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Tell el-Mukayyar – Un rayo en el cielo

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En el campamento base de la doctora Elisa Hunter, la gatita Lulú, después de haber saltado desde los brazos de la arqueóloga, había comenzado a girar nerviosamente por todas partes con la mirada fija en el cielo. El sol estaba a punto de ponerse y una bellísima luna casi llena estaba ya alta en el horizonte.

«Lulú, ¿qué pasa?» preguntó Elisa un poco preocupada, volviéndose hacia la inquieta gata.

«Debe estar triste porque habrá comprendido que nuestros amigos se han ido» comentó Jack lacónico intentando consolarla con algunas rascaditas debajo del mentón.

Al principio parecía que la minina había agradecido las atenciones ronroneando y restregando el hocico en la mano del coronel. De repente, sin embargo, se paró, hizo un ruido extraño y volvió su mirada en dirección al pálido satélite de la tierra. Los dos, asombrados por aquel extraño comportamiento, se volvieron instintivamente en la misma dirección. Lo que vieron poco después dejó a ambos sin respiración. Parecía que un resplandor anómalo envolvía la luna. Una luz blanquísima, que se expandió hasta, más o menos, unas diez veces el diámetro del satélite, formó una especie de contorno alrededor de ella. El acontecimiento duró unos pocos segundos pero fue como si otro sol hubiese aparecido de repente en el cielo a la caída de la noche, iluminando toda la zona con una luz decididamente innatural.

«Pero qué demonios...» consiguió susurrar el coronel, horrorizado.

De la misma manera en que había aparecido la luz anómala se desvaneció y todo pareció volver exactamente a su estado anterior. La luna estaba allí y el sol continuaba perezosamente su descenso detrás de las dunas que se recortaban en el horizonte.

«¿Qué ha ocurrido?» preguntó Elisa asombrada.

«No tengo ni la más remota idea.»

«Por un instante temí que la luna hubiese explotado.»

«Ha sido realmente increíble» exclamó el coronel mientras, con la mano extendida sobre las cejas escrutaba el cielo terso en busca de algún indicio.

«Azakis... Petri...» dijo Elisa de repente. «Debe haberles sucedido algo, lo presiento.»

«Venga, déjalo. Quizás ha sido sólo el efecto de la ignición de los motores de su nave espacial.»

«No es posible. Eso parecía una auténtica explosión. Tu deberías saber más de esto, ¿no?»

«Cariño» comenzó a hablar pacientemente el coronel. «Para ver los efectos de una explosión de ese tipo desde tan lejos, tendrían que haber explotado sobre la luna al mismo tiempo un centenar de bombas atómicas o quizás incluso un millar.»

«¿Pero entonces qué ha sucedido?»

«Podríamos intentar preguntárselo a nuestros amigos militares. En el fondo todavía pertenezco al ELSAD. Con todos los instrumentos apuntando siempre al cielo, un acontecimiento de este tipo no creo que se les haya pasado por alto.»

«Se ha dado cuenta hasta Lulú.»

«Creo que esta gatita es mucho más inteligente que nosotros dos juntos.»

«Los felinos son una raza superior» dijo Elisa mientras cogía de nuevo a la gatita en brazos. «¿Todavía no te habías dado cuenta?»

«Ya. Creo que incluso los antiguos egipcios los adoraban como si fuesen dioses.»

«Justo, amor mío» dijo Elisa, feliz de que la discusión se hubiese adentrado en un campo que ella conocía a la perfección. «Bastet, por ejemplo, era una de las más importantes y veneradas deidades de la antigua religión egipcia, representada o bien con semblante de mujer y cabeza de gata o directamente como una gata. En sus orígenes Bastet era una divinidad del culto solar pero con el tiempo se fue convirtiendo en una diosa lunar. Cuando la influencia griega se extendió sobre la sociedad egipcia, Bastet, diviene definitivamente una Diosa lunar, ya que los griegos la identificaron con Artemisa, personificación de la "Luna creciente".»

«Vale, vale. Gracias por la lección, eximia doctora» dijo Jack irónicamente, enfatizando la frase con una ligera reverencia. «Ahora, sin embargo, intentemos comprender que díablos ha sucedido allí arriba. Voy a hacer un par de llamadas.»

«Cuando quieras, estoy siempre a tu disposición, amor» replicó Elisa, alzando progresivamente la voz mientras el coronel se alejaba en dirección a la tienda laboratorio.

Lulú, ya tranquila, con los ojos cerrados disfrutaba de los mimos que su amiga humana le dispensaba en abundancia.

El Escritor

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