Читать книгу Jack Mullet de los Siete Mares - Cristina Fernández Valls - Страница 6
Algo entre las rocas
ОглавлениеKraken vino temprano a la mañana siguiente.
−¿Han regresado? –me preguntó según se acercaba por las dunas.
Negué con la cabeza.
−¡Entonces, tenemos que hablar con mi madre!
La madre de Kraken también es una sirena. Se llama Kelpeana. Tiene el pelo verde y rojo como las algas, y preside las reuniones en la roca del Ahogado. Allí, la Asociación de Vecinos de Isla Cangrejo gestiona todos los asuntos ecológicos. Cosas como que los tiburones no se metan en las aguas de los delfines, que la población de cangrejos y pulpos se mantenga en equilibrio, o que las tortugas lleguen al mar cuando los huevos eclosionan. Si alguien entra o sale de la isla, las sirenas ponen todos los asuntos generales en espera y convocan una asamblea de emergencia.
Hace mucho tiempo, antes de que mis padres llegaran a la isla, un barco mercante atracó en la bahía. Los marineros bajaron a tierra y se adentraron en el bosque. Encontraron las tortugas gigantes, los animales más pacíficos de toda la Tierra, y se las llevaron para usarlas como carne fresca durante el viaje. No cogieron una o dos, no: ¡las cogieron todas! ¡No quedó ni una sola tortuga en toda la isla! Las sirenas se reunieron en la roca del Ahogado y llamaron a todos los habitantes: tiburones, delfines, pingüinos, leones marinos… Incluso los isleños asistieron. Fue la primera reunión oficial de la Asociación de Vecinos de Isla Cangrejo. Por decisión unánime, las sirenas invocaron a la brisa del sur.
La brisa llegó como un viento suave de atardecer, y creció y creció hasta que se transformó en un huracán con olas grandes como el volcán y rayos de lava. Las velas se incendiaron, los marineros saltaron al agua y los tiburones los recibieron hambrientos. Antes de que la nave se hundiera, los delfines habían rescatado a las tortugas.
Poco después, las sirenas y las tortugas gigantes establecieron un plan para proteger la isla. Las sirenas levantaron una barrera mágica, y cada vez que un barco se acerca demasiado, llaman a la brisa del sur, que forma una tormenta y manda a la tripulación entera al fondo del océano. Las tortugas crearon una arruga en el tiempo y lo almacenaron en sus caparazones. Mi padre John me ha explicado que las tortugas actúan como las esponjas marinas. Las esponjas absorben mucha agua, pero cuando las estrujas, el agua se escurre entre tus dedos. Pues algo parecido. Las tortugas atrapan el tiempo y hacen que se mueva muy despacio, a paso de tortuga. Hasta que sus caparazones se llenan tanto que ya no pueden acumular más, y entonces el tiempo se escapa y discurre de forma normal. Por eso, aunque a veces algunas personas se salvan durante las tormentas de la brisa del sur, todos pertenecemos a épocas diferentes. Mis padres y yo, al siglo XVI; Oliver, a la Inglaterra del siglo XVIII, y la Náufraga Loca, a pleno siglo XX.
En cualquier caso, si mis padres habían cruzado la barrera mágica de las sirenas, Kelpeana lo sabría. Si no, estaba segura de que el padre de Helecho, Foca Sigilosa, me ayudaría a encontrarlos. Los pasos 1 y 2 de mi plan estaban claros.
Caminamos hacia las rocas. La marea estaba baja y la playa parecía demasiado extensa sin mis padres. Oliver flotó alrededor nuestro.
−Yo me quedo en el barco, por si acaso vuelven −dijo.
Oliver nunca entra en el mar. Dice que ya tiene suficiente agua dentro de sus pulmones, gracias, y que no necesita más.
Estábamos a punto de sumergirnos bajo las olas cuando Oliver nos llamó desde el dique:
−¡Jack, espera! ¡Aquí hay algo!
Al mirar desde la orilla, un rayo de luz me golpeó en los ojos.
Regresamos deprisa. Algo brillaba entre las rocas. El único problema es que los cangrejos que viven en esas rocas no son cangrejos normales: son grandes y redondos como cocos, con pinzas tan fuertes que podrías usarlas para cortar leña.
−Tienes que cogerlo –dijo Kraken–. Seguro que es una pista.
Pensé que igual todo esto era una prueba de mis padres para valorar mis habilidades piratas. Como en las historias que mi padre John cuenta cuando estamos en las hamacas y el sol se vuelve naranja y el cielo morado. Siempre habla de monstruos marinos, veleros llenos de monedas de oro e islas piratas con volcanes y dragones. Entonces, mi padre James dice que me está llenando la cabeza con historias fantásticas y que debería concentrarme en mis destrezas de supervivencia, porque mis nudos marineros aún no son suficientemente fuertes.
Estaba dudando si era buena idea meter la mano entre las rocas, cuando Oliver dijo:
−El pirata más famoso de todos los tiempos solo tiene una mano. Mientras que no pierdas la otra, yo creo que deberías intentarlo.
¿Y sabes qué? Tenía razón. Si alguna vez quería llegar a ser una buena pirata, tenía que empezar a tomar las decisiones oportunas, y es mucho mejor perder una mano que un ojo o una pierna. Si pierdes un ojo, no ves la mitad de lo que hay enfrente de ti, ni distingues lo que está lejos de lo que está cerca, ni puedes jugar a nada en lo que haya que guiñar un ojo porque nadie sabe si lo has guiñado o si estás parpadeando. Y, desde luego, perder una pierna es un rollo porque solo puedes ir a la pata coja dando saltitos. En ese caso, la mejor opción es conseguir una pierna de madera, que al menos te ayuda a cojear con cierto estilo. Así que, si tenía que prescindir de una mano, mejor la derecha, porque soy zurda.
Oliver y Kraken retrocedieron un par de pasos. Lo que fuera que estuviera ahí abajo se ocultaba bien al fondo. Iba a necesitar usar todo el largo de mi brazo.
Un cangrejo corrió entre las rocas y se escondió.
−Brazo derecho −dije−, vas a hacer algo muy importante. Siempre te recordaré como el mejor brazo derecho que cualquier persona pueda tener. −Lo acaricié para darle ánimos.
Las rocas están cubiertas de pequeñas conchas con las que es fácil cortarse. Además, en los charquitos de agua puede haber erizos de mar. Si te digo la verdad, prefiero perder el brazo entero con un corte limpio de cangrejo que pincharme con un erizo. Las picaduras de los erizos de mar son moradas y brillantes, agudas, como cuando alguien te grita en los oídos, y tan húmedas como lluvia torrencial. Así de terribles son los erizos de mar.
Respiré hondo.
«Jack Mullet de los Siete Mares, la mejor niña pirata del mundo, tú puedes hacerlo».
Me arrodillé en las rocas, deslicé el brazo entre los bordes afilados, y seguí bajando y bajando hasta que me encontré tumbada delante de un grupo de mejillones que parecían burlarse de mí. Mis padres cocinan los mejores mejillones de la isla, con higos chumbos asados y coco. Este pensamiento me dio valor. Lo estaba haciendo por ellos. Toqué arena y agua, y… y algo más. Lo que fuera que me había deslumbrado, ahora era mío. Lo agarré fuerte y recuperé el brazo con solo algunos raspones.
−Vaya −dijo Oliver.
−Bueno… −dijo Kraken.
Una botella. No tenía corcho. Estaba llena de agua y había un par de caracoles de mar viviendo dentro. Yo esperaba algo más mágico: una moneda de oro, una perla del tamaño de una tortuga marina, un medallón de plata con el emblema pirata… No sé. Creo que mis amigos también estaban desilusionados. Ni siquiera había perdido el brazo. Ni un solo dedo. Todo se estaba volviendo triste y gris, y no tenía ni idea de dónde podían estar mis padres.
Lancé la botella a la cubierta del barco.
−Kraken, ¿podemos ir a hablar con tu madre ahora? –le pregunté.
Nos dirigimos hacia la orilla. El agua estaba fría. Una ola de espuma blanca brillante nos recogió y nos llevó hacia las profundidades.