Читать книгу Dos regalos maravillosos - Cristián Sahli Lecaros - Страница 7
ОглавлениеI. EL CRISTIANO, UNA PERSONA QUERIDA
EL AMOR DE DIOS por sus hijos e hijas es muy grande. De Él hemos recibido innumerables regalos: el don de la existencia, la posibilidad de participar de la vida divina, la gracia y los sacramentos, su compañía permanente en el alma, la suerte de convivir con personas de buen corazón, el mundo en que vivimos y que hemos de cuidar, la capacidad de rezar, el poder dar un sentido al dolor y a las dificultades, y tantas cosas más.
¡Dios nos ama infinitamente! Y aunque nos equivoquemos, e incluso lo rechacemos, no deja nunca de querernos. El suyo es un amor originario que nos precede y nos enseña a amar. La fe recibida en el bautismo nos otorga la convicción de que jamás disminuirá la intensidad de ese amor por nosotros.
Y no solo eso, también nos ha dado la posibilidad de querer a quienes nos rodean, al prójimo, entregando nuestro amor.
Esa capacidad llega al extremo de que, participando del poder creador de Dios, hemos sido dotados de la facultad de dar vida a seres semejantes a nosotros, cuidarlos, ayudarlos a crecer y acompañarlos durante su existencia.
El desafío de un hijo o una hija de Dios es acoger el amor divino que se nos ofrece y darlo a los demás. Hemos sido amados para poder amar y solo podremos ser felices si amamos.
El secreto de una vida feliz no está en el éxito humano, en la acumulación de bienes materiales, en los viajes, en los planes de fin de semana, o en las actividades más originales o peculiares que alguien pueda imaginar.
La felicidad está en dejarse querer por Dios y en amar al prójimo como Él lo ama. No parece que pueda existir una meta más alta para el ser humano que esta: asemejarse a Dios que ama sin medida.
Todos notamos la necesidad de ser mirados con cariño, de que nos quieran. Este deseo tiene múltiples manifestaciones: que nos pregunten por nuestros intereses, que nos saluden con simpatía, que nos escuchen alegremente, que aplaudan nuestros éxitos y nos conforten en los fracasos, que celebren nuestras fiestas o aprueben nuestra presencia. Sin embargo, no es esto lo principal ni lo que nos permite alcanzar la felicidad.
Tenemos experiencia de que vivir solo para sí mismo, buscando únicamente el reconocimiento de los demás y el pasarlo bien, deja insatisfecho. El egoísmo siempre pide más: llena por un momento para dejar un nuevo vacío que se hace cada vez más profundo.
Somos felices de verdad cuando nos convertimos en un don para los demás. Al querer a otros, entregando generosamente todo lo nuestro, nos sentimos plenamente realizados, y advertimos la verdad de la frase del libro de los Hechos de los Apóstoles: Hay mayor felicidad en dar que en recibir (20, 35).
A partir de la adolescencia comienza a gustarnos que nos pidan ayuda y nos agrada especialmente prestarla: nos hace sentirnos valiosos. En toda persona sana, esa tendencia se consolida en la madurez. Una vida enamorada orienta a la plenitud, mientras que una actitud poco generosa conduce a una existencia frustrada.
Lo que da valor a la vida es el amor, es la columna en que se apoya la felicidad humana. Resulta muy importante saber de qué se trata, por eso ahora queremos hablar del amor.