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Gaviotas de lava

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Al final nos quedamos los dos en silencio, tumbados en las hamacas, mirando hacia arriba y sin saber qué más decir. Ahora que tenía un plan me sentía más segura, así que me puse a pensar dónde podrían estar mis padres.

Nuestras hamacas se ubican entre las palmeras de la playa de las Sirenas, que es el lugar más seguro para nadar, bucear, hacer pícnics y construir castillos de arena. Me parecía imposible que mis padres estuvieran cerca. Si así fuera, ya los habría encontrado.

La playa de las Sirenas tiene arena dorada, aguas transparentes y olas brillantes. Si eres un niño pequeño, puedes jugar alegremente en las olas mientras tus padres beben agua de papaya en las hamacas o en la cubierta del barco, con la garantía de que no te pasará nada. Cuando tienes nueve años, ese nivel de seguridad se vuelve opresivo.

Y aburrido.

Mi playa favorita es la de los Delfines, donde la arena es negra y el agua de un azul marino intenso, y enseguida cubre tanto que no haces pie. La playa acaba en un acantilado que esconde tres pequeñas calas a las que solo se puede acceder por mar, o por aire si tienes alas, así que no creo que mis padres estuvieran allí. Las tortugas ponen sus huevos en estas playas y, cuando nacen, hay cientos de pequeñas tortugas arrastrándose hacia el mar. Los albatros también tienen a sus crías en los acantilados, por lo que en ocasiones hay malentendidos, y más de una vez hemos encontrado tortugas en los nidos de albatros y pequeños albatros tratando de llegar al agua.

En la costa norte de la isla se encuentran las rocas de los Pingüinos y la cueva de la Náufraga Loca, pero mis padres no van por allí. Dicen que los pingüinos son aves muy ruidosas y que, cuando alguien decide irse a vivir por su cuenta a una cueva en los acantilados, es porque no quiere que le molesten.

Se me ocurrió que quizá mis padres estaban navegando por la costa oeste. Las aguas de esa zona son seguras: puedes bucear con las tortugas, hacer el tonto con los delfines y divertirte todo lo que quieras, que nadie te molestará. Pero el único velero que teníamos estaba a medio terminar en la playa de las Sirenas, así que descarté la idea.

Ya solo me quedaba la costa noreste de la isla.

Los acantilados del Dragón son de roca negra, tan verticales como una catarata, y caen a aguas de tiburones. Solo una criatura anida en ellos: la gaviota de lava, que es mi animal favorito.

La gaviota de lava tiene la cabeza negra y unas alas tan anchas y fuertes que le permiten volar a ras de mar, como si fuese un trazo de carbón sobre una lámina de vidrio.

−Oliver −dije−, ¿sigues despierto?

−Siempre estoy despierto.

−Cuando flotas en el aire, ¿te sientes como un ave planeando en el cielo? −le pregunté.

Levantó la cabeza de la hamaca y puso los ojos en blanco.


−Jack, duérmete. No dices más que tonterías cuando estás cansada.

Me reí por lo bajo. Mi padre James siempre me decía lo mismo. A veces, Oliver se parece mucho a los mayores.

Me di la vuelta y cerré los ojos. Oliver y yo habíamos trazado un plan estupendo. El primer paso decía: «Hablar con la madre de Kraken. ¿Siguen mis padres en la isla?». Y eso era exactamente lo que iba a hacer.

Jack Mullet de los Siete Mares

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