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Manifiesto

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Diez puntos indispensables para pensar la sociedad transocialista

1) La libertad es el principio fundamental de todo el edificio social. Ningún sistema que prive a los seres humanos de libertad es aceptable, sean cuales sean las justificaciones. Pero la libertad debe ser entendida no solo como “libertad negativa”, ausencia de coacción y de impedimentos a la acción deseada, sino de manera sustancial y positiva, libertad reflexiva o autonomía, como libertad efectiva de acción, posibilidad de transformar la realidad, de elegir y practicar modos de vivir, de asociarse y de emprender, individual y socialmente, de amar y de relacionarse como se quiera; libertad de pensar y de expresar ideas, de crear y realizarse en el mundo.

Todo ello debe concretizarse en la participación efectiva de los ciudadanos en el quehacer político. Somos libres principalmente en la sociedad humana, que es la proyección colectiva de la libertad. Así, el concepto de “libertad social”, basado en las interacciones y la capacidad de obrar conjuntamente, la libertad que no se realiza más que con los demás, debe poder completar las ideas clásicas sobre la libertad. Ello supone que las diversas instancias de la sociedad no comprometan esta libertad sustancial en favor de poderes despóticos, burocracias tecnócratas o intereses privados, y que tampoco obstaculicen la capacidad de acción y de organización de los ciudadanos ni la independencia de la prensa. La libertad verdadera, que es el sentido mismo de la vida humana, requiere el cultivo, conservación, profundización e intensificación de la dimensión política de la vida, aquello que nuestras existencias construyen en común.

2) La sociedad futura será decididamente ecológica. Una nueva idea de la política y de humanidad misma deberá situar los conocimientos, la conciencia, la sensibilidad y las prácticas ecológicas muy cerca de su centro. La especie humana organizada en sociedades no debe entenderse como opuesta a la naturaleza ni situarse frente a ella en una relación de conquista y dominación, que en general se continúa en las relaciones de dominación del hombre por el hombre, de la mujer por el hombre. Debemos dar un impulso decisivo a la transformación de la sociedad y a la invención de una economía viable y una manera de habitar, asumiendo nuestra responsabilidad respecto a la vida en la Tierra en su conjunto y ante las generaciones futuras. Ello implica abandonar claramente la ilusión del crecimiento material cuantitativo ilimitado. Se trata de dar lugar a un progreso cualitativo de la existencia y las relaciones humanas, así como del conjunto de interacciones que constituye nuestro “mundo de la vida”. Es necesario crear y desarrollar nuevas formulaciones filosóficas del ser y del actuar humanos en el marco de una ética de la Tierra, basada en el respeto y reconocimiento de los valores intrínsecos de los seres sensibles, las especies, los ecosistemas, que cohabitan y se despliegan en infinitas interacciones en la biosfera del planeta, considerado este último no como una reserva de “recursos” a nuestra disposición, sino como nuestra morada común, en el seno de la comunidad de los seres vivientes. La ecología no debe limitarse a producir anuncios catastrofistas, que no se traducen en cambios significativos, ni tampoco a negociar ciertas políticas de evitación de la polución y de uso razonable de recursos. Una ecología de la realización humana, positiva y gozosa, una gaya ecología, debe reconstruir la sociedad humana desde el deseo, desde la felicidad de construir una relación sana y armoniosa con el medio vital y con el mundo no humano.

3) El transocialismo es radicalmente democrático. El concepto mismo de “poder político” pertenece al pasado. La política no debe centrarse en la adquisición y la lucha por conservar el poder, si por esto se entiende la capacidad de algunos individuos de comandar e imponer su voluntad sobre otros, sino en la creación y administración conjunta de instituciones justas. Estas deben cristalizar el tipo de organización de los individuos, los grupos y la sociedad que convenga al mayor número, y ser decididas en asambleas igualitarias, mediante la participación, deliberación y compromiso de los ciudadanos, con el fin de asegurar la libertad y las oportunidades de realización de cada cual. La expresión “la voluntad general” no debe seguir siendo una abstracción engañosa que legitima en realidad la voluntad de unos pocos. Los cargos políticos no son posiciones de mando; la representación democrática no consiste en elegir jefes, sino en depositar su propio poder temporalmente en delegados que verdaderamente re-presentan nuestra sensibilidad y nuestros deseos cuando nuestra presencia física o comunicacional en alguna decisión no es posible.

Por ello, la democracia representativa debe ser sustancialmente completada por instancias participativas, deliberativas y vinculantes, administraciones colegiadas y rotativas, procurando el empoderamiento efectivo de la población, la experimentación de nuevos métodos de elección y designación de representantes y funciones, como el sorteo, dando lugar a una vasta invención política. La democracia sigue siendo un ideal de futuro y debemos asumir que aún está en construcción.

4) La economía debe estar al servicio de la vida humana, de la libertad y de la felicidad compartida de los ciudadanos y no al revés: los humanos no deben servir a la economía (en realidad, lo que en general se sirve es a las grandes fortunas). La vida y la actividad en la sociedad no deben estar centradas principalmente en el trabajo productivo ni los intercambios regidos mayoritariamente por el mercado. La nueva concepción de la vida en común deberá considerar que el ser humano no es solo ni principalmente un “homo œconomicus”; el fin último de la vida humana no es la adquisición y posesión de bienes materiales. La producción y la distribución de bienes y servicios debe estar siempre totalmente vinculada a la realización personal y al bienestar de quienes los producen y de quienes los reciben, y no servir al enriquecimiento desmesurado de nadie.

El aumento de la productividad del trabajo en el último siglo y aún más en las últimas décadas, debido a los avances tecnológicos, ha sido inmenso. Es evidente que necesitamos trabajar muchas menos horas a la semana que en el pasado. Pero esa ganancia extraordinaria de productividad no se ha traducido en absoluto en ganancia de tiempo libre para las personas. Seguimos trabajando obsesivamente para satisfacer las exigencias cada vez más difíciles del omnipresente mercado y del crecimiento de la economía productivista y consumista, sometida a la presión irracional de la competencia.

Por ello, es indispensable que el mercado no gobierne todas las esferas de la vida humana; cuando el mercado se introduce en un máximo de actividades y situaciones de la vida, muchos valores se pierden o se corrompen.

El ser humano no necesita ser rico, sino humano. Y feliz; las personas deben poder tener tiempo y medios para realizar un máximo de actividades significativas, relacionales, cognitivas, culturales, artísticas, de ayuda mutua y espirituales, y poder cultivar un máximo de vivencias e interacciones profundas con personas que comparten valores en variadas dimensiones, se re-conocen y enriquecen humanamente los unos a los otros. La economía política exitosa es aquella que permite eso y organiza la manera de producir, poner en común y gestionar eficazmente las riquezas humanas liberando la vitalidad de intercambios que no son ni exclusiva ni principalmente económicos.

5) El transocialismo es un feminismo: la igualdad de dignidad y oportunidades entre seres humanos de sexo diferente debe ser un principio y una búsqueda permanente de la sociedad. De ninguna manera es aceptable que subsistan resabios de la secular y multiforme dominación masculina sobre las mujeres y se traduzcan en posiciones de autoridad y privilegios basados en el género, implícitos o explícitos, ni las discriminaciones correspondientes en la sociedad. La enseñanza, el cultivo de la sabiduría, la sensibilidad y el pensamiento femenino deben encontrar las capacidades de acción que merecen en el mundo del futuro. Este feminismo ya no es solo un combate de las mujeres por la igualdad y por sus derechos, sino el combate de la sociedad en su conjunto por el fin de las formas patriarcales, verdadero lastre de la historia.

El ser humano universal y libre está más allá tanto de las diferencias biológicas de sexo como de las construcciones sociales de género, aunque estas sean producto de la cultura y de las historias particulares de los pueblos. Les compete a los movimientos y proyectos políticos del futuro la extensión de las luchas por la igualdad de oportunidades y de consideración que las mujeres han brillantemente conducido, hacia el fin de toda forma de violencia de género, desprecio o discriminación, tanto real como simbólica, hacia cualquier minoría sexual, racial, tendencia o elección de tipo de vida y de construcción de identidades y relaciones. Un feminismo integral, que libera a todos los seres humanos de todas las determinaciones de género.

6) La horizontalidad de las relaciones y la igualdad es la situación interhumana más natural. Toda jerarquía y ejercicio de autoridad debe ser provisoria y limitada estrictamente a una función o tipo de actividad, basada en el conocimiento y el mérito y elegida de manera democrática y transparente y con vistas a la eficacia. Las funciones de autoridad —no de poder ni de dominación— deben ser accesibles a quienes puedan merecerlas y no tienen por qué ser causa de distinción social particular ni de privilegios económicos desmesurados: el ejercicio de un cargo de responsabilidad debe ser considerado él mismo como la fuente principal de gratificación subjetiva. Servir provisoriamente al pueblo, a una empresa o a una institución en una posición de autoridad debe ser considerado un privilegio y un honor que no necesitan ser redoblados por una situación económica ostensiblemente superior.

No se trata sin embargo de un artificial igualitarismo económico, generador de tensiones y tiranía; las diferencias de riqueza y de medios son posibles entre los ciudadanos, solo que no deben estar desvinculadas del mérito reconocido o de las necesidades específicas de un oficio. Ellas pueden resultar de diferencias de implicación, talento, voluntad, eficacia, esfuerzo y experiencia; deben ser conocidas y aceptadas por las personas implicadas en el contexto en el cual aparecen (empresa, institución o comunidad) y tener, de alguna manera, una relación proporcional con el beneficio que las menos favorecidas de entre ellas puedan obtener.

Se sigue que la competencia no es el centro de la vida social ni es en absoluto indispensable para dinamizar las economías, como lo proclama un darwinismo mal asimilado. Debemos ser capaces de idear un mundo en el cual sus habitantes no seamos básicamente adversarios (ni eventualmente enemigos), sino colaboradores, vecinos, socios, amigos, conciudadanos, tomando en cuenta las especificidades de cada cual, tanto en las variadas formas de la vulnerabilidad cuanto en las potencialidades individuales y la fuerza de los aportes colectivos.

7) Los bienes comunes, la posesión, uso o habitación compartidos, en sus variadas formas, deben ser cultivados como relación con el mundo alternativa a la sola propiedad privada. Debe reconocerse un principio de inapropiabilidad que debe ser aplicado a una serie de entidades, que deben ser valoradas y respetadas en sí mismas y utilizadas por el bien de todos, con una moderación que haga compatible su preservación y renovación. Como lo reconoce mayoritariamente la ética actual, ni los cuerpos humanos ni el genoma de lo viviente deben poder ser patentados con el propósito de explotación comercial privada. Pero ello no es suficiente: la Tierra, la biósfera y sus riquezas deberían ser, en diferente medida, inapropiables. El agua, el aire, las materias fósiles o minerales del subsuelo, los fondos marinos, los recursos hidrobiológicos, los glaciares, la fauna y la flora, las tierras cultivables, el espacio extraterrestre y todo aquello que puede ser definido como “bienes comunes” no pueden ser objeto de apropiación privada ilimitada en patrimonios inmensos, objeto de explotación con fines de lucro. Pueden ser administrados en tanto que “comunes” por colectivos horizontales que establecen una gobernanza y una gestión equitativa y ecológica de ellos, o ser parcialmente explotados por cooperativas y colectivos. Por razones de eficacia, una gestión privada puede ser aceptable, de manera temporal y bajo el control de instituciones democráticas transparentes, en algunos dominios. Asimismo, la administración estatal puede ser necesaria para ciertos recursos, por sus dimensiones o importancia estratégica. Y tanto la propiedad privada de bienes personales, cuanto la posesión privada o colectiva de tierras cultivables, talleres, lugares de producción industrial, agricultura y comercio de dimensiones moderadas, siguen siendo posibles, como también es el caso de la propiedad intelectual (derechos de autor), y deben ser preservadas y protegidas. Todo esto constituye una verdadera escala de la posesión-habitación del mundo, mucho más variada que la obsesiva escisión privado/estatal que ha fagocitado las teorías y prácticas de la economía política. El principio de los comunes o la inapropiabilidadno son en absoluto la abolición de la propiedad privada, sino su complemento, sin los cuales el despojo, la injusticia y la violencia no tardan en aparecer. Se trata de habitar de manera verdaderamente compartida y responsable las dimensiones comunes que constituyen el marco de nuestro ser en el mundo.

8) El transocialismo es un pluralismo cultural integral. La diversidad de los múltiples pueblos, comunidades, tradiciones, enseñanzas, saberes y estilos de vida debe ser profundamente reconocida. Sin dar la espalda al universalismo de la modernidad, que puede permanecer como un ideal —la universalidad no se decreta, sino que se construye—, una amplia apertura de espíritu hacia las diferencias humanas y una atenta y respetuosa curiosidad hacia los diversos sistemas de valores y maneras de vivir debe fecundar una nueva educación ciudadana en base a una ética de la diversidad cultural. Esta debe reconocer los diversos niveles de las identidades colectivas y despojarse de los vicios centralistas y hegemonistas que tanto han empobrecido nuestras culturas: eurocentrismo, imperialismo, desprecio por las culturas originarias, neocolonialismo, dominación masculina, intolerancia sexual, desconocimiento de la historia, justicia de vencedores, desaparición de lenguas y tradiciones; todo eso debe ser superado por una activa y consciente reformulación de nuestras escalas de valores. Tal como la biodiversidad es esencial al equilibrio de los ecosistemas, la diversidad cultural y humana es la riqueza fundamental de la humanidad.

En las sociedades donde ese concepto es relevante, los pueblos originarios merecen una atención particular en cuanto al respeto de sus culturas y a su lugar en las sociedades contemporáneas. Sus reivindicaciones de autonomía o autodeterminación, tierras ancestrales, técnicas y artes vernáculas, formas de organización tradicionales deben ser rigurosamente respetadas. Pueblos antiguos, comunidades nuevas, tradiciones, mestizajes, inmigraciones, identidades electivas, lenguas, costumbres, opciones vestimentarias y culinarias: la sociedad debe darles cabida y dinamismo, estimular el conocimiento mutuo y los intercambios respetuosos. La dignidad de cada cual con sus diferencias debe estar al centro de los sistemas jurídicos y educacionales.

9) El horizonte planetario de las sociedades es el cosmopolitismo. Se trata de ir creando nuevos marcos para la vida en común hacia una progresiva superación del nivel organizativo del Estado-nación histórico, en el horizonte de una ciudadanía universal. Los Estados-naciones, si bien continúan siendo la base de la geopolítica y del derecho en el mundo, no son la única forma histórica de construir sociedades ni tienen por qué serlo en el futuro. Se trata de la emancipación y realización de las personas y grupos, comunidades y culturas, en nuevas asociaciones y dimensiones organizacionales de sociedades libres, justas y acogedoras. Estas pueden ser formas locales, regionales, federalistas, plurinacionales y transculturales, con diversos niveles de autonomía, procurando que la dignidad de todos sea reconocida, inspirándose en una cultura y una ética de la hospitalidad, excluyendo toda xenofobia y lejos de todo modelo de dominación y opresión. Debemos avanzar hacia una habitación social y compartida de los territorios, ecosistemas, continentes, biosfera planetaria y noosfera intercultural del mundo.

Consecuentemente, el transocialismo es, decididamente, un pacifismo. La guerra, el militarismo y armamentismo que ella impone y justifica deben ser considerados como un vestigio del pasado subdesarrollado de la especie humana, salvo en condiciones evidentes de autodefensa y de urgencia humanitaria. Debemos dirigirnos hacia la abolición de la guerra, como ya ocurre con los sacrificios humanos, la esclavitud y la pena de muerte, teniendo en la mira una humanidad del futuro que no puede concebirse sino bajo el ideal de una paz perpetua y justa para todos los pueblos. Un cuerpo de fuerzas defensivas de dimensiones razonables seguirá siendo indispensable a toda sociedad mientras este ideal no se haya afirmado en todo el mundo. Pero su misión no debe jamás ser pervertida para fines políticos internos, imponer un régimen o reforzar una ideología. Así, una ética rigurosa y un conocimiento profundo de los derechos humanos deben ser parte esencial de la formación y dignidad de todo soldado.

Se sigue de ello que el transocialismo es un altermundialismo. Debemos avanzar hacia una regulación equitativa de los intercambios internacionales, en la cual el trabajo de unos no sea destruido para crear trabajo (explotado) para otros, ni que la producción de pueblos pobres sirva para el aumento de fortunas transnacionales privadas. Se ha afirmado que otro mundo es posible; la condición para ello es asumir que otra globalización es necesaria, que llamaremos más bien mundialización, alternativa a la puramente financiera del neoliberalismo planetario actual. El “desarrollo” no debe ser considerado desde un modelo único (industrialización y mercantilización neoliberal), sino diseñado por los pueblos mismos, partiendo de la cultura y la educación, en el horizonte de la concepción de una justicia global. Las diferencias monumentales de riqueza a nivel planetario son un problema real y un freno a un cosmopolitismo del futuro que no se deje arrastrar a la guerra económica de todos contra todos ni a proyectos neocolonialistas ni de hegemonías regionales. Agriculturas y producciones tradicionales, así como las tecnologías más avanzadas, han de coexistir de manera ecológica y socialmente justa, evitando extractivismos, monocultura y predación monopólica; deben poder florecer sin la competencia agresiva de poderes globalizados ni la presión de sistemas bancarios abusivos. Los intercambios y la colaboración deben ser éticamente regidos por principios de equidad, generosidad y fraternidad planetaria.

10) Una política de civilización y no solo de instituciones y economía es necesaria: el asunto que nos compete, en el fondo, son los fines últimos de la sociedad, que se pueden resumir en la expresión la realización humana. En este sentido, la educación es la clave de una nueva sociedad, una educación para la libertad y la creatividad. La ciencia, el arte, la música, la literatura, la filosofía, la historia, la religión y todas las formas y lenguajes del conocimiento, inteligencia y sensibilidad deben ser valoradas y enseñadas como la sustancia misma de la cultura humana, tendiente a su autosuperación y el horizonte en el cual las vidas humanas pueden realizarse. Todas estas actividades han de ser movilizadas para la construcción de una nueva sociedad. Debemos poder decidir cuál la civilización hacia la que queremos dirigirnos, en lugar que algunos pocos decidan por todos; por ejemplo en la cuestión fundamental de nuestra relación con la tecnología, lo virtual, la inteligencia artificial y toda nueva técnica que altere nuestro ser en el mundo, ya sea transformando nuestro cuerpo, nuestra percepción, nuestra consciencia, nuestra inteligencia o nuestra manera de relacionarnos. Deberá resolverse también, entre otras cosas, y de una manera nueva, la difícil cuestión de las ciudades, la vida urbana y los territorios rurales o mixtos, de suerte que los espacios vitales del futuro sean vivibles, conviviales y en lo posible bellos.

La aspiración a una trascendencia o el cultivo de la espiritualidad son legítimos y esto aparece para algunos como una necesidad, ya sea permaneciendo en el marco de valores humanistas, procurando una superación moral y política, o también siendo considerada como un sentido de lo superior, sea este natural o sobrenatural, dando lugar o no a concepciones de lo sagrado o de la divinidad, a enseñanzas y cultos que deben poder expresarse y transmitirse libremente. Así, la futura sociedad será laica y al mismo tiempo, abierta a diferentes formas de espiritualidad. La búsqueda del sentido de la vida, la sabiduría, el cultivo del ser propio en su autenticidad y profundidad, el desarrollo de la conciencia del cuerpo y la interioridad, la sensibilidad, las aptitudes de la percepción, la creación y el goce de la belleza, el sentido de la armonía, la empatía con los demás seres vivos y con la totalidad de lo que nos aparece, la serenidad, la creatividad, la práctica del bien y la experiencia del amor, serán considerados como parte esencial de la libertad. Todo ello debe tener un lugar central en la educación, pudiendo florecer ampliamente en la vida activa, social e individual de todos, viniendo a ampliar y profundizar el ideal de los derechos humanos, desde la protección de las personas hacia su realización plena. Ese es el sentido último de la re·evolución que debemos poner en marcha. Ello deberá concretizarse en una forma inédita de existencia que se perfila en el horizonte de un nuevo humanismo (no antropocéntrico) de los habitantes de la morada terrestre que se reconocen como tales, en el goce compartido, fraternal y respetuoso del mundo común, abierto a los misterios del universo.

Manifiesto para la sociedad futura

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