para los coloni es básico A. H. M. Jones, The Later Roman Empire, 284-602 (Oxford, 1964), pp. 781-823; véase también A. H. M. Jones, The Roman Economy, Oxford, 1974, caps. 14, 21. Para el crecimiento de los poderes privados (casi señoriales) sobre los campesinos, véase infra. n. 25. Incluso Jones destaca la importancia de los esclavos: hay pocos motivos para pensar, por ejemplo, que en las villas esclavistas de Melania (Jones, Later Roman Empire, pp. 793 y ss.) no fueran todos tenentes.
12 Para detalles y referencias, véase Jones, Later Roman Empire, pp. 411-469, 819-823 (p. 465 para el cálculo de la collatio lustralis), que resume todo el conocimiento anterior. El mejor análisis del papel de la fiscalidad en la primera época del Imperio es K. Hopkins, «Taxes and Trade in the Roman Empire», Journal of Roman Studies, LXX, 1980, pp. 101-125. Para mayor profundización y bibliografía, véase A. Cerati, Caractère annonaire et assiette de l’impôst foncier au bas-empire, París, 1975, con reseña de A. Castagnol en Latomus, XXX, 1971, pp. 495-501, W. Goffart, Caput and Colonate: Towards a History of Late Roman Taxation (suplementos de Phoenix, XII). Toronto, 1974, reevalúa el desarrollo de la responsabilidad fiscal. Debe recordarse que el Estado también era un terrateniente a gran escala.
13 Jones, Later Roman Empire, p. 460; Cerati, Caractère annonaire et assiette de l’impôt foncier, pp. 81-94. La vuelta al oro es muy extraña: el monto de las transacciones comerciales que tendría que haber habido para conseguir el dinero para pagar los impuestos, ciertamente no se refleja en nuestra evidencia. Posibles explicaciones incompletas incluyen ventas forzosas al Estado y los pagos de facto en especie, pero el problema plantea alguna objeción a los argumentos de Hopkins, «Taxes and Trade in the Roman Empire», especialmente pp. 123-124.
14 Para las cifras y análisis, véase Jones, Later Roman Empire, pp. 464, 819-823: Jones, Roman Economy, caps. 4 y 8. Las cifras de Antiópolis pueden ser sólo para tierra de cereal: las de Rávena son en dinero, y en un cálculo global. La cifra de Antiópolis ha sido recientemente contestada por C. R. Whittaker, «Inflation and the Economy in the Fourth Century A. D.», en C. E. King (ed.), Imperial Revenue, Expenditure and Monetary Policy in the Fourth Century A. D., Brit. Archaeol. Reports, serie internacional, LXXVI, Oxford, 1980. pp. 7-9, citando a A. C. Johnson y L. C. West, Byzantine Egypt: Economic Studies. Princeton, 1949. Johnson y West (pp. 234-240, 275-280) presentan sus evidencias de un modo confuso, pero los bajos promedios que cita Whittaker son sólo para el impuesto en especie; Johnson y West (p. 280), después de excluir algunos tributos especiales que Jones no excluye, llegan a una tabla global de impuestos próxima a la de Jones, y el entre un cuarto y un tercio de mi texto representa un promedio que incluye a unos y otro. Jones critica las cifras bastante convincentes de Johnson y West en una reseña: Jl. Hellenic Studies, LXXI, 1951, pp. 271-272. Hay, sin embargo, cifras mucho más bajas para Egipto desde comienzos a mediados del siglo IV, con –si lo entiendo correctamente– una evidencia menos segura: Johnson y West, Byzantine Egypt, pp. 234-235: A. K. Bowman, «The Economy of Egypt in the Earlier Fourth Century», en King (ed.), Imperial Revenue, pp. 28-31. (Tengo que confesar que los papiros egipcios son bastante superiores a mis fuerzas; sería bueno tener todo esto más claramente analizado.) Whittaker intenta demostrar que el impuesto no destruyó por sí mismo la economía romana («Inflation and Economy», pp. 1-22); esta parte de su argumentación es bastante razonable. Cfr. también su «Agri deserti», en M. I. Finley (ed.), Studies in Roman Property, Cambridge, 1975, pp. 137-163, con Goffart, Caput and Colonate, pp. 67, n. 137. Foraboschi, «Fattori economici», pp. 94-95, plantea el delicado tema de cómo la productividad económica que el impuesto apuntalaba fue una guerra fructuosa para el Estado, y cómo el impuesto sólo era improductivo cuando cesaba.
15 Sobre la adscripción en el Alto Imperio, véase, por ejemplo, Finley, Ancient Slavery, pp. 143-144. Para la época tardorromana: Jones, Later Roman Empire, pp. 796-803, y Jones, Roman Economy, cap. 21. Sobre prestaciones en trabajo, véase infra p. 31. Para un aspecto ideológico del control por el Estado del sistema social, la preocupación romana por la estratificación, véase, por ejemplo, K. Hopkins, «Elite Mobility in the Roman Empire», Past and Present, 32, Diciembre, 1965, pp. 12-26, y p. 27. Sobre los campesinos, véase por ejemplo R. H. Hilton, Bond Men Made Free, Londres, 1973, pp. 25-62 (traducción castellana: Siervos liberados: los movimientos campesinos medievales y el levantamiento inglés de 1381, México, 1978); R. H. Hilton, The English Peasantry in the Later Middle Ages, Oxford, 1975, pp. 3-19. La estabilidad del campesinado ha permitido a algunos, bajo la influencia de Chayanov, decir que es irrelevante quién se apropia del excedente: los señores o el Estado (véase E. Patlagean, Pauvreté économique et pauvreté sociale à Byzance, IV-VII siècles, París, 1977, pp. 271-296, e infra nota 36): esto no me parece que sea útil. Ni la moda entre los marxistas de un «modo de producción campesino» chayanoviano (por ejemplo Cook, reseña citada en la nota 6, pp. 376-386), al menos como se han formulado corrientemente. Para una mayor discusión véase Wickham, «Uniqueness of the East».
16 Jones, Later Roman Pottery, Londres, pp. 824-872. Para el comercio, cfr. la vasta disponibilidad por el Mediterráneo de la cerámica africana en el Bajo Imperio (Jones siempre ignora la arqueología): J. W. Hayes, Late Roman Pottery, Londres, 1972, pp. 414-427, para una visión general. Sobre el control del Estado posromano, véase, por ejemplo, G. Duby, The Early Growth of the European Economy: Warriors and Peasants from the Seventh to the Twelfth Centuries, H. B. Clarke (trad.), Londres, 1974, pp. 55-70, 97 y ss (traducción castellana: Guerreros y campesinos: desarrollo inicial de la economía europea 500-1200, México, 1976).
17 Sobre el período tardorromano como modo antiguo: B. Hindess y P. Q. Hirst, Pre-Capitalist Modes of Production, pp. 106-168; Carandini, Anatomia della scimmia, pp. 134-137. Difiero de uno y otro en mi análisis. Sobre las ciudades y la fiscalidad: Jones, Later Roman Empire, pp. 456-458, 732-757, y, para el más importante texto legal, desde el 458, Novellae Maioriani, II (en la edición básica de Código de Teodosio. Theodosiani libri XVI cum constitutionibus sirmondianis, T. Mommsen (ed.), 2 vols., Berlín, 1905, II, pp. 157-159). Para la ideología urbana de la Roma tardía, son ejemplos clásicos Ausonio, Ordo nobilium urbium: Burdigala, o Sidonio Apolinar, Epistolae, V, 20; VII, 9, 15; VIII, 8; etc.
18 Sobre la variedad de los conflictos de clase, más o menos mediatizada en el período tardorromano, véase G. E. M. de Ste. Croix, The Classes Struggle in the Ancient Greek World, Londres, 1981, pp. 474-488 (traducción castellana: La lucha de clases en el mundo griego antiguo, Barcelona, 1988); Dockès, Medieval Slavery and Liberation, pp. 199-233 y passim. Parece que los romanos tejieron una consciente conspiración de silencio sobre los Bacaudae, y no sabemos casi nada de ellos. Véase E. A. Thompson, «Peasant Revolts in Late Roman Gaul and Spain», Past and Present, 2, Nov. 1952, pp. 11-23. Para paralelismos medievales, véase Hilton, Bond Men Made Free. Para paralelismos modernos E. J. Hobsbawm, Primitive Rebels, Manchester, 1959, pp. 57-92 (traducción castellana: Rebeldes primitivos, 1968); y (para Canudos, el Estado igualitario de Antonio Conselheiro en el Brasil de los años 1890), M. I. Pereira de Queiroz, «Messiahs in Brazil», Past and Present, 31 (julio, 1965), pp. 62-86; R. Faco, Cangaceiros e fanáticos: génese e lutas, Río de Janeiro, 1963, pp. 41-71, 90-112, referencia que debo a Paulo Farias.
19 Código de Teodosio, XI, 24, 1-6 (T. Mommsen (ed.), I, pp. 613-615): Libanio, Orationes, XLVII, 4-17 (el comentario usual para ambos es el de F. de Zulueta, De Patrocinis viciorum, Oxford, 1909); Salviano, De gubernatione dei, IV, 20-1, 30-1: V, 17-45 (ed. G. Lagarrique, Sources chrétiennes, CCXX, París, 1975); cfr. Novellae Maioriani, II, 4 (T. Mommsen (ed.), II, p. 159). Obras secundarias: Patlagean, Pauvreté économique et pauvreté sociale, pp. 278-296 (con mucho el análisis más acertado); Jones, Later Roman Empire, pp. 773-781; Foraboschi, «Fattori economici», pp. 73-83; Whittaker, «Inflation and the Economy», pp. 13-14.
20 Algunas aproximaciones a la crisis de la hegemonía en F. Paschoud, Roma aeterna, Roma, 1967; cfr. G. Alfoldy, «The Crisis of the Third Century as Seen by Contemporaries», Greek, Roman and Byzantine Studies, XV, 1974, pp. 89-111. La enormemente convulsa política del siglo V se ve bien en E. Stein, Histoire du bas-empire, 2 vols., Brujas, 1949-59, aunque el dominio de la tierra está ahora mejor trazado en J. Matthews, Western Aristocracies and Imperial Court, A. D. 364-425, Oxford, 1975. Leyes: Novellae Valentiniani, XV (T. Mommsen (ed.), II, pp. 99-100; traducción a partir de C. Pharr, The Theodosian Code, Princeton, 1952, p. 529); Novellae Maioriani, II (T. Mommsen (ed.), II, pp. 157-159). Irónicamente, el nuevo impuesto de Valentiniano, el siliquaticum, fue uno de los pocos que pervivió hasta principios de la Edad Media, en un conjunto de tasas de tránsito que aún existían en el siglo XII.
21 Todo esto es discutido por W. Goffart, Barbarians and Romans, A. D. 418-584, Princeton, 1980, pero pienso que su argumento debe ser rechazado. Goffart mantiene que los godos y los burgundios, al menos, mantuvieron los niveles de tributación, y dieron a sus soldados participación en los derechos de fiscalidad sobre las propiedades mismas. Pero el problema es que muy pocos textos tienen una lectura prima facie que permita sostener esto: ningún texto lo dice explícitamente (y seguramente alguno debería hacerlo), y varios se oponen a ello explícitamente –así, para Italia, véase Casiodoro, Variae, II, 16 (T. Mommsen (ed.), Monumenta Germaniae Historica [a partir de ahora MGH]. Auctores antiquissimi, 15 vols., Berlín, 1877-1915, XII, pp. 55-56). El argumento más sólido de Goffart, la curiosa pasividad de los romanos cuando les expropiaron sus tierras, se explica mejor por una caída general en los niveles del impuesto. El sistema fiscal era mucho más débil, y el asentamiento germánico fue enormemente más complejo y desorganizado de lo que admite Goffart. (Realmente, incluso si Goffart tuviera razón, no afectaría al argumento principal; en cualquier caso, el asentamiento germánico traspasó fondos y responsabilidades del Estado al ejército en favor de hombres que terminaron como propietarios privados: Goffart, Barbarians and Romans, pp. 206-230). Estoy agradecido a las discusiones de estos aspectos con Ian Wood. Debe añadirse que el nivel de tributación en los reinos germánicos es, por regla general, totalmente especulativo. La cifra de Rávena antes citada (supra p. 21) es del período posterior a la reconquista bizantina de Italia, y refleja las proporciones romanoorientales. Véase la nota siguiente.
22 En general, sobre la fiscalidad germánica, véanse los artículos de F. Thibault, aún útiles, en Nouvelle Revue Historique de Droit Français et Etranger, serie 3, XXV/1901, pp. 698-728; XXVI, 1902, pp. 32-48; XXVIII, 1904, pp. 53-79, 165-196; XXXI, 1907, pp. 49-71, 205-236. Para los visigodos, véase P. D. King, Law and Society in the Visigothic Kingdom, Cambridge, 1972, pp. 62-77 (los gastos del Estado aún incluían algunas guarniciones); C. Sánchez-Albor-noz, «El tributum quadragesimale», en Mélanges d’histoire du moyen âge dédiés à la mémoire de Louis Halphen, París, 1951, pp. 645-658. Para los francos F. Lot, L’impôt foncier et la capitation personelle sous le bas-empire et à l’époque franque, Bibliothèque de l’Ecole des hautes études. Sciences historiques et philologiques, CCLIII, París, 1928, pp. 83-118, es aún el estudio principal. Véase también (para la inferenda), F. Lot, «Un grand domaine à l’époque franque: Ardin en Poitou», Cinquanténaire de l’Ecole pratique des hautes études, 2 vols. Bibliothèque de l’Ecole des hautes études, Sciences historiques et philologiques, CCXXX, París, 1921, II. pp. 109-129, y la instructiva y reciente discusión sobre algunos de los modos en los que la fiscalidad se vino abajo en W. Goffart, «Old and New in Merovingian Taxation», Past and Present, 96, agosto, 1982, pp. 3-21; Gregorio de Tours, Historia francorum, III, 36: IV, 2; V. 28.34; VII, 15-23; IX, 30; X, 7, ed. B. Krusch y W. Lewison, MGH, Scriptores rerum Merovingicarum I. I. Hanover, 1885, pp. 131-132, 136, 233-234, 239-241, 336-337, 343-344, 448-449, 488. La cifra del diez por ciento procede de los cálculos de Lot (Impôt foncier et capitation personelle, pp. 85-86) sobre el intento de tributación por Chilperico en Limoges, si las cifras son correctas (¿pero estaba Clotario I realmente insistiendo en un tercio de los ingresos de la Iglesia en la década del 540?: Historia francorum, IV, p. 2). Sobre tasas de circulación: F. L. Ganshof, «A propos du tonlieu sous les mérovingiens», Studi in onore di Amintore Fanfani, 6 vols., Milán, 1962, 1, pp. 293-315. Para el impuesto sobre la tierra en la Italia lombarda, véanse referencias en C. J. Wickham, Early Medieval Italy. Central Government and Local Society, 400-1000, Londres, 1981, p. 40.
23 Estratificación: Hopkins, «Elite Mobility in the Roman Empire», y Jones, Later Roman Empire, pp. 523-606 para el Imperio; para la Galia franca, Gregorio de Tours, Historia francorum, passim; K. F. Stroheker, Der senatorische Adel im spätantiken Gallien, Tubinga, 1948, pp. 112-115.
24 Véase Patlagean, Pauvreté économique et pauvreté sociale, pp. 291-296, para el patrocinio oriental, aún dentro del contexto de posesión de oficios, y J. C. Percival, «Seigneurial Aspects of Late Roman Estate Management», English Historical Review, LXXXIV, 1969, pp. 449-473, para la señorialización de las relaciones señor-tenente.
25 La infraestructura de la fiscalidad en Italia podía no haberse colapsado hasta el punto de no poder alimentar a Roma y proveer a las burocracias del gobierno central. Los ostrogodos se establecieron en la tierra, pero Teodorico pudo restablecer una red bastante efectiva de fiscalidad, quizá por vez primera en medio siglo o más.
26 Anderson, Passages from Antiquity to Feudalism, pp. 107-142; Engels, «Origin of the Family», pp. 574-576; Engels, «Appendix on the Mark», en su Socialism. Utopian and Scientific, E. Aveling (trad.), Londres, 1892, pp. 96-103. Sobre el modo germánico véase Marx, Grundrisse, pp. 477-485. Exactamente los mismos modelos básicos existieron en los Apeninos centrales a comienzos de la época medieval y en el norte de España, no siendo ninguno de ellos lugares de un abundante asentamiento germánico: C. J. Wickham, Studi sulla società degli Appenini nell’alto medioevo: contadini, signori e insediamento nel territorio di Valva, Bolonia, 1982, pp. 34-42, 100-103; R. Pastor, Resistencias y luchas campesinas en la época del crecimiento y consolidación de la formación feudal. Castilla y León: siglos X-XIII, Madrid, 1980, pp. 51-52, referencia que debo a John Edwards.
27 Esta interpretación aún se sigue discutiendo; las consideraciones ideológicas se hunden en la historiografía. Para una buena exposición de una posición contraria, véase A. I. Njeussychin, Die Entstelung der abhängigen Bauernschaft, trad. B. Topfer, Berlín, 1961. Para los anglosajones, véase por ejemplo Agrarian History of England and Wales, I parte 2, ed. H. P. R. Finberg, Cambridge, 1972, pp. 400-401, y passim. Anderson sirve para Escandinavia: Passages from Antiquity to Feudalism, pp. 173-181; véase también T. Lindkvist, Landborna i Norden uner älare medeltid, Uppsala, 1979, a quien estoy muy agradecido por su estimulante discusión. Para la subordinación del modo germánico a la sociedad feudal, véase Pastor, Resistencias y luchas campesinas, pp. 3-4, 9; Engels, «Appendix on the Mark».
28 Francia en el texto original en inglés no se refiere solo a Francia (France en inglés), sino al conjunto del territorio franco, que comprendía tanto la Francia orientalis (la actual Alemania) como la Francia occidentalis (la actual Francia). Nota del traductor.
29 Wickham, Early Medieval Italy, pp. 38-42, 87-88, 124-145, 172-179, 191-193.
30 Ibíd., pp. 80-92; para Francia, véase, por ejemplo, A. Dupont, Les cités de la Narbonnaise première depuis les invasions germaniques jusqu’à l’apparition du Consulat, Nimes, 1942; M. Rouche, L’Aquitaine des Wisigoths aux Arabes, París, 1979, pp. 261-300; E. James, The Origins of France: From Clovis to the Capetians, 500-1000, Londres, 1982, pp. 43-63; para España, por ejemplo, R. J. H. Collins, «Mérida and Toledo», en E. James (ed.), Visigothic Spain, Oxford, 1980, pp. 189-219.
31 Para todo esto, véase, por ejemplo, H. Fichtenau, The Carolingian Empire, trad. P. Munz, Oxford, 1957; J. M. Wallace-Hardrill, Early Germanic Kingship, Oxford, 1971; R. Mckitterick, The Frankish Church and the Carolingian Reforms, Londres, 1977; P. J. Fouracre, The Career of Ebroin, Universidad de Londres, Tesis Doctoral, 1981. Agradezco a Paul Fouracre su ayuda y sus reflexiones sobre éstos y otros aspectos relacionados. Para los campesinos y el Estado, véase infra nota 34.
32 M. Bloch, Feudal Society, L. A. Manyon (trad.), Londres, 1961 (traducción castellana: La sociedad feudal, México, 1958); Anderson, Passages from Antiquity to Feudalism, pp. 154-157, y muy explícitamente, Anderson, Lineages of the Absolutist State, pp. 402-412. Es responsable de esto el intencionado privilegio que Anderson otorga al Estado; véase Hirst, «Uniqueness of the West». Su descripción de las formaciones sociales feudales es, sin embargo, muy útil; Anderson, Passages from Antiquity to Feudalism, pp. 154-196.
33 J. Dhondt, Études sur la naissance des principautés territoriales en France, IXe-Xe siècle, Gante. 1948, pp. 253-258. Para una discusión del paso de lo público a lo privado, véase Bloch, Feudal Society, passim; para un modélico examen reciente del problema (basado en el sur de Francia y norte de España); véase P. Bonnassie, «Genèse et modalités du régime féodal», en Structures féodales et féodalisme dans l’Occident méditerranéen, Ecole française de Rome, Roma, 1980, pp. 17-44; cfr. los artículos sobre Italia en el mismo volumen de G. Tabacco, R. Bordone y G. Sergi, pp. 219-261 (traducción castellana: Estructuras feudales y feudalismo en el mundo mediterráneo (siglos X-XIII), Barcelona, 1984). Algunos de estos estados, especialmente la Inglaterra sajona tardía, incluso impusieron tributos, aunque su desarrollo fue un proceso nuevo y con una base socioeconómica diferente, y relativamente marginal desde un punto de vista económico (excepto para los reyes).
34 A. R. Bridbury, «The Dark Ages», Economic History Review, 2.ª serie, XXII, 1969, pp. 526-537, plantea muy bien ideas similares. Para la caída del campesinado libre bajo los carolingios (a pesar de los intentos de los reyes por protegerlos), véase E. Muller-Mertens, Karl der Grosse, Ludwig der Fromme, un die Freien, Berlín, 1963; G. Tabacco, I liberi del re nell’Italia carolingia e postcarolingia, Espoleto, 1966.
35 Para la época tardorromana, véase Finley, Ancient Slavery and Modern Ideology, pp. 123-127; Bloch, Slaves and Serfdom, pp. 1-31: Jones, Later Roman Empire, pp. 803-808 según King, Law and Society in the Visigothic Kingdom, pp. 164-170. C. Verlinden, L’esclavage dans l’Europe médiévale, 2 vols., Gante, 1955-77, es sorprendentemente inútil, al examinar la esclavitud casi exclusivamente como una categoría legal. Francia: F. L. Ganshof, «Quelques aspects principaux de la vie économique dans la monarchie franque au VIIe siècle», Settimane di studio, V, 1958, pp. 74-91; R. Latouche, The Birth of Western Economy, trad. E. M. Wilkinson, Londres, 1961, pp. 64-84 (traducción castellana: Orígenes de la economía occidental, México, 1957); G. Fournier, Le peuplement rural en Basse Auvergne, París, 1962. pp. 201-216; A. Verhulst, «La genèse du régime domanial classique en France au haut moyen âge», Settimane di studio, XIII, 1966, pp. 135-160; todos ellos tienden a destacar la explotación esclava directa de las primeras reservas. No se constatan reservas en las posesiones de San Martín de Tours en el siglo VII: Documents comptables de Saint-Martin de Tours à l’époque mérovingienne, P. Gasnault y J. Vezin (eds.), París, 1975, referencia que debo a Paul Fouracre; hay pocas o ninguna corvea o reservas en el sur en el siglo IX: E. Magnou-Nortier, La societé laïque et l’église dans la province ecclésiastique de Narbonne, Toulouse, 1974, pp. 138-143; J. P. Poly, «Régime domanial et rapports de production féodalistes dans le Midi de la France, VIIIe-Xe siècles», en Structures féodales et féodalisme, pp. 57-67. Michel Rouche generaliza a Gasnault y ve en el siglo VII a esclavos y a coloni como personas que pagan renta, con más evidencia: Rouche, L’Aquitaine des Wisigoths aux Arabes, pp. 210-214; cfr. también su «Géographie rurale du royaume de Charles le Chauve», en M. Gibson y J. Nelson (eds.), Charles the Bald, Brit. Archaeol. Reports, Internat. ser., CI, Oxford, 1981, pp. 193-211. Italia: Wickham, Early Medieval Italy, pp. 99-112, para referencias. Para España, véase C. Sánchez-Albornoz, Viejos y nuevos estudios sobre las instituciones medievales españolas, 3 vols., Madrid, 1978-1980, III, pp. 1365-1405, 1553-1574; pone énfasis en las obligaciones especializadas, agrarias o industriales, de los esclavos de las reservas, característica que también se encuentra en Italia, la Inglaterra anglosajona y la Francia de los polípticos.
36 Véase Duby, Early Growth of the European Economy, passim.
37 Para Bizancio, son buenas introducciones Patlagean, Pauvreté économique et pauvreté sociale, pp. 236-296, y su importante análisis, de nuevo desde un punto de vista chayanoviano, «“Economie paysanne” y “féodalité bizantine”», Annales E.S.C., XXX, 1975, pp. 1.371-1.396. También hubo otros modos en Bizancio, por supuesto: el comercio no fue insignificante, y a menudo más independiente de lo que lo fue en Roma. Para la coyuntura del siglo VII, estoy agradecido a las discusiones y consejos de Michael Hendy y John Haldon; cfr. J. F. Haldon y H. Kennedy, «The Arab-Byzantine Frontier in the Eight and Ninth Centuries; Military Organisation and Society in the Borderlands», Zhornik radova Vizantoloskog institua, XIX, 1980, pp. 79-116, y J. F. Haldon, «Considerations on Byzantine Society and Economy in the Seventh Century», en J. F. Haldon y J. Koumoulides (eds.), Perspectives in Byzantine History and Culture, Amsterdam, de próxima aparición, para el análisis de las líneas que he establecido. La naturaleza del feudalismo bizantino ha sido objeto de una gran discusión entre los marxistas, no siempre del todo constructiva, y demasiado esquemática, por ejemplo en Recherches internationales à la lumière du marxisme, LXXIX, n.º 2, 1974. En la Italia bizantina de los siglos VII y VIII, aislada del resto del Imperio, la red de tributación parece haberse colapsado bastante antes: Wickham, Early Medieval Italy, pp. 75-79, y especialmente, T. S. Brown, Gentlemen and Officers: Imperial Administration and Aristocratic Power in Italy, 504-800, Londres, 1984.
38 Wickham, «Uniqueness of the East»; S. Amin, Unequal Development, trad. B. Pearce, Hassocks, 1976, pp. 13 y ss. El desplazamiento de las ciudades como centros de imposición de tributos pudo darse también en Occidente, al menos allí donde las ciudades estaban en retroceso después del fin del Imperio y la caída de la propia tributación, como en la Galia franca y la España visigoda.