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- Revolución industrial: el tiempo como recurso

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De las múltiples relaciones alteradas por el reemplazo progresivo del trabajo físico del hombre por la máquina -proceso que encuentra su cumbre en la fábrica del siglo XIX -, el cambio más profundo fue la nueva idea de tiempo. La revolución industrial debe su existencia al reloj, un aliado estratégico que le suministró el ritmo de trabajo, el tic-tac de la producción, y, ante todo, el modelo de un sistema autónomo, mecánico, capaz de moldear la vida económica y no económica del hombre industrial.

Si bien hay ejemplos en contrario en otros momentos de la historia, técnicamente, el reloj fue la primera máquina automática que alcanzó una importancia pública y una función relevante en la sociedad, dado que transformó los ciclos naturales de la existencia humana -día/noche -, en períodos productivos, en jornadas no necesariamente referidas a la rotación de la Tierra y la aparición y desaparición de la Luna.

A partir de la revolución industrial, el tiempo -aquello que agotó a la filosofía - se hizo medible, cuadriculable, incorporándose en la faena como tarjetas de entrada y salida, sirenas de colación, timbres de recreo, y, lo más importante, como instrumento de cuantificación (horas/hombre) e ideología productiva, que se resume en frases como: “Esta fábrica es un mecanismo de relojería, una maquinita”, “el tiempo es oro”, “perder el tiempo” o “sacar la vuelta (a la manecilla del reloj)”.

Cuando el tiempo se hizo objetivo, seccionable en un círculo, lo humano entró en razón.

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