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Capítulo 2
Una pantalla mágica
Un impacto diferente según la edad del niño

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♦ El bebé no entiende, sólo siente

¿Quién no ha visto a bebés dejados delante del televisor encendido sin ninguna precaución? Con el pretexto de que no entiende lo que ve, se le deja plantado allí pensando que la televisión no le afecta. Sin embargo, esto es un error, porque el bebé no entiende pero siente.

• El bebé de menos de 8 meses no diferencia entre él y el mundo. Flotando en una especie de nebulosa indiferenciada, vive como una parte del cuerpo de su madre. Está orientado hacia ella por su voz, su olor y después su cara. Todavía no tiene conciencia de su individualidad propia. En presencia de un televisor encendido percibe algo intrusivo, una especie de interferencia, que no puede identificar. Todavía muy centrado en sus necesidades alimentarias, el bebé tiene una capacidad de atención limitada que lo protege relativamente. Desde los primeros meses, sin embargo, es sensible a las imágenes parpadeantes y luminosas de la pequeña pantalla y a la melodía de los sonidos que lo rodean, y reacciona ante ciertas músicas.

• Hacia el año de edad, empieza a imitar a las personas de su entorno: reproduce los gestos, la mímica, los sonidos de la voz, las expresiones… Un poco más tarde, repite palabras que empieza a asimilar. La imitación es fundamental porque le permite memorizar lo que ve y escucha, hacerse suyo el entorno, encontrar en él sus referencias y construirse a sí mismo.

Algunos experimentos han demostrado que los niños de 14 meses podían reproducir algunas acciones percibidas en la televisión. Así, desde su más tierna edad, el niño es susceptible de aprender con la televisión unos comportamientos que reproduce después. El niño es muy permeable a su entorno externo. Como una esponja, absorbe y se impregna de todo lo que le rodea.

Muy pronto también, el niño percibe la emoción de un personaje gracias a la expresión de sus rasgos, a la entonación de su voz. Una puerta que se cierra de golpe, un grito, un disparo, una cara expresiva… dejarán en él una impresión o una emoción a la que no podrá dar sentido por sí mismo. Al no tener las capacidades de reflexión y de análisis, el bebé, igual que el niño pequeño, no podrá volver a situar la escena en su contexto. Esta experiencia puede quedarse anclada en él de forma brusca y generarle cierta angustia, porque todavía no es capaz de expresarse.

• A partir de los 16 meses, el niño reconoce de forma duradera su imagen en el espejo y empieza a hacerla suya. No sólo imita inmediatamente las acciones que ve, sino que también puede hacerlo de forma diferida. Será necesario esperar hasta los dos años para que se reconozca en una fotografía, y dos años y medio en un vídeo. Descubre el placer de correr, saltar, trepar. Es consciente de que puede actuar sobre las cosas y las personas.

Las imágenes audiovisuales como los dibujos animados o las marionetas le cautivan no sólo por la vivacidad de los colores o el tono de los diálogos, sino sobre todo por su movimiento. Refuerzan su amor propio y enriquecen su imaginario, que empieza a poblarse de pequeños héroes familiares que reconoce.

Pero no siempre entiende el galimatías más o menos confuso de las palabras sin que la explicación de un adulto les dé realmente sentido, salvo si el programa tiene en cuenta su nivel de comprensión del lenguaje. Es el caso, por ejemplo, de los Teletubis, una serie inglesa pensada específicamente para los niños de 18 meses a 4 años: colores vivos fáciles de identificar, palabras simples repetidas varias veces a un ritmo lento, sonidos amortiguados, un contenido no violento… Los pequeños pueden identificarse fácilmente con estos personajes


♦ Entre 3 y 5 años: un universo imaginario muy rico

• A partir de 3 años, el niño es capaz de seguir una película o un programa que le interese. Puede dar un sentido a la acción si sus componentes están pensados para él. Empieza a tener héroes favoritos. Durante este periodo, el niño tiene una vida imaginaria muy rica. Da vida a su osito, a sus muñecas, a sus figuritas, a los juguetes.

En su universo conviven indistintamente la realidad y el imaginario. Las historias que le cuentan los adultos, las películas y dibujos animados que ve por televisión, los espectáculos de marionetas alimentan su imaginación y desarrollan su enorme capacidad de soñar. Cree todo lo que le enseñamos o le contamos. Ante todo es crédulo, necesita tiempo para lograr distinguir lo verdadero de lo falso. Cuando ve saltar a Superman de un edificio a otro o a Spiderman escalar los rascacielos, se entusiasma. Estos héroes con poderes extraordinarios sacian su necesidad de omnipotencia.

Los necesita porque, en su vida, el niño es muy dependiente de los adultos, sobre todo de sus padres. En primer lugar, afectivamente: sin el amor de sus padres, languidece. Después, materialmente: tanto si es para comer, vestirse o limpiarse, el niño necesita la ayuda del adulto. Por consiguiente, compensa su sentimiento de impotencia a través de la búsqueda de una omnipotencia imaginaria. Este proceso psíquico es normal y está presente en todos los niños. Los ayuda a crecer, y sus héroes les sirven como modelo.

Pero un niño solo demasiado expuesto a las imágenes televisivas puede ver alterados sus primeros referentes. Por ejemplo, ¿cómo puede saber lo que le está permitido hacer y lo que no? Su madre le dice que no está bien decir palabrotas o pelearse con sus hermanos y hermanas, mientras que en algunos dibujos animados los personajes lo hacen continuamente.

Entonces, «¿por qué yo no?», piensa cuando se enfada con su madre y esta no le da algo o cuando un compañero le ha quitado su juguete. La pelea le parece la forma natural de resolver los conflictos, contrariamente a las recomendaciones de sus padres.

Otra fuente de confusión para los pequeños es la representación de la muerte. En muchas series, se niega. Los superhéroes pueden hacer sufrir a todo tipo de criaturas, pero pocas veces se lastiman ellos mismos. Siempre salen indemnes y son inmortales. La muerte sólo existe para los malos, cuando no se metamorfosean. Al fin y al cabo, luchar sólo aporta la gloria de vencer, de ser el más fuerte, y no provoca sufrimiento. Además, en el lenguaje infantil, ya no se dice: «Voy a romperte la cara», sino que exclaman: «Voy a matarte». Así, la acción de matar al otro no tiene consecuencias, porque es inmortal. El niño corre el riesgo de tomar la realidad por lo que no es y, por consiguiente, empujado por sus impulsos, ponerse a veces en situación de peligro.


♦ A partir de los 7 años empieza a distanciarse

Se dice que a los 7 años ya se tiene uso de razón. El niño ha interiorizado algunas reglas de la vida social. Es capaz de pensar por sí mismo, ha adquirido conocimientos. El dominio del lenguaje le permite expresar lo que piensa, lo que siente, emitir una opinión, empieza a conocer las nociones de tiempo y de espacio. Así, puede entender que lo que ve en televisión no tiene lugar aquí y ahora, sino que pudo pasar el día anterior, o que la acción sucede en otro lugar, lejos de su casa, si se lo explicamos. Por consiguiente, puede dar sentido a lo que ve, asociarlo a su contexto y, por tanto, distanciarse del efecto inmediato de la imagen.

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