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IV. AMOR Y COMPROMISO

EL VERDADERO AMOR LLEVA consigo una promesa: la de crecer con las dificultades. El falso amor, en cambio, se ahoga cuando encuentra problemas. Si son dos los que se aman, y se quieren con amor verdadero, siempre nace una promesa, un compromiso: el de felicitarse en los éxitos, de apoyarse en los fracasos y no abandonarse en las crisis. De esta manera uno se sabe querido por el otro y se decide a quererlo para siempre.

Si falta el compromiso el amor es solo aparente, un sucedáneo falso y utilitarista, que se derrumbará nada más comenzar las pruebas. Al contrario, si no se abandona la promesa el amor es verdadero, supera los obstáculos y se hace cada vez más fuerte.

Amar es elegir y ser elegido. Y elegir es ganar y renunciar al mismo tiempo. En el matrimonio, al preferir a un hombre o una mujer se excluyen a los demás. De lo contrario, no se puede amar de verdad al elegido y tampoco él podrá amar con totalidad.

No hay nada que dé más felicidad que el amor fundamentado en el compromiso. La persona que lo experimenta se siente segura al ser querida a pesar de sus límites y errores. Sabe que quien la ama no le dará la espalda ni la abandonará.

Sin compromiso no hay verdadero amor, sin amor no hay seguridad, sin seguridad no hay certezas, sin certezas no hay felicidad.

Recuerdo haber oído a un joven que decía que estaba cansado de preocuparse de los problemas de los demás, que desde ese momento iba a comenzar a ocuparse únicamente de los suyos. Su misma declaración revelaba que no era un chico comprometido y sabía poco de amor, había optado por buscar solo lo que aparentemente le reportaba algún beneficio, sin advertir que la mayor gratificación está en la donación de uno mismo.

Amar es atender las preocupaciones de la persona amada, no apartarse de su lado, no desertar. Solo así la vida puede tener sentido y estabilidad. En cambio, si todo se considera provisional y puede cambiar cuando nos abandona el gusto o el placer, nada sería importante. Ni siquiera la misma persona que toma las decisiones, porque demostraría no tener una verdadera personalidad.

Lo expresa con belleza la famosa frase del consentimiento matrimonial: ¿Aceptas a... como tu esposa? ¿Prometes serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, amarla y respetarla todos los días de tu vida? Y lo mismo se le pregunta a la esposa en relación a su futuro marido.

Quien responde con un sí y procura durante el resto de su vida confirmar esa afirmación, vivirá siendo amado. Por el contrario, quien no se atreve a prometer para siempre tendrá que llevar sobre sus hombros una inseguridad: la de no encontrar un amor que lo acompañe toda su vida. Podrá probar experiencias parecidas al verdadero amor, pero serán sucedáneos porque no las respaldará un amor permanente.

Dos regalos maravillosos

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