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Lecciones líricas acerca del ser humano y la vida

En sus reflexiones sobre el cuento, Anton Chéjov planteó: «Cuando escribo, confío plenamente en que el lector añadirá por su cuenta los elementos subjetivos que le faltan al cuento». El cuento, así entendido, es una escritura que convierte al lector en su cómplice inmediato y, por tanto, sugiere sentidos que van más allá de lo anecdótico en cada frase, propone diversas lecturas a partir de los elementos que resalta y aquellos que oculta, y genera un cúmulo de emociones que estremecen al lector. El cuentista escoge un elemento que posea alta carga de sentido, que condense en sí una realidad más amplia, y que permita imaginar un universo mayor que el del propio relato. Así, nos enfrentamos a un libro de cuentos con el ánimo de completar sus múltiples sentidos con nuestra propia lectura.

Los pájaros prefieren volar en tierra, de Diego Oquendo, es un conjunto variopinto de cuentos, de espíritu inmerso en la narrativa tradicional, que hace gala de una imaginería sin ataduras, que evidencia un lirismo capaz de suavizar la dolorosa realidad de los sucesos narrados, y que está cargado de simbólicas enseñanzas acerca del ser humano y la vida.

Varios asuntos atraviesan este libro de escrituras que franquean varios años. La realización de los sueños de una niña que no podía soñar; la imaginación de un niño travieso que anuncia un desenlace fatal; el hombre mediocre que se enamora de una mujer imposible; los avatares del amor enfrentado a las ambiciones terrenas; la búsqueda de la mujer ideal en las diversas mujeres; la opción de la libertad natural frente a las apariencias sociales; el odio acumulado contra un árbol que se resuelve con la extinción de un bosque de eucaliptos; los milagros en medio de la naturaleza desbocada de un feroz huracán; el viaje de una hoja de papel periódico; el desvarío de un hombre viejo que anhela prolongar su existencia en la escritura de cartas para un hijo que nunca tuvo.

En “Agonía y resurrección de una hoja de diario”, el viaje que hace la hoja desde el momento en que fuera separada del resto periódico y arrojada como basura, contribuye a que un hombre, agobiado por la desesperanza, encuentre un trabajo salvador, y que la hoja, al borde de un albañal, rememore su utilidad: «Una sonrisa melancólica embelleció lo poco que quedaba a salvo de la voracidad de la cueva. Recordó… Y ya no le importó nada». La imaginación de su autor se diversifica y el tono de sus cuentos varía de acuerdo a la necesidad que le demanda cada historia.

Diego Oquendo es un poeta y su prosa no lo olvida. El lirismo inunda estas narraciones tanto en el desarrollo de elementos simbólicos como en la manera poética de suavizar el tremendismo de ciertas historias. “El ángel del arroyuelo” nos habla de un niño travieso que contempla la quebrada: «Él piensa, por ejemplo —está convencido de aquello—, que los pájaros que surgen de las entrañas de la cañada son los pliegos convertidos en criaturas

volantes. […] El niño anhela transformarse en un ave que después de escuchar la música del torrente, escapa al infinito con sus alas». En “El desenlace”, un anodino dependiente, contempla al objeto de su ilusión amorosa: «Con la claridad de la mañana la encontraría en el mismo lugar. Y durante la noche lo reconfortaría la certeza de su proximidad. La admiraría invariablemente en su alado perfil, en la majestuosidad del gesto, en ese liviano paso de quien parece caminar entre las nubes. Él, dueño de una placidez diferente y con una música maravillosa inaugurando sus oídos, adivinaría el secreto cambio…». Es la poesía lo que permite que en “David y el muelle”, un milagro doméstico consiga que un pequeño bote sobreviva a la violencia de un huracán devastador, gracias a lo cual «el caminante mantenía intacto su pedazo de sueño». La poesía al servicio de una narrativa lírica.

La ética es una de las funciones de la literatura. Claro está que no se trata de prédicas moralistas o la repetición de obvias moralejas. La literatura no admite consejos gratuitos sino resonancias éticas que se deriven del propio conflicto literario, sea en el desarrollo de una narración o en la construcción poética. En este sentido, los cuentos de Oquendo están embebidos de un profundo amor por el ser humano enfrentado a sí mismo y a las dificultades inherentes a la vida.

“Los pájaros prefieren volar en la tierra”, el cuento que da nombre al libro, es una parábola, que como en el Evangelio, está contada con un lenguaje sencillo, cargado de lirismo, a partir de una anécdota cotidiana como es el orgullo que provoca un par de zapatos en la vida de un niño pobre del campo. La parábola nos termina enseñando que los trajes son vana afectación y que el ser humano en su ser natural es libre y auténtico. El niño se libera de aquello que lo ata al dolor; por eso, cuando toma la decisión irreversible que habrá de confrontarlo con su entorno social siente que su pesadilla ha terminado: «Ahora era libre. El camino, los caminos, le pertenecían nuevamente».

Un texto que, en lo particular, me ha sobrecogido en este conjunto de relatos, es “La ilusión del viejo”. En este cuento se conjugan la imaginación, el lirismo y las resonancias éticas de manera estremecedora. Corren los años cuarenta; el viejo Nazario Cuesta, de setenta años, sueña con prolongar su existencia en la vida de un hijo que nunca tuvo. A él le escribe cartas cargadas de la sabiduría acumulada durante su larga existencia y, alucinado, espera en la estación del tren la aparición de ese hijo que es producto de su propia imaginación. A ese hijo le aconseja: «Lee mucho. Escribe sin desfallecimientos. Convierte la pluma en la espada de la justicia, blandiéndola por la causa de los menesterosos». La espera solitaria del viejo Nazario es la espera que todos, en algún momento, tenemos por algún motivo íntimo, secretamente nuestro.

«Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón», predicaba en su decálogo el singular Horacio Quiroga. Esta colección de cuentos que Diego Oquendo ha rescatado del cajón del tiempo da testimonio del amor del poeta por su arte de palabrero. Con el viejo Nazario parece decirnos: «El tiempo se paraliza cuando se ama renunciado a las mezquindades, cuando se abre los ojos luminosos hacia el porvenir generando otros mundo psíquicos, otros alientos humanos». Un buen motivo para leer estos cuentos sencillos, pletóricos de experiencia vital y poesía.

Raúl Vallejo, escritor.

Universidad de las Artes, Guayaquil.

7 de mayo/2019

Los pájaros prefieren volar en la tierra

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