Читать книгу El Escritor - Danilo Clementoni - Страница 18
Pasadena, California â La guarida
ОглавлениеApenas la puerta se abrió, el hombre con sobrepeso fue golpeado por una placentera ráfaga de aire fresco. El aire acondicionado de la habitación, que habÃa dejado encendido desde la noche anterior, habÃa hecho magnÃficamente su trabajo.
«¡Qué maravilla!» exclamó. «No podÃa soportar por más tiempo aquel calor asfixiante.»
«Quizás si te decidieses a hacer una dieta seria y te librases de toda esa grasa que tienes encima, el calor no te darÃa tantos problemas.»
«¿Por qué te metes siempre con mi excedente?»
«Llámalo provisiones. PodrÃas estar tranquilamente un mes sin comer» exclamó el tipo flaco explotando después de una sonora risotada.
«Hago como que no te he oÃdo.»
El pequeño piso que los dos estaban utilizando como base de operaciones estaba amueblado de manera muy espartana. En el salón principal habÃa sólo una sencilla mesa de madera clara con cuatro sillas del mismo color y un pesado sofá de color gris oscuro con los cojines y los apoyabrazos desgastados. En el rincón de al lado de la ventana francesa que daba sobre un triste patio interior, una maceta de plástico marrón contenÃa el resto de una pequeña Washingtonia Filifera que, a pesar de su gran resistencia a los climas secos, habÃa muerto la semana anterior por falta de agua. El baño diminuto mostraba también signos evidentes de abandono. Unas cuantas baldosas habÃan saltado de las paredes y gruesas manchas oscuras sobre el suelo descolorido daban testimonio de las filtraciones de agua que no se habÃan reparado jamás. Dos pequeños y lamentables dormitorios, cada uno de ellos con una cama de una plaza y una mesita de noche barata, junto con una cocina americana con muebles viejos de hace, por lo menos, veinte años, completaban el equipamiento de aquel apartamento, al que se podÃa llamar de todo menos agradable.
«A decir verdad, en cuanto a gusto en la elección de nuestros escondites, eres lo máximo, ¿eh?» comentó el tipo alto y delgado.
«¿Por qué lo dices? ¿Qué es lo que no te gusta de este sitio?»
«Es una pocilga. Eso es lo que no me gusta. Siempre estamos hablando de hacer una montaña de dinero pero, al final, acabamos siempre en uno de estos agujeros asquerosos.»
«Siempre te estás lamentando» replicó el tipo gordo. «Intentemos vender este aparato y verás como podremos dejar esta vida de una vez por todas.»
«Si tú lo dices... yo no estarÃa tan convencido.»
«Venga, pásame el ordenador portátil que te enseño una cosa.»
El tipo delgado sacó desde detrás del sofá una bolsa negra de bandolera y extrajo de ella un ordenador portátil gris oscuro. Lo observó durante un momento, a continuación lo pasó a su compinche que lo apoyó sobre la mesa y lo encendió. Quedaron los dos durante un rato observando la pantalla mientras el sistema operativo completaba el procedimiento de arranque hasta que, llegado a un cierto punto, el tipo flaco explotó «No agunto estos chismes. Paso las horas mirando barras de deslizamiento, relojes que giran, actualizaciones diversas... ¿Será posible que no se consiga fabricar un ordenador que funcione como un televisor? Le das al botón y se enciende.»
«Sà claro, estarÃa genial. Yo, en cambio, lo que más odio es que, cuando has acabado de usarlo y quieres apagarlo para irte a casa, te escribe un mensaje que dice "No apagar el ordenador. Instalando actualización 1 de 325 en curso..." y tienes que esperar media hora mientras hace lo que le da la gana. ¿Justo tiene que esperar a que me vaya?»
«Ay, la informática. Probablemente los programadores que han proyectado estos sistemas operativos gozan viéndonos a nosotros, pobres mortales, perder los nervios delante de sus "creaciones"»
«¿Dices que lo hacen a propósito?»
«Si piensas que hoy en dÃa sólo para escribir una carta, te hace falta un ordenador con una potencia de trabajo un millón de veces más grande que aquel que han usado en las misiones Apollo para mandar al hombre a la luna, supongo que algo ha tenido que torcerse en la revolución tecnológica.»
«Bueno, el experto eres tú» comentó el tipo flaco. «Estoy convencido que nos hacen perder un montón de tiempo pero sin estos aparatos ahora ya no podrÃamos ni siquiera il al baño.»
«Olvidémoslo, será mejor. Mira, en cambio, lo que he descubierto en mis noches de insomnio.»
El hombre corpulento mostró sobre la pantalla una serie de imágenes que debÃa haber cogido de algún archivo que se veÃa que no era público. Hizo pasar de largo algunos y a continuación dijo «Aquà está. Esto que estás viendo creo que son una especie de combinaciones de caracteres cuneiformes capaces de activar funciones complementarias de este aparato.»
«¿Dónde las has conseguido?» preguntó el tipo flaco asombrado.
«Si te lo dijese después tendrÃa que matarte» respondió con un aire muy serio el gordito.
El tipo alto y flaco quedó por un momento como paralizado, después se dió cuenta que su compinche hablaba de broma, y después de darle un buen coscorrón, exclamó «Tú eres imbécil. Venga, déjame ver ese increÃble descubrimiento.»
«Espera, déjame examinar antes qué nos ha dado el friqui» y metió en el ordenador la memoria USB obtenida del chaval. Se deslizó rápidamente por una serie de archivos, abriendo al azar alguno de vez en cuando, hasta que su atención fue atraida por una imagen que ya habÃa visto. «Mira esto» exclamó.
«¿Qué es?»
«Es una secuencia de caracteres que ya conozco.»
«No entiendo.»
«Tú estás tonto. Esta combinación es la que ha activado la orden de autodestrucción de la astronave y estoy seguro de haberla visto ya durante mis búsquedas.»
El tipo delgado, para evitar más reproches, se limitó emitir un gruñido.
«Aquà está» dijo de nuevo el tipo gordo mostrando la misma serie de imágenes que estaban mirando con anterioridad pero resaltándolas con el ratón. «Es esta.»
«SÃ, ¿y...?»
«Entonces, si esta secuencia ya ha funcionado, probablemente estas otras que se ven aquà podrÃan estar activadas.»
«Tiene sentido.»
«¿Qué te parece si probamos una de ellas?»
«¿No será peligroso? Creo que ya hemos hecho bastante daño.»
«Eres un miedica» dijo el tipo gordo. «En el peor de los casos haremos saltar por los aires otra de esas malditas astronaves.»
«¿Y si fuésemos nosotros los que saltásemos por los aires? No sabemos nada de esa cosa.»
«Venga, probemos» exclamó el gordo con la expresión de un chaval que está a punto de hacer explotar un petardo bajo la manta del abuelo mientras duerme plácidamente.
«Házlo tú. Yo me voy a proteger detrás de allÃ.»
«Siempre tan valiente, ¿eh? No te preocupes, lo hago yo, no eres más que una nenaza.»
El tipo corpulento, entonces, después de esperar a que su compinche se fuese a encerrrar en el dormitorio adyacente, tomó aire y, usando su grueso dedo Ãndice, trazó sobre la superficie del objeto la primera secuencia indicada en la pantalla. Justo después lanzó el aparato sobre el sofá y se echó a tierra con las manos sobre la cabeza. Esperó inmóvil algunos segundos pero no sucedió nada. Permaneció todavÃa un rato, tendido sobre el suelo, y sólo después de haber constatado que no parecÃa que hubiese ningún peligro, alzó ligeramente la cabeza. El control remoto estaba tranquilamente apoyado sobre el asiento del sofá y no parecÃa que funcionase.
«¿Y bien? ¿Qué ha sucedido?» preguntó su compinche asomando la cabeza desde la puerta semi cerrada.
«Nada, absolutamente nada.»
«¿No te habrás equivocado al escribir la secuencia?»
«No lo creo. Parece que hice todo correctamente» dijo el gordito mientras, con mucha cautela, se volvÃa a levantar y se acercaba de nuevo al objeto alienÃgena.
«Venga, prueba otra vez. Yo me quedo aquÃ.»
«Gracias por la ayuda. ¿Qué harÃa sin ti?»
Esta vez el tipo corpulento decidió que no se tirarÃa de nuevo al suelo y compuso la sequencia permaneciendo sentado en la butaca. Repitió más veces la operación pero el objeto no parecÃa que reaccionase.
«Nada de nada» añadió el tipo gordo.
«Puede que estemos destruyendo todas sus astronaves» comentó el tipo alto mientras se asomaba otra vez desde la puerta.
«No digas sandeces. El friqui ha dicho que este chisme tiene un alcance de solo algunos cientos miles de kilómetros. Nibiru vete a saber dónde está. Yo, en cambio, creo que, es algo mucho más sencillo, esta secuencia no está operativa.»
«Entonces probamos otra, ¿no?»
«¿Probamos? A mà me parece que soy el único en "probar"»
«Eh, no seas tan intransigente. Por otra parte, ¿quién es el más entendido en tecnologÃa de los dos?»
«Vale, vale. Ahora pruebo con la segunda.»
El tipo gordo pasó los diez minutos siguientes componiendo, una después de otra, casi todas las combinaciones que habÃa visto sobre la pantalla del ordenador pero no ocurrió nada de extraño.
Mientras tanto, visto que las situación era de todo menos peligrosa su compinche se habÃa acercado hasta él y juntos estaban haciendo conjeturas y suposiciones de todo tipo.
«Quizás las imágenes van al revés» dijo, llegado a un punto, el tipo delgado.
«Que va. Los caracteres cuneiformes del control remoto están en el mismo orden que los del vÃdeo.»
«Entonces, tus fantásticas "fuentes" se deben de haber secado.»
«No es posible. Debe funcionar. Estoy convencido.»
«Me quedan sólo dos por probar. Si ni siquiera estas funcionan, tiramos esta cosa al cubo de la basura y nos vamos a beber algo fresquito.»
El tipo corpulento bufó y, sin añadir nada más, compuso, sin mucha convicción, la penúltima secuencia. Tecleado el último sÃmbolo percibió un ligerÃsimo temblor y un instante después, desde la parte delantera del aparato, apareció una especie de resplandor nada natural. Hubo un ligero chasquido y, en la parte vacÃa delante de ellos, se abrió una nueva ventana, perfectamente circular de casi medi metro de diámetro.
«Pero qué demonios...» exclamó el tipo flaco con los ojos abiertos como platos.
«Por todos los cielos...» añadió su amigo también horrorizado.
Con las piernas todavÃa temblequeantes por el miedo, se levantaron y se acercaron con cautela al agujero de la pared. Fue el más alto el que, metiendo la cabeza en la abertura, exclamó «Es increÃble. La pared se ha desmaterializado y hemos agujereado también el cartel publicitario del coche allà abajo. ¡Está por lo menos a cien metros de aquÃ!»