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Prefacio

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Ninguna carrera empieza en la línea de largada.

Haile Gebrselassie(Atleta etíope, dueño de 27 récords mundiales)

Corro hace casi treinta años con una regularidad sorprendente para un inconstante serial como yo. Coleccioné estampillas y monedas. Hice judo, karate y sóftbol. También probé pintar y escribir pero mi entusiasmo inicial perdía impulso y se apagaba lentamente. Faltaba a una o dos clases, dejaba de hacer la tarea y, a los pocos meses, todo quedaba como antes. Esperaba sentir algo que nunca sucedía, algo que llenara ese espacio hueco que habitaba dentro de mí. Cuando veía a otros encandilados con sus actividades, los envidiaba en silencio. Nunca llegaría a sentir lo mismo. No era suficientemente apasionado, no me encendía.

Hace muchos veranos atrás me vi en una foto en la playa junto con mi familia: el mar detrás, la sombrilla clavada en la arena y todos con unas sonrisas despreocupadas bajo un sol generoso. Yo estaba en malla, bronceado, ligeramente arrodillado. Algo captó mi atención: una panza incipiente, algo fofa y con todas las ganas de seguir creciendo. No me gustó nada esa imagen ni lo que anticipaba. Hasta ese entonces, mis treinta y pico, había sido relativamente delgado sin mucho esfuerzo y tenía toda la intención de mantenerme así. Luego de esas vacaciones, me puse a dieta y en los siguientes meses bajé algunos kilos, con cierta dificultad, para subirlos nuevamente en pocas semanas. Pero un día me crucé con alguien que formuló el primer hechizo: “Si querés adelgazar, comé mejor, si querés mantener un peso ideal, ¿por qué no empezás a correr?”.

Al principio fue como tomar jarabe para la tos. Cada célula de mi cuerpo, cada pensamiento de mi mente rechazaba la idea de ponerme las zapatillas y salir a trotar. “Es aburrido, estoy cansando, hace frío o calor, tengo otras cosas mejores para hacer”. Y un domingo de primavera, bien temprano, algo cambió dentro de mí en alguna de esas primeras salidas obligadas. No sabría decir qué fue, pero me di cuenta de que el aire era más puro, que los colores brillaban más y que empezaba a enamorarme. Por algún lado insospechado esa “dieta” se metió debajo de mi piel y ahora me resulta imposible vivir sin hacerlo, aunque el motivo ya no sea adelgazar sino sentir la vida más cerca.

No soy rápido, tampoco lento. En pocas ocasiones subí a algún podio. La mayoría de las veces cruzo la meta agotado, casi asfixiado, con lo justo. Sufro y disfruto al mismo tiempo. “Sufrito” porque la mayoría de las cosas en la vida son agridulces y para sentir un poco de placer, atravieso valles de pesadumbre. Evito verme en fotos corriendo. Mi técnica es horrible y además incorregible: escorado hacia adelante, con trancos cortos, las rodillas y los talones siempre demasiado bajos. Corro sin gracia. Estoy bien lejos de esas imágenes de corredores de punta, esos Fred Astaire del running que lo hacen parecer fácil porque les sale de manera natural, sin esfuerzo.

Cada corredor tiene su “firma” cuando corre. Puedo reconocer a cualquiera de mis compañeros de equipo a la distancia, antes de verles la cara, sólo por la forma en que ponen los brazos, ladean los hombros, por el ritmo que llevan. Mi firma es con mala caligrafía, y a pesar de eso, sigo corriendo.

Muchas veces empiezo a entrenar sin ganas porque descubrí que las ganas me vienen después. No soy talentoso, soy persistente, un atributo que aprendí a valorar un poco tarde, viviendo en la sociedad de gratificación instantánea. Lo que amo del running es que es algo bien mío. No estoy imitando a nadie, soy yo mismo. Me hice adicto a la sensación que queda en mi cuerpo y en mi mente cuando termino la actividad. Quiero repetirla mil veces de manera diferente: en la calle, en la montaña, en las sierras o en los polos. Y estoy convencido y pongo la firma, esta sí con buena caligrafía, de que lo que más recordaré, a medida que pase el tiempo no serán las competencias sino todo el viaje.

Este libro quiere reflejar la experiencia vivida en territorios extremos y hostiles, en donde la supervivencia humana se da solo en condiciones muy particulares de asistencia y seguridad. La naturaleza manda por esos lugares en donde el hombre es apenas un invitado temporario. Lo que sigue no es un texto de running, aunque gran parte del relato esté atravesado por mi incansable amor hacia correr. Lo que sigue es una historia acerca de cómo soñar lejos y luego volver para contarlo.

Ninguna carrera termina en el arco de llegada.

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