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II. ¿QUÉ ES AMAR?

LA GRANDEZA DEL AMOR la determina su objeto. Aquí vamos a tratar del amor dirigido a personas que es la manifestación más plena del amor.

El amor personal se puede dar entre Dios y el ser humano, y entre nosotros mismos. Las cosas también pueden amarse —una flor, un vestido, un auto, un dispositivo electrónico—, pero han de quererse en orden a las personas, de lo contrario esclavizan el corazón.

Particular relevancia presenta el amor de amistad, que es una forma de amor recíproco entre dos personas que se construye por el conocimiento mutuo y la comunicación. La amistad con Dios es ofrecida a todos los seres humanos por igual y toma el nombre de caridad. Leemos en el evangelio de san Juan que Jesús dice a los apóstoles: A vosotros, en cambio, os he llamado amigos (15, 15).

En el caso de la relación entre el hombre y la mujer, la amistad se facilita por una atracción mutua que viene dada y los antecede. Recordemos que Adán fue creado en una situación idílica, sin fatiga ni enfermedad, y que se le ofreció el dominio sobre todos los animales, pero no encontró en ellos una ayuda adecuada. En ese momento, dice el Génesis que Dios creó a Eva y la presentó a Adán. Entonces dijo el hombre: Esta sí es hueso de mis huesos, y carne de mi carne (…). Por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne (Génesis 2, 23—24).

La masculinidad y feminidad son una condición determinante y conciernen al modo de amar. La complementariedad y la tendencia a la unidad del hombre y la mujer debe ser orientada por el amor. Solo así los guiará a la felicidad a la que tiende su ser.

Desde este punto de vista, podríamos decir que amar es vivir para otro, encontrar en su bien el propio, decir muchas veces que no a lo de uno para pronunciar un sí a la persona querida, y ser feliz regalando la propia felicidad. Amar es ganar a costa de alegrías y renuncias: es perder para conquistar al amado.

Es lo que nos enseña Jesús en grado supremo. Leyendo los evangelios nos damos cuenta de que Él vino a la tierra y se hizo igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Renunció a su vida, entregando hasta la última gota de su sangre por amor nuestro, para que fuéramos libres y felices. Lo hizo gratuitamente, sin pedir nada a cambio, mostrándonos el valor de la generosidad. Así nos ama Dios y así nos ha enseñado a amar.

Hoy es fácil confundir el amor con el sentimiento: creemos ser felices y amamos a los demás cuando todo va bien y no hay problemas. Sin embargo, al encontrar dificultades, al comprobar que la otra persona no quiere lo mismo que nosotros, cuando tendríamos que ceder nuestra opinión o nuestro gusto, pensamos que el amor se ha desvanecido, que ya no queremos a esa persona como antes.

El sentimiento lo quiso Dios para que el amor sea plenamente humano. No hay que anularlo o restarle importancia, sino que conviene suscitarlo para que acompañe el don de uno mismo, también cuando entregarse resulta arduo y costoso. Si no llegamos a comprender que el amor implica donación y sacrificio, nos será imposible alcanzar la felicidad.

Suele contarse, medio en broma y medio en serio, que un novio escribía una larga y apasionada carta a su novia. Le decía que por ella sería capaz de atravesar montañas, caminar por desiertos, cruzar a nado un océano, escalar grandes masas de hielo... Pero terminaba diciéndole: si mañana no llueve, iré a verte. La novia, emocionada al leer esas hermosas declaraciones, se llevó una gran desilusión al llegar a la última frase. Un amor sin renuncia no es verdadero.

El matrimonio y el celibato son caminos que encauzan el amor. Solo es posible comprender la amistad, la paternidad, la maternidad y la filiación desde esta perspectiva: son modos de amar, son maneras de decir: puedes contar conmigo, estoy a tu lado, a tu disposición ahora y por siempre.

El amor es desinteresado y permanente, no tiene plazo, no se sujeta a condiciones. Se quiere con todas las consecuencias o no se quiere de verdad, solo se aprovecha, se usa por un tiempo. Un padre y una madre no quieren a sus hijos temporalmente, mientras se comportan bien, solo si obtienen buenos resultados en el colegio o tienen éxito en la vida.

Se ama como Dios lo hace, sin cálculo ni medida. Para querer a los demás y a todas las realidades creadas debemos intentar imitar el perfecto amor divino. Entonces amaremos con tal intensidad que será notoria nuestra alegría.

Dos regalos maravillosos

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