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I. La empresa en el umbral
ОглавлениеEl reemplazo de un milenio por otro, siempre supuso algún grado de inquietud. Las sociedades enteras se estremecen por la inminencia del futuro, por lo que puede o no puede advenir, por la posibilidad de lo nuevo, dejando un territorio abierto, un campo arado para el cultivo tanto de las visiones tremendistas o fatales, como para el despliegue de los impulsos más vibrantes y optimistas.
Si a dicha oposición fundamental entre apocalípticos y entusiasmados, se agrega la perplejidad experimentada con la crisis de los discursos, todo lleva a inferir que el cambio de folio -del 2000 al 2001- supondría una dinámica fatal, irreversible, acelerada, de vértigos nunca antes conocidos.
Quizá por lo mismo es que se suceden las descripciones de escena -osadas o conservadoras - y las explicaciones -casuística o globales, ligadas a la fe o al escepticismo - tendientes a sostener con la idea un cruce no resuelto y, por ello, abismante.
De todos los bosquejos que se han realizado, ya se pueden filiar algunos lugares comunes que, como pequeños paraguas, cobijan de la incertidumbre. Hay consensos en circulación, lo que da la leve seguridad de que no todo es posible y de que, al menos, hay algo conocido, seguro.
Entre esas verdades gritadas a los cuatro puntos cardinales -que, según ese desconstructor llamado Nicanor Parra, en rigor, “son tres: el norte y el sur”- se pueden escuchar frases como: “vivimos en un mundo de cambios permanentes”; “la realidad es un gran proceso”; “el despliegue planetario es un movimiento globalizado, interdependiente, tecnologizado y de complejidad creciente”; “lo económico es el metalenguaje y el metavalor”; “los desequilibrios humanos, ecológicos y éticos son el jaque al progreso”, o “la sociedad es un sistema de necesidades”.
Se sabe que la realidad marca tendencias, confluye en grandes cauces, pero también hay conciencia del factor sorpresa, de lo nunca antes vivido. Por eso se han puesto de moda las prospecciones, ya que, a diferencia de anteriores cruces históricos, más que constatar y temer al cambio, la preocupación actual es maniobrar, triunfar, imponerse en él.
Así lo refleja un artículo titulado “La Bolsa como metáfora de la sociedad”, capturado en Internet a mediados de diciembre de 1998 y escrito por el catedrático español de filosofía Daniel Innerariy en el diario El país.
“La sociedad del riesgo no es una sociedad revolucionaria, sino catastrófica; la Bolsa es una catástrofe cotidiana, con sus pánicos, atascos, comportamientos contraintuitivos, o sea, problemas producidos por la conducta que pretendía impedirlos: el atasco de los que tienen prisa, la ruina de los que no quieren perder, el engaño que sufren los desconfiados (...) Lo que reflejan las cotizaciones no son hechos económicos sino expectativas sobre desarrollos futuros. Están llenas de profecías que se autocumplen, pánicos que producen lo que se temía, optimismos infundados que acaban generando su fundamento. Dicho paradójicamente: la Bolsa es una metáfora adecuada de la realidad en lo que tiene de semidisponible para el hombre”1.
El riesgo o desafío radica en que no siempre es posible fijar los márgenes de la acción propia y ajena, ya que las categorías tradicionales -espacio/ tiempo, material/inmaterial, continuo/fragmentado - son precisamente las más convulsionadas con el avance.