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Capítulo 3 ¿Acaso fue el amor?
ОглавлениеMe di cuenta de que no era muy sano para mí escribir con la fotografía de Darío sobre la mesa y dirigirme a él como si mi texto fuera una carta con posibilidad de que algún día la leyera y emitiera una respuesta.
Sé que eso nunca sucederá y es mejor que continúe narrando mi anécdota sin pensar en el lector, con el único objetivo de recordar y comprender mejor el pasado.
Escribir para mí y solo para mí. Eso es mejor que reclamarle o platicarle a una pintura sin vida —pensé cavilosamente.
Luego regresé la fotografía a su lugar en el buró y seguí extrayendo la historia de mi interior para escribirla sin pensar en un destinatario.
Darío siempre demostró ser una persona inteligente y muy madura para su edad. Lo confirmé desde aquella segunda vez que nos vimos en mi negocio de comida. Recuerdo que eran los primeros clientes de aquel día solitario, y los únicos en ese momento. Así que me senté con ellos a disfrutar del pozole que curiosamente solo acostumbraba vender los jueves. Ese día era lunes, pero preparé un poco de esa comida como si ya supiera que llegarían esos tres jóvenes.
Platicamos de muchas cosas, nos reímos del accidente y del atropellado. Pero, a manera de venganza, Darío cambió de inmediato el tema preguntando por mi edad, y me hizo sentir viejo al ver su gesticulación y las miradas de complicidad con Samuel y Pablo cuando les confesé que tenía treinta y ocho.
Después, no pudo aguantar más la risa y fue él quien dio pauta para que los tres comenzaran a reír como locos, cuando Darío hizo un comentario de que yo tenía más del doble de la edad que ellos y que bien podría ser su abuelo.
También me contaron sobre su vida en la preparatoria, y las aventuras que mencionaron me recordaron la época en que yo tenía diecisiete años. Por tanto, mi intervención contribuyó a que el ambiente de las risas se tornara en uno de tristeza y melancolía, al contarles cómo tuve que sufrir cuando comencé a trabajar para apoyar en mi casa, porque mi padre abandonó a mamá para irse con otra mujer más joven. Les conté me vi en la necesidad de dejar la escuela e irme a los Estados Unidos para ayudar con los gastos del hogar y para apoyar a mis hermanos que, de todas maneras, terminaron dejando los estudios igual que yo.
Sentí coraje con esos chicos que dejaban de asistir a clases para irse al mercado a desayunar pozole. Dejaban de aprovechar la oportunidad que yo no tuve tan solo porque era más placentero organizar una fiesta y faltar a las aburridas clases el día de la fiesta y un día después.
Platiqué con los tres sobre sus pasatiempos favoritos y casi todos coincidieron con las palabras antro, fiestas, alcohol. De hecho, me comentaron que el día que atropellé a Darío se dirigían a una de sus fiestas. Solo Darío mencionó algo diferente en cuanto a sus pasatiempos. Dijo que le gustaba leer y escribir ocasionalmente. Al verme interesado me contó de manera más personal sobre algunas de sus obras favoritas de literatura, puesto que sus amigos seguramente ya sabían esa información.
Nos resumió una novela diciendo que era una de las que más le gustaban, y que de ella había adoptado algunas frases como parte de su filosofía particular o armas de defensa contra las críticas que recibía de sus compañeros por ser diferente y tener ideas contrarias a las de la sociedad “estándar”.
Pablo nos contó que un día todos criticaron un trabajo que Darío realizó para la clase de artística. Según él, lo criticaron por ser muy abstracto. Dijo que cada uno de sus compañeros tenía un concepto diferente de lo que significaba su obra, ya que no se hallaba forma a su creación. A ello, Darío contestó simplemente:
—El arte verdaderamente muestra al espectador y no al artífice, es por eso que cada quien ve en mi trabajo lo que quiere ver. Los que lo minimizan es porque su criterio es tan insignificante como sus críticas; y si acaso hubiera alguien capaz de engrandecerlo más de lo que ya es, diría que esa persona es inteligente. Pero la inteligencia es una virtud que selecciona a muy pocos; mientras que, por lo contrario, la mayoría es elegida por la mediocridad. Así que no me sorprenden sus comentarios, ya que estoy cansado de voltear a ver a todos lados y solo ver gente mediocre como ustedes, y creo que a la larga me he ido acostumbrando. Repito: Lo que sí me sorprendería es escuchar un comentario positivo de mi trabajo, porque eso solo lo puedo esperar de una persona refinada. Pero, hay tan pocos inteligentes en el mundo, que no puedo culparlos por no ser parte de los más abundantes.
Según nos contó su mejor amigo Pablo, nadie tuvo palabras para contestar a sus insultos, y prefirieron guardar silencio antes de recibir nuevos ataques de aquel neurótico compañero que, gracias a lo mucho que leía, tenía respuesta a todo lo que se le pudiera decir, y bien se le podía calificar como maestro en el arte de discutir.
Dejé de escribir, pues nunca había estado escribiendo durante tanto tiempo seguido como ese día; y la mano ya comenzaba a dolerme, como si se opusiera al ejercicio y deseara revelarse contra el cerebro que le ordenaba seguir escribiendo.
Yo lo podría nombrar maestro en muchas mañas. Escribir era algo que a él si se le daba muy bien. Lástima que nunca publicó nada —consideré al recordar que el primer libro de reflexiones que escribió, lo quemó días después de terminarlo, porque, después de leerlo, percibió que contenía mucho de su propia vida. Lo hizo contradiciendo lo que siempre afirmó, que “el arte realmente refleja al espectador y no al artista”. Frase que, según supe recientemente, extrajo de su lectura favorita.
Del borrador quemado del libro de Darío, el cual se llamaba Laberinto de mi vida, solo pude rescatar una página de entre las cenizas.
La transcribí en otro pliego lo más exactamente posible, con sus palabras, y la guardé ―susurré, mientras recordaba el lugar donde la había guardado—. Durante todo el tiempo que conviví con Darío, siempre creí conocer mucho de su vida, pero después de que me alejé de él para no influir más en sus decisiones, sobre todo cuando tuve la oportunidad de recordarlo y de analizar muchas de las cosas que compartió conmigo, pude darme cuenta de que en realidad guardaba muchos secretos que solo le contaba a la pluma y al papel cuando escribía sus ideas y sus pensamientos, y que nunca los compartió con nadie más —me dije con tristeza.
Busqué entre las cosas que tenía en la mesa y no encontré ese pliego de las reflexiones de Darío en todo el montón de remembranzas. Me levanté una vez más de la incómoda silla y fui hasta el secreto lugar donde guardaba algunas insignificantes cosas. Busqué el famoso texto que había sido rescatado del fuego, escrito por Darío cuando tenía quince años, y, al encontrar la copia, la llevé hasta la mesa. Desdoblé el papel y comencé a leerlo.
«Laberinto de la vida
»No sé qué pensar de la vida, no sé qué decir del amor. Creo que todo ocurre de una manera tan predecible, pero al mismo tiempo es tan difícil adivinar el futuro. En pocas palabras, hoy me doy cuenta de que vivimos en medio de la confusión.
»La vida es un laberinto que tiene pasadizos tan parecidos unos a otros, que, cuando menos lo piensas, sientes que ya estás en el mismo lugar de nuevo; pero luego analizas bien tu localización o la situación, y te das cuenta de que, quizá, sí estás en el mismo sitio, pero ahora te encuentras del otro lado y es tan parecido que no sabes ni cómo llegaste hasta ahí.
»En un laberinto común tal vez puedes regresar y es posible volver a estar en el mismo lugar. Pero en el laberinto de la vida esto es prácticamente imposible ya que el tiempo y el actuar de las personas son fatalmente irreversibles.
»Esto nos hace pensar que la vida solo tiene una dirección, y es hacia el futuro que también es incierto, ya que lo único real y palpable en el tiempo es el momento del presente. Creo en la ley de causa y efecto, porque el pasado permanece en la memoria humana como recuerdos que nos permiten analizar la causa de lo que acontece en el presente, que es el efecto; y gracias a esta reflexión, podemos cambiar conductas que pueden tener consecuencias malas en el futuro cuando esto todavía puede ser posible, ya que existen efectos no tan graves que pueden servir como lección de vida, aunque también hay efectos que te dejan un aprendizaje. Pero, al mismo tiempo, son tan profundos que de nada te sirve hacer lo imposible para cambiar las cosas, ya que no solo modificaron tu presente sino que dejan marcado tu futuro para siempre.»
«Darío Reyes.»
Mientras leía, muchos recuerdos se apoderaron de mí, y algunos capítulos que ya había olvidado de mi vida con Darío volvieron a la memoria como imágenes vivas que se fueron reconstruyendo poco a poco hasta completar toda la historia que ya se creía perdida en el tiempo. Entendí que la personalidad de ese bello joven era única, y por eso fue que en tan poco tiempo había logrado enamorarme profundamente de él.
Desde que lo transcribí en este papel y lo guardé cambiándole únicamente el título para que no se confundiera con mi propia filosofía de vida, nunca lo volví a leer hasta el día de hoy, que he decidido sacar todos sus recuerdos para buscar la clave de su misterio y resolver muchas dudas que ahora surgen al interior de mi cerebro, como microorganismos que se reproducen disparatada y velozmente —me dije a mí mismo, al percatarme de lo fácil e interesante que era recordar todo con la ayuda de un texto que antes creía insignificante.
Y pensar que esto fue lo único que quedó de ese libro que escribió Darío cuando tenía apenas quince años —recapacité—. ¿Qué otras cosas tan tergiversadas no ha de haber escrito? ¿Qué más reflexiones tan sugestivas pudo haber plasmado en ese libro? —me pregunté arrepentido de haberle permitido quemar sus escritos; ya que, de haberlos guardado, seguramente en ese momento me serían muy útiles para reconstruir el pasado y encontrar el motivo de su partida. Pues, al volver a leer ese pequeño fragmento, me quedó muy claro que Darío no solo era una persona muy madura cuando yo lo conocí a sus diecisiete primaveras, sino que ya lo era desde mucho antes.
Volví a introducir el texto en el secreto lugar junto a las demás cosas sin significado, y regresé a la silla de aluminio. No me gustaba porque se enfriaba rápidamente, pero era la única que tenía cerca. Así que me senté sin importarme el disgusto, y tomé la pluma para seguir narrando en mi cuaderno. De pronto, me llené de rabia con Darío por haberme dejado solo en ese caos, y comencé a escribir de forma satírica lo que opinaba sobre la reflexión recién leída.
Estas palabras lo único que me dicen es que Darío siempre ha sido una farsa y que su filosofía de vida son puras contrariedades, ya que hoy podría estar diciendo una cosa y el día de mañana se le podía ver haciendo lo contrario con todo el cinismo y la incoherencia que lo caracterizaban.
Creo que Darío fue muy drástico al definir de esta manera “las leyes de la naturaleza”; ya que malinterpretó el principio de causa y efecto, pues lo que se tiene que modificar no son las actitudes en primera instancia, sino los pensamientos; y al cambiar la forma de pensar por una más positiva, entonces todo se transforma.
Darío también fue muy pesimista al decir que hay causas que provocan un efecto eterno, ya que todo lo que somos en el presente fue causado por uno o muchos pensamientos del pasado, y lo que pensemos hoy de forma positiva o negativa, sin duda impactará en el futuro de la misma manera.
Entonces, obedeciendo al principio de mentalismo que dice que el universo es mental, y al combinarlo con el de causa y efecto, podemos llegar a concluir que si el origen de todo lo que existe es un mal pensamiento, también puede ser posible cambiar todo lo que no nos agrada de la vida con un simple pensamiento positivo.
Podemos borrar todo lo malo de nuestro mundo y comenzar a dibujar un futuro diferente que sea más agradable, que nos guste y que nos haga felices. Esto es lo que los hermetistas llamarían “transmutación mental”, la cual puede modificar cualquier circunstancia en la medida que uno pueda creer que es posible; debido a que la fe es el motor y el combustible que la impulsan a generar lo que los escépticos llamarían “milagros”.
Y digo que los escépticos, porque no son capaces de creer que lo que produjo tal cosa que creían imposible no es nada sobrenatural, sino el poder divino de un pensamiento que está en la mente del beneficiario de la fe, el cual puede ser tan insignificante como ellos lo consideren.
Eso fue lo que le faltó a Darío para transformar su mundo. Creer en sí mismo, dejar de pensar que existen cosas irremediables y aprender que lo que piense y crea en el presente será el efecto de su futuro, por más irracional que parezca.
Me sorprendí de mí mismo por haber hecho aquel análisis crítico de los pensamientos de Darío; y también debido a que, por única vez, no estaba de acuerdo con su postura. Pues antes, todo lo que me decía me parecía tan cierto y tan perfecto que no me atrevía siquiera a cuestionarlo. Para poder emitir una opinión personal de lo que Darío decía en sus pensamientos, primero tuve que leer algunos de los libros que él había consultado y analizado anteriormente; por lo que quise buscar entre sus cosas y seguir leyendo más sobre esos inverosímiles temas que le fascinaban, como la metafísica y otras ciencias nombradas ocultas o herméticas. Sin embargo, sentí que ya me había desviado de la cronología del relato, así que me regresé a leer lo que tenía escrito en el cuaderno antes de leer el “laberinto” de la vida de Darío. Me ubiqué en la visita que me hicieron esos tres jóvenes en mi fonda después de varios meses de haberlos conocido, y continué escribiendo lo que pasó a posterior.
Después de aquel día en que me visitaron en el mercado y almorzamos juntos ese pozole, al día siguiente llegó Darío solo y se pasó hasta la parte de atrás del negocio, donde yo me encontraba lavando unos trastes. Me sorprendió su rostro de preocupación, pero también me dio mucho gusto verlo.
—Hola —me dijo—. Sé que no me esperabas, pero he venido a decirte algo muy importante.
—¿Qué pasa? Me asustas —le contesté—. Nunca nadie entra a mi cocina. Perdón; no te esperaba.
Dejé los platos sin terminar y rápidamente le ofrecí una silla para que se sentara a exponerme el motivo de su visita.
—Necesito que me ayudes. Tengo un problema muy grave, es de vida o muerte. Por favor, préstame tu carro —me dijo, mientras se me acercaba, haciendo a un lado la silla hasta que se situó frente a mí; apenas a unos pocos centímetros y me tomó de las manos.
—Pe-, pe-, pero… —tartamudeé mientras dudaba por un instante, y las palabras no lograban salir de mis labios. Apenas lo conocía. Era la tercera vez que lo veía en mi vida, así que no me inspiraba mucha confianza.
—No digas nada si no sabes qué decir. Estoy harto de pretextos superfluos y excusas insípidas. Conozco perfectamente a la gente que desconfía, y tú ya lo dudaste durante mucho tiempo. Recuerda que me debes el favor de no haberte denunciado cuando me atropellaste, y estuviste a punto de matarme.
Se alejó dándome la espalda.
—Pero si tan solo me salvaste llevándome al hospital aquella vez para mandarme a la muerte el día de hoy. Gracias de todos modos. Tal vez el destino me tenía preparada una muerte peor.
—¡Espera! —le dije antes de que se retirara—. ¿Adónde quieres ir? —pregunté, mientras buscaba las llaves en mis bolsillos.
—¡Yo no sé manejar, imbécil! —me dijo, dándose la vuelta y viéndome fijamente a los ojos sin parpadear—. Necesito que me lleves tú.
—Pero tengo clientes allá afuera y estoy solo en el negocio.
—Pues pídeles que se vayan y cierra —sugirió acercándose a mí nuevamente—. ¿O acaso crees que el dinero de tus clientes es más importante que volverme a salvar la vida?
Se acercó hasta mi oído y me dijo en voz baja:
—Se te recompensará lo triple; por eso no te preocupe. ¡Recuerda que el destino no se queda con nada!
Hice lo que me pidió, y lo llevé hasta donde me dijo sin hacer preguntas. Creí haberme ganado su confianza con aquel favor y no volvió a tocar el tema mientras estaba con sus amigos.
Muy frecuentemente se veían llegar esos tres chavos a mi pequeña fonda para platicar conmigo y disfrutar de mis guisos. Creo que probaron de todas mis comidas, y muchas de ellas, como el pozole, las repitieron infinidad de veces. Cosechamos una amistad inaudita, pues ellos eran muy jóvenes en comparación conmigo; por lo cual, cuando la gente nos veía sentados en una mesa de la pequeña fonda, muchos incluso llegaban a creer que eran mis protegidos, mis sobrinos, o mis nietos. Pero yo los veía como el tipo de amigos que siempre quise tener en mi adolescencia. Sin embargo, había uno de los tres que estimulaba en mí algo más que el simple deseo de la amistad; un latente sentimiento de atracción, una sensación de paz interior que mantenía viva la esperanza en mi ser de que el amor quizá no estaba peleado con mi alma.
Cuando lo veía, sentía una especie de escalofrío en mi estómago que me hacía sonreír de satisfacción, como si me estuvieran haciendo cosquillas por dentro. Mis ojos se llenaban de brillo al escuchar su fluida voz, por lo que no pude ocultar mi conmoción durante mucho tiempo; y aunque todos se percataban de mi sentir, yo no hallaba la forma de exteriorizarlo, pues no tenía experiencia alguna en declaraciones amorosas. Mientras yo trataba de encontrar la manera de expresar mi pasión, la amistad siguió creciendo entre los cuatro.
Hablamos del destino y del amor muchas veces. En realidad, hablamos de muchos asuntos. Pero de lo que hoy me doy cuenta es que todas nuestras conversaciones de siempre, se resumían en solo cuatro temáticas distintas; política, religión, sexo y amor.
Al parecer, Darío se cansó de que yo tan solo desperdiciara el tiempo, y tuvo que ser él quien tomara la iniciativa al darme aquel primer beso con el cual pude comprobar que no era yo el único que deseaba comenzar una bonita relación, y así fue como comenzó todo.
Comenzamos una relación maravillosa. Al poco tiempo, él se fue a vivir conmigo. Al principio, alegró mis días. Luego, me extorsionó y desquició mi destino. Cambió mi estilo de vida y mi concepto de dolor. Finalmente, me abandonó, haciéndome derramar infinidad de lágrimas por diferentes motivos; y hasta hoy sigo sin comprender por qué tuve que haberlo conocido.
Yo era mayor, y se suponía que debería estar tapizado de experiencia. Pero era Darío quien sabía tanto de amor, que no entiendo por qué, en su última carta, comenzó diciendo que no lo comprende.
“Hay cosas en la vida que no puedo comprender y que creo que nunca lograré razonar. Una de ellas es el amor” (Darío Reyes) —repetí la frase mentalmente, al mismo tiempo que recordaba con horror la última imagen de Darío depositada en mi memoria.
No sabía de qué manera iba a plasmar la descripción de aquel hecho. Ni siquiera tenía el valor de imaginarme el momento en que tuviera que describir textualmente aquella escena. Tal vez no podría hacerlo; pero, por el momento, debía continuar.
Aún quedaban algunos datos interesantes de mi vida con Darío que deseaba escribir. No era una historia muy agradable, pues todo ese deseo, esa ilusión mía de amar a alguien y compartirlo todo con esa persona, en poco tiempo se transformó y pasó de ser mi fantasía a una pesadilla.
Puede ser que Darío también haya sufrido igual que yo con esa relación. No obstante, eso solo lo sabía él mismo, y la única forma de que tal vez yo pudiera descubrirlo era terminar de plasmar todos mis recuerdos en aquel cuaderno.
No estaba muy seguro de lograr mi objetivo de entender los motivos de todos los que sufren y con ello mis propios motivos para llorar. Quizá solamente me acercaría a la verdad, o tal vez únicamente me confundiría más sin poder entender nada de nada. Mas, en ese momento estaba muy inspirado y tenía mucha información en mi cerebro deseosa de ser escrita. Así que proseguí narrando.