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Introducción

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Para mejor o para peor, la modernidad se define por la búsqueda desesperada de la novedad. Sin embargo, no hay ninguna razón para suponer que el camino por seguir para alcanzarla sea única. A modo de hipótesis provisional y después de haber recorrido por encima los caminos seguidos por unos y por otros, tenemos el sentimiento sin más de que se nos abren dos vías: o bien la modificación del campo de presencia o bien el desplazamiento del acento de sentido (Cassirer). Por modificación del campo de presencia entendemos el hecho de que una magnitud, hasta entonces desconocida, se introduce en el campo de presencia, en el discurso mismo, y se instala allí como regente. El ejemplo que se impone es sin duda el descubrimiento y la promoción del inconsciente por Freud. Este último no se contenta con descubrir la existencia del inconsciente: trata además de establecer que las magnitudes adquiridas entran ahora en relaciones de vasallaje con el inconsciente.

En cuanto al segundo proceder, el que consiste en el desplazamiento del acento de sentido, nos referiremos al proceder saussuriano. Saussure no descubre el carácter arbitrario de la relación del significante al significado; pero lo convierte en el centro de su teoría. El campo de presencia no fue ampliado con algún añadido deliberado, fue distribuido de otra manera. Lo mismo se puede decir del proceder greimasiano: Greimas no inventó ni descubrió la narratividad; la convirtió en el centro de su teoría, al punto de que en un cierto momento la teoría semiótica pudo ser caracterizada como una «narratividad generalizada». Las estructuras, tanto las profundas como las superficiales, ¿no son reconocidas sobre todo como narrativas?

En la escala que nosotros nos ubicamos, el término de «tensividad» se presta a un doble malentendido. En primer lugar, el término está atestiguado en Semiótica 1*, que lo considera la marca de una dinámica aspectual, pero no es en ese sentido como nosotros lo entendemos. En segundo lugar, lejos de significar de cualquier manera una novedad, indica, conforme a la exigencia hjelmsleviana que considera las magnitudes como intersecciones, la compenetración de dos dimensiones: la intensidad como suma de los estados de alma, y la extensidad como suma de los estados de cosas. O lo que es lo mismo: la dualidad de las dimensiones es por reciprocidad el análisis de la tensividad. En consecuencia, la hipótesis tensiva no constituye ni un descubrimiento ni una invención, sino que consiste en un desplazamiento de las magnitudes atestiguadas. [O sea en la proyección de un nuevo punto de vista sobre lo ya conocido].

El estudio titulado La hipótesis tensiva: ¿punto de vista o teoría? se propone discernir las diferencias que se nos imponen al comparar las maneras de proceder. Para ser breves, retendremos tres: (i) la problemática de los modos semióticos; (ii) el esbozo de una tipología de los valores propiamente semióticos; (iii) la abertura del paradigma de la sintaxis tensiva. La noción de modo semiótico permite profundizar la relación sujeto/objeto. Para que una magnitud sea recibida como objeto debe, de ser posible, sobrevenir –modo de eficiencia–. Debe captar al sujeto, que se convierte por contigüidad en sujeto del padecer. Finalmente, debe ser autentificada como tal –modo de junción–. Si estas condiciones se cumplen, estamos en condiciones de proponer el evento**, que es a la semiótica discursiva lo que es el esquema narrativo a la narratividad. Por lo que se refiere al segundo punto, la aproximación semiótica al valor es plural. Trataremos de tres cuestionamientos: (i) la reflexión de Saussure en el Curso de lingüística general que entiende sustituir el concepto de significación por el de valor; (ii) los valores modales indispensables para hacer «girar» la narratividad; (iii) la cuestión de la transición de los valores formales hacia los valores existenciales. Sobre este último punto, la hipótesis tensiva tiene algo que decir: los valores son tributarios de las intersecciones de la intensidad y de la extensidad. A partir de la diferencia básica de la intensidad [fuerte vs débil] y de la diferencia también básica de la extensidad [concentrado vs difundido], la intersección [débil - difundido] produce el valor de universo; la intersección [fuerte - concentrado] proyecta el valor de absoluto.

El tercer punto se refiere a la sintaxis tensiva. En el estado actual de la semiótica tensiva, la sintaxis, en la medida en que ignora la exigencia de la alternancia, sigue en parte impensada.

La hipótesis tensiva reconoce tres sintaxis, tres «estilos» sintácticos: la sintaxis intensiva de los aumentos y de las disminuciones; la sintaxis extensiva de las selecciones y de las mezclas; la sintaxis juntiva que enfrenta la implicación con la concesión.

El estudio titulado Tocqueville y el valor del valor analiza un capítulo del libro De la democracia en América cuya fineza en el análisis deja pensar que la distancia entre el lenguaje-objeto y el metalenguaje es menor de lo que se supone. La reflexión de Tocqueville en esta obra tiene por objeto la comparación de dos universos de discurso: la sociedad aristocrática en vías de virtualización, de extinción, y la sociedad democrática en vías de actualización, de instalación. No basta con decir que contrastan vivamente la una con la otra; se trata de saber si su devenir adopta las vías que la teoría ha previsto. Si tenemos en cuenta las diversas alternativas formuladas por la teoría, es claro que la aristocracia está del lado de la intensidad y del destello, que mide y preserva, mientras que la democracia está del lado de la extensidad y del número.

La aristocracia tiene por atractor el valor de absoluto, destellante y exclusivo; la democracia tiene como atractor el valor de universo, mediocre y compartido. Como el valor hay que dividirlo por el número de los que lo desean y el número de estos últimos es ilimitado, cada cual, en un sistema democrático, no recibirá más que una ínfima parte. El valor aquí es un cociente.

El análisis de la intensidad convoca el tempo y la tonicidad. Por eso Tocqueville insiste en la lentitud, o sea, en la inmovilidad propia del mundo aristocrático, el cual conjuga la concentración familiar con la duración. Por su parte, el mundo democrático coloca la rapidez por encima de la búsqueda de la perfección. El contraste es nítido entre la lentitud aristocrática y la prisa democrática. En cuanto a la tonicidad, si la aristocracia manifiesta el gusto de la perfección, la democracia se contenta con objetos bon marché, rápidamente producidos. En lo relativo a la temporalidad, sub-dimensión extensiva, la sociedad aristocrática aprecia la duración que la perenniza; a la inversa, la sociedad democrática, en razón del tempo rápido que la presiona, prefiere la brevedad. La concordancia entre los valores objetales y las formas de vida subjetales es muy fuerte.

El ensayo titulado Retrato del dandi por Baudelaire comienza por recordar el sistema de las categorías propias de la hipótesis tensiva; luego, considera el proyecto que se propone el dandi según Baudelaire: fundar una especie nueva de aristocracia. El camino seguido por Baudelaire hace del dandi el portador de un valor de absoluto, es decir, una excepción. Las manifestaciones de esa búsqueda son la autoridad, el rechazo de toda reciprocidad, la impasibilidad y el rechazo del lamento, la reflexividad inmanente al culto de sí mismo, el gusto de los límites. El dandi es sobre todo una figura de la extensidad en la medida en que está permanentemente obsesionado con la distinción, es decir, con una operación continua de selección. El trabajo que tiende hacia la universalidad es rechazado por el dandi con toda la energía de que es capaz.

En relación con el modo de junción, es decir, con la tensión entre implicación y concesión, el dandi opta por la concesión, en la medida en que el enunciado concesivo –en virtud del contra-programa que contiene–, es más tónico que el enunciado implicativo. A propósito del peinado, el dandi practica incluso una doble concesión, puesto que, si su peinado es extremadamente rebuscado, debe no obstante pasar desapercibido. Incluso favorable, la mirada del otro es ignorada. En fin, el enunciador no comparte las miras del sujeto enunciado: la figura última del dandi no es la de un vencedor, sino la de un vencido. El universo personal del dandi sigue siendo dirigido por la decadencia y por la clausura.

En el poema en prosa «Les foules» de Baudelaire, el «poeta activo y fecundo» con miras a la comunión con los demás, es una figura simétrica e inversa de la del dandi «obsesionado ante todo por la distinción» a título de la forma de vida; de la rareza, a título del valor. Las dos formas de vida suponen el control del tempo y de la duración. El tratamiento de la tonicidad, por concordancia de estructura, está confiado a la concesión pues los dos sintagmas decisivos «estar solo entre una multitud» y «poblar su soledad» son menos oposicionales que concesivos. Cada uno de estos sintagmas está en concordancia con un valor semiótico director: «estar solo entre una multitud» con el valor de absoluto, «poblar su soledad», con el valor de universo.

La espacialidad semiótica, resumida por la tensión entre lo /cerrado/ y lo /abierto/ permite pensar el tránsito de la «soledad» a la «multitud», y también pensar la coordinante «y» del sintagma capital «ser sí mismo y otro». La virtualización de la cesura entre el «yo» y el «otro» es descrita desde el punto de vista de la intensidad como una «ebriedad»; desde el punto de vista de la extensidad, como una inmersión «en el número». Para configurar esas transferencias, esas traslaciones, Baudelaire apela a la porosidad. En el microuniverso de Baudelaire, una magnitud es definida por su coeficiente de porosidad. Lo «poroso» figurativo y lo /abierto/ figural permiten acceder a la foria hiperbólica de las operaciones de mezcla. Si Baudelaire recurre a la concesión tomando en cuenta la «santa prostitución del alma», es sin duda porque estima que solo ella tiene la capacidad de cambiar una alternancia en coexistencia primero, en compenetración fusional después.

El estudio que versa sobre el poema El agua dulce de Guillevic plantea otros problemas. La poesía moderna es un desafío para el semiotista. En efecto, con relación al siglo diecinueve, que vio cómo se sucedían movimientos poéticos como el romanticismo, el parnaso y el simbolismo, la poesía moderna –dejando aparte el caso del surrealismo– es una colección de individualidades fuertes, de idiolectos, de «planetas» separados, para Proust. La lectura no puede ignorar este dato. ¿Cómo? El método es simple: si tal magnitud-ocurrencia es introducida en el espacio tensivo, las categorías reconocidas como pertinentes se transforman en preguntas: ¿cuál es el valor director?, ¿cuáles son las valencias y las sub-valencias que son afectadas?, ¿cuál es la semántica operante: la intensiva, la extensiva, la juntiva? La misma pregunta vale igualmente para la sintaxis. Si nos detenemos en la pregunta: ¿cuál es la semántica puesta en marcha? El título del poema, El agua dulce, responde sin dudarlo: la semántica extensiva, aquella que tiene por funtivos sintácticos la selección y la mezcla. Como figura de la selección, El agua dulce tiene como mira la pureza y por ese título es un valor de absoluto, pero al mismo tiempo, esa pureza es la condición de una mezcla que es indiferente al tamaño de las magnitudes, ya que la mezcla tiene lugar tanto con el «geranio» como con los «continentes». La ubicuidad del agua constituye también un valor de universo. Una vez más, la alternancia cambia en coexistencia, la divergencia en colaboración. Asumida por el enunciador, la negatividad de la sintaxis extensiva operando por selecciones proporciona a la concesión su resorte: por no ser más que agua, se convierte en la «eficiencia» misma.

El poema de Guillevic expresa la amplitud de la asimetría existente entre la concentración del valor de absoluto, inmanente al «agua dulce», y la presencia difundida del agua como valor de universo, motivado por la «sed» universal.

El punto de partida del estudio titulado De los estilos semióticos a los estilos pictóricos es una convergencia entre la aproximación estética, principalmente de lengua alemana, y la aproximación semiolingüística. En los dos casos, no se estudia un solo objeto, sino dos, o más precisamente una diferencia. Hemos escogido dos discursos cuya pertinencia es reconocida: el análisis de la pintura holandesa hecho por P. Claudel y el de la pintura de F. Bacon realizado por G. Deleuze. Nuestro propósito se centra en la dependencia que tienen los estilos pictóricos respecto de los estilos semióticos. Estos últimos están constituidos por combinaciones estabilizadas de valencias concordantes.

Consideramos aquí solamente dos estilos semióticos importantes: el evento y el ejercicio. Lo que hace de estas dos magnitudes estilos es la base existencial de las valencias y de las sub-valencias que contienen, especialmente las sub-valencias de tempo y de tonicidad, que nos gobiernan en lugar de gobernarlas nosotros a ellas. El análisis cuidadoso de Claudel muestra que la pintura holandesa clásica se coloca del lado del ejercicio, a pesar de que Claudel indica que, aquí o allá, La Ronda de Noche de Rembrandt y algunas naturalezas muertas manifiestan sutilmente la inminencia de un evento. Allí donde Claudel discierne una dirección tensiva colocada bajo el signo de la atenuación, Deleuze coloca la obra de Bacon bajo el signo del redoblamiento en la medida en que las sub-valencias de tempo y de tonicidad son orientadas hacia el paroxismo, y esa orientación tensiva indica que las valencias no están adheridas a un plano de la expresión particular: existe una velocidad y una tonicidad en pintura no menos eficaces que aquellas que nos trasmiten los textos. Así, el reparto del plano del contenido a prorrata de los planos de la expresión enumerados se convierte en la condición de posibilidad de la comparación que hemos tanteado.

De las formas de vida a los valores

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