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Cuatro

Lo que más me costó fue convencer a mi madre para que me dejase ir solo. Mi tía Alicia me ayudó y le tranquilizó haciéndole saber que estaría allí para recogerme nada más que el avión bajase a tierra. La condición es que a la vuelta me iría a buscar mi madre, y así pasaría un par de días con su hermana antes de volvernos a Zaragoza.

Para mi padre, que fuese solo, fue un alivio.

¡Ostras! no veáis qué nervios pasé en el avión, volando yo solo. Mis padres habían tenido que rellenar unos permisos para que pudiese hacerlo, pero era extraño encontrarme ahí, a no sé cuántos metros del suelo, en un mundo de adultos. Me sentí mayor. Creo que fue la primera sensación guay que tuve en el viaje. Sentir que podía hacer cualquier cosa. Que me valía por mí mismo.

Que tenía libertad.

Pues que se me puso la piel de gallina y todo al pensar en eso. Ya veis, que de repente me sentí muy maduro, tampoco me lo tengáis en cuenta.

Y después de unas dos horas y pico de vuelo, aterricé en Tenerife. Y ahí estaba mi tía Alicia, esperándome. Nos dimos un abrazo que no os imagináis.

—¡Rique! ¡Estás enorme! —me dijo sujetándome la cara con las manos.

—Vale, vale… Que ya no soy tan pequeño como para que me hagas estas cosas delante de todo el mundo, tía… —dije mirando con vergüenza a mi alrededor.

Tía Alicia soltó una carcajada y me liberó.

—Perdonad —comenzó a decir como si hablase con la gente que había alrededor, de forma muy teatral—. No me había dado cuenta de que mi sobrino es ya tan mayor, y le estoy avergonzando.

—Tía, no fastidies… Para ya, porfa… Venga vámonos —dije agachando la cabeza, creo que con la cara como un tomate. Me la notaba ardiendo.

—Venga, vamos a dejar tu maleta en el coche, y te llevo a comer por ahí. ¿Te apetece? —me dijo agarrándome con su brazo alrededor de mi hombro. Tuvo que forzar un poco la posición, porque ya le había superado en altura.

—¡Ay sí! Podríamos ir a ese sitio que nos llevaste que me gustó tanto… El Gua…pinte…

Mi tía volvió a reír con esa energía que me gustaba tanto en ella.

—¿A un guachinche?

—¡Eso! ¿Podemos?

—Claro, podemos hacer lo que tú quieras Rique, estos días tú mandas —me sonrió, y mi acarició el pelo. Esta vez, no me molestó.

*

Comimos en un guachinche diferente al que fui de pequeño. Yo creía que esa especie de bar se llamaba Guachinche, y que solo había uno. Pero mi tía Alicia me explicó que había muchos diferentes en Tenerife. Que antes eran la casa de las personas que hacían el vino en la zona, y que el vino y la comida que les sobraba, la vendían a los vecinos. Y con el tiempo, pues se habían convertido en lugares típicos de la isla, en los que se comía súper barato y con comida muy casera.

Lo flipas.

Estaba todo riquísimo. Comimos queso asado, que es de las cosas más ricas que he probado en mi vida, y que no sé cómo he estado tantos años sin conocer. Y me puse hasta arriba de papas con mojo, acompañadas con una carne muy rica. Mi tía se reía al verme disfrutar tanto con la comida. Yo creo que me sabía más rica por estar allí comiéndola con ella.

Después de comer, fuimos a casa de mi tía Alicia a dejar las maletas, y a ponernos los bañadores para ir un rato a la playa.

Mi tía se había cambiado de casa. La otra casa era más grande, pero el piso en el que vivía ahora era más ella. A ver, que no sé explicar por qué muy bien, pero era como que cada rincón de la casa tenía su nombre. Y lo más importante, tenía una terraza con unas vistas impresionantes al mar.

—¿Por qué te has cambiado de casa? —le pregunté.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta mi nueva casa? —dijo fingiendo estar ofendida.

—Mola. Pero la otra era más grande.

—Ya… Mira, si quieres esta noche te lo cuento, ¿vale? —no entendí muy bien que no me lo pudiese explicar en ese momento, pero tampoco tenía tanta curiosidad, así que podía esperar—. Ahora vamos a darnos prisa, que quiero darme un buen chapuzón en la playa.

Qué fácil era todo con mi tía.

¡Ostras! no os voy a engañar, estaba tope nervioso por hablar con ella sobre cómo me sentía. No sabía ni cómo iba a hacerlo, pero tenía tantas ganas de liberar toda esa presión que me ahogaba por dentro, que no veía el momento de hacerlo.

Lo había decidido.

Esa noche, después de cenar, se lo contaría todo.

Después de eso no habría vuelta atrás.

¿Y si mi tía no me aceptaba como era? ¿Y si pensaba igual que mi padre?

No, no creía que fuese así.

No podía ser así.

Mi tía Alicia era diferente.

Esa noche le contaría a alguien por primera vez que me gustan los chicos.

Diría por primera vez, en voz alta, que soy gay.

El plumas

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