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1. Introducción

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La historia de Black Sabbath está teñida de la peor de las suertes, un festín de todo tipo de drogas y algún que otro triunfo. Es una especie de montaña rusa en la que han demostrado ser capaces de llegar a lo más alto, pero también de caer en lo más bajo. Y, además, paradójicamente, esto les pasaba de forma cíclica; siempre que alcanzaban un punto álgido, a continuación venía una enorme caída. Y, aunque el golpe fuera duro, volvían a la carga, se reponían y reiniciaban la partida, como si fuera un videojuego. Eso sí, cada vez con menos comodines y vidas extra.

Quizá ese afán de superación ha estado siempre en el ADN de esos cuatro chicos que vivían calle con calle en un barrio de Birmingham, y que a finales de los años sesenta decidieron empezar a tocar versiones de blues de grupos como Crow o The Aynsley Dunbar Retaliation. A decir verdad, la formación no prometía mucho.

Por un lado tenías a John, un chico que a los 18 años ya había estado seis semanas en la cárcel por robar en una tienda algo de ropa, y cuya única experiencia cercana a la música era haber trabajado en una fábrica afinando bocinas de coche. En el colegio le llamaban Ozzy y decidió que cantar podía ser una buena idea. Aparte de su nula experiencia o formación musical, había una pega: no se enteró hasta sus 30 años de que tenía dislexia y trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Ambas cosas le habían frustrado mucho porque le costaba leer y concentrarse y no supo por qué hasta que recibió el diagnóstico.

Al otro lado tenías a Tony, de abuelos heladeros que emigraron de Italia a Reino Unido para ganarse la vida. Era el tipo guay en el instituto porque tocaba la guitarra. Poco después llegó el momento que marcó su vida: un accidente que le amputó parte de los dos dedos centrales de su mano derecha. Coincidencias de la vida, los mismos que utiliza para presionar las cuerdas de la guitarra porque es zurdo. Para más inri, le sucedió justo el último día en la fábrica en la que trabajaba antes de que se fuera a dedicar plenamente a la música. Nadie se imaginaba que este hecho marcaría tanto su futuro y el de la historia de la música moderna.


Black Sabbath, cuatro tipo de Birmingham que acunaron el heavy metal.

También estaba Terence, al que todos llamaban Geezer. Era el bajista, aunque como no se podía permitir comprar la cuarta cuerda de su instrumento, tocó un tiempo solo con las tres primeras. Eso hasta que tuvo un bajo, claro, porque empezó tocando con una Fender a la que bajaba la afinación para simular ese sonido más grave.

Por último estaba Bill, que empezó a tocar la batería con 15 años influenciado por bateristas de jazz de los años cuarenta como Gene Kupra, o por figuras de los sesenta como Ringo Starr, John Bonham o Larrie Londin. Más que llenar de golpes cada compás, le gustaba mucho jugar con los silencios y el aire en las canciones.

Así que, sí, tenías una banda de versiones de blues con un cantante disléxico, un guitarrista con dos dedos de su mano principal amputados, un bajista sin dinero para comprar cuerdas para su instrumento y, al menos, para compensar, un baterista al que le gustaba tomarse las cosas en serio. Desde luego, con esta presentación nadie diría que estos cuatro ingleses acabarían haciendo historia en la música, llenando estadios, siendo escuchados por millones de personas y, sobre todo, poniendo los pilares de un estilo desconocido hasta entonces: el heavy metal.

Decir que la música heavy metal no existía antes de Black Sabbath puede ser algo atrevido. En los años sesenta el término «heavy metal» se había usado para referirse a los metales pesados de la tabla periódica de los elementos químicos, aunque también empezaron a aparecer referencias en la cultura popular. Es el caso de William S. Burroughs y sus novelas La máquina blanda (1961) o Expreso Nova (1964), en las que usaba «heavy metal» para referirse al consumo de drogas. En la música, la primera mención apareció justo por influencia de estas novelas de Burroughs en el disco Featuring the Human Host and the Heavy Metal Kids (1967), de Hapshash and the Coloured Coat, una formación inglesa de rock psicodélico y avant-garde que nada tiene que ver con lo que hoy conocemos como heavy metal.

Bandas de los años sesenta como Iron Butterfly, Cream o Blue Cheer sí se aproximaban más a esos sonidos duros, pero no fue hasta 1968 que empezó a fraguarse ese «metal pesado» musical. Curiosamente, justo en ese año, 1968, nacieron los tres grupos precursores del género: Black Sabbath, Deep Purple y Led Zeppelin. Cada uno a su manera y no sin ciertas rivalidades entre ellos, ayudaron a moldear un tipo de música que se erigía sobre un volumen brutal, riffs de guitarras muy distorsionadas, bases rítmicas pesadas, voces melódicas a la par que estridentes para el estándar de la época, y unas letras muy oscuras y melancólicas, que chocaban contra las más amables y superficiales sobre el amor, la felicidad y la no violencia del movimiento Flower Power de esa década.

Fue a partir de entonces cuando los periodistas musicales empezaron a definir esos nuevos sonidos como heavy metal. Tradicionalmente se ha señalado al californiano Lester Bangs como precursor del término para referirse al tipo de música, aunque no hay un consenso claro porque otros periodistas como Mike Saunders, que compartía revista con Bangs; Sandy Pearlman, que acabó siendo el productor y manager de Blue Öyster Cult; o Barry Gifford, por un artículo que escribió sobre Electric Flag en la revista Rolling Stone en 1968, también usaron «heavy metal» para describir la música que estaban escuchando entonces.


Las bases rítimicas del heavy metal y sus letras oscuras y melancólicas chocaron de frente con las más amables y superficiales del movimiento Flower Power que impregnó la música de finales de los sesenta.


Más de 25 músicos han desfilado por la formación desde sus inicios hasta su gira de despedida.

De hecho, se suele citar como el origen de la denominación de heavy metal en la música una crítica que hizo Bangs en la revista Creem al disco Paranoid (1970) de Black Sabbath. Sin embargo, en ese texto, que no era favorable al grupo precisamente, no aparece ni una sola vez el término «heavy metal». En su lugar, sí se puede leer «downer music», o música deprimente.

Paradójicamente, el propio Ozzy ha renegado en los últimos años de la vaguedad del concepto heavy metal «porque engloba tanto a Sabbath como a Poison» y, él, en una entrevista concedida a la revista Circus a mediados de los años setenta, definía la música de su banda como «Depression rock», rock depresivo, que se acerca a esa «música deprimente» que definía Bangs.

Sea como fuere y tanto si utilizamos heavy metal o su sinónimo, heavy rock, o, simplemente, metal, no hay duda de que Black Sabbath escribió las primeras páginas del género junto a sus coetáneos Deep Purple y Led Zeppelin, y sirvieron como referencia a las siguientes generaciones de grupos como Judas Priest, Iron Maiden, Metallica o incluso Nirvana (Kurt Cobain definía su sonido como un cruce entre los Beatles y Black Sabbath).


Kurt Cobain definía el sonido de Nirvana como un cruce entre los Beatles y Black Sabbath.

No obstante, lo que diferencia a Black Sabbath de Purple y Zeppelin es precisamente ese estado permanente de drama. Sí, hubo tragedias y cambios de formación en Deep Purple y Led Zeppelin, pero la palma se la lleva Black Sabbath con un histórico de más de 25 músicos pasando por su formación para la grabación de discos (sin contar músicos de sesión en conciertos), entre los que se incluyen titanes del rock como Ian Gillan (fichar al vocalista de sus «rivales» Deep Purple fue todo un acontecimiento), Glenn Hughes (que también fue cantante de Deep Purple) o Eric Singer, y, por supuesto, el eterno Ronnie James Dio, considerado uno de los mejores cantantes de heavy metal de todos los tiempos y clave en los Sabbath de los años ochenta.

Pardiez, la trayectoria de Black Sabbath es tan dramática que hubo unos años en los que no eran dueños ni de sus exitosas canciones. Vivieron en sus propias carnes las consecuencias de ser engañados y exprimidos por representantes, discográficas y abogados. Casi se arruinan en varias ocasiones. Y, por si fuera poco, la prensa y las críticas nunca les acompañaron. Sus discos fueron menospreciados, mientras que la gloria y las alabanzas se las llevaban Purple y Zeppelin, algo que sacaba de quicio a Tony Iommi, líder indiscutible y único miembro estable en todas las etapas de Sabbath.


Tonny Iommi fue el único miembro original de Black Sabbath que estuvo en todas sus etapas.

Ese sambenito de chicos pobres con complejo de inferioridad de Birmingham siempre les ha acompañado, aunque les salvó el boca a boca, que la gente comprara sus discos y fuera a sus conciertos a pesar de las malas críticas o de los constantes cambios de formación.

Tampoco ayudaron mucho las drogas. Llegaron a tal punto de abuso que decidieron llevar consigo a un camello propio en la gira de su álbum Vol.4 (1972) para que nunca les faltase cocaína. Eran tiempos en los que empezaban los conciertos con un Ozzy fuera de sí preguntando al público si estaban drogados. Cuando el respetable gritaba de vuelta con un rotundo sí, entonces el vocalista respondía, «genial, ¡porque yo también!», y empezaban con «Snowblind», célebre canción dedicada a la coca. Incluso en los agradecimientos del álbum dedicaron un apartado a «the great COKE-Cola Company of Los Angeles», y no se referían precisamente a la empresa del famoso refresco.


13 es el decimonoveno y último álbum de estudio de Black Sabbath, editado en 2013.

Cada cual tenía su vicio, pero, desde luego, la marihuana, el hachís, el LSD o la cocaína bien podrían considerarse como parte de la formación oficial de Black Sabbath, al menos durante las primeras y más alocadas décadas. No podemos olvidarnos del alcohol, motor de múltiples fiestas y sesiones de composición y grabación que, además, propició anécdotas curiosas, como cuando Ozzy casi prende fuego a un castillo del siglo XVIII porque metió demasiada madera en la chimenea y se quedó dormido al lado. Pero también hubo otras más tristes, como cuando le diagnosticaron hepatitis a Bill Ward a sus veintipocos años, algo que desencadenó en una depresión y en un infierno personal que tardó mucho tiempo en superar.

Y, como remate, la salud no siempre les acompañó. Desde depresiones, ansiedad, adicciones y otros problemas psicológicos, pasando por el grave accidente que tuvo Ozzy en 2003 con un quad y que casi le cuesta la vida, hasta el diagnosticado linfoma (un tipo de cáncer) de Tony Iommi en 2012, la aventura de la banda inglesa también se torció en este apartado.

A pesar de todo, Black Sabbath logró publicar 19 discos de estudio (el primero y homónimo en 1970, y el último, 13, en 2013), vender más de 70 millones de CD’s y, después de 31 giras y cientos de conciertos, fueron capaces de despedirse de los escenarios por todo lo alto en su Birmingham natal el 4 de febrero de 2017. No está mal para un grupo de desdichados que hacen «música deprimente», ¿no?


Black Sabbath

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