Читать книгу El plumas - David Pallás Gozalo - Страница 8
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Para hablaros de Thiago, tengo que presentaros antes a mi tía Alicia.
Tía Alicia es la hermana de mi madre. Siempre he estado muy unido a ella, aunque hace tiempo que no nos vemos en persona.
Tía Alicia se fue a vivir a Tenerife cuando yo tenía cinco años. Recuerdo que me sentí triste al pensar que no la iba a poder ver a diario para jugar juntos. Ella siempre sabía cómo hacerme reír, qué juego inventarse, o qué broma hacer a mi madre para que acabásemos tirados por el suelo llorando de la risa.
El primer verano que se marchó a Tenerife, fuimos a verla allí, y creo que fue el mejor verano de mi vida. Aquellos días, aún no conocía lo que era el bullying, así que me relacionaba con los demás niños sin problemas, y en la piscina a la que íbamos todos los días, hice un montón de amigos. Después de varios días jugando juntos, nuestras madres hicieron piña, y nos quedábamos toda la tarde en el Club Náutico haciéndonos aguadillas sin parar en la piscina.
Era perfecto.
Pero de pronto, algo pasó y se acabó lo que se daba.
Aquellos días de agosto, los pasamos mi madre y yo en el adosado de dos plantas de mi tía Alicia y su compañera de trabajo. Ella nos acompañaba muchos días a hacer excursiones por Tenerife. No recuerdo mucho de la isla, pero sí que tengo grabado a fuego, que nunca había visto reírse a mi madre con tanta fuerza como en esos días.
Todo iba bien hasta que llegó mi padre.
A ver, que no es que quiera poner a mi padre como el villano, pero si las cosas ocurrieron así, pues se cuentan, y ya está.
Los dos primeros días que pasó con nosotros, no fueron mal. Pero un día, mientras me duchaba tras venir de la playa, comencé a escuchar gritos en el piso de abajo. Me asusté. Paré el agua y me quedé ahí quieto escuchando. Solo oía la fuerte voz de mi padre, gritando a mi madre que cogiese las cosas y que nos íbamos en ese mismo momento. La voz de mi madre no se escuchaba prácticamente bajo la enfadada voz de mi padre. Y de repente, Tía Alicia, con una voz contundente y firme que rebotó en todas las paredes, le dijo a mi padre: “No voy a dejar que me hables así en mi propia casa. Mi hermana y mi sobrino se quedan, el que te vas a ir ahora mismo de mi casa eres tú”.
¿Sabéis eso que dicen de “la calma antes de la tormenta”? Pues en ese momento pasó algo así. Que yo me quedé temblando, desnudo en la bañera, con el agua fría aún chorreando, esperando que mi padre contestase gritando algo, porque a mal carácter, a mi padre no le gana nadie. Pero no pasó nada de eso. De repente, lo único que escuché fue un portazo enorme que hizo que la casa temblase. Que igual no, y solo era mi cuerpo el que temblaba.
Salí de la ducha y me vestí rápido, mientras abajo, mi madre y mi tía hablaban entre susurros, como si quisiesen gritar en voz baja. Y antes de que pudiese salir del baño, mi madre entró con los ojos muy rojos, y me dijo que me vistiese rápido y que recogiese mi mochila, que nos íbamos de vuelta a Zaragoza.
Yo obedecí y no pregunté, porque sabía que algo muy malo estaba pasando para que mi madre reaccionase así. Mi tía Alicia, subió las escaleras corriendo y siguió a mi madre pidiéndole que parase, que no nos marchásemos. Pero mi madre no le hizo caso.
Y ¡ostras!, yo no quería marcharme. Me lo estaba pasando muy bien. Había hecho muchos amigos, y me encantaba pasar tiempo con mi tía.
Cuando bajamos a la puerta de entrada, 5 minutos después de aquello, mi tía Alicia nos estaba esperando, con los brazos alrededor de su pecho y llorando. Nunca la había visto llorar y aquello me provocó una tristeza enorme. Y eché a correr a sus brazos. Nos quedamos unos segundos abrazados, y ella me susurró algo que no pude escuchar muy bien. “Lo siento, te quiero Rique”, es lo único que entendí. Mi tía siempre me llamaba Rique, para diferenciarme de mi padre, y porque así, era un nombre que solo usábamos entre nosotros dos. Era algo nuestro.
—Por favor, no os vayáis… —le suplicó mi tía a mi madre.
Mi madre, con las gafas de sol puestas, para que no la viésemos llorar, abrazó a mi tía. Fue un abrazo corto, pero me dio la sensación de que eran dos niñas pequeñas con miedo a los fantasmas.
—Te llamaré en cuanto lleguemos. Cuídate —dijo mi madre, y se despidió dándole un beso en la mejilla.
Tía Alicia solo asintió, pero no dijo nada más.
Salimos y ahí estaba mi padre, esperando de pie junto al coche de alquiler, con cara de enfado.
Antes de montarme en el coche, me giré y vi a mi tía en la puerta diciéndome adiós.
Nunca he sabido qué pasó ese día.
Bueno, hasta este verano.
Una tarde, al poco tiempo de volver a Zaragoza, le pregunté a mi madre qué había pasado con la tía Alicia. Pero ella, con cara de tristeza, me contestó que eran cosas de mayores y que olvidase el tema.
No volvimos a ir a Tenerife, pero con el tiempo, tía Alicia nos vino a ver alguna vez a Zaragoza. Sobre todo en Navidades, o alguna semana de vacaciones. Con mi padre casi no se hablaba, pero al menos no discutían. Y así yo podía ver a mi tía. Además, casi siempre que estaba mi tía Alicia en casa, mi padre de repente tenía que salir para hacer algo urgente.
Fue en una de las Navidades que vino a casa, cuando me propuso lo de las cartas.
Sé que puede sonar a cosa de abuelos, pero desde hace cuatro años, me escribo cartas con mi tía Alicia.
Sí, sí, cartas.
Como en las películas viejas en las que los enamorados se mandaban cartas que tardaban un montón en llegar, o que a veces se perdían, y llegaban años más tarde.
Pues eso. Nos escribimos cartas. Y nos contamos de todo en ellas. Bueno, de todo no. Hay cosas que no me atrevo a contarle, como que me llaman “el Plumas”, por si a ella también le decepciona. Y no quiero que eso ocurra. Porque mi tía es mi única amiga. Es la única persona con la que me siento cómodo hablando, con la única que tengo la sensación de ser yo mismo.
Y he querido contarle varias veces lo de los insultos, o mis dudas sobre los chicos, pero no me atrevo. Porque a ver, me da miedo que al escribirlo, esa carta pueda caer en otras manos. Sé que si tuviese a mi tía delante, se lo diría.
Y por eso salió la idea de este verano. En una de las cartas, le pregunté si podía ir a verla a Tenerife en verano. Yo solo. Sin mamá y papá. Necesitaba que fuesen unos días solo con ella, para poder hablar por fin con alguien de cómo me siento.
Y a ver, obviamente mi tía me dijo que sí. De hecho le hizo mucha ilusión y me mandó una foto de mi habitación y un par de cosas que había comprado nada más leer que quería ir, y que me esperarían allí. Me había comprado un caja de Lego de Minecraft, que tenía una pintaza tremenda, y al lado, había un paquete envuelto en un papel azul galáctico chulísimo.
Imaginaos mi alegría. Pero quedaba lo más difícil: convencer a mis padres para que me dejasen ir.
Sobre todo, convencer a mi padre.
Sabía que si quería conseguir convencerles, tenía que preguntarlo en el momento oportuno. Porque, una vez que mi padre decía a algo que no, no había vuelta atrás.
Solo tenía una oportunidad. Así que jugué con lo que mejor se me da: mis notas.
Ya os he dicho que me encanta leer, que devoro libros. Estar más tiempo encerrado en la habitación, me ha hecho buscar otros planes para pasármelo bien. Y leer me encanta. Los libros son para mí un refugio de mundos en los que me siento seguro.
Estudiar no me gusta. Me aburre bastante. Pero se me da muy bien. No es que pase muchas horas hincando codos para los exámenes, pero suelo sacar buenas notas. Eso sí, no brillantes. Como no me gusta mucho, estudio lo justo para tener una nota decente, y con eso me vale.
Pero ahí estaba mi plan. Iba a estudiar a tope para mi siguiente examen, para llevarles un 10 a casa, y que flipasen. Y en ese momento, les pediría irme con mi tía.
Y así fue. No me costó muchas horas de estudio sacar un 10 en el examen de Lengua. Así que se lo llevé a mis padres esa noche a casa, y se lo enseñé mientras cenábamos. Mi madre me abrazó y me besó por cincuenta sitios diferentes. Muy ella. Mi padre, con rostro sereno, me aprobó con una mirada de orgullo. “Muy bien, hijo. Así llegarás a ser alguien importante”, me dijo mi padre. Muy él.
Y entonces, aproveché.
—Papá, mamá… He pensado que si saco buenas notas este verano… Si subo la media a notable… ¿Podría irme un par de semanas de vacaciones con la tía Alicia?
Al nombrarla, mi padre apoyó de forma ruidosa el tenedor en el plato. Lo vi. Me iba a decir que no. Tenía la cara NO.
—Se lo pregunté el otro día, y me dijo que a ella le parecía bien —me adelanté—. Solo serían dos semanas…
Y antes de que mi padre pudiese hablar, para mi sorpresa, mi madre se adelantó.
—Yo creo que puede irle bien, Enrique. No sale casi nunca de su habitación. Está todo el día leyendo libros y estudiando. Creo que cambiar de aires será positivo.
Miré a mi padre y a mi madre, como en un partido de tenis. Solo se sostenían la mirada, con una tensión que temía que estallase en algún momento.
—De acuerdo —dijo al fin mi padre.
—¿En serio? Jo, muchas gracias… En serio, no…
—No tan rápido —me cortó mi padre con gesto severo—. Si quieres ir este verano a Tenerife, tendrás que sacar sobresaliente en todas las asignaturas.
—¿Qué? Pero papá, eso es imposible… Queda solo este trimestre y es muy difícil que pueda…
—Esas son mis condiciones.
Ya veis. Mi padre es listo, y me la jugó bien. No hacía falta decir que no, con poner una condición imposible de conseguir, ya bastaba.
Lo que no imaginaba era que aquello no era imposible para mí. Se había acostumbrado a notas más mediocres, porque yo había querido llegar hasta ese límite. Mi padre no imaginaba que si me esforzaba, conseguir sobresalientes estaba en mi mano.
Tendríais que haberle visto la cara cuando le puse los sobresalientes encima de la mesa.
Nunca imaginé que sacar esas notas me iba a cambiar tanto la vida…