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PRIMERA PARTE

LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE Y SUS CONSECUENCIAS

(Capítulos 1-8)

Después de presentarse a sí mismo y exponer el tema de la carta ―las buenas nuevas de que la justicia de Dios se obtiene por medio de la fe―, Pablo procede a establecer el hecho de que todos los hombres son pecadores y necesitan ser justificados. Muestra que, tanto los judíos como los gentiles, están bajo el poder del pecado y, por lo tanto, son incapaces de guardar la Ley; consecuentemente aparecen condenados ante Dios y necesitan un método de salvación diferente al basado en la obediencia personal.

Pablo muestra después cómo Jesucristo hizo por el hombre pecador lo que el pecador no puede hacer por sí mismo; esto es, obrar una justicia perfecta, la cual le es dada (atribuida o imputada) al pecador en el momento en que cree.

Teniendo como base la justicia de Cristo, que obtiene por la fe, el pecador es declarado aceptable por Dios y, por lo tanto, es JUSTIFICADO (absuelto, declarado en buena relación con Dios). Después el apóstol Pablo explica cómo siendo justificado por la fe, el hombre, en lugar de vivir en pecado, vive una vida de frutos lógicos de obediencia a Dios. Únicamente aquellos que no están bajo la Ley sino bajo la gracia, pueden encontrar las razones o motivos de amar y servir a Dios verdaderamente. Inmediatamente llama la atención sobre la función de la Ley, mostrando que la misma revela y condena al pecado; pero que lo mismo que la Ley no puede justificar al culpable, tampoco la Ley puede santificar al creyente. El pecado permanece en el cristiano tanto tiempo como él mismo permanece en este mundo. Pablo cierra la sección mostrando que el creyente, no obstante estar rodeado de pecado y sufrimiento mientras vive, está también poseído y ayudado por el Espíritu Santo, pues ha sido predestinado para la gloria y está perfecta y eternamente asegurado “en Cristo”, y nada en la creación entera puede separarle del amor de Dios.

SEGUNDA PARTE

EXCLUSIÓN TEMPORAL DE LOS JUDÍOS E INCLUSIÓN DE

LOS GENTILES COMO PUEBLO DE DIOS

(Capítulos 9-11)

La segunda parte de la epístola se refiere a un problema que era de lo más confuso y oscuro en los tiempos de Pablo: la incredulidad de la nación de Israel y la salvación de los gentiles. Los judíos se alejaban de Jesús mientras que los gentiles se acercaban a Él en fe, reconociéndole como Salvador. ¿Cómo podría explicarse este hecho? Si Jesús de Nazaret era el verdadero Cristo, el Hijo de Dios, ¿por qué la nación judía, el pueblo escogido de Dios, con quien Él había establecido Su pacto, se alejaba dándole la espalda en incredulidad? Pablo resuelve el problema de la exclusión de judíos y el llamamiento de los gentiles, apelando al principio de la elección divina; esto es, que Dios determina quién será objeto de su misericordia y será salvo y quién será rechazado y dejado en sus pecados. Aún más, el llamamiento de los gentiles y la exclusión de la mayor parte de los judíos ya había sido predicha por los profetas en la antigüedad. Después de haber establecido que la elección soberana de Dios es la eterna y definitiva razón por la que los individuos son o no son objeto de la misericordia divina, Pablo explica que la causa inmediata de la justificación del hombre es el hecho de su fe en Jesucristo. Aquellos que creen en Cristo son salvos, y aquellos que no creen son perdidos, cualquiera que sea su raza. Para cerrar esta sección, el apóstol pone de manifiesto que la exclusión de Israel no es ni total (algunos judíos son salvos) ni final (Dios en el futuro mostrará misericordia al pueblo de Israel como nación).

TERCERA PARTE

EXHORTACIONES PRÁCTICAS Y ENCARGOS PERSONALES

DIRIGIDOS A LOS SANTOS EN ROMA

(Capítulos 12-16)

La tercera parte está primordialmente dedicada a dar instrucciones prácticas a los creyentes. El apóstol señala sus deberes para con Dios y Su Iglesia; para con los demás hermanos y el mundo, y para con las autoridades civiles. Les exhorta a amarse los unos a los otros y a vivir en la luz que les da el hecho de que su salvación está más próxima que cuando creyeron. Después les instruye sobre la forma en que deben comportarse en asuntos que no son malos en sí mismos, indiferentes, pero que pueden escandalizar a los creyentes de fe más débil, y establece varios principios concernientes a la libertad cristiana y al uso de la misma.

Pablo explica sus propios sentimientos y relación para con los santos en Roma, y envía saludos personales a varias personas. Les advierte solemnemente de que no deben contemporizar con falsas doctrinas o con aquellos que las enseñan. Después de esto les envía saludos de sus compañeros. La carta termina con una doxología en la cual el apóstol alaba al Eterno y Omnisciente Dios que dio a conocer el Evangelio de Jesucristo, el cual es ofrecido libre y gratuitamente a todos los hombres, judíos y gentiles.

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