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INTRODUCCIÓN
ОглавлениеEuropa se embarcó en el experimento de la unión monetaria en aras de la unidad. Otro objetivo relacionado era el de garantizar la inocuidad de Alemania y reducir su poder tras la reunificación de ese país, e impedir así un hipotético regreso de los viejos demonios que asolaron Europa en la primera mitad del siglo xx. Tras cinco años de insuperablemente mediocre gestión de la crisis desde que el mundo fue azotado por las generalizadas convulsiones financieras de 2007-2008, la saga de la moneda europea tiene actualmente enfrentados a los países acreedores (encabezados por la propia Alemania), que han acumulado grandes superávits en sus balanzas de pagos, y a los deudores, entre los que se cuentan principalmente los Estados periféricos del sur.
Lejos de haber quedado atada de pies y manos por la pérdida del marco y por la subsunción del legendariamente independiente banco central del país (el Bundesbank) en el multinacional Banco Central Europeo, Alemania tiene actualmente mayor peso que nadie en la política y la economía europeas. El problema es que esa posición en apariencia fuerte incomoda enormemente a los propios alemanes. Atormentada aún por el remordimiento o por los recelos del recuerdo de la última vez que dejó sentir su poder en Europa, Alemania carece de la voluntad o de la capacidad precisa para ejercer de líder. El país —verdadero eje central del continente— es consciente de tener una responsabilidad para con sus vecinos europeos, pero no un deber derivado de ella. Esa es una de las principales razones por las que la crisis del euro tiene pocos visos de solución. Existe un vacío fundamental en el corazón mismo de la moneda continental: no hay nadie al mando.
Este libro describe y explica cómo se ha descarriado una iniciativa pensada originalmente para mejorar tanto la cohesión y la eficacia internas de Europa como las credenciales de liderazgo de este continente a escala global en la entrada del nuevo milenio. Los motivos de ese descarrilamiento van desde los defectos de fábrica presentes en el sistema del euro que entró en vigor en 1999 —fallos que se han ido corrigiendo con bastante lentitud— hasta otros problemas más fundamentales (y más difícilmente subsanables) de incompatibilidad entre las culturas políticas, económicas e industriales de países diferentes. También se han observado deficiencias adicionales relacionadas con cierta confusión mental, con la ausencia de imaginación o con la incompetencia pura y dura de los políticos y los tecnócratas encargados de vigilar la puesta en marcha y el funcionamiento de la moneda única. Todo esto ha generado serios contratiempos a la hora de fusionar permanentemente las monedas nacionales y ha disparado no pocos temores —expresados ya incluso por los más altos dirigentes de Europa— ante la posibilidad de desintegración de la moneda única.
Existen numerosas vías potencialmente sensatas de curación de los males del euro, que van desde la creación de una unión política propiamente dicha para todos los miembros del actual bloque de la moneda única (o para algunos de ellos, al menos) hasta el cierre de un acuerdo de paz entre acreedores y deudores, por el que los países más fuertes subvengan a los más débiles. Todas estas son ideas que ya se han propuesto muchas veces con anterioridad y que se esbozan también en este libro (sobre todo, en el decálogo que se expone en el capítulo 20). No parece probable que ninguna de ellas vaya a ser aplicada con el vigor, la perseverancia y la sofisticación política suficientes para propiciar una salida del actual embrollo y una recuperación duradera. Suele decirse que Europa se ha apartado en muchas ocasiones anteriores del abismo al que parecía abocada y ha surgido victoriosa de sus tribulaciones. Pero esta vez bien podría ser muy distinta. No es la salvación, sino un largo periodo de confusión añadida lo que se nos presenta por delante (no muy diferente del inexplicable e interminable conflicto entre Oceanía, Eurasia y Estasia relatado en la inclemente 1984 de George Orwell). La pugna entre deudores y acreedores es una especie de enfrentamiento bélico de baja intensidad entre adversarios implacables e intransigentes, unidos solamente por la certeza de que ninguno de los dos bandos vencerá o, siquiera, sobrevivirá intacto. Estamos ante una guerra no declarada, sin generales ni oficiales al mando, cuyo transcurso se nos oculta bajo un fárrago de confusión, propaganda, informaciones erróneas, medias verdades y mentiras.
La zona euro y sus múltiples instituciones han invertido un ingente capital financiero y político en la gestión de la crisis, pero no en la resolución de la misma. Tras las múltiples contradicciones del euro operan fuerzas dispares y divisivas que convierten en improbable cualquier desenlace definitivo y claro. No debemos esperar éxitos rotundos ni fracasos catastróficos, sino más bien una fase larguísima de enfrentamiento, ralentización y punto muerto.