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La mala suerte de Tony
ОглавлениеEl jovencito Anthony Frank Iommi (Birmingham, 1948) llevaba toda su adolescencia tocando la guitarra, aunque su ilusión de pequeño era tocar la batería. No pudo cumplirla porque, al parecer, no le cabía en casa, así que siguió los pasos de su padre y sus tíos, que tocaban el acordeón. Pasó un tiempo hasta que su madre le compró su primera guitarra.
En 1965 tenía 17 años y se sacaba un dinero trabajando en una fábrica de chapa. En el instituto se ganó la fama de tipo duro porque tocaba en grupos y, de hecho, le iba bastante bien con uno en particular: The Birds and The Bees. La cosa iba tan en serio que hasta iba a empezar una gira por Europa con ellos, e incluso había decidido dejar su trabajo en la fábrica para dedicarse plenamente a la música.
Estaba eufórico. Era viernes y su último día de trabajo en la fábrica. Tony no quería ir porque ya tenía su cabeza puesta en la gira con su grupo, pero su madre le pide por favor que vaya porque estaba convencida de que lo mejor era acabar bien en todos los sitios. Le hizo caso y ese día le tocó sustituir a una compañera que trabajaba en una máquina que tenía una guillotina incorporada para cortar piezas de metal. Él nunca la había usado antes y fue entonces cuando sucedió EL ACCIDENTE, así, en mayúsculas.
Anthony Frank Iommi está considerado uno de los guitarristas más importantes de la historia del rock.
Quedaban pocas horas para que acabara su turno, pero un error de cálculo hizo que la guillotina cercenara las yemas de los dos dedos centrales de su mano derecha. Al ser zurdo, se trata de su mano importante, la que utiliza para tocar las notas y los acordes en las cuerdas de la guitarra.
Tras estabilizarle y sanearle las heridas en el hospital, los médicos le dieron una de las peores noticias posibles: que se olvidara de volver a tocar la guitarra. De hecho, le aconsejaron que se buscara otra cosa para vivir que no fuera la música. Un día estaba a punto de irse de gira por Europa con un grupo y al otro le dicen que no podrá volver a tocar jamás su instrumento. Fue un mazazo terrible para él, pero, cuando estaba recuperándose, el que había sido su jefe en la fábrica le llevó un disco de un tal Django Reinhardt.
Django fue un guitarrista franco-romaní tremendamente influyente en el jazz que se hizo famoso en la década de los años treinta y cuarenta. Durante una noche, su caravana se incendió y su lado derecho del cuerpo y su mano izquierda sufrieron graves daños. Él era diestro, así que, al contrario que Tony, era su mano importante. El fuego le dejó secuelas y a partir de ese momento solo podía utilizar el dedo índice y el corazón para tocar, cuando lo normal es utilizar todos menos el pulgar, que sirve para colocar la mano y navegar por el mástil. Sin embargo, Django solo podía utilizar los otros dos dedos, el anular y el meñique, como apoyo en algunos acordes, así que tuvo que inventarse una técnica de digitación nueva para poder seguir tocando.
Django Reinhardt, un referente musical en la carrera de Iommi.
Acabó convirtiéndose en uno de los músicos más famosos de aquella época en Europa, aunque, por si el accidente no fuera suficiente drama en su vida, le tocó vivir la Segunda Guerra Mundial y la correspondiente persecución nazi a los gitanos. Para rizar más el rizo, hubo un tiempo en el que Hitler consideraba el jazz, junto con otros estilos como el swing, «música degenerada» (Entartete Musik), que iba contra los principios de la Alemania nacionalsocialista y su obsesión por la pureza racial (el jazz, al fin y al cabo, era una música con origen afroamericano y con algunos máximos exponentes judíos, una tormenta perfecta que le granjeó al género la prohición durante parte del Tercer Reich). Por suerte, Reinhardt sobrevivió el azote nazi a pesar de ser un «músico gitano de jazz» y pudo continuar con su exitosa carrera hasta su muerte, en 1953.
Por supuesto, la historia del guitarrista gitano fue toda una revelación para Tony, que decidió volver a tocar. Era todo un reto porque sin la yema de los dos dedos dañados había perdido el tacto, por lo que le era complicado saber si estaba pulsando bien las cuerdas, así que tuvo que aprender a tocar desde cero y guiándose por el oído. El siguiente inconveniente es que, sin la yema, el agarre en las cuerdas era casi nulo. Esto es importante para tocar con claridad y contundencia (hay que apretar y sujetar fuerte las cuerdas, más en el rock, estilo en el que la característica distorsión de la guitarra se convierte en ruido si no se toca con precisión), y clave para técnicas como el vibrato o el bending, que consisten en pulsar una cuerda y estirarla hacia arriba o hacia abajo, algo casi imposible de hacer sin un agarre adecuado. Por último, estaba el dolor en cada pulsación. La punta de sus dos dedos accidentados era prácticamente la de sus falanges, es decir, hueso sin el acolchamiento que proporcionan las yemas. En otras palabras: usar esos dos dedos le dolía mucho y no podía controlar lo que estaba tocando con ellos.
Lejos de rendirse, Tony buscó una solución creativa cuanto menos. No podía hacer nada contra la falta de tacto porque no es posible regenerar las terminaciones nerviosas y la sensibilidad de las yemas, pero quizá sí para el resto de problemas. Empezó fabricándose unos dedales a base de trozos de una vieja chaqueta de cuero, tapones de bote de una conocida marca de lavavajillas y pegamento. Calentaba los tapones con una plancha y los amoldaba a la forma de sus dedos. Para que no se escurrieran al tocar, los recubrió con trozos de cuero y el citado pegamento.
Al principio se frustraba y se sentía torpe, pero poco a poco se acostumbró y le sirvió para ir recuperando la utilidad de sus dos dedos accidentados. Es más, el invento fue tan eficaz que siguió utilizándolo desde entonces y a lo largo del resto de su carrera cada vez que tocaba. Siempre llevaba recambios de sus dedales a sus conciertos por si acaso, incluso en los años de más éxito con Black Sabbath. De hecho, Tony asegura en sus memorias1 que aún conserva lo que queda de la vieja chaqueta de cuero de la que fue recortando moldes para sus dedos durante más de 50 años. Nadie podrá negar que eso sí que es aprovechar bien la ropa.
Los dedales no fueron su único invento. En aquella época no existía la enorme variedad de cuerdas de guitarra que hay en la actualidad. Ahora, además de distintos materiales, se pueden comprar en diferentes calibres. Hay quien prefiere que las cuerdas sean más gruesas o más finas, pero en los años sesenta había las que había y eran demasiado gruesas y duras para los delicados dedos de Tony, así que decidió ponerle varias cuerdas de banjo a su guitarra, que eran más blandas, y las combinó con las estándar de su instrumento. En palabras de Tony: «Pregunté a varios fabricantes si podían hacerme cuerdas de bajo calibre, pero me decían que no era posible. Yo les decía que sí... ¡porque yo mismo había podido hacerlo!, y entonces me decían que no se venderían bien. Al final encontré un fabricante en Gales que accedió a hacer para mí cuerdas de bajo calibre. Por supuesto, otros fabricantes empezaron entonces a vender cuerdas de bajo calibre».
Además de esta curiosa mezcla, que utilizó durante años, bajó la acción del puente de la guitarra (hacer que las cuerdas estén más pegadas al mástil para que haya menos tensión), y también empezó a jugar con afinaciones más bajas (a afinación más grave, más sueltas están las cuerdas y, por tanto, menos dureza al tocar). Desde luego, en aquel momento Tony no pensaba que iba a marcar la historia de la música con estas decisiones e inventos, pero, como veremos, acabarían moldeando un sonido único, aunque él solo quería volver a tocar como fuera.