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TESTIMONIO

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Pues bien, jueces, enterado yo de que este sujeto, [35] después de la sentencia, había inmediatamente recogido los enseres de casa de Áfobo, y de que se había convertido en dueño de sus bienes y de los míos todos, y sabiendo a ciencia cierta que la mujer continuaba viviendo con él, le reclamé tres esclavas que sabían que la mujer seguía cohabitando y que los bienes se hallaban en poder de los citados individuos, con el fin de que no hubiera sobre dichos puntos sólo palabras, sino también pruebas de tortura. Pero éste, [36] al hacerle yo ese requerimiento, y aun cuando todos los presentes manifestaban que mis razones eran justas, no quiso recurrir a ese riguroso medio, antes bien, como si hubiese otras pruebas de tales hechos más exactas que los tormentos y los testimonios, sin presentar testigos de que había hecho efectiva la dote ni entregar para su tortura las esclavas que estaban al corriente, con objeto de demostrar la no cohabitación de su hermana, por el mero hecho de que le hice la citada exigencia no me dejó dialogar con él con unos modos harto insolentes y ultrajantes. ¿Podría haber un hombre más canalla que éste o que con mayor descaro finja desconocer lo justo? Toma el mismo requerimiento y lee.

Discursos privados I

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