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Introducción

1. La traducción en la Edad Media y la relevancia del caso dantesco: estado actual

La traducción en la Edad Media es un objeto que ha ido ganando terreno durante los últimos años en el campo de los estudios medievales. Gracias a trabajos precursores como los de Folena, Wittlin, Buridant y en especial los de Russell, Copeland y Rubio Tovar, los medievalistas hemos ido tomando cada vez más conciencia sobre la importancia de la traducción en la historia de la literatura y de la necesidad de abocar nuestro estudio a los textos traducidos con la misma dedicación que a las obras originales.1 Estos primeros estudios, además de clasificar los diferentes métodos utilizados por los traductores en la Edad Media, fueron precursores a la hora de esbozar lo que podría llamarse una «teoría de la traducción medieval». Más recientemente las compilaciones de trabajos de Beer, Paredes Núñez y Muñoz Raya, Martínez Romero y Recio, Cantavella y Haro, Delpy y Funes, Borsari entre muchas otras, demuestran el mismo interés y abordan la «teoría de la traducción medieval» ya desde un análisis más particular de los textos meta en relación a los textos fuente.2 En el ámbito específicamente castellano, Alvar y Lucía Megías han hecho una labor notable al sistematizar e historiar el complejo mundo de traductores y traducciones del Medioevo castellano, movidos por la necesidad de subsanar una dificultad que el estudioso de la traducción en la Edad Media siempre encuentra —la dispersión de materiales y la información no sistematizada—.3 Sin embargo, y a pesar de notar la proliferación de estudios que se abocan a este campo en los últimos diez años, Alvar y Lucía Megías afirman: «el estudio de las traducciones medievales castellanas constituye un mundo que apenas ha empezado a descubrirse».4

El interés que ha motivado todos los nuevos impulsos en los estudios de traductología en la Edad Media puede explicarse gracias a la conciencia cada vez más certera de que las traducciones, como señaló Tovar, «reflejan tanto como las obras de pura creación las corrientes culturales y literarias de una época».5 Ahora bien, al adentrarnos en los siglos XV y XVI este objeto impone mayor atención aún: no se pueden comprender los primeros pasos que da el humanismo peninsular sin tener en cuenta las traducciones de los grandes poetas italianos (Dante, Petrarca, Boccaccio) en las bibliotecas de los grandes nobles, el impulso de la traducción horizontal (entre lenguas romances), las traducciones encomendadas —por quién, a quién y para qué—, la autotraducción y todo el tráfico cultural que se da en estos siglos. La traducción es la práctica literaria que expresa de forma paradigmática este proceso de relaciones culturales y literarias nuevas y será pues fundamental no sólo para entender la historia de la literatura sino toda la historia social, política y cultural. En este sentido, el estudio de la particular situación que presentan las traducciones y glosas medievales castellanas de la Divina Commedia en los siglos XV y XVI se vuelve más que pertinente, ya que en ellas es posible leer no sólo el traslado de la Commedia dantesca sino también las condiciones y líneas problemáticas de la particular situación histórico-cultural de la España humanista.

Además, el universo particular de las traducciones de la Commedia ejemplifica de manera paradigmática la noción de traducción vigente a fines de la Edad Media: «la traducción no tenía una especificidad, no era un ejercicio autónomo, netamente diferenciado de la glosa o del comentario».6 Así, en el panorama específico de las traducciones dantescas peninsulares, «es muy delgada la línea que separa a traductores de glosadores o comentaristas»7. En efecto, traducir, trasladar al romance o vulgarizar,8 implicaba interpretar y «glosar» —mediante amplificatio, duplicatio, etc.— el original en el mismo entramado del texto. Copeland, de hecho, ha ya demostrado muy bien cómo la traducción medieval no puede ser entendida como una práctica ajena a la práctica hermenéutica de la enarratio poetarum y a la retórica de la inuentio. Al contrario, según Copeland, la traducción al igual que el comentario sirve a su texto fuente pero, al mismo tiempo, desplaza su fuerza original. La enarratio asume así un poder creativo que aleja esta práctica de la mera reproducción.9 El panorama de las traducciones dantescas en el ámbito hispánico resulta harto complejo si se tiene en cuenta, además, que los comentarios a la Divina Commedia eran de por sí una traducción. Todo lo que de Dante repercutió en España parece haber llegado a través del tamiz de la reescritura.

Será pertinente destacar, además, que el interés por estas traducciones se debe también a que durante los siglos XIV y XV la concepción sobre la traducción comienza a cambiar. Para comprender mejor de qué manera, realizaré primero un breve resumen del origen y evolución del pensamiento traductológico hasta ese momento. En efecto, las preocupaciones teóricas medievales sobre la traducción hunden sus raíces en el debate clásico entre la retórica y la gramática y en la distinción que hace Cicerón entre interpres y orator.10 San Jerónimo fue el primero en entender estas ideas de manera normativa y en la Epístola a Pamaquio, escrita en el 395, las teoriza: una traducción fiel ha de realizarse pro verbo verbum (palabra por palabra) sólo en la Biblia. El verdadero traductor es aquel que intenta captar en su propia lengua el significado total del texto original y no debe traducir las palabras exactas sino el sentido de las palabras: sensum exprimere de sensum.11 Ahora bien, la sed de erudición que se va despertando en las clases dirigentes castellanas a fines del XIV y principios del XV y la consecuente idea de superioridad del latín frente a las lenguas vernáculas —enarboladas por Mena, López de Ayala y Cartagena— opacó estas ideas flexibles en torno a la traducción y llevó a trasvases literales, ad verbum, que respetaban muy de cerca el latín, en detrimento tal vez de la comprensión o la estructura del idioma.12 Habría que aclarar, igualmente, que aunque la mayoría de los traductores latinistas preferían la traducción palabra por palabra, encontramos algunas matizaciones, como demuestran los casos del mismo López de Ayala y Enrique de Villena en las reflexiones de sus prólogos a Las Flores de los Morales de Job y La Eneida, respectivamente.13 Durante esta época, sin embargo, en Castilla la tendencia latinizante era la que dominaba.14 A medida que avanza el siglo XV, sin embargo, se comienza a percibir un cambio en relación a la estructura cerrada del período anterior: se siente la necesidad de romper con la oscuridad de los textos y se intenta hacer más claras y cercanas las traducciones. Se puede observar, pues, en palabras de Recio «una evolución que se muestra en la búsqueda de un equilibrio entre lo ad litteram y lo ad sententiam hasta proponer un texto familiar, variado, flexible, que no se aleje de la lengua común».15 Poco a poco penetran los autores y las ideas italianas, humanistas y cada vez son más los traductores que en Castilla aceptan a San Jerónimo, incluso los que se dedican al latín. Se erige, de este modo, una «tradición liberal», en palabras de Morreale, frente a lo que sería una posición más tradicional aferrada a la literalidad.16 Toda esta periodización que relevo, de manera un tanto sencilla, no tiene en cuenta un importante cambio que sí se da a fines del XIV, que desde mi perspectiva resulta esencial. Como da cuenta Gómez Redondo, el Canciller Pero López de Ayala, por ejemplo, traduce De Casibus virorum illustrium de Boccaccio y las Décadas de Tito Livio obedeciendo a un proyecto que comienza a distanciarse de las concepciones anteriores —relacionadas con pautas doctrinales y religiosas—, al hallarse estrechamente vinculado a las preocupaciones políticas del momento, que giraban en torno a la necesidad de asimilar y justificar el establecimiento de la nueva dinastía Trastámara y sus consecuencias.17 A la afirmación citada de Rubio Tovar al comienzo, por tanto, habría que hacerle un añadido: las traducciones tardo-medievales reflejan también intereses políticos.

Es justamente dentro de este contexto de cambio que se comienza a traducir la Divina Commedia y los comentarios que sobre ésta circulaban. En un primer momento, entre 1429 y 1450, como fruto del círculo literario del Marqués de Santillana y de su curiosidad humanística. En efecto, de su biblioteca proceden tanto la versión de la Commedia de Enrique de Villena (ms. 10.186 BNM), como las traducciones anónimas de los primeros siete cantos del Comentum super Dantis Alighieris Comoediam de Benvenuto da Imola (ms. 10208 BNM) y de todo el Commentarium de Pietro Alighieri (ms. 10207 BNM) y también la que Martín de Lucena realizó a partir del Comentum del Purgatorio de Benvenuto da Imola (ms. 10196 BNM).18 En un segundo momento, entre 1502 y 1515 aproximadamente, el arcediano de Burgos Pedro Fernández de Villegas la traduce en esta misma ciudad a pedido de Juana de Aragón, hija natural de Fernando el Católico, mujer del condestable de Castilla Bernardino Fernández de Velasco. Esta traducción, que se divulga a través de la imprenta en 1515, emerge en el marco de la política imperial de los Reyes Católicos.

Antes de detenerme en la descripción y relevo bibliográfico de las problemáticas en torno a estos textos, resulta preciso aclarar cuáles fueron las inquietudes principales que me guiaron en mi primer acercamiento a las traducciones de la materia dantesca. Se desprenden, de hecho, del panorama previamente descrito: ¿De qué manera el contexto cultural y político de la España humanista influyó en su recepción y traducción? ¿Hasta qué punto podría concebirse la traducción medieval, en cuanto práctica hermenéutica y recreadora, como reescritura y nueva «puesta en obra»? El interés por abordar estas cuestiones determinó un recorte del objeto de estudio, que en los comienzos de esta investigación pretendía abarcar todas las traducciones recién mencionadas.

2. La suerte de Dante en Castilla: relevo bibliográfico

Se dedican a estudiar específicamente la suerte que tuvo tanto la Commedia dantesca como sus comentarios en Castilla, Penna, Morreale, y, a modo de breve apartado en trabajos más amplios sobre la traducción en Castilla, Alvar y Lucía Megías.19 Todos estos estudios, sin embargo, son más bien descriptivos: le dedican pocas líneas a cada texto y, en la mayoría de los casos, hacen referencias muy breves a su contexto de producción. Resulta importante señalar que todos estos críticos concuerdan en que las dos traducciones más importantes, sea por la envergadura del trabajo —pues son las más completas— o por la presencia de glosas, son las de Enrique de Villena (1428) y Pedro Fernández de Villegas (Burgos, 1515). Desarrollaré brevemente, por tanto, el estado de la cuestión acerca de estos dos textos.

La traducción de Enrique de Villena es una versión extremadamente literal, por lo cual se ha aducido —teniendo en cuenta sus otras traducciones, como la de la Eneida, y su manera de trabajar— que podría ser una versión intermedia, borrador, y que la final nunca se completó.20 El interés que suele despertar el texto de Villena se debe a que la traducción se presenta en los márgenes del folio donde se trasmite el texto italiano, cual apostilla, y dispone de un articulado aparato de glosas en latín y en castellano. El manuscrito trilingüe (ms. 10.186 BNM) fue objeto de muchos estudios, entre los cuales el más importante es el trabajo de José Antonio Pascual sobre el Infierno, que releva y afronta problemáticas fundamentales de la traducción, concluyendo que es una versión latinizante y literal.21 Los otros estudios al respecto de Devilla, Zecchi y Cátedra, al ser ediciones del texto traducido, dejan de lado una de las cuestiones fundamentales para la recepción: cómo las glosas influyeron en la traducción y cómo los tres estados de lengua —el italiano, las glosas y la traducción— interactuaban en la recepción.22 Un aspecto de este problema es estudiado por Paola Calef, quien advierte que muchas de las glosas del manuscrito de Madrid no han sido todavía objeto de estudio y que el papel intermediario que desempeñaron entre el original y la traducción ha estado sobrevaluada hasta ahora.23 El estudio de Calef, dedicado a esta cuestión, me ha resultado fundamental para revisar algunas de mis hipótesis, relacionadas con las pautas ideológicas que determinaron las elecciones léxicas en aquellos pocos lugares donde el texto se aparta del original. Calef prueba que tanto las traducciones anómalas o de términos que el traductor no podría comprender por su competencia lingüística, como los casos de amplificación donde la traducción no contiene elementos deducibles del texto dantesco, proceden de la tradición exegética dantesca y, por tanto, no son huella del contexto particular español. Además, la crítica demuestra fehacientemente que las glosas en latín que influyen muchas veces en la traducción se realizaron en un período bastante previo en el que el manuscrito se encontraba todavía en Florencia. En cuanto a las glosas castellanas, por un lado, Calef prueba que algunas son del Marqués y generalmente corrigen la traducción o aclaran cuestiones oscuras sirviéndose de comentarios con los que contaba en su biblioteca (por ejemplo, Benvenuto da Imola y Pietro Alighieri). Por el otro, las glosas anónimas son, ya intentos de traducción o notas preparatorias (si es que son de Villena), ya aclaraciones históricas de personajes. Ninguna, pues, ofrece datos particulares sobre la recepción. Este primer acercamiento a los estudios específicos sobre la traducción de Villena me llevó, por tanto, a descartarlo como objeto de estudio, al considerar que todo lo que se podía decir al respecto ya ha sido dicho.

La traducción del Infierno de Pedro Fernández de Villegas es, en cambio, una versión que convierte la terzina dantesca en coplas de arte mayor, debiendo así recurrir a versos agregados. Además, la versión que nos transmiten los numerosos ejemplares impresos que se conservan difiere ampliamente del único manuscrito conservado (ms. B 2183 de la Hispanic Society): cada estrofa está acompañada de un extenso comentario de Villegas que, en parte, traduce — amplificando, omitiendo, apartándose— el Comento sopra la Comedia de Cristoforo Landino (Florencia, 1481), el más prestigioso comentarista dantesco del momento. La naturaleza de este mismo texto en cuanto «textus cum commento», nomenclatura que tomo de Powitz,24 resulta harto provechosa para estudiar los procesos de traducción y glosa como procesos íntimamente relacionados que, interviniendo tanto en los procesos de traducción del texto poético como de su comentario, confluyen en una nueva instancia de puesta en obra, así como también inauguran una nueva etapa interpretativa de la materia dantesca, puramente española, y que pretende guiar de cerca la lectura. Será ésta, de hecho, la única traducción española que circula en la península hasta fines del siglo XIX, donde, en el revival dantesco del romanticismo, se la vuelve a imprimir, esta vez desprovista del comentario y con varios errores de transcripción.25 Un texto de tal complejidad resultó ideal para acercarme a uno de mis objetivos principales: analizar la traducción como reescritura, en la que se encuentran huellas textuales de un contexto histórico cultural en los umbrales del humanismo español. La complejidad y riqueza descubiertas en este texto impusieron, pues, una reestructuración de mi corpus, que comenzó a centrarse sobre todo en el análisis particular de esta traducción y de su comentario, dejando al resto de los textos —no sólo el de Villena y el del anónimo traductor del primer Canto (ms. S-II-13 del Escorial),26 sino también los fragmentos traducidos de los comentarios de Benvenuto da Imola y de Pietro Alighieri (mi corpus primigenio)— como fuentes secundarias.

Los estudios particulares sobre el texto de Fernández de Villegas eran, hasta el momento de mi investigación doctoral (2008-2012), muy escasos. El primero es un artículo de Beltrani en el Giornale Dantesco quien, desde una perspectiva conservadora, tiene el objetivo de desestimar a Villegas en cuanto traductor de Dante, puntualizando a cada paso las deficientes habilidades poéticas del arcediano en comparación con Dante.27 Advierte, asimismo, algunas de las técnicas de la traducción, como la elisión y adición de versos, que desde su punto de vista, están motivadas siempre por un intento moralista. Su perspectiva, por tanto, resulta un tanto acotada pues, además de concebir el «deber ser» de la traducción como una «reproducción» fehaciente del original, concepción que dista de los parámetros hermenéuticos de la época, a la hora de evaluar estéticamente la obra de Villegas la desacredita al no tener en cuenta el factor más importante: la necesidad cultural imperiosa de asimilar y reapropiarse de esta extraña y nueva forma artística en el nuevo contexto.

Luego tenemos también el estudio de Arce que, aunque no se dedica solamente al texto de Villegas, le otorga un lugar privilegiado en su análisis.28 Su estudio se centra en la lengua, esto es, en dar cuenta de las diferencias léxicas entre la Commedia y los textos de sus traductores. El tipo de análisis que realiza es más bien descriptivo e inmanentista y no intenta ofrecer explicaciones sobre las causas que pudieron haber motivado las diferencias.

El siguiente estudio que se dedica exclusivamente al texto de Villegas es la tesis inédita de Andreu Lucas, junto a un breve trabajo posterior donde resume los resultados de esta investigación.29 Ambos se centran en las variaciones que presenta la traducción de Villegas en comparación con el texto fuente, reflejadas principalmente en el uso sistemático de la técnica retórica de la amplificación y en la reducción de la variedad léxica, mecanismos motivados, según la crítica, por fines didáctico-moralizantes. Aunque intenta, por tanto, ofrecer una explicación sobre el tipo de adaptación, en realidad presenta la «adaptación ideológica» como una cuestión de moralización, mientras que, como ya se planteó, debería ser atendida también en cuanto adaptación político-cultural. Me demoraré un instante en las conclusiones de su tesis. Luego de detenerse en la mayor profundización que la traducción del arcediano ejerce sobre las implicancias teológicas y didácticas del texto fuente señala cómo «los motores históricos, políticos y jurídicos» del texto dantesco son «minimizados en ésta —cuando no eliminados— por la acción de unas amplificaciones cuyo carácter didáctico-moral excluye las contingencias de la vida humana» y cómo, peor aún desde su perspectiva, sus «valores poéticos [son] mutilados sistemáticamente en una traducción que confundió la fidelidad al texto con la literalidad léxica».30 A su vez, el «carácter interpretativo» de estas amplificaciones «anula las posibilidades connotativas del texto original, resolviendo las sugerencias dantescas en un sentido unívoco capaz de guiar la mente del lector a través de los senderos preestablecidos por la actitud moralista y didáctica del traductor».31 A lo largo de todo este estudio intentaré probar cómo esta postura requiere ser matizada, pues se basa en un abordaje de la traducción que se desliga del contexto histórico-cultural y literario en el que emerge y cobra su total relevancia, y sólo la juzga en relación al texto fuente. A la vez, desatiende las implicancias totales del comentario que la acompaña. Las últimas líneas con las que se cierra la tesis de Andreu rezan lo siguiente:

Y si, aun considerando los específicos presupuestos que guiaban la labor de los traductores de finales del siglo XV, la traducción de Pedro Fernández de Villegas resulta inconcebible —como debió resultarlo incluso para muchos de sus contemporáneos—, ello se debe más bien al hecho de que, engendrada en un momento de renovación socio-cultural, vuelve su mirada hacia una tradición que ya va siendo superada y no se hace partícipe de los nuevos intereses, ateniéndose únicamente a los que compartieron el propio traductor y su protectora, a quien, en última instancia, iba dedicada la obra.32

Es tanto por su cariz didáctico-moralizante como por la utilización de una forma estrófica que está un tanto pasada de moda que se juzga este texto como «atrasado» e inconcebible. Esta perspectiva, sin embargo, resulta tal vez un tanto apresurada pues no tiene en cuenta la vigencia real de las tradiciones literarias y hermenéuticas a las que adscribe y, por tanto, su funcionalidad y relevancia, a la vez que asume que adoptar una postura didáctica implica no ser «partícipe de los nuevos intereses». Muy por el contrario, intentaré demostrar cómo el texto de Villegas es un fiel exponente de las tendencias literarias y de las preocupaciones histórico-culturales más vigentes durante el reinado de los Reyes Católicos.

Habría que mencionar, asimismo, dos artículos de Roxana Recio dedicados a Villegas. El primero se centra en indagar dentro del prólogo de la versión impresa del Infierno el desarrollo de ciertas reflexiones de Villegas sobre la actividad traductora. Por tanto, no tiene por objetivo el análisis del texto poético en sí.33 En el segundo se dedica a cotejar estas reflexiones sobre la práctica traductora y glosadora del prólogo con algunos contados pasajes de la traducción y comentario del canto I y V, para probar cómo «Villegas es el primer traductor castellano que hace lo que dice, o sea, que la teoría para él es práctica».34 Este estudio, por su brevedad, no se detiene demasiado en el estudio de la traducción en sí, ni en su funcionalidad específica, más que cuando asevera que es un traductor que «presenta la parte poética según criterio propio, adaptándola a su cultura» (p. 38). Estudia también cómo Villegas reutiliza y traduce el Comento de Landino, aunque explica los cambios sólo desde la perspectiva de la necesidad de acomodarla a sus lectores con un propósito didáctico y como un «propagandista de la fe católica» (p. 31). La «adaptación cultural», por tanto, se relaciona ya a la elección de la forma estrófica castellana —en cuyas implicancias culturales profundas no ahonda demasiado— ya al matiz más moralizante de la traducción del texto poético y del comentario. Más allá de esta perspectiva que se centra también en la funcionalidad «moral», al final de su trabajo asevera que «esta traducción definitivamente es una obra no sólo para ser recordada a manera de curiosidad bibliográfica, sino para ser analizada y darle el valor que se merece» (p. 38).

Todos los trabajos relevados hasta aquí, además, se dedican casi exclusivamente a la traducción, con la excepción del último estudio breve de Recio. La tesis inédita de Thomas Rea Fine es el único estudio que se centra con prioridad y de manera bastante exhaustiva en su glosa.35 Las relaciones entre el comentario y la traducción o, más específicamente, el análisis de cómo la glosa apoya, acota y/o expande las connotaciones del texto poético resulta muy esporádico. Su objetivo primordial, de hecho, es probar la intención didáctico-moralizante que determina toda la interpretación de Villegas en el comentario, tanto del texto dantesco como del de Landino, a través de un análisis pormenorizado de su selección de fuentes bíblicas, patrísticas, clásicas y de autores vernáculos. Según se establece en la Introducción, el problema principal de Villegas es la interpretación moralista que hará de Dante, en comparación con la de Landino (p. 7). Villegas, según Fine, además de un moralista es, al mismo tiempo, un «medieval theologian» y un «medieval commentator».36 Sin embargo, como me dedicaré a exponer con detalle en el capítulo 6, esta perspectiva resulta bastante reductora por varios motivos. Destaco aquí solamente que al enfocarse en los aspectos doctrinales del texto —cuya importancia es innegable— no logra percibir la funcionalidad de tantos otros pasajes del comentario que sólo se pueden explicar desde la perspectiva de lo que Lawrance ha denominado «humanismo vernáculo» y que impiden rotular a Villegas como un simple «moralista» medieval.37

Finalmente, en noviembre de 2011 salió a la luz la tesis de Roberto Mondola. En el primer capítulo Mondola resume lo que se sabía hasta ese momento acerca de la vida de Villegas y de Juana de Aragón —la mecenas—, presenta el texto y las características de sus testimonios (manuscrito e impresos) repasando también lo que se decía en los catálogos. El centro de sus tesis será, por un lado, el capítulo sobre la traducción: le dedica el apartado más largo a su característica amplificatio y dos más breves a la relación de la glosa con Landino y la incorporación de auctoritates, tema ya abordado por Fine. Su perspectiva de análisis sigue siendo la misma: se detiene en la característica predominantemente didáctico-moralizante de la traducción y, en relación a la glosa, lo presenta también como «propagandista de la fe católica», igual que Recio. Asimismo, sigue de cerca a Beltrani (a quien cita al respecto) y a Andreu Lucas en la postura tal vez un tanto reductiva ya mencionada: hace hincapié en cuánto la traducción se aleja («allontana») del original de Dante, en su pesantez, en la «alteración», en las «palabras inoportunas» o «no pertinentes» y en los «inapropiados» e «irremediables» cambios. Los casos son innumerables.38 Por el otro, le dedica un capítulo a la cuestión de la lengua de la traducción («Tra arcaismo ed innovazione...»).

Es relevante señalar que en estos dos capítulos utiliza partes importantes de la tesis inédita de Andreu Lucas (1995) y varias secciones del artículo de Arce (1965). En mi reseña (2012-3) señalé que resultaba curioso que, aunque trabajara los mismos temas, no los cite.39 Dado que la misma dinámica de trabajo se observa en 2017 respecto de mis artículos,40 seré ahora más explícita. En primer lugar, Arce ofrecía una lista de latinismos e italianismos que no sigue orden alguno —en relación al número de canto—, lista que Mondola introduce con el mismo orden aleatorio.41 Dentro de estos, el caso tal vez más elocuente es el de la lista de latinismos que según Arce se testimonian en Villegas por primera vez (p. 26). Sólo cita a Arce en la primera nota al pie del apartado, al aludir al «hibridismo» del léxico de Villegas (p. 182). Algo similar sucede con la tesis inédita de Andreu Lucas, intitulada como ya dije La amplificación en el Infierno de Dante... Este es el nombre que recibe el apartado más largo del libro de Mondola («Le amplificationes», pp. 113-45), donde sigue todos los ejes temáticos que tipificó y analizó Andreu Lucas, utilizando los mismos ejemplos,42 aunque los intercala y les da un nuevo orden. A Andreu Lucas la cita una sola vez (p. 184) en el siguiente capítulo, respecto de la introducción de un término (giron). Todo esto demuestra cuán apegado está este libro de 2011 a los trabajos anteriores.

El panorama repasado evidencia cómo hasta el momento de mi investigación doctoral, comenzada en 2008 y culminada en 2012, los estudios sobre esta traducción habían abordado el problema de la lengua, del léxico, de sus amplificaciones u omisiones, dando cuenta de la marcada intencionalidad didáctico-moral de Villegas pero desatendiendo su funcionalidad contextual, sea política y/o cultural. La relación entre glosa y traducción, así como la manera en la que el contexto particular de Castilla se inscribe en el texto y determina la lectura y traducción del texto dantesco eran todavía un objeto inexplorado.

Es preciso aclarar que mis estudios doctorales fueron casi simultáneos a los de Mondola. La noticia de su libro —el cual se imprimió en noviembre de 2011 pero, como se ve en la página web de la editorial napolitana, se distribuyó en 2012—, la recibí cuando mi tesis ya estaba terminada y siendo corregida por mis directores, en septiembre de 2012. Dado que su libro no representa un cambio de perspectiva respecto de estudios anteriores, mi abordaje resultó ser igual de pertinente que antes. No obstante, destaco que mis aportes principales a la temática —la identificación de la corte regia y de la Casa del Cordón como el contexto de emergencia de la traducción, la postulación de dos etapas hermenéuticas en las que se compone el texto y su re-datación a partir del análisis de documentos históricos y de la glosa, la filiación de los testimonios, las relaciones de la glosa con las corrientes más en boga del humanismo, así como la funcionalidad eminentemente apologética del texto— estaban ya delineados antes del primer libro de Mondola.43 En efecto, desde mi trabajo 2012b (enviado a RLM en 2010), el eje de mi investigación ha sido la funcionalidad política —particularmente la apología y propaganda regia— tanto de la traducción poética como de la glosa, al haber probado —como desarrollaré en este libro— la relación de Villegas con la corte regia, de su traducción con textos proféticos que circulaban aplicados a Fernando y de la glosa con todos los discursos y tópicos usuales de la propaganda política fernandina. Quizás sea preciso destacar que en su libro de 2011 Mondola tenía un apartado titulado «Nazionalismo militante e cultura cattolica di Villegas», donde se dedica superficialmente al tema. Presenta a Villegas como propagandista de la fe católica, por su «militante adesione al programma monarchico: egli ricorda che [...] i due sovrani hanno estirpato ‘las heregías [...] del judaísmo’» y también la «espuricicia mahometica» (56). Es decir, su adhesión al «programma monarchico» se relaciona directamente con «l’adesione convinta al processo di omogeneizzazione religiosa promosso dai Re Cattolici» (56) y se manifiesta ya sea en pasajes de la glosa donde elogia a sus personas o a personajes como Fernández de Córdoba (60-1) o donde demuestra un «appoggio propagandistico al ruolo dell’ Inquisizione» (57), ya sea en versos agregados de índole moralista o condenadores de ciertos personajes —como los epicúreos (58-9)—. Todo le permite concluir que Villegas es un «difensore della Santa Chiesa» (60). En la p. 61 sí relaciona el «nazionalismo militante» con «i toni apologetici riservati al Gran Capitán» (60) y señala que Villegas inserta una «apologia dei Re di Spagna, sicuri nella loro fede al credo cattolico, eccellenti in virtù e in bontà» (62). El «apoyo propagandístico» o la «militancia» en la glosa se reduce, así como lo planteaba Mondola, o bien a una propaganda religiosa —apoyo de sus políticas contra judíos, moros y herejes— que se explica por el «catolicismo» de Villegas, o bien a la inclusión de pocos pasajes exaltatorios de un personaje particular.44 El alcance real de la funcionalidad política del texto de Villegas, así como los parámetros históricos y político-ideológicos que influyen en su apropiación y reescritura de la materia dantesca —en sus dos instancias, traducción y glosa— no fue analizado.

Como se desprende de estas líneas, al comienzo de mi investigación resultó fundamental un replanteamiento de las problemáticas en torno a este texto que, sin negar sus rasgos e influencias medievales, lo concibiera a su vez como un exponente de las tensiones inherentes del propio humanismo peninsular, así como del contexto particular de la España de los Reyes Católicos. En este sentido, es preciso hacer otra breve aclaración. El tema de la existencia o no de un humanismo castellano durante el s. XV y principios del XVI ha generado una gran controversia entre la crítica, cuyas reflexiones opuestas están representadas por Round y Rico como sus principales detractores y del otro lado de la orilla Di Camillo —y posteriormente Russel— en su defensa.45 En este estudio, sin embargo, fueron de mucha utilidad los postulados que formula Lawrance cuando propone la noción de «humanismo vernáculo», en los que sugiere tomar ciertos recaudos a la hora de utilizar la vara del humanismo italiano para medir el humanismo en la Península y así lograr apreciar las particulares características que el mismo supuso en un contexto diverso como es el español.46 Es pertinente señalar que, aunque tal vez no con esta formulación explícita, Di Camillo ya había aludido a un humanismo de características «vernáculas».47

Asimismo, hay que aclarar, el estudio del comentario de textos en los siglos XV y XVI ha cobrado un nuevo vigor en los últimos años gracias a críticos como Weiss, Miguel-Prendes, Cortijo Ocaña, Codoñer y Jiménez Calvente, entre otros, que han comenzado a considerarlo como un género independiente.48 Impulsados por su rechazo a ciertas concepciones en las cuales se lo tilda de discurso complementario —derivadas de la postura de Cesare Segre, quien le confiere al comentario una posición de absoluta subordinación respecto del texto—,49 dichos críticos han rescatado la calidad literaria y discursiva de estas obras tan populares en la España tardomedieval, así como su gran valor por el material que aportan para la comprensión de las actitudes literarias de la época.50 En este sentido, considero muy pertinente el análisis de la obra de Villegas, pues, como señala muy bien Miguel-Prendes, «entendida desde el horizonte de expectativa del lector medieval, la glosa puede ser apreciada estéticamente; no es por tanto un texto complementario, sino una obra literaria por derecho propio».51

Finalmente, resulta necesario dar cuenta de un aspecto que es fundamental abordar a la hora de estudiar textos medievales y que, sin embargo, en la traducción de Villegas ha sido muy poco atendido: sus problemas de transmisión textual. Lo poco que se ha dicho al respecto se encuentra en trabajos de carácter general, es decir, en catálogos o estudios generales sobre la traducción en la Edad Media.52 En principio, al abordar no ya las descripciones y/o catálogos sino también los pocos trabajos que se han dedicado a este texto ya se pone en evidencia las incongruencias de la crítica a la hora de tratar de definir la fecha en la que habría comenzado el proceso de traducción, datada la mayoría de las veces a fines del XV. Además, se viene dando por sentada una relación de filiación entre el manuscrito y el impreso que puede ponerse en duda fácilmente si se tiene en cuenta la tendencia teórica de los últimos estudios que se centran en este período de los comienzos de la imprenta. Me refiero a las recientes advertencias sobre cómo la transmisión del impreso entronca con los mecanismos textuales de transmisión del manuscrito o, en otras palabras, cómo los impresos solían ser objeto de copias manuscritas. Es decir, los últimos estudios sobre filiación genética durante este período, en especial los trabajos compilados por Josep Lluís Martos, han comenzado a prestar atención y dar cuenta de las problemáticas derivadas de una dirección o sentido de la trasmisión textual que, aunque hasta ahora había sido muy desatendido por la crítica, no era poco habitual.53 Por tanto, la relación entre el testimonio manuscrito de nuestra traducción y su versión impresa, así como su datación, requirieron de una problematización minuciosa.

3. Hipótesis, metodología y estructura

Frente a tal estado de cosas, se impuso la necesidad de un estudio profundo sobre este texto que dé cuenta de problemáticas que no habían sido abordadas, como por ejemplo sus problemáticas de transmisión textual o la complejidad que el comentario le otorga al texto traducido. Respecto de la traducción, a su vez, he dejado clara la necesidad de superar la preferencia formalista por la inmediatez textual, por el análisis exclusivamente interno de la traducción (aunque sin desestimarlo) y entender el contexto como instancia necesaria de análisis. En este sentido, coincido con Funes y Delpy cuando establecen qué perspectiva será necesaria tomar para recuperar el interés sobre el campo de la traducción, tan central en los estudios posmodernos:

En el enfoque de la especificidad histórica del fenómeno de la traducción, en el trazado de sus perfiles histórico-culturales concretos, en ese campo es posible iluminar el sentido de esta pequeña parcela del quehacer humano y su relevancia en el conjunto de las producciones simbólicas de una cultura determinada. Allí todavía quedan cosas por decir.54

Más recientemente Di Camillo también señaló la necesidad, en el ámbito de la traducción medieval, de abordajes de este tipo: «Si bien se han abordado los problemas en torno a la teoría y la práctica de la traducción en la Castilla del XV, faltan todavía estudios que puedan iluminar las condiciones económicas o los mecanismos socio-culturales que por cierto incidieron en la tarea del traductor».55 Por tanto, en el estudio de esta traducción y su comentario resulta necesario salir del estrecho ámbito de las intenciones y connotaciones exclusivamente didácticas e incluir el estudio de sus huellas políticas, ideológicas y culturales y así lograr superar la visión acotada que se tiene sobre sus mecanismos de traducción. Con estos fines, la hipótesis fundamental que sustento aquí es que los mecanismos de interpretación y traducción en ambas instancias hermenéuticas —la de la traducción y la del comentario— están determinados, consciente o inconscientemente, por el contexto histórico-cultural del nuevo autor, a saber, el particular contexto político e ideológico del reinado de los Reyes Católicos y, a la vez, el contexto cultural paradójico de los comienzos del humanismo peninsular. La originalidad del presente estudio reside, entonces, en abordar la traducción y su comentario a partir del análisis de aquellos pasajes en los que mejor se evidencian los diversos procedimientos hermenéuticos en los que se pone en juego ese mecanismo cultural que Escarpit consideraba clave para entender el fenómeno literario: la «traición creadora».56 De este modo, es posible concebir la traducción no sólo como «apropiación cultural», sino también como «reescritura» y nueva instancia de puesta en obra, emergente de un contexto histórico cultural diferente de aquel de la Italia en la que había escrito Dante.

Teniendo en cuenta estas hipótesis, en este libro expondré: a) de qué manera tanto los protocolos de lectura como los acentos, opciones léxicas y métodos de traducción adoptados están determinados o influidos por un específico contexto histórico-cultural, a saber, el del reinado de los Reyes Católicos y, más específicamente, por las tradiciones culturales y literarias en boga en el período; b) de qué manera el discurso literario en la traducción y en el comentario reproduce en su entramado formal e ideológico los problemas (sociales, económicos, políticos) que afectan a España en los comienzos del siglo XVI; c) cómo la traducción y el comentario constituyen además una acción discursiva sobre ese contexto y d) los rasgos que permiten ubicar este «textus cum commento» más del lado del humanismo que del escolasticismo medieval.

En cuanto a la metodología de trabajo, ya he dicho cómo privilegio las relaciones entre texto y contexto. Me baso, pues, en el método histórico para el análisis de la forma literaria en relación con el contexto, de acuerdo con los paradigmas ofrecidos por el Neo-Historicismo y la «Lógica social del texto». Son fundamentales al respecto los postulados de Spiegel: 1- El estudio de la forma y el contenido no pueden deshistorizarse puesto que «genuine literary history must always to some extent be social and formalist in its concerns»; 2- El texto literario reproduce en su entramado formal un cierto contexto y a la vez constituye una acción discursiva sobre él: «All texts occupy determinate social spaces both as products of the social world of the authors and as textual agents at work in that world [...] texts both mirror and generate social realities».57

Habría que aclarar que adopto por sobre todo un enfoque hermenéutico de la traducción, que la concibe más que nada como interpretación.58 A su vez, para abordar el análisis textual de la traducción y de su proceso, utilizo los conceptos básicos y la metodología de la disciplina de la Traductología, redefinida por Holmes como «Estudios de la Traducción» (Translation Studies).59 Me han sido de utilidad, asimismo, los procedimientos que se describen en las teorías actuales de práctica de la traducción literaria,60 así como todos los estudios específicos de traducción en la Edad Media ya citados (vid. supra). En efecto, en mis primeros acercamientos a este texto, particularmente en el estudio de su estilo y sus mecanismos de traducción mediante el cotejo entre texto fuente (TF) y texto meta, he identificado ciertas variaciones respecto del original dantesco que no lograban explicarse sólo por motivaciones formales —necesidades métricas y/o de rima o aplicación específica de mecanismos típicos de traducción medieval—, sino que parecían tener también otras causas, más ideológico-culturales, y nuevas connotaciones, en las cuales se evidenciaría ese «desplazamiento» y «poder creativo» del que hablaba Copeland. Estos son los casos que, en mi abordaje, me han impelido a introducir como instancias necesarias de análisis el contexto político-cultural, así como los otros textos que circulaban en el período. Algunas de estas modificaciones no siempre han podido ser descritas con las herramientas teóricas que se suelen utilizar para abordar la traducción medieval,61 motivo por el cual las complementé con el marco teórico que ofrecen los estudios descriptivos de traducción, específicamente los aportes del Vázquez Ayora y sus diversas clasificaciones de los mecanismos usuales de trasvase. Esto me ha permitido ampliar el catálogo de procedimientos típicos de traslación en la Edad Media —amplificatio, abbreviatio, duplicatio, etc.—. Por tanto, al utilizar la nomenclatura de este crítico intento lograr una descripción más detallada de los dispositivos semánticos y sintácticos que se ponen en juego en el proceso de traducción y, a la vez, dar mejor cuenta de las diversas implicancias —sintácticas, semánticas e ideológicas— que conlleva la utilización de uno u otro mecanismo.

Por último, para abordar el fenómeno cultural de la traducción como reescritura me serví de los instrumentos teóricos ofrecidos por los estudios de Greenblatt y Chartier, en especial el concepto de apropiación cultural.62 Concebir la traducción como apropiación significa reconocerla como un proceso de producción cultural y reproducción que reconstituye al texto fuente de acuerdo con valores, creencias y representaciones preexistentes en la lengua meta. Así, al incluir elementos extranjeros y reconfigurarlos, la traducción refuerza, sostiene y reivindica la cultura meta. En este sentido, utilizo también la noción de ideología de Geertz —«es el intento de las ideologías de dar sentido a situaciones sociales incomprensibles, de interpretarlas de manera que sea posible obrar con significación dentro de ellas, lo que explica la naturaleza en alto grado figurada de las ideologías y la intensidad con la que, una vez aceptadas, se las sostiene»— para dar cuenta de estas nuevas formas poéticas que reproduce el texto.63

En cuanto a la estructura del libro, obedece a una combinación de criterios que intenta responder a las problemáticas derivadas de la complejidad del propio texto. En principio, no se puede comenzar un análisis profundo de esta obra sin dar cuenta primero de sus aspectos y características materiales. Por tanto, me aboco en el primer capítulo a estudiar las problemáticas de transmisión textual entre los testimonios conservados (un manuscrito y diversos ejemplares de un impreso). Esto permite, por un lado, justificar la elección del testimonio más adecuado a utilizar en mi análisis y, por otro, establecer las fechas de composición, tanto de la traducción como del comentario, dato que resulta esencial a la hora de indagar acerca de las relaciones del texto con el contexto político-cultural. Antes de introducirme de lleno en un análisis de esta envergadura, sin embargo, es necesario primero describir este «textus cum commento» en sus aspectos más formales, cuya sistematización servirá luego como plataforma de trabajo y referencia constante. Por tanto, en el segundo capítulo me dedico a describir las características generales y los procedimientos más visibles tanto de la traducción como del comentario.

El resto del libro se aboca a probar mis hipótesis siguiendo la estructura que pauta el propio texto en sus dos instancias hermenéuticas: la traducción y el comentario. En el tercer capítulo, por tanto, me dedico a analizar el contexto político-cultural en el que emerge el texto y cómo repercute e influye en la traducción del Infierno. En el cuarto me centro en la glosa y en el tipo de reapropiación cultural que Villegas hace, no ya de Dante, sino del Comento de Landino. En el capítulo quinto estudio la configuración político-ideológica del comentario, a través del análisis de la inserción de tópicos de alto contenido político y de la reapropiación panegírica de ciertos personajes y/o pasajes históricomíticos —que encuentra tanto en el Inferno de Dante como en el Comento de Landino—, ambos procedimientos que definirían un texto de marcadas características apologéticas.

En los dos capítulos siguientes me enfoco sobre todo en el comentario, con el fin de analizar los mecanismos, reflexiones y elementos que pueden ser considerados huellas textuales del «humanismo vernáculo». En el capítulo sexto relevo y analizo ciertas actitudes y metodologías que son propias del humanismo, mientras que en el séptimo me centro en las reflexiones sobre poesía y ficción presentes en la glosa, con el objetivo de ponerlas en relación, por un lado, con el prólogo de Landino y, por otro, con algunas de las concepciones poéticas más importantes del humanismo peninsular.

Por último, el capítulo ocho recoge un breve resumen de las conclusiones a las que fui arribando en mi estudio, en el cual haré un especial énfasis en las que considero ser mi aporte más importante, tanto para el estudio de este texto como de la traducción en general. Adjunto luego un apéndice con imágenes de algunos folios del impreso de 1515, que ilustran diversas cuestiones que se señalan a lo largo del trabajo.

4. Últimos trabajos: estado de la cuestión 2014-2017

Para finalizar quisiera detenerme en los trabajos que salieron con posterioridad a la escritura y entrega de la tesis que se reelabora y profundiza en este libro,64 posteriores también a los artículos en los que fui publicando de manera parcial mis investigaciones.

El primero es el artículo de 2014 de Mondola, titulado «Algunos aspectos léxicos y morfosintácticos de la primera traducción castellana impresa de la Commedia: el Infierno de Pedro Fernández de Villegas (Burgos, 1515)».65 Nótese, primero, que en una nota al pie inicial cita mis artículos hasta 2012. En este trabajo Mondola traduce el capítulo 4 de su libro de 2011 («Tra arcaismo ed innovazione: la lingua di Villegas») pero enriqueciéndolo con muchos de los aportes al tema que ofrecí en «El comentario de la Divina Comedia de Fernández de Villegas y el humanismo peninsular: reflexiones lingüísticas y renovación filológica», Incipit, XXXI (2011)» —aquí reproducido en el apartado 2 del capítulo 6—. En efecto, en su apartado VI toma ejemplos y parafrasea análisis, especialmente en relación a la funcionalidad de incorporar etimologías,66 a las comparaciones morfosintácticas entre castellano, latín e italiano, a la metodología de la lingüística comparada67 y al alarde de lenguas romances. Mi artículo es citado sólo una vez, en el apartado III (p. 160), en una nota y de manera general («sobre este aspecto véase Russel [...] y Hamlin»), aunque el párrafo donde inserta la nota al pie es un parafraseo bastante literal del pasaje de mis pp. 77-78 donde analizo la justificación que Villegas da en su «Introducción» sobre por qué traduce las auctoritates al romance.68

En 2015 publica un nuevo artículo «El dinero fuente de pecados en el Inferno de Dante y en la traducción de Pedro Fernández de Villegas (Burgos, 1515)».69 El tema específico de este trabajo no había sido nunca abordado y ofrece interesantes aportes. Sin embargo, en la introducción preliminar, Mondola se detiene en la funcionalidad «política» diversa que tiene la glosa de Villegas en relación a la de Landino, tema al que le dediqué todo un artículo —aquí reproducido en el capítulo 4—. De hecho, señala aquí que

También en Villegas la recaída propagandística de la obra es evidente, pues la glosa burgalesa es una apología de la misión política e ideológica de Fernando el Católico, el Rey capaz de poner fin a la Reconquista y de inaugurar una época de expansión exterior que llevaría a España a alcanzar la primacía europea. (p. 230-1)

Traducción, humanismo y propaganda monárquica

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