Читать книгу El libro de las decisiones: una guía para darse cuenta - Daniel Jorge Martínez - Страница 13
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Así como cuando eras niño y te dolían los dientes porque los de leche se caían y cambiaban por otros; así como cuando te dolían las rodillas y significaba que estabas dando un estirón y tu estatura aumentaba; de la misma forma, crecer internamente trae sus dolores, pero estos son ínfimos al lado del placer de disfrutar de las cosas deseadas cuando tomás la decisión de lograrlas.
El creer que uno puede sentarse a esperar que la vida traiga las cosas, deja en claro que aún estás en aquellas épocas en que dormías en una cuna y mamá, o quien fuera, te traía un biberón de leche tibia, te bañaba, te cambiaba, te alcanzaba lo necesario, te tapaba, te hacía dormir, te limpiaba. Esa etapa te dio, de bebé, la sensación de ser el centro del mundo, de sentir que las cosas venían a tu encuentro sin el mínimo esfuerzo. Hay personas que, en muchos aspectos, se quedan en esa etapa, como pretendiendo que los demás hagan las cosas por ellos.
El bebé no pasa por las inclemencias del tiempo ni se quema las manos al hacerse la comida, y lamentablemente, tengo que decirte que esa etapa pasó, y que hay cosas por las cuales deberás atravesar para lograr otras. El placer de conseguirlas es inversamente proporcional a las inclemencias del trayecto. La satisfacción de un solo logro echa por tierra las sensaciones de muchos malos resultados anteriores. El sobreponerse a una adversidad, te da sensación de triunfo. Pues cada ser humano produce en sí mismo una transformación ante cada logro por más pequeño que este sea.
El lograr algo de lo que verdaderamente deseás, librando una batalla ante la adversidad, te irá dando fortaleza y así sentirás que estás creciendo, que ese niñito interior va perdiendo el miedo porque se siente acompañado por ese adulto que ahora sos, porque está protegido como lo estaba hace tantos años, porque advertirá que desde ahora siempre podrá contar con alguien y ya no se sentirá solo nunca más.
Vencer obstáculos lleva implícito la necesidad de tomar una o varias decisiones con miras al objetivo por cumplir.
Lo primero es individualizar el objetivo. “¿Qué es lo que deseo?” es la primera pregunta. Uno deberá ver realmente si este deseo viene de su esencia, si no se halla condicionado por el deseo de otro, si en verdad, al visualizarse a sí mismo cumpliendo el deseo, da una sensación de satisfacción.
Una forma de sentir si ese deseo resulta propio, es alcanzar la posibilidad de visualizarse concretándolo y sentir la sensación que produce esa imagen. Si te imaginás a vos mismo prendiéndote fuego, te causará espanto; de la misma forma, cuando te visualices cumpliendo un deseo, te sentirás en la medida justa de placer.
Hagamos este ejercicio: sentémonos cómodamente o recostémonos de forma relajada, en pleno silencio. Dejemos nuestros brazos a los lados del cuerpo, distendámonos, tomemos conciencia de cada parte de nuestro cuerpo: sintamos cuáles tienen contacto con la superficie de apoyo, registremos si nuestro rostro está tenso, distendamos la frente, aflojemos la boca, relajemos. Movamos suavemente, con un pequeño balanceo, la cintura y las piernas, soltémoslas, dejémonos ser, no controlemos nada, inspiremos, aflojemos nuestro pecho, nuestro vientre; tratemos de soltarnos tanto como sea necesario, hasta que tengamos la sensación de fundirnos en la superficie de apoyo. En ese punto, tomemos cuenta de nuestra mente, cerremos los ojos y dejemos que vengan todas las imágenes que surjan.
Cuando lo hayamos hecho y estas fluyan, habrá un momento en el que nuestra mente empezará a despejarse de esas imágenes, ya no vendrán tantas ni con tanta frecuencia. Comenzaremos a pensar en lo que deseamos hacer, en lo que queremos conseguir, y entonces deberemos visualizarnos: pongámonos en esa escena, armémosla, rodeémosla de los detalles necesarios para que sea todo lo real e incluyamos a las personas que tengan que estar en esa situación.
En ese momento, mirémonos, observémonos. Fijémonos quiénes aparecen alrededor: si hay alguien nuevo que no habíamos puesto, registremos si sólo están las personas deseadas o aparece alguien más, fijémonos si estos aprueban o desaprueban lo que estamos logrando, observémonos a nosotros mismos, nuestros gestos, nuestra sensación. ¿Hay placer? ¿Estamos felices o dependemos de la cara que pongan los demás al conseguirlo?
Así nos daremos cuenta si este deseo es propio o si se halla condicionado, si es necesario que nos lo aprueben, si nos da todo el placer que creemos, si estamos pendiente del placer que otros sienten cuando lo logramos o si hay más felicidad en el rostro de otro que en el nuestro.
Sacá tu propias conclusiones cuando termines y habrás concluido con el primer paso. Una vez que tengas por cierto que este es tu propio y verdadero deseo, entonces viene el segundo paso: pensar si las condiciones están dadas, si tenemos los medios, si se encuentran las personas que deben estar; y entonces, cuando pasemos registro, viviremos sensaciones de diferente tipo, nos dará miedo, incertidumbre o angustia.
Tengamos en cuenta que todo cambio provoca angustia, aunque sea para mejor. Fijémonos que cuando alguien se muda, su perro da vueltas los primeros días en la nueva casa hasta que encuentra su lugar, que está nervioso, inquieto, que quizá no come como hasta entonces o toma más agua de lo acostumbrado. Lo mismo sucede con las personas.
Cuando nos mudamos a una nueva casa, aunque esta sea mucho mejor que la anterior, las primeras noches nos cuesta dormir o nos despertamos durante las noches, o amanecemos con tensiones en el cuerpo, o no nos cae bien la comida de siempre, y muchas otras cosas más.
Esta reacción es más que lógica, ya que se quiere imponer rápidamente el acostumbramiento a lo nuevo, pero todo tiene su proceso, necesita un tiempo, y es entonces que esas sensaciones que aparecen son lógicas. Esto explica que todo miedo es lógico ante un nuevo deseo; que el miedo, en su justa medida, resulta sano porque precave de riesgos, porque alerta sobre posibles contrariedades. El miedo que no se muestra sano es el otro, aquel que detiene, que impide, que condiciona. Ese es el peor enemigo de nuestros logros, pues está condicionado por cuestiones de nuestro pasado o por nuestro entorno actual. Es el enemigo por combatir, la limitación que tenemos para romper con los mandatos, miedo a perder el cariño de otros por decidir algo propio, a correr el riesgo de que no nos quieran, por hacer lo que deseamos.
Yo pienso que es común ver hijos que no se atreven al éxito porque no han tenido padres triunfantes, así como resulta también común ver que la mayoría de los hijos que no logran una carrera universitaria, vienen de progenitores que tampoco lo lograron.
Muchas veces, la derrota del otro es la propia derrota, o se ama tanto a los padres y se los considera de tal forma, que uno no se atreve a superar esa historia porque desde algún lugar muy inconsciente, se lo siente como una falta de respeto, de consideración hacia ellos. Y es allí donde uno se debe dar cuenta de que está viviendo su historia como una prolongación de la del otro; en realidad se repite la historia de la misma forma que se reiteran modelos de pareja que se maman en la infancia…
Despegar de la historia ajena es la condición primordial para vivir la propia. Y esto se consigue cuando podemos darnos cuenta. Recién cuando individualizamos a un enemigo, es cuando podemos atacar. Si la historia ajena resulta ser tu enemiga, ese es el obstáculo por superar, en ese “darte cuenta” se encuentra tu salida. O, si lo querés de otra manera, tu entrada a un nuevo camino, a un nuevo curso de la vida. Ese es el momento de tu transformación, de tu dejarte ser en esencia, de tus propios permisos, de poder “hacer la tuya”.
Claro que dolerá un poco, claro que cuestan los cambios, claro que pasarás por momentos de angustia y ansiedad por lo nuevo. Pero serás vos de una vez por todas, ya que es necesario que te pongás primero en tu lista para poder dar el paso sin mirar a los costados, sin tener en cuenta lo que otros hubieran querido, o deseado, o anhelado para vos, sino considerando realmente tus propios deseos y ambiciones.
Que estos aspectos negativos que descubrirás como limitadores de tus objetivos, como frenos de las decisiones, te sirvan como elemento disparador, como punto de partida para un nuevo rumbo. Quizá sepás que las perlas se obtienen de las ostras, y tal vez también que no todas las ostras tienen perlas, ¿sabés qué ocasiona una cosa o la otra?
Te cuento una historia, la de una ostra que se llamaba Marina.
Marina, como todas las ostras, se posaba en el fondo del mar aferrada a una roca, pensando que sería como todas las demás ostras, que abriría sus valvas y dejaría pasar el agua, y cuando algo importante entrara, las cerraría, lo desintegraría para luego asimilarlo, alimentarse y pasar la vida de esa forma.
Cierto día que estaba abierta, una tormenta en el fondo del mar arrastró dentro de Marina un grano de arena con muchas puntas, entonces ella trató de desintegrarlo, pero fue imposible: se lastimó mucho por dentro y no pudo asimilarlo, lo trató de expulsar, pero tampoco pudo.
Así empezó una nueva etapa en su historia. No podía asimilar ni sacar ese cuerpo extraño que había entrado en su vida, intentó olvidarlo, pero tampoco pudo —ya que las cosas que entran en la vida de uno no se pueden olvidar fácilmente— ni escupirlas, ni hacer como si no existieran.
La pobre Marina no podía ocultar ni negar ni olvidar esa dolorosa realidad. ¿Qué hacer ante esto? Muchas personas dirían que lo mejor sería comenzar una lucha sin cuartel, llena de bronca contra esa realidad que dolía en su interior, pero en lugar de eso, la ostra posee otra capacidad instintiva que tiene que ver con la transformación, y esa capacidad consiste en producir sólido. Esa es la capacidad que utilizan las ostras para construir su caparazón liso por dentro y áspero por fuera, agresivo, hiriente: liso para su propia piel amoldada a sus formas; rugoso para el que se arrime.
Pero una ostra, cuando es valiosa, suspende la construcción de su caparazón y se vuelca a ese granito de arena que no puede digerir ni escupir, y pone toda su capacidad para rodear con esas sustancias a ese granito de arena que la está hiriendo y comienza a fabricar una perla con lo mejor de sí misma, y así pone curiosamente toda su capacidad de construir un caparazón exterior para hacer una perla cuyo tamaño será proporcional al dolor que le provoque la intensidad de la lucha.
Las demás ostras ven suspender la construcción de ese caparazón y pasa inadvertido el crecimiento interior. Es decir, que suspende el armado de su construcción para la defensa, pero crece por dentro. Luego de algún tiempo tendrá en su interior una hermosa perla que consiguió enfrentando la adversidad, dejando a un lado lo que supuestamente tenía que hacer para dedicarse a su lucha interior, a su propio crecimiento, en fin, a seguir sus más plenas aspiraciones.
De esto se trata la historia, no la de la ostra, sino la tuya, de hacer tus deseos, de ser plenamente, de no dejar que te limiten y de descubrir de dónde vienen esos miedos que no te dejan vivir, para meterte de lleno hacia adentro: combatirlos y transformarlos en el cimiento de la concreción de tus anhelos.
Sé como la ostra, tomá la adversidad, no la niegues, no la ocultés, no la resistás y transformala en lo mejor que puedas. Esto sólo se logra “decidiendo”.