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Capítulo 2
ОглавлениеUnas semanas más tarde, soy la chica más feliz del planeta. Tanto que necesito que alguien me pellizque porque creo que esto debe de ser un sueño. Ken y yo estamos juntos, y hemos salido a celebrar que ha conseguido el papel para el anuncio de pasta de dientes. No menciono que me han vuelto a llamar para una segunda audición para el papel que estoy intentando conseguir. De hecho, no se lo he dicho a nadie. A pesar de lo increíble que es llegar a la tercera y última fase del casting, conseguir este papel no deja de ser una posibilidad remota, así que intento no hacerme ilusiones.
El coche se dirige al oeste, pero Ken no me dice adónde vamos.
—Es una sorpresa.
Me encanta lo espontáneo y divertido que es, aunque sus rasgos cincelados y su cuerpo espectacular tampoco están de más.
Veinte minutos después, llegamos a la playa. Salgo de un salto casi antes de que Ken haya aparcado.
—¡Esto es perfecto! Quiero decir, me encanta el lago Míchigan, pero la playa es tan… —Extiendo los brazos y contemplo la arena dorada y las olas blancas que se adentran en el horizonte bajo el sol abrasador—. ¡Maravillosa!
Mientras sonríe, Ken rodea el coche para acercarse a mí.
—Me alegro de que te guste.
Durante las siguientes dos horas, me siento como si estuviéramos en un vídeo musical asiático de esos que salen de fondo en la pantalla de las salas de karaoke, sin importar qué canción hayas elegido. No me refiero a la parte en la que la chica deambula triste bajo la lluvia, sino al flashback en el que juguetea en la playa con un vaporoso vestido blanco junto al chico de sus sueños.
De repente, nos encontramos de pie frente al espumoso oleaje, agarrados de la mano y bajo un cielo convertido en una sublime salpicadura de naranjas y rosas. Si alguien me hubiera descrito este momento…, me habría burlado sin piedad de lo cursi que suena. Pero aquí estoy, con el hombre más atractivo del mundo mirándome a los ojos, y no me parece para nada cursi.
—No quiero estar con nadie que no seas tú, Gemma —dice.
Siento que se me derriten hasta los huesos de la alegría.
—Yo tampoco. —No me creo que, a pesar de todas las chicas con las que Ken podría salir, quiera estar solo conmigo. Sonríe ante mi ferviente acuerdo.
—Así que supongo que ahora eres mi novia.
—¡Y tú eres mi novio! —Es demasiado tarde para hacerse la dura.
Ken me besa justo cuando el sol se pone sobre el océano. Y es perfecto.
* * *
Cuando Ken me deja en mi apartamento del centro de Los Ángeles estoy de muy buen humor. Tengo novio. ¡Y es guapo e increíble! Ahora solo necesito conseguir un papel que me permita pagar el alquiler de este mes y no podré ser más feliz.
Mi papel como extra en una adaptación teatral de bajo presupuesto de El mago de Oz acaba de terminar y, aunque no me entristece dejar de interpretar a un pequeñajo (mido casi un metro sesenta y tres, no soy tan bajita), me gustaría saber de dónde saldrá mi próximo cheque. Es deprimente la rapidez con la que desaparecen los ahorros que conseguí mientras trabajaba en el museo de mi madre. Tal vez debería hacer un turno de noche en UPS como Glory o trabajar de camarera, igual que Camille. Todas intentamos triunfar como actrices, pero, de las tres que vivimos en este minúsculo apartamento de dos habitaciones, soy la única que no tiene un trabajo fijo a tiempo parcial. Por suerte, soy la que paga el alquiler más bajo, ya que estoy dispuesta a dormir en el sofá cama del salón.
Se me hunde el pie en la moqueta de la entrada como si una ciénaga húmeda lo estuviera absorbiendo. Juraría que algo se mueve por debajo. El resto del apartamento no es mucho mejor: las paredes de yeso están agrietadas y los muebles los consiguieron mis compañeras de piso a través de un grupo de Facebook del centro de Los Ángeles que se llama «No compres nada». Aun así, me siento agradecida de tener este lugar.
Mis dos compañeras de piso no suelen estar en casa al mismo tiempo que yo, pero, cuando entro, ahí están. Camille está tirada en el sofá repasando un guion. Ha tenido la suerte de conseguir un pequeño papel en una obra de teatro. Glory está sentada con las piernas cruzadas en la moqueta desnivelada, desde donde revisa las convocatorias de casting en su teléfono, ya que ahora mismo no tiene ningún papel que preparar. La conocí cuando actuamos juntas en algunas obras de teatro en Chicago. Es unos cuantos años mayor que yo, pero congeniamos enseguida y seguimos en contacto cuando se mudó a Los Ángeles el año pasado. Glory fue la primera persona a la que llamé en cuanto decidí mudarme aquí, y me dejó dormir en su apartamento muy generosamente. Y, cuando mi búsqueda de un hogar permanente en Craigslist no tuvo éxito, Glory me dejó, todavía más generosamente, mudarme con ella y Camille.
Me estremezco al pensar que podría estar compartiendo habitación con algunas de las personas con las que me entrevisté. Como la chica que me aseguró que Los Ángeles era diferente de «donde yo vengo». Le conté que procedía de un barrio periférico de Chicago, y me contestó: «Oh, me refiero a de donde vienes en realidad».
—¿Cómo ha ido tu cita con Ken? —pregunta Glory, que deja el teléfono y estira los brazos por encima de la cabeza.
Ella nunca me preguntaría de dónde soy en realidad. De hecho, a ella le hacen una pregunta aún más incómoda: «¿Qué eres?». Es japonesa, samoana y blanca, y es una chica musculosa cuya gran estatura te deja sin aliento, con una voz sexy y profunda y un humor ácido. Todo el mundo que conozco está, al menos, un poco enamorado de ella. Yo incluida.
—¡Ha sido increíble! —Eso es quedarse corta: nunca he conocido a un chico mejor que Ken y aún no me creo que sea mi novio.
—¿Cuál era el destino sorpresa? —Los ojos de Camille brillan con interés. Con su aspecto de reina de la belleza rubia, es muy posible que sea la primera de nosotras en triunfar, pero es tan simpática que ni siquiera puedo estar resentida con ella por eso.
Glory trae unos bocadillos de la cocina mientras yo me acomodo en el sofá junto a Camille cuando me piden que se lo cuente todo.
Les resumo la tarde y pronto nos reímos e intercambiamos historias sobre citas anteriores. Camille nos habla de un tipo que, al final de una cita espantosa, le pidió que lo calificara en una escala del uno al diez.
Cuando Glory asegura que no recuerda haber tenido nunca una cita mala de verdad, Camille y yo nos quejamos y le tiramos patatas fritas.
—¡Vale! —exclama mientras se cubre la cabeza para protegerse del aluvión de patatas—. ¡He tenido rupturas épicas por lo mal que han ido, si eso cuenta!
Camille y yo nos miramos.
—Oh, sí que cuenta —añado mientras Camille asiente con energía—. ¡Ilústranos, por favor!
Glory nos cuenta que salió con una compañera de piso que se volvió una acosadora tras la ruptura.
—Lo peor es que, como era mi compañera de piso, tenía que vivir con ella. Un día fui a su habitación porque no encontraba mi sudadera favorita y pensé que tal vez se la había llevado. No la encontré, pero sí una bolsa hermética de plástico con mechones de mi pelo en su cómoda. Al parecer, mi exnovia había recorrido el apartamento, ¡y había recogido mi pelo en secreto!
—¡Qué mal rollo! —dice Camille.
Estoy de acuerdo.
—Glory, tu exnovia era blanca, ¿verdad?
Glory asiente:
—Sí.
Pongo los ojos en blanco.
—No entiendo la obsesión que tienen los blancos por el pelo de las asiáticas. —Miro a Camille con preocupación—. Sin ánimo de ofender.
—No me ofendo —responde tranquila—. En nombre de mi gente, me disculpo.
Admitimos que, sin lugar a duda, Glory gana por la peor ruptura.
—He perdido demasiadas compañeras de piso por liarme con ellas —admite Glory con tono sombrío—. Por eso ninguna de nosotras se enrolla con las demás.
Camille tiene una mirada un poco melancólica. La entiendo. En la escala de orientación sexual, soy en gran parte heterosexual, aunque también tengo inclinaciones no heterosexuales, y creo que a Camille le ocurre lo mismo. Para mí, eso significa que me gustan los chicos, pero las chicas como Glory también me ponen. Al fin y al cabo, no soy de piedra. No si se trata de Glory.
No he tenido muchas citas, y nada a la altura de las historias de mis compañeras, pero aporto lo que puedo. Les hablo del hijo del primo del médico de un amigo de mis padres, a quien acepté enseñarle los alrededores cuando vino de visita desde Taiwán. No teníamos ningún contacto directo en común y, aunque todo el mundo fingió que no había sido planeado, yo sabía que sí.
—No estoy intentando reproducir ningún estereotipo de chico asiático empollón —advierto a mis compañeras de piso—, pero este chico lo era. —No quiero que Camille piense que todos los chicos asiáticos son unos empollones.
Glory se ríe porque sabe que es una advertencia que a veces se debe hacer en compañía mixta.
Camille asiente:
—Por supuesto. —La sinceridad de esta chica está haciendo que se gane mi corazón.
—La cita estuvo bien —digo—. No saltaron las chispas entre nosotros, pero era un tipo bastante agradable. Luego, al final, me dijo que me había traído algunos regalos. Abrió la mochila… —Hago una pausa para conseguir un efecto dramático y bebo un sorbo de agua—. Y empezó a sacar, uno por uno, el tipo de recuerdos horteras que tus padres podrían traerte de un viaje… cuando tenías ocho años. —A decir verdad, a mí eso no me pasaba. Mis padres apenas viajaban sin mí, y mucho menos a otros países como Taiwán.
Glory se ríe tanto que le brotan lágrimas de los ojos.
—¿Como qué? —Camille abre unos ojos como platos por la fascinación.
—Como un llavero con una frase hortera en inglés en un corazón de plástico. Creo que era algo parecido a: «Two hearts make one love». —Alzo una mano cuando Glory se atraganta con el agua por la risa—. Espera, que todavía no he llegado a la mejor parte.
Camille casi da saltitos en el sofá.
—Cuéntanos —exige.
—Una caja de música con figuras de Blancanieves y los siete enanitos en la parte de arriba.
—Ay, por favor, dime que la melodía que sonaba era «Mi príncipe vendrá» —suplica Glory.
—Por supuesto que sí —respondo—. La puso para mí y luego me miró con ojos de cachorrito durante toda la canción. Fue muy incómodo.
Glory ha acabado en el suelo y Camille jadea entre risas.
—Lo mejor fue la reacción de mi madre.
Mamá examinó el plástico barato de colores brillantes que había sobre mi cama y luego dijo:
—¿Esto es lo que te ha traído de Taiwán? ¿Por qué bai fei qian en esto?
Me río al recordarlo y añado:
—Ella no entendía por qué malgastaba su dinero en baratijas. Pensó que debería haberme traído pasteles de piña de Taiwán en su lugar.
A mamá le encantan los dulces. Siempre le pide a su mejor amiga, que también es china, que le traiga pasteles de piña de Taiwán. Una vez le pregunté por qué nunca había ido allí o a China. Me dio una respuesta imprecisa, pero yo sabía que ocultaba algo.
En cuanto Camille recupera el aliento, pregunta:
—¿Taiwán forma parte de China? ¿Tus padres son de allí? —Esta es la clase de preguntas que no me molestan. Camille no lo pregunta porque mi condición de asiática me convierta en extranjera a sus ojos, sino porque es una nueva amiga que quiere conocerme de verdad. Sin embargo, la respuesta a su pregunta sobre Taiwán es complicada. Desde que el bando perdedor de la revolución comunista china huyó a Taiwán a finales de los años cuarenta, la China continental considera que Taiwán forma parte del continente, pero estos no están de acuerdo. Mi padre diría que eso es demasiado simplificado, pero yo no soy capaz de explicar la geopolítica china como él.
—Taiwán es un país aparte —explico—. Mis padres no son de allí, sino de China.
Luego cambio de tema, porque sé cuál es la siguiente pregunta inevitable. Y no es ofensiva, pero tampoco fácil de responder: «¿Alguna vez has estado en China?».
La respuesta es no. Pero no me resulta fácil explicar por qué. Mis padres no solo no han vuelto nunca a China, sino que me han prohibido ir.
Y no sé por qué.