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Cinco

Tía Alicia y yo estábamos sentados en unas sillas súper cómodas que tenía en su terraza, con un batido gigante de chocolate cada uno en nuestras manos, mientras mirábamos el anochecer sobre el mar que teníamos frente a nosotros.

No os sé explicar muy bien la sensación, pero fue como si el tiempo se hubiese detenido durante unos instantes.

Intenté coger fuerzas y controlar los nervios de mi estómago para comenzar a hablar, pero no tenía ni idea de cómo se empezaba una conversación así. No lo había hecho nunca, y tenía miedo a equivocarme.

Pero tenía que ser ese momento.

Tenía que…

—Creo que tenemos que hablar, ¿verdad Rique? —me dijo mi tía como si me estuviese leyendo el pensamiento.

Me quedé blanco.

No fui capaz de contestar nada, tan solo asentí ligeramente con la cabeza, sin atreverme a mirarla a la cara.

—Ya tienes edad para poder hablar de ciertos temas, Rique. Y creo que ya es hora de que tengamos una conversación que deberíamos haber tenido hace tiempo.

Notaba cómo me miraba, pero yo seguía sin poder mirarle a la cara. ¡Ostras!, si casi no podía ni respirar con normalidad. Ese era el momento y ya no había vuelta atrás.

Tía Alicia apoyó su batido en la mesita baja que había junto a nuestras sillas. Después cogió el mío, quitándomelo de la mano y colocándolo junto al suyo.

—¿Estás enfadado conmigo por no contártelo aquel verano? —me preguntó colocando su silla frente a la mía.

Aquella pregunta me rompió por completo. ¿Enfadado yo con ella? ¿Pero de qué hablaba? ¿No se estaba refiriendo a mí? Levanté la vista hacia ella, extrañado. No comprendía qué ocurría. Y ella se dio cuenta.

—Espera un momento… ¿Nunca te han dicho tus padres por qué os fuisteis así de rápido aquel verano? —negué con la cabeza, muy lentamente. Sentía que me estaba despertando de un sueño extraño—. ¿En serio? ¿Pero qué narices les pasa a tus padres? —preguntó enfadada, levantándose de la silla, y apoyándose en la barandilla de la terraza, mientras miraba al mar.

—Tía Alicia… ¿Qué pasa? —le pregunté después de unos segundos que se me hicieron larguísimos.

Mi tía se giró hacia mí. Sus ojos brillaban con la luz de la luna reflejada en ellos. ¿Estaba llorando? Hizo un gesto raro con las manos en su cara, un gesto que le había visto hacer en otras ocasiones cuando quería quitarse los nervios de encima. Y se volvió a sentar frente a mí.

Me acarició la cara.

—¿Estás triste tía? ¿He hecho algo mal? —le pregunté con la sensación de estar haciendo daño injustamente a alguien que me importaba demasiado.

—Ay, Rique… Tú no me has hecho nada… Son los adultos los que parece que se esfuerzan en que suframos sin sentido.

Yo no dije nada, porque supe que mi tía necesitaba contarme algo que para ella era importante, y estaba buscando las palabras para hacerlo. De repente, fui consciente de lo parecidos que éramos mi tía y yo. Habíamos estado con ganas de contarnos algo todo el tiempo, y no sabíamos cómo, seguramente para no hacernos daño.

—Puedes contarme lo que sea, tía. Nada va a cambiar para mí —le dije, pensando en las palabras que me gustaría escuchar a mí de su boca.

Tía Alicia sonrió, y se secó una lágrima.

—¿Te acuerdas de Gloria?

—Sí —contesté extrañado. No esperaba que comenzase a hablarme de su compañera de trabajo en ese momento.

—Gloria era mi novia, Rique —pronunció aquella frase con toda la calma del mundo, como si fuese lo más obvio.

—¿Gloria? —pregunté sorprendido—. ¿Novia? Espera… ¿Novia en plan chica con chica?

—Sí, Rique… —sonrió—. Novia en plan chica con chica… —hizo una pequeña pausa, mientras me dejaba asimilar la información—. ¿Supone un problema para ti?

—¿Qué? Eh… ¡No! —exclamé nervioso, con un tono ridículo que apareció en mi voz—. Pero… Tú tenías un novio antes de venirte a vivir a Tenerife.

—Sí, tú lo has dicho. Tenía. Me vine a Tenerife por Gloria, Rique. Estaba asustada, porque nunca había sentido nada así por otras mujeres. Pero conocí a Gloria en Barcelona, en un viaje que hice con unas amigas. Y me enamoré de ella. Así, tal cual. Y estuvimos mandándonos mensajes durante semanas. No podía olvidarme de ella. Vine a verla aquí y lo tuve claro. Quería estar con ella. Pero no era capaz de dar explicaciones a todo el mundo, porque no sabía lo que sentía, necesitaba aclararme y descubrir quién era. Por eso me vine aquí, Rique. Necesitaba descubrir si me estaba equivocando, o si era real.

—¿Eres lesbiana? —le pregunté, creo que un poco a lo bruto. Pero es que estaba flipando. Nunca habría imaginado que hablaríamos de algo así.

—No lo sé… Creo que sí. De repente fue como quitarme una venda de los ojos y empezar a sentir de verdad.

—Entonces… ¿Te gustan las mujeres?

—Sí, Rique —sonrió acariciándome la cara—. ¿Es muy raro para ti?

Me encogí de hombros. Porque, a ver, claro que era raro saber de repente que a mi tía le gustaban las mujeres, cuando siempre había creído que le gustaban los hombres, pero no era raro que le gustasen. ¿Me entendéis? Que a mí me daba igual que a mi tía le gustasen las mujeres, pero no me lo esperaba.

De hecho, una parte de mí, sintió que respiraba con más fuerza de repente.

Me sentí… ¿Aliviado? Sí, aliviado. Esa era justo la palabra. Sentí que me quitaba un peso de encima de golpe.

Y entonces caí. Fui consciente de lo que había ocurrido hacía años cuando nos tuvimos que marchar de repente de casa de mi tía.

—Hace años… ¿Se lo contaste a mi padre y por eso se enfadó así?

La expresión de mi tía cambió de golpe. Se notaba que hablar de aquello le dolía.

—Fue peor… Nos pilló besándonos.

—Ouch.

—Sí… Yo quería contároslo a tu madre y a ti, pero nunca encontraba la forma de hacerlo. Hacía solo unos meses que había empezado mi vida con Gloria, y me daba mucho miedo hablar de esto. Tenía miedo de que no aceptaseis lo que sentía. Pero tu padre vino antes de tiempo, y me eché atrás. Pensé que ya tendría oportunidad de contarlo la siguiente vez. Solo tenía que fingir unos días más que Gloria era mi compañera de trabajo, y no mi novia.

—Espera… ¿No era tu compañera de trabajo?

Mi tía dejó escapar una sonora carcajada.

—¡Claro que no! —exclamó sin dejar de reír—. Creía que eso ya te había quedado claro… Era mi novia. Decir que era mi compañera de trabajo, o mi compañera de piso, era la excusa más sencilla que se me ocurrió.

—Jo tía, podrías ser actriz. Nos la colaste totalmente…

—¿Sabes? He sentido mucho tiempo que era una actriz interpretando una vida que no era la mía… Por eso tal vez me salía tan natural…

¡Boom!

No esperaba una frase como esa.

No esperaba escuchar algo con lo que sentirme tan identificado.

¡Ostras!, es que llevo sintiéndome así desde hace años. Actuando. Eso es. Actuando, como si estuviese en una peli con las frases aprendidas, porque son las que esperan escuchar de mí. No sé si os ha pasado alguna vez, pero es como si al decir algo real de mí, alguien fuese a gritar:“¡Corten!”, y me fuesen a echar de la peli. Y si no tengo esta película, ¿qué me queda?

¿Quién sería entonces?

—Te entiendo —dije en voz alta sin pensar.

—¿Ah sí? —preguntó mi tía con un brillo extraño en su mirada—. ¿Por qué te sientes así?

Y ahí estaba la pregunta. Ahí estaba el momento por el que había viajado a Tenerife para ver a mi tía. Solo tenía que pronunciar dos palabras: “Soy gay”. Solo tenía que abrir la boca y dejar escapar una pequeña cantidad de aire para formar esos sonidos que me iban a liberar.

No pude.

Y sí, ya sé que estaréis pensando que lo tenía muy fácil, que mi tía se había sincerado conmigo, que nadie me iba a entender mejor que ella. ¡Ostras!, mi tía era lesbiana, ¿cómo no me iba a entender?

Pero no pude.

Sentí que algo me oprimía el estómago con mucha fuerza y que no podía respirar.

A ver, que saltarse el guión de la peli en la que llevas actuando toda tu vida, tampoco es tan fácil, ¿vale? Así que no me juzguéis, por favor.

—¿Cómo os pilló mi padre? —pregunté ignorando por completo su pregunta.

Traté de no mirar a los ojos a mi tía al hacerle la pregunta, pero sé que durante un par de segundos, me observó con curiosidad. Pero no insistió. Imagino que nadie más que ella comprendía que a veces no estamos preparados para hablar de algo.

—La mañana en la que os marchasteis, Gloria habló conmigo en la cocina. Me dijo que no podía permitir que os fueseis sin saber quién era yo realmente. Que no había nada malo en ello. Que ibais a comprenderlo… —hizo una pausa, bajando la cabeza—. Ya, claro… Y me lo creí, Rique. Estábamos en la cocina, y me sentí fuerte para poder hablar con vosotros. Besé a Gloria, sintiendo que nadie en el mundo podía rechazar algo tan bonito como el amor que sentíamos Gloria y yo. La besé allí, en la cocina, sin esconderme, sin pensar en si alguien podía o no entrar allí y vernos.

—Y mi padre entró, ¿verdad?

Mi tía asintió. Levantó la cabeza lentamente, y pude ver su mirada brillante, cubierta de lágrimas que sé que ella se negaba a dejar caer.

—Nos vio besándonos… Y comenzaron los gritos. Nunca imaginé una situación así, Rique. Sé que es tu padre, pero me dolió mucho. Me dijo que no iba a permitir que tú vieses a dos enfermas haciendo eso en público. Que no iba a permitir que te confundiésemos. Que os había engañado a todos… Y mil cosas más…

No podía decir nada. Sentí que mi garganta se cerraba, porque me parecía horrible lo que había tenido que escuchar mi tía hacía años por culpa de mi padre. Porque mi padre fue una bestia y un capullo. Porque no se puede decir algo así a alguien que quieres. No, no se puede decir algo así a nadie, le quieras o no. Mi tía no estaba enferma. Ser lesbiana no era estar enferma.

Sentí que mis ojos se llenaban también de lágrimas.

Que me costaba respirar con normalidad.

Por mi tía.

Y por mí.

Porque cada una de esas frases que le había dicho a mi tía, eran las que me diría a mí también si supiese cómo me siento.

Y me eché a llorar.

Cogí con fuerza la mano de mi tía, y la acaricié.

No era justo. No. No era justo que tuviesen que insultarla por amar a alguien.

—No llores, mi niño… —me dijo mi tía, limpiándome las lágrimas—. Eso ya pasó. Ya forma parte del pasado…

—Tendría que haberte defendido… Tendría que haberlo sabido… —le dije, enfadado, mientras mi tía me sonreía con lágrimas en sus ojos que no pudo retener más.

Y entonces caí en la cuenta de algo.

Me di cuenta de algo que jamás me había planteado.

—¿Por qué mamá no te defendió? ¿Por qué nos fuimos? ¿Mamá…? ¿Mamá piensa igual?

Mi tía negó con la cabeza.

—No mi niño. Tu madre no piensa como tu padre… Tu madre… se bloqueó. No la culpo.

—¿Cómo no vas a culparla? ¡Nos marchamos! ¡Con eso le dio la razón a mi padre!

—No te voy a negar que me dolió mucho su reacción, Rique. Pero no la puedo culpar. Ya viste cómo se puso tu padre. Ella… Ella se sintió engañada por mí, y miró por su familia. Por vosotros.

—¡Pero tú también eres su familia! ¡Eres su hermana!

—Lo sé. Pero, precisamente por ello, creo que le dolió que no se lo hubiese contado a ella antes de enterarse así. Y su reacción fue marcharse. Tal vez… Tal vez si hubiese tenido más valor y se lo hubiese contado antes, eso no habría pasado…

—¿Qué? ¡Tú no tienes la culpa tía!

—No intento buscar culpables, Rique. Ocurrió, y ya está. Cuando todo se calmó, hablé con ella por teléfono. Todo está bien. Ella lo entiende, y me quiere.

—Si todo está bien, ¿por qué no estamos casi nunca juntos?

—Porque tu padre es complicado, Rique. Cada vez que os he ido a ver, ha servido para que tus padres discutan por mi culpa. Y no quiero que tu madre lo pase mal por mi culpa.

—Pero entonces está eligiendo de nuevo. Está eligiendo no verte por estar bien con mi padre. Por una persona que no es capaz de entender que hay personas que somos diferentes, que sentimos cosas que él no puede entender, y que no hay nada malo en ello —comencé a levantar la voz, sin darme cuenta de mi tono, ni de lo que decía—. No entiende el daño que hace a su alrededor, el daño que nos hace porque no somos como él quiere que seamos. ¡No es justo! ¡Él no decide a quién podemos querer! ¡Él no decide lo que está bien o está mal! ¡Él no puede decidir qué me tiene que gustar! ¡Él no puede obligarme a que me gusten las…! —me callé. Mi tía me observaba con calma. En ese momento, me di cuenta que se me había ido la olla, y estaba hablando de mí.

—…No puede obligarte a que te gusten las chicas, ¿verdad, Rique? —me preguntó mi tía Alicia, acariciando mi pelo.

La miré fijamente a los ojos. Y rompí a llorar. Pero no fue desagradable. Fue como si de repente, alguien pulsase un botón dentro de mí y comenzase a desinflarme. A dejar escapar todo el peso que me estaba haciendo tanto daño. Lloré con fuerza, y mi tía me atrapó entre sus brazos, meciéndome en su pecho.

—No, no puede obligarte, mi niño. Nadie puede obligarte a ser nada que no seas —me susurró con calma, con aquella voz que me tranquilizaba tanto.

Aquellas palabras se clavaron en mi pecho. “Nadie puede obligarte a ser nada que no seas”. Así de sencillo. Así debía ser, y sin embargo, ¿qué iba a ocurrir ahora? No vivía con mi tía, vivía con mi padre. Y él nunca aceptaría algo así. ¿Cómo iba a vivir siendo alguien que no era para no decepcionarlo?

—Me… Me gustan los chicos, tía Alicia… —dije separándome de su abrazo, para poder decírselo a la cara. Necesitaba mirarla a los ojos—. Soy gay —sollocé—. ¡Ostras!, soy gay. Es la primera vez que lo digo en voz alta. Soy gay, tía. ¿Qué voy a hacer? —le pregunté volviendo a buscar su resguardo entre sus brazos.

—Ay, mi niño… ¿Pues qué vas a hacer? Ser feliz. Eso es lo que vas a hacer. Dedicarte a quererte y a ser feliz. Porque desde hoy, ya no vas a tener que esconder nunca más lo que sientes. Y yo, te voy a ayudar a que así sea —me susurró besando mi pelo, mientras me abrazaba con dulzura.

Y allí, alejado de mi casa, de las palabras de mi padre, de los insultos de mis compañeros de clase, y de las mentiras que tenía que inventarme para encajar en un mundo que no era el mío, me sentí seguro por primera vez en mucho tiempo.

No solo eso.

Me reconocí por primera vez.

Sin mentiras.

Sin tensiones.

Sin miedo a mostrarme.

Así era yo, y era alucinante poder expresarlo.

Ese era el Enrique con el que soñaba que el mundo pudiese conocer.

Y allí, entre los brazos de mi tía Alicia, no me parecía imposible.

Todo eso ocurrió el primer día que llegué a Tenerife.

No imagináis lo que me quedaba por descubrir en ese viaje.

Y todo empezaría al día siguiente, conociendo a Thiago.

Aunque lo que yo no sabía es que lo conocía ya desde hacía muchos años.

El plumas

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