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La joyita de Aston: John Osbourne

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John Michael Osbourne (Birmingham, 1948) vivió su infancia y adolescencia en Aston junto a sus padres, Jack y Lilian, y sus cinco hermanos y hermanas en una humilde casa de Aston de tan solo dos habitaciones. Decir que les costaba llegar a fin de mes quizá sea quedarse cortos.

Dejó el instituto a los 15 años, aunque no fue especialmente recordado por su excelencia académica ni por su actitud ejemplar. En su defensa hay que decir que le costaba mucho leer y concentrarse, algo que acabó teniendo su explicación cuando tenía 30 años, momento en el que le diagnosticaron dislexia y trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).


Ozzy Osbourne, también conocido como el «padrino» del heavy metal o el «príncipe de las tinieblas».

Sin embargo, algo que sí le gustaba de su etapa escolar era actuar y cantar en los teatrillos típicos en Navidad o fin de curso. Esto hizo que muchos se burlaran de él y le pusieron el mote de «Ozz-brain», una especie de juego de palabras fónico con su apellido, Osbourne, y lo que podríamos traducir como «cerebrito» (brain) en español. Entre que le costaba leer o prestar atención y que le gustaba hacer un poco el payaso en esas funciones escolares, algunos pensaron que tenía cierto retraso mental, de ahí lo de llamarle «cerebrito». Tan irónico como cruel. Sin embargo, el mote acabó derivando en algo más corto, «Ozzy», y así es como le conocía todo el mundo. «La gente me llama «Oz» u «Ozzy». Y si fuera por la calle y alguien dijera «John», no me pararía», reconoce él mismo. De hecho, solo en su casa le llamaban John.

Una vez que dejó los estudios, Ozzy empezó a buscar trabajo. Su currículum acabó siendo tan variopinto como extravagante. Fue ayudante de fontanero, operador de planta en una fábrica de piezas de coches (en la que empezó a «colocarse» delante de unas cubas con cloruro de metileno), afinador de claxons de coches en la misma planta donde trabajaba su madre (que Ozzy recuerda como su «primer trabajo en el negocio de la música») y, finalmente, el primero que él reconoce que disfrutó: ejecutor de vacas en un matadero. Este le duró 18 meses, que era todo un récord teniendo en cuenta que no solía durar mucho en el resto de trabajos. Muy a su pesar, le acabaron echando porque agredió a un compañero que supuestamente le molestaba.

Mientras engrosaba su ecléctica experiencia laboral, Ozzy pensó que sería buena idea robar para ganarse un dinero extra. Centró su objetivo en una tienda detrás de su casa, aunque le costó tres intentos conseguir algo de valor. En el primero, una vez dentro del establecimiento y totalmente a oscuras, echó mano de las primeras perchas que se cruzó, aunque al marcharse acabó dándose cuenta de que eran unos baberos y ropa interior de bebé. Al segundo intento fue directo a por una televisión de 24 pulgadas, pero pesaba tanto que, mientras escapaba por el muro de la parte de atrás de la tienda con ella a cuestas, se le acabó cayendo encima. «No me pude mover durante una hora», recuerda Ozzy. Al tercer intento, en el que ya nuestro torpe protagonista decidió ir equipado con unos guantes como un caco profesional, acabó robando varias camisetas. Sin embargo, a uno de sus guantes le faltaba un dedo, así que acabó dejando sus huellas por todos lados. Le acabaron deteniendo y le condenaron a tres meses de cárcel o a pagar una multa equivalente a 50 euros o 60 dólares. No tenía dinero y le pidió ayuda a su padre, que se negó a prestarle nada porque pensó que un tiempo en prisión le enseñaría una lección a su hijo. Y, efectivamente, acabó entre rejas.

Aunque los tres meses se redujeron a seis semanas por buen comportamiento, su estancia en la cárcel le marcó, literalmente. Fue allí donde decidió tatuarse él mismo las letras O-Z-Z-Y en los nudillos de su mano izquierda. También hubo momentos difíciles porque le intentaron pegar y violar, e incluso le llevaron a una celda solitaria por pelearse con otro prisionero. Ozzy reconoce en sus memorias2 que fue su sentido del humor el que le ayudó a superar el mal trago, aunque desde entonces, entre otras cosas, le da miedo quedarse a solas en cualquier sitio.

Al poco de ser puesto en libertad se metió en problemas de nuevo. Le acabaron deteniendo por armar jaleo en un bar mientras iba borracho. Esta vez sí pudo permitirse pagar la multa y se juró que nunca volvería ir a la cárcel otra vez. No lo consiguió.

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