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Capítulo 4 El amor que induce al dolor
ОглавлениеMuchas veces Darío acudió a mi negocio de comida en el mercado. Algunas de esas veces iba solo, y otras acompañado de Samuel y Pablo. Hablamos del amor y del destino. En ocasiones, llegamos a compartir nuestras experiencias sobre la vida homosexual que llevábamos; el rechazo que sufrimos de parte de la sociedad y de la propia familia, en muchos de los casos; la falta de aceptación de nuestras preferencias sexuales dentro de la religión, o por parte de nuestros padres; y de todo el sufrimiento que estábamos condenados a vivir por el simple hecho de ser diferentes.
Observé muchas cosas atractivas en él y no me di cuenta de que también había muchas cosas desagradables en su personalidad. Estaba enamorado, vivía ciego; pero después de tanto tropiezo, la venda que cubría mis ojos terminó por caerse y devolverme la vista que me permitió darme cuenta de la bipolaridad de Darío.
Recuerdo que, algunas veces, Darío se encontraba de buen humor, aunque eran muy pocas en realidad. La mayor parte del tiempo se le podía ver triste, pensativo, desorbitado, con la vista perdida como si estuviera alejado de este mundo, aunque manifiesto.
En otros períodos, se mostraba enojado, pesimista, agresivo, ofensivo, siempre a la defensiva; como si no confiara en nadie y todo le causara repudio. Gozaba al llevarnos a todos la contraria y disfrutaba ver nuestras muecas de sorpresa y suspenso por no saber cómo reaccionaríamos.
Cuando viví con Darío, en muchas ocasiones me sentí incompetente para satisfacerlo en todos sus caprichos. Era tan especial e impredecible que yo ya no sabía cómo actuar para tenerlo satisfecho.
Detuve mi redacción al darme cuenta de que ya estaba muy cansado tanto física como mentalmente. No comprendía por qué todo estaba pasando por mi mente de una manera tan rápida que no estaba seguro de que fuese real. El pasado se repetía una y otra vez, pero no dejaba de vivir el presente y avanzar hacia el futuro.
Mi primer beso con Darío fue, al menos para mí, algo fantástico —pensé tristemente, al darme cuenta de que para él no había significado lo mismo.
Me sentí mareado, pero no deseaba dejar de escribir aún. De nueva cuenta, todo lo ocurrido desde que conocí a Darío y a sus amigos en el accidente se repitió en mi memoria una y otra vez de una manera tan palpable, que ya no podía distinguir el tiempo y el espacio en que me encontraba. Mientras pasaba el mareo que me había hecho cerrar los ojos, aunque o no estaba seguro si los tenía abiertos, de pronto sentí como si se hubiese apagado la luz y todo se tornó oscuro al mismo tiempo. En tanto, un dolor de cabeza casi me hizo caer.
Sé que estoy aquí sentado en la silla metálica escribiendo desde hace algunas horas, pero también estoy en cada una de las escenas que viví con Darío; y sin embargo el tiempo no se detiene —me dije, mientras me daba un masaje en la frente para tratar de recuperarme.
Abrí los ojos y sentí que el vahído se había esfumado. Tomé el bolígrafo que había puesto sobre la mesa para sostener mi cabeza en el momento del mareo y, al sentirme nuevamente en condiciones para escribir, inicié la redacción, enfocándome en el primer beso; ya que eso había sido el principio de una relación más formal entre Darío y yo. Había sido el paso que nos llevó de lo que pudo ser una simple amistad a un compromiso de pareja.
Tengo muy presente el primer beso. Después de haber cerrado mi negocio por un capricho suyo, de haberme arriesgado llevándolo en mi auto al “Barrio Negro”, el más peligroso de la ciudad; de haberlo esperado durante mucho tiempo en el carro, y al regreso llevarlo a mi fonda y servirle la cena como si fuera su criado, sentí que todo había valido la pena al recibir ese afecto de sus lindos labios rojos. Entonces, me olvidé de todo; incluso de la duda terrible que minutos antes turbaba mi mente: ¿A qué había ido a esa gran casa?
Ese fue el primer favor que Darío me pidió abiertamente, abusando de la confianza, como solía hacerlo con cualquier persona; como si fuera el pulcro centro finito del cosmos y todo lo que lo rodeaba estuviera a su servicio por mandato divino.
Lo esperé afuera de esa extraña casa por mucho tiempo. Después de eso salió y subió al auto, más serio que de costumbre; como si lo hubieran cambiado por una persona más aislada y retraída de lo que ya era.
No me dio explicaciones. Solo me dijo que arrancara, y se quedó por un largo tiempo observando hacia el frente. Le pregunté a dónde quería que lo llevara, y solo me dijo que tenía mucha hambre, con una modulación poco descifrable. Parecía que se le estaba trabando la lengua.
Lo llevé a mi restaurante, donde le calenté algo de comida; y los dos comimos en silencio. Al terminar de cenar, su actitud tímida dio un giro total de ciento ochenta grados y, de pronto, comenzó a seducirme.
Se me acercó, me dijo gracias al oído, y después me besó como nunca lo había hecho nadie antes. Esa fue la recompensa por haberle hecho el favor de llevarlo a aquella casa.
Yo evalué que la recompensa que recibí había sido buena, porque sinceramente mi ser deseaba aquel beso desde que lo atropellé. Mientras él me ofendía en la sala de curaciones y la enfermera hacia su trabajo, mi instinto no pensaba en otra cosa que no fuera en conocerlo, pedirle perdón por el accidente y terminar besándolo; deseaba amarlo y que me amara eternamente.
Creo que se me concedió esa pretensión, pero nunca esperé costear una cuota tan alta. Mi padre tenía razón cuando decía: “Ten cuidado con lo que pides al Creador. Se te puede otorgar, y no sabes qué efectos secundarios traiga consigo ese deseo”.
Cuando lo llevé a su casa después de salir del hospital donde lo atendieron del accidente meses atrás, deseaba decirle que tenía razón al señalar que las cosas pasan por algo; que yo estaba seguro de que nuestro destino era amarnos y ser felices para siempre. Ahora sé que la fantasía de los cuentos es algo ilusorio en el plano de la realidad. La felicidad entre dos entes es momentánea, y aunque ese momento feliz perdurara ininterrumpido durante un tiempo extremadamente largo, algún día uno de los dos individuos tendría que morir, porque nadie es inmortal; y entonces el otro sufriría. Por lo tanto, se terminaría la palabra “felices”; y si por eventualidades del destino llegaran a morir al mismo instante ambos personajes, amándose, se acabaría con la frase “para siempre”; por lo cual me queda claro que “vivieron felices para siempre” es una utopía mental, que solo tiene cabida dentro de la imaginación más soñadora de un excéntrico escritor de ficciones de encanto, magia y sortilegios.
Después de dejar a sus amigos en sus respectivos hogares, cuando manejaba de regreso para traerlo a él hasta su casa, puesto que aún vivía con su familia, quise contarle que siempre había soñado con el amor, que mi anhelo más valioso y profundo era encontrar a un joven como él de hermoso y especial. Pero él se bajó del auto sin despedirse, y se metió a su casa haciéndome creer que jamás volvería a verlo.
Al leer su poema olvidado en mi carro, sentí amarlo e invoqué besarlo, pero supuse que eso era absurdo, irracional como lo era nuestra diferencia de edades. Ni siquiera estaba seguro de que también fuera una persona afecta a su mismo sexo. Apenas tenía una ligera sospecha por su forma de vestir y de hablar, pero nada en concreto de no ser por lo que me dijo en el hospital.
—¿Solo te interesa saber el nombre de mis amigos? ¿No tienes ni la más mínima curiosidad de conocer a tu victima?... Ya sé: es tu estrategia de ligue atropellar chavos para conquistar a sus amigos.
Pero eso no significaba nada en concreto, y si así fuera, ¿cómo iba a querer andar con alguien que tal vez tenía más del doble de edad que él?
Por todo eso, fue más que maravilloso aquel primer beso, porque tuvieron que pasar varios días de incertidumbre en que yo solo pensaba en él; pero no tenía la menor idea de lo que opinaba sobre mí. La primer gran sorpresa fue cuando llegaron los tres a mi restaurante. A partir de ahí volvió a renacer la esperanza de mi deseo.
Al día siguiente, cuando me pidió de favor de que lo llevara en mi carro al Barrio Negro, yo estaba muy desconcertado. De hecho, ya me había habituado a la idea de que ellos solo podrían ser mis jóvenes amigos. Pero después de que lo vi tan raro, lo único que sentí fue lástima; pues, aunque no estaba muy seguro, algo me decía que andaba en malos pasos. Lo llevé a cenar cuando me lo pidió y ahí comenzó a besarme en el momento menos soñado.
Todas mis esperanzas resurgieron de entre las cenizas. Ahora no solo estaba seguro de sus preferencias, sino que también era muy probable que Darío sintiera la misma atracción que yo sentía por él.
Existía química, de eso no me quedaba la menor duda, y eso era suficiente para que por fin me decidiera a enfrentar al amor del que tanto me había ocultado.
El segundo roce lo recibí a cambio de quinientos pesos que me pidió prestados, pero nunca los devolvió. Así que diré que fue un beso comprado.
Al oír lo del dinero, dudé por un instante sobre sus intenciones. Pero además del dulce beso, susurró un poema encantador cerca de mi oído, y me dijo que yo le gustaba, que estaba seguro de querer formar parte de mi vida. Fue mi sueño hecho realidad, y finalmente me aseguró que algún día pagaría con amor y cariño ese favor y todos los amparos que yo le hacía, y que también me los devolvería en efectivo.
Me hipnotizó y se los presté sin saber para que los necesitaba. Después me pidió que fuera su novio, y la cuota subió hasta llegar el momento en que ya no era suficiente el sacrificio inhumano que yo hacía para darle capital. No solo pagué mi erótico error con dinero; también con dolor y lágrimas.