Читать книгу El libro de las decisiones: una guía para darse cuenta - Daniel Jorge Martínez - Страница 10

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Un poco de tu historia

“No se conocen las razones del éxito, pero sí la fundamental para el fracaso: querer conformar a todo el mundo”.

Cuando el semen entra en la vagina, son alrededor de un millón y medio de espermatozoides los que van en busca del óvulo para fecundarlo. Uno de esos espermatozoides, eras vos. Lo curioso de esto, es que cada uno de ellos hubiera engendrado una persona diferente, única e irrepetible. Quiere decir que cuando nadaste y nadaste durante horas hasta llegar a fecundar el óvulo, te abriste camino entre los otros, sorteaste dificultades, superaste escollos, competiste con los demás y lograste nacer. Y aquí estás, sos la prueba de semejante desafío.

Resulta fácil concluir, entonces, que el resto de esas potenciales personas (es decir, haciendo números aproximados, 1.499.999, ¡vaya cifra!) nunca nacieron ni nacerán; esas potenciales personas dejaron de nacer para que vos llegaras al mundo. ¿Te das cuenta de tu capacidad, de tu fortaleza, de tu espíritu de lucha, de tu abnegación, de tu fuerza para sobreponerte a la adversidad?

Me animaría a decirte que hay —en cada uno de nosotros, los que logramos nacer—, una vida que representa la postergación de cientos de miles de vidas. Por lo cual, tenemos la obligación de honrar todo esto, de advertir lo que fuiste capaz desde el comienzo y entender que, si luego perdimos esa fuerza, esa capacidad, esa abnegación, es porque hubo factores que influyeron, que fueron haciendo que dejáramos ese camino de rotundas decisiones; que nos alejáramos de nosotros mismos, que nos convirtiéramos en débiles, indecisos, frustrados, depresivos, fóbicos o inseguros.

Nacer fue una decisión absoluta, vivir es lo mismo. Pero uno empieza a ser consciente de los otros, ahora nos cuesta dejarlos atrás, pareciera que perdimos la memoria que teníamos cuando íbamos en camino del óvulo, cuando apenas éramos un espermatozoide. Porque, te guste o no te guste, debés admitir que vos fuiste quien ganó, el que llegó primero y se abrió paso, el que eligió, decidió y lo logró. Aunque ahora vivas haciendo una parada muchas veces, yendo más lento otras, y postergándote en tus objetivos.

La mirada que tenemos sobre nuestros padres, el miedo a que nos dejen de querer por lo que hicimos o por lo que no hicimos, empieza a mermar nuestra esencia, desdibuja nuestro yo y nos convierte en inseguros.

Se vive con máscaras: fingiendo reír, postergando los deseos, estudiando lo que otros quieren, cortando noviazgos porque los demás no gustan de él o de ella, ocultando cosas y mostrando otras que no son. Y así uno se empieza a alejar del camino que inicia.

Vos tuviste que fecundar tu propia vida nueve meses antes de nacer. Ahora que sos un cuerpo, una mente, una esencia, un alma, hay veces en las que no podés ni con lo mínimo. Oportunidades en las que te asusta cualquier obstáculo, toda mirada acusadora o comentario en contra, cualquier crítica posible.

Dicen algunos psicólogos que el padre y la madre fundan aspectos determinados en sus hijos a partir de la relación que tienen con ellos, desde cómo estén plantados en sus roles, y entonces, la madre será —para la vida del hijo— un factor determinante de sus aspectos relacionales, de sus vínculos afectivos. El padre, por su parte, resultará ser un factor preponderante en la relación de ese chico con el mundo, en la elección de la sexualidad, de su carrera…

Cada uno de ellos, y de acuerdo con el vínculo con el hijo, la postura ante la vida y la relación entre ambos, se convertirá en determinante para la forma de vincularse con él, para muchas de las seguridades e inseguridades que el pequeño tenga. A veces, el abandono —real o no— de alguno de ellos, debilita cualquiera de esos aspectos. O la falta de rol, aunque esté presente. En oportunidades, es mejor no tener algo que tenerlo mal, ¿no te parece? Tampoco se trata de que sobreprotejan, porque eso también es una forma de abandono. ¿Suena extraño?

Cuando alguien te sobreprotege, tampoco te deja decidir, porque él elige qué es lo mejor para vos, dónde debés ir, qué tenés que estudiar, qué hacer y qué no hacer… Esto hace que esa persona te abandone de forma constante, ya que nunca tuvo en cuenta tus deseos esenciales, tus verdades más profundas. Así, el niño crece alejándose cada vez más de sí mismo y acostumbrándose a cumplir deseos de los otros. Por lo cual, cuando elige pareja, lo hace desde lo que hicieron con él y no de lo que es en realidad, y se frustra y no es feliz, y siente miedo a ser lo que desea ser porque, sin darse cuenta, se lo prohibieron.

Así empieza la historia de nuestros temores para decidir, el miedo es el enemigo número uno de esta cuestión. Y al miedoso o al temeroso no hay nada externo que lo calme, que lo haga sentir seguro, porque siempre busca la aprobación fuera y sucumbe ante la mínima desaprobación. Es más, no intenta por temor al qué dirán, al fracaso, a que lo dejen solo, a que se enojen, a que no les guste, a que lo tomen a mal. En fin, el miedo a cualquier cosa, miedo paralizante, miedo a sufrir.

Por miedo a sufrir soledad, sufrimos la tortura de una mala compañía. Por miedo a sufrir el final de una relación, sufrimos por años el infierno de una mala pareja. Por miedo a asumir las responsabilidades de un adulto, sufrimos siempre las consecuencias de actuar como un niño, siendo grande. Por miedo a cometer un error en nuestros intentos, sufrimos las consecuencias de no comprometernos nunca en nada que tenga que ver con nuestros deseos. Por miedo a sufrir el rechazo, sufrimos las consecuencias de postergarnos, y no nos mostramos como somos para lograr aprobación de todos, la cual, en verdad, jamás llega. Por miedo al juicio del otro, postergamos nuestros deseos y la solución de nuestras frustraciones sexuales.

Claro que el miedo es sano cuando actúa como advertidor de riesgos innecesarios, pero nunca cuando nos impide, nos prohíbe, nos separa de nosotros, nos aleja de los sueños, de nuestra esencia, de nuestro sexo, de nuestra vida. Jamás nadie nos dará la seguridad anhelada, sólo nosotros, volviendo a ser nosotros, tomando nuevamente el camino que dejamos, podremos lograrlo. No existe la magia, los miedos no se van porque sí; a los miedos se los combate únicamente con la acción… con nuestra acción.

A ver si me explico mejor de esta forma:

El ratón estaba siempre angustiado porque le tenía miedo al gato. Cierta vez, un mago que lo vio se compadeció del pobre animalito y lo convirtió en gato. Pero empezó a sentirle miedo al perro, de modo que el mago lo convirtió en perro.

¿Y qué pasó? El ratón, al verse convertido en perro, perdió el miedo al gato pero comenzó a tener temor de la pantera, y fue entonces que el mago obró sobre él una vez más y lo transformó en pantera. A partir de ahí, comenzó a tenerle miedo al cazador.

Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió todo al principio: lo metamorfoseó nuevamente en ratón y dijo: “Nada de lo que haga por vos te servirá de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón”.

¿Queda más claro ahora, querido lector? No importa lo que parezcas, no importa lo que los otros vean o comenten de vos, no interesa toda la aprobación que logrés de todos, lo que venga de afuera, no interesan los disfraces que te pongás o en qué tratés de convertirte. Lo único que importa, lo único que vale, es tu corazón, tu sentir, tus deseos, aceptarte, vencer los propios límites, tu propio quererte, tu amor por vos. Es hora de que empieces a llorar mucho por lo poco que te amás, en vez de entristecerte porque los demás no te quieren.

Cuando yo era chico, leí un mandamiento de la religión católica que dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Fijate qué simple, mirá cómo deberás amar a tu prójimo, que por lo menos tiene que ser igual a cómo te amás a vos mismo.

Más allá de tu fe religiosa, te pregunto: ¿te has querido por lo menos en la misma medida que quisiste a otro? ¿Te aceptás en la misma forma que aceptás a los demás? ¿Te das placer en la misma medida que lo das? ¿Pedís de la misma forma que te piden? ¿Te das los permisos que das? Elegiste nacer hace muchos años, me parece que es hora de que elijas vivir.

Sería bueno que intentés poner en práctica otra receta. Porque si hacés una comida de determinadas manera y siempre tiene mal gusto, habrá que cambiar la fórmula, aunque sea para probar cómo sale, ¿no te parece?

Probá, intentá, empezá con pequeñas cosas, estudiá algo que nunca te animaste, ponete esa ropa que pensás que te quedará mal, decí que “no” alguna vez, pedí aumento, poné tu propio negocio, no tengás miedo al orgasmo, hablá de sexo, corré algún riesgo… en fin: tratá de vivir en vez de durar.

Qué cosa rara es el hombre, ¿no?: “nacer”, no puede; “vivir”, no sabe; “morir”, no quiere…

No es que no te atreves porque las cosas sean difíciles, sino porque no te atreves se hacen difíciles.

Séneca

El libro de las decisiones: una guía para darse cuenta

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