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1.2 Código v/s realidad

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Si bien lo virtual se asocia, por difusión del término, con esta última fase, todo indica que es la sucesión y superposición de estas cuatro grandes revoluciones lo que prefigura y configura el perfil de la sociedad contemporánea.

En cada uno de estos quiebres se modificó el ángulo de percepción colectiva, transitando desde nociones físicas de la interacción del hombre con el entorno laboral -en la etapa industrial, el temor humano era convertirse en engranaje, como bien lo sintetizó luego Charles Chaplin en el clásico del cine “Tiempos modernos” (1935) - hacia una concepción cada vez más inasible, intelectual, de las estructuras productivas.

Lo que se transa en la Era de la Información es el dato, un logos transversal que es entendido con la misma facilidad por el hombre y la máquina, convertida desde ahora -quién lo iba a imaginar - en sujeto de conocimiento.

Ninguno de los momentos antes descritos ha dejado de afectar y condicionar a la organización. La empresa de hoy es virtual porque la sociedad lo exige y nadie escapa al desplazamiento de eje. Lo que informa existe; el lector de barras confiere el ser.

La unidad de la cultura y de la organización no está dada por el soporte, sino por el código. Y así como Internet y el ciberespacio son territorios de nuevas etnias, de comunidades virtuales, que ponen en cuestión la existencia del estado - nación, la empresa también deja de ser un frontis, un sitio de reunión, para asumirse, ante todo, como una fuerza, como una identidad coherente en expansión. Ya no es imprescindible estar juntos, agrupados, compartiendo horarios, para lograr un objetivo común. El cuerpo de la empresa son las metas compartidas.

La descripción del escenario presente no deja de preocupar a muchos, toda vez que el frenesí de los cambios azota a diario las visiones de mundo que edifican las personas para explicarse la realidad y, lo más frecuente, para aferrarse a ella.

Fernando Montes rector de la Universidad Padre Alberto Hurtado, sitúa bien esta incertidumbre, desplazando el centro del problema. “No vivimos una época de cambios, como es la gran creencia, lo que ocurre es un cambio de época”3, señala.

Montes explica la carencia de certezas e incluso el temor que experimentan algunos, por la forma misma en que las personas se integran a la cultura. Según él, los seres humanos nacen con una especie de mochila, la cual se va llenando con el paso del tiempo con una serie de elementos -valores, palabras, formas de comportarse - tomados de la experiencia y el vecindario. Por cierto, que esa carga se modifica o renueva a lo largo del camino, pues lo que las personas optan por llevar en la espalda es precisamente aquello que les permite ser fieles consigo mismos.

Un cambio de época, por lo tanto, representa un quiebre, la impresión de que algo se rompió en esa mochila, manchando la hoja de ruta. Cuando el sendero es conocido y existe la confianza de que conduce a un final, no existe ningún problema; pero, cuando se pierde la brújula surge la vacilación, cuando no, el miedo.

Armando Roa refuerza la idea de renovación constante de la existencia, confiando en el temperamento humano para darle un sentido. No duda de que, en el camino, se arregla la carga:

“Cultura es la transformación incesante de cuanto existe, originada en ese ímpetu íntimo, connatural al hombre, de acomodarlo todo -incluso su propio ser - a sus necesidades, a sus sueños, a sus ansias de crear. Cultura vivida no es, entonces, erudición, ni sabiduría científica, sino el don de preferir, de ubicar y jerarquizar en órdenes de dignidad y nobleza justa, cuanto acaece”4.

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