Читать книгу Conexiones de la salud global - Diana Benavides Arias - Страница 6
ОглавлениеNo cabe duda de que son pocos los lugares prístinos del planeta donde no hay presencia o intervención humana. De hecho, un estudio reciente demuestra que en las últimas dos décadas se ha perdido una décima parte de las áreas puramente silvestres del mundo, el 30 % de ellas en Amazonía (Watson et al., 2016). Al mismo tiempo, el cambio en el uso de la tierra ha sido identificado, junto con el crecimiento poblacional humano, como el factor más relevante en la emergencia de enfermedades infecciosas (Jones et al., 2008; Karesh et al., 2012; Gottdenker et al., 2014). Las transformaciones ambientales antropogénicas, que en muchos casos conllevan drásticas pérdidas de biodiversidad (por ejemplo, la deforestación para monocultivo), se asocian de manera explícita con nuevas oportunidades de contacto entre especies evolutivamente separadas por barreras geográficas, genéticas y climáticas, entre otras.
La consecuente aparición de problemas de salud de gran impacto en poblaciones humanas y animales no es sorprendente, aunque sí alarmante. Preocupa porque claramente los sistemas de salud (humana y animal) no están a la altura de las circunstancias, con fallas en predicción, prevención, mitigación y control. Esto lleva a enormes costos sociales, ambientales y económicos, entre otros, que, además, se trasladan en su mayoría a las poblaciones más vulnerables. Cada semana nos inundan los informes de enfermedades nuevas (zika), recurrentes (tuberculosis) o desatendidas (Chagas), todas surgidas de nuevas o preexistentes, pero más pronunciadas, interfaces de contacto entre animales, personas y ecosistemas. El contacto es ahora tan estrecho y los límites tan difusos, que la nueva área de interfaz es global. Este hecho se evidencia con la coincidente aparición de la cepa asiática del virus Zika en Brasil, con un incremento notable en pasajeros arribados desde áreas endémicas e islas del Pacífico con brotes de zika en 2013 (Rodrigues Faria, et al., 2016).
Las dificultades para producir alimentos, mejorar la calidad de vida de las personas y preservar el ambiente en el contexto actual de cambios en el planeta (por ejemplo, el cambio climático) no son menores. Pero contamos con la ventaja de saber que el statu quo no permitirá la sustentabilidad ambiental que se requiere para sobrevivir como especie en este planeta. Al menos desde los años noventa del siglo XX —y mucho antes, si se considera la alerta de La primavera silenciosa de Rachel Carson— han proliferado los llamados de atención sobre la situación actual, la cual se proyecta en los próximos 30 a 50 años (Daily y Ehrlich, 1992; Patz y Confalonieri, 2005; Whitmee et al., 2015). Sin embargo, es notable la reticencia mundial a actuar en consecuencia —o, peor aún, a reconocer que tenemos problemas—. ¿Será que nuestra natural resiliencia biológica no se acompaña de la debida resiliencia cultural, y por ello nos aferramos a usos y costumbres probadamente perjudiciales, obsoletas y egoístas?
Desde nuestro lugar como profesionales de la salud, con un rol protagónico en temas tan relevantes como la producción de alimentos, la salud pública y el cuidado del ambiente, debemos tener muy claras las reales implicaciones de la generación de nuevos espacios y oportunidades de contacto entre especies. No es casual que los conceptos actuales de Una Salud hayan surgido de epidemiólogos veterinarios. Es natural por nuestra formación mirar al “paciente”, sea este un individuo, una población o el planeta mismo, de una manera holística e integral. Somos uno de los pocos grupos que aún se mantiene conectado con los sistemas y procesos naturales. Entendemos de dónde vienen y cuánto cuesta producir los alimentos que consumimos, y lo que implica los desarreglos que atentan contra servicios ecosistémicos tan primarios como la polinización. Por eso no podemos permitirnos un mundo donde se tire del 30 al 50 % del alimento que se produce anualmente, porque significa que el 30 % de las tierras del planeta son intervenidas y transformadas para producir alimento que nunca es consumido (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, 2013).
En este libro se presenta una compilación de trabajos de investigación, revisión y conceptos teóricos que ilustran las múltiples aristas de la interfaz ecosistema-humano-animal. Se plantean ejemplos de lo que representa este escenario fluctuante y dinámico para la salud de la fauna silvestre, los animales de producción y la salud pública. Se discuten temas controversiales como el consumo y el tráfico de animales silvestres. Se cuestionan políticas públicas que habilitan la presencia de animales domésticos en áreas silvestres protegidas. Se reflexiona sobre seguridad alimentaria y acceso a la salud, dos elementos clave para aspirar a la equidad social. Finalmente, se sugieren prioridades de investigación y manejo, con mayor incorporación de desarrollo tecnológico y visión global.
Mi ilusión sería que insumos como esta publicación estimulen la conformación de espacios interinstitucionales, a múltiples escalas, para el diálogo y el trabajo integral y profundo en temas de salud. Los conceptos que sustentan el abordaje Una Salud son, justamente, que el trabajo interdisciplinario es fundamental para resolver los intrincados conflictos que surgen en la interfaz entre los animales, las personas y los ecosistemas. Más aún, Una Salud cobra fuerza y adhesiones porque se sostiene en lo más básico del sentido común. Tomemos como ejemplo a la malaria —214 millones de casos y casi medio millón de muertes en 2015 (Organización Mundial de la Salud, 2016)— asociada de manera directa a cambios ambientales y pérdida de cobertura vegetal (Vittor et al., 2006; Yasouka y Levins, 2007). ¿Por qué nos resignamos a que las medidas de mitigación propuestas sean el control de vectores, el uso de repelentes o (algún día) el desarrollo de vacunas? ¿Por qué mejor no atendemos las bases del problema y exigimos políticas de salud pública orientadas a frenar la deforestación como medida de control para esta y otras enfermedades?
Como médicos veterinarios nuestro rol en este polígono de actores clave —el tradicional triángulo (salud, agricultura y ambiente) ya tiene mucho más de tres lados— es indiscutible e irremplazable. Pero para tener un lugar en la mesa de los grandes decisores, atendiendo problemas cada vez más complejos y con prioridades cada vez más distorsionadas, la formación académica de las próximas generaciones de profesionales debe renovarse. Los nuevos veterinarios deberán contar con herramientas y hábitos que les permitan abordar los desafíos de manera transversal y colaborativa, fuera de los compartimentos estancos tradicionales y enranciados. La dedicación y liderazgo de colegas como el profesor e investigador Diego Soler-Tovar a esta tarea es admirable y reconocida en la región. Por ello los invito a disfrutar las páginas de este libro y reflexionar sobre el camino recorrido y por recorrer. Claramente, en materia de salud ecosistémica estamos recién empezando.
Marcela Uhart
One Health Institute, University of California
Davis, Estados Unidos
Referencias
Daily, G. C. y Ehrlich, P. R. (1992). Population, sustainability, and earth’s carrying capacity. BioScience, 42(10), 761-771.
Faria, N., Lorenço J., Cerqueira, E., Lima, M., Pybus, O. y Alcantara, L.C. (2016). Epidemiology of chikungunya virus in Bahia, Brazil, 2014-2015. PLoS Currents Outbreaks. Recuperado de http://currents.plos.org/outbreaks/article/epidemiology-of-chikungunya-virus-in-bahia-brazil-2014-2015/
Gottdenker, N. L., Streicker, D. G., Faust, C. L. y Carroll, C. R. (2014). Anthropogenic land use change and infectious diseases: a review of the evidence. EcoHealth, 11(4), 619-632. doi: 10.1007/s10393-014-0941-z
Jones, K. E., Patel, N. G., Levy, M. A., Storeygard, A., Balk, D., Gittleman, J. L. y Daszak, P. (2008). Global trends in emerging infectious diseases. Nature, 451, 990-993. doi: 10.1038/nature06536
Karesh, W. B., Dobson, A., Lloyd-Smith, J. O., Lubroth, J., Dixon, M. A., Bennett, M., et al. (2012). Ecology of zoonoses: natural and unnatural histories. Lancet, 380(9857), 1936-1945. doi: 10.1016/S0140-6736(12)61678-X.
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. (2013). Food wastage footprint Impacts on natural resources. 2013. Summary report. Roma: autor.
Organización Mundial de la Salud. (2016). World malaria report 2015. Ginebra: autor.
Patz, J. A. y Confalonieri, U. (Eds). (2005). Human health: ecosystem regulation of infectious diseases. En Ecosystems and human well-being: current status and trends. Washington, DC: Island Press.
Vittor, A. Y, Gilman, R. H, Tielsch, J., Glass, G., Shields, T, et al. (2006). The effect of deforestation on the human-biting rate of Anopheles darlingi, the primary vector of falciparum malaria in the Peruvian Amazon. The American Journal of Tropical Medicine and Hygiene, 74(1), 3-11.
Watson, J. E. M., Shanahan, D. F., Di Marco, M., Allan, J., Laurance, W. F., Sanderson, E. W., et al. (2016). Catastrophic declines in wilderness areas undermine global environment targets. Current Biology, 26(21), 2929-2934. doi: http://dx.doi.org/10.1016/j.cub.2016.08.049
Whitmee, S., Haines, A., Beyrer, C., Boltz, F., Capon, A. G., Ferreira de Souza Dias, B., et al. (2015). Safeguarding human health in the Anthropocene epoch: report of The Rockefeller Foundation-Lancet Commission on planetary health. Lancet, 386(10007), 1973-2028. http://dx.doi.org/10.1016/S0140-6736(15)60901-1
Yasuoka J. y Levins R. (2007). Impact of deforestation and agricultural development on anopheline ecology and malaria epidemiology. The American Journal of Tropical Medicine and Hygiene, 76(3), 450-460.