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XII

«OLÍMPICO» O «SOBRE EL PRIMER CONCEPTO DE DIOS»


INTRODUCCIÓN

Empieza Dión su discurso agradeciendo de una forma original el interés que el pueblo manifiesta por oír su palabra. Él es como la lechuza, sin belleza, sin atractivos, sin voz. Sin embargo, lo que ocurre con la lechuza ha ocurrido también con Dión. El pueblo acude con mayor interés que el que tendrían en escuchar a los sofistas, auténticos pavos reales.

Plantea luego la pregunta sobre el posible tema de su discurso. ¿Hablará de los misterios de las tierras lejanas que acaba de visitar? ¿O les contará de este dios de Olimpia que preside el panteón de todos los dioses de Grecia?

Como los grandes literatos de la remota Antigüedad, Dión invoca a las Musas. Y tomando como punto de partida la estatua de Zeus Olímpico, aborda el tema de la naturaleza de los dioses en general, y de Zeus en particular. Luego expone las fuentes que nos llevan al conocimiento de la divinidad. Son dos básicamente: la idea innata de Dios que poseen todos los seres racionales y la adquirida a través del magisterio de los hombres. Entre estos «maestros» están los poetas , que hablan bellamente de Dios, pero que dejan a sus lectores la libertad de seguir o no sus enseñanzas. Los legisladores , que obligan a aceptar sus normas estableciendo castigos para los desobedientes. También son «maestros» a su manera los artistas plásticos (pintores y escultores). Finalmente, los filósofos son una fuente, la más veraz posiblemente, del conocimiento de la divinidad.

Partiendo de los artistas, el autor se fija en Fidias, el más grande de todos ellos, autor, entre otras obras famosas, de la estatua del Zeus Olímpico . Un presunto interlocutor expone sus puntos de vista sobre la obra de Fidias. Pero Fidias responde subrayando las ventajas que tienen el poeta y el lenguaje frente al escultor y los materiales en los que éste plasma sus obras.

Dentro de este contexto, hace Dión un elogio de Zeus y una exposición de los distintos aspectos de su personalidad que han motivado las diversas denominaciones del dios.


«OLÍMPICO» O «SOBRE EL PRIMER CONCEPTO DE DIOS»

¿Será posible, señores, que, como suele decirse, delante [1] de vosotros mismos y de tantos otros me haya ocurrido esa extraña y paradójica experiencia que se cuenta de la lechuza? Pues no es, en absoluto, más inteligente que las otras aves ni más hermosa de aspecto, sino que es, ni más ni menos, lo que de ella conocemos. Pero cuando se pone a cantar su lúgubre y desagradable canto, la rodean las demás aves 1 . Y en cuanto la ven, unas se posan cerca de ella, otras revolotean a su alrededor. Y ello, a mi parecer, porque desprecian su vulgaridad y su torpeza. Sin embargo, suele decirse que las aves admiran a la lechuza.

Pues, con mayor razón, sentirán admiración al ver al [2] pavo real 2 , tan hermoso y tan lleno de colorido, cómo se pavonea y va mostrando la belleza de sus alas, cuando hace la rueda delante de la hembra y despliega la cola colocándola toda en círculo como un hermoso teatro o un grabado en el que aparece el cielo tachonado de estrellas. Y es, realmente, admirable por el conjunto de sus colores, que casi parecen oro engastado en lapislázuli. En la punta de las alas hay una especie de ojos o de anillos tanto en [3] la forma como en todo su parecido. Y si quieres más detalles, fíjate en que es tanta la ligereza de su plumaje que no resulta ni pesado ni penoso de llevar por su tamaño. En público, se muestra tranquilo y confiado ante los que lo contemplan y da vueltas y más vueltas como en una exhibición. Y cuando quiere llamar la atención, mueve las alas y hace un ruido gracioso como el de un viento ligero que agita la espesura de un bosque.

Pero las aves no sienten el más mínimo deseo de contemplar al pavo real ataviado con todos estos adornos, ni se inmutan ante el ruiseñor cuando oyen su canto de madrugada. [4] Ni siquiera se deleitan con la música del cisne, cuando, llegado a una feliz vejez, entona su canción postrera de puro placer por haber dejado atrás las pesadumbres de la vida. Ese cisne que canta religiosamente mientras se encamina gozoso hacia una muerte libre de penas 3 . Ni aun entonces las aves, fascinadas por esos cantos, se congregan sobre el ribazo de cualquier río, o en una lisa pradera, en las limpias orillas de un lago o en algún pequeño y florido islote de un río.

[5] En cambio, vosotros, a pesar de que tenéis tantos espectáculos divertidos 4 y tantas cosas que oír, unas veces, a hábiles oradores, otras, a escritores entretenidos tanto en verso como en prosa, otras, en fin, a numerosos sofistas como otros tantos pavos reales llenos de colorido, traídos y llevados por las alas de la fama y por los discípulos, vosotros, digo, venís a mí con ánimo de escucharme; a mí, que ni sé ni presumo de saber cosa alguna. ¿No tengo, pues, razón cuando comparo vuestro interés con el que despierta la lechuza, producto, yo diría, de un designio divino? 5 . Por el mismo designio, esta ave es, según dicen, la favorita de Atenea, la más bella y más sabia de las deidades 6 . En Atenas, la lechuza fue objeto del arte de [6] Fidias, quien la consideró digna de figurar al lado de la diosa en la consagración del templo con el consentimiento del demos. También representó en secreto, según se cuenta, a Pericles y grabó su propia imagen en el escudo de la diosa 7 .

Sin embargo, no creo que estas cosas signifiquen alguna ventaja para la lechuza, si no fuera porque reflejan una inteligencia superior. Por ello compuso Esopo 8 , según [7] creo, aquella fábula en donde la lechuza aparece como criatura sabia 9 . En ella aconseja a las aves que no permitan crecer a la encina recién plantada, sino que la destruyan de la forma que sea. Porque la encina iba a segregar un veneno inevitable del cual las aves quedarían prisioneras, a saber, la liga de cazar 10 . De la misma forma, cuando los hombres sembraban el lino, la lechuza mandó a las aves que recogieran la simiente, porque, si crecía, les causaría [8] muchos problemas. 11 En otra ocasión, habiendo visto a un hombre armado de arco, dijo profetizando: «Este hombre volará más deprisa que vosotras, pues aunque es de a pie, os lanzará dardos alados.»

Pero las aves no confiaron en sus palabras, sino que tuvieron a la lechuza como insensata, y hasta andaban diciendo que estaba loca. Pero, después, convencidas por la experiencia, la admiraron y la consideraron realmente sabia. Por eso, cuando aparece, acuden a ella como a quien lo sabe todo. Pero ya no les da consejos, sino que sólo se lamenta.

[9] Quizá vosotros habéis recibido la doctrina verdadera y los consejos convenientes que dio la filosofía a los antiguos griegos. Pero aquéllos prefirieron ignorarlos y despreciarlos, mientras que los actuales los recuerdan muy bien. Y vienen a mí por mi apariencia, honrando a la filosofía como las aves a la lechuza, aunque realmente ella sea un ave silenciosa y torpe de palabra 12 . Y estoy convencido de que ni antes he dicho nada importante, ni ahora tengo [10] más conocimiento que vosotros. Pero hay otros que son sabios y plenamente dichosos 13 . Y si queréis, yo os los puedo presentar, mencionando a cada uno por su nombre. Pues, por Zeus, creo que puedo ser útil sólo para reconocer a los que son sabios y diestros y a los que todo lo saben. Y si vosotros deseáis figurar entre ellos, debéis abandonar todo lo demás, a vuestros padres y a vuestra patria, los santuarios de los dioses y los sepulcros de los antepasados 14 . Luego, habéis de seguir a los sabios a donde os lleven, o quedaros en donde se establezcan, ya sea en la Babilonia de Nino y Semíramis 15 , ya sea en Bactria 16 , o en Susa 17 , en Palibotra 18 o en cualquiera de las ciudades célebres y prósperas. Y, dándoles dinero o granjeándoos su favor de otra manera, seréis más felices que la misma felicidad. Pero si no queréis, sino que ponéis el pretexto [11] de vuestra naturaleza, vuestra pobreza, vuestra vejez o vuestra debilidad, no sintáis envidia de vuestros hijos ni los privéis de los bienes mejores, antes bien encomendadlos a los cuidados de maestros bien dispuestos o tratad de convencer o de obligar a los que no quieran aceptarlos. Educados así convenientemente y convertidos en sabios a los ojos de los griegos y de los bárbaros, serán famosos en adelante, y destacarán en virtud, gloria, riqueza y, prácticamente, en toda clase de poder. Pues no sólo, según suele decirse, la virtud y la gloria acompañan a la riqueza, sino que también la riqueza acompaña necesariamente a la virtud 19 .

[12] Movido por sentimientos de benevolencia y amistad, os anuncio y aconsejo estas cosas delante de este dios 20 . Y pienso que debo, ante todo, convencerme a mí mismo y animarme en la medida en que me lo permitan mi salud y mi edad. Pero, a causa de mis achaques, debo buscar entre los antiguos algún posible resto de sabiduría como desechado ya y trasnochado, a falta de buenos maestros que vivan todavía 21 .

Os voy a contar también otra cosa que me pasa por la que, igualmente, me parezco a la lechuza. Y ello, aunque [13] os riáis de mis ocurrencias. La lechuza no saca ningún provecho de las aves que revolotean a su alrededor, pero resulta de la máxima utilidad para el cazador. Pues no hace falta ni que se les ponga cebo ni que se imite su canto. Basta con mostrar la lechuza para que acuda una gran cantidad de pájaros. Pues lo mismo me pasa a mí. No saco ningún provecho del interés de la multitud, ya que no trato de hacer discípulos, sabiendo, como sé, que no tendría nada que enseñarles, puesto que yo mismo no sé nada. Y para mentirles y engañarlos con promesas, no tendría valor. Pero, si me asociara con un sofista 22 , le podría prestar un gran servicio reuniéndole una gran multitud y dándole, después, ocasión para disponer a su antojo de la caza. Pero no sé por qué ninguno de los sofistas me acepta y ni siquiera se alegra de verme.

Así pues, sé por vuestra sabiduría y vuestra sensatez [14] que, de hecho, me creéis cuando os hablo de mi inexperiencia y de mi ignorancia. Y no me lo creéis a mí solo, sino que se lo hubierais creído también a Sócrates, quien, hablando de sí mismo ante el pueblo, afirmaba que no sabía nada 23 . Pero seguramente consideraríais sabios y dichosos a un Hipias, a Polo y a Gorgias 24 , los cuales se admiraban y se alababan a sí mismos más que nadie.

[15] Sin embargo, yo os aseguro que os habéis preocupado, a pesar de que sois una gran muchedumbre, por oír a un hombre que ni es hermoso de aspecto, ni fuerte, sino que ya está marchito por la edad, no tiene ningún discípulo y declara no profesar ni arte ni ciencia alguna ni de las nobles ni de las menores. Tampoco practica la adivinación ni la sofística, ni ejerce ninguna actividad de orador o adulador, ni es hábil para escribir ni desempeña cargo alguno que sea digno de alabanza o que merezca la atención. Solamente lleva cabellos largos 25 .

Pero si esto os parece mejor y más acertado 26 ,

lo haré y trataré de llevarlo a cabo de la mejor manera [16] posible. Sin embargo, no vais a oír las palabras que se acostumbran hoy en día, sino otras bastante más torpes y sencillas, tal como lo estáis viendo. Es preciso, en suma, que vosotros me permitáis seguir hablando de aquello que se me ocurra, y que no os molestéis si os parece que divago en mis palabras, lo mismo que cuando en el pasado llevaba una vida errante y descuidada. Por el contrario, tened comprensión, porque estáis oyendo a un hombre ignorante y charlatán.

Pues, en efecto, en la actualidad acabo de terminar un largo camino de regreso del Istro y de la tierra de los getas, o misios 27 , para servirme de la denominación moderna [17] de ese pueblo empleada por Homero. Y he venido no como traficante de mercancías, ni como porteador o boyero al servicio del ejército. Ni traigo una embajada de alianza o de buen augurio de parte de los que elevan sus plegarias junto con nosotros, pero sólo de boca. Vengo

desarmado, sin casco, sin escudo y hasta sin lanza 28

y no dispongo de ninguna otra arma. De modo que me [18] he quedado admirado al ver que habéis aguantado mi presencia. Pues no sé cabalgar, ni soy diestro arquero ni hoplita. Tampoco soy de los soldados ligeros, incapaces de llevar la armadura pesada, ni valgo como lanzador de jabalina ni como hondero. Ni siquiera tengo fuerzas para talar bosques o cavar trincheras, ni para segar forraje de los prados del enemigo mirando frecuentemente hacia atrás, ni para levantar una tienda o una empalizada. Eso lo suelen hacer las tropas auxiliares que siguen a los ejércitos en calidad de no combatientes. Yo, que soy un inútil [19] para todas estas cosas, he venido a vosotros, que sois hombres nada perezosos y que no disponéis de tiempo libre para oír mis palabras. A vosotros, dedicados a temas más altos y que vivís en perpetua agonía, como esos caballos atentos al golpe de la tralla, que no aguantan la demora, sino que, llevados de su ardor y su impaciencia, dan manotazos contra el suelo con sus cascos.

Allí había por todas partes espadas, por todas partes corazas, por todas partes lanzas 29 . Todo estaba lleno de caballos, todo lleno de armas, todo lleno de hombres armados. Y en medio de tantos combatientes, yo solo aparecía [20] despreocupado, con absoluta naturalidad, como espectador pacífico de la guerra, deficiente de cuerpo y avanzado en la edad. No llevaba el cetro de oro ni las cintas sagradas de dios alguno, ni llegaba para rescatar a una hija después del obligado viaje hasta alcanzar al ejército 30 . Lo único que deseaba era contemplar a unos hombres que luchaban por el poder y la autoridad, y a otros por la libertad y la patria 31 . Después, no para huir del peligro —que nadie lo crea así—, sino por haberme acordado de un antiguo voto, me desvié hacia aquí para dirigirme hasta vosotros. Pues considero que los asuntos divinos son más excelentes y provechosos que los humanos, por muy importantes que éstos sean.

[21] ¿Qué es, pues, más agradable para vosotros y más oportuno, que yo os describa lo que hay allí, las dimensiones de aquel río y la condición natural del país, el clima de sus estaciones y la raza de sus hombres o, mejor todavía, su población y su poderío? ¿O, más bien, me referiré a la vieja y gran historia de este dios junto a cuyo templo [22] estamos? Porque él es, en efecto, el rey común de hombres y dioses, su jefe, su soberano y su padre. Más aún, Zeus es el administrador de la paz y de la guerra, según la opinión de los sabios y experimentados poetas de la Antigüedad. Y también según nuestra opinión, si es que, al hablar de estos temas, acertamos a elogiar convenientemente y en pocas palabras su naturaleza y su poder, aunque lejos siempre de sus merecimientos.

Tendré, pues, que hacer como Hesíodo, varón honrado [23] y amado de las Musas, quien, muy razonablemente, no se atrevió a empezar exponiendo sus propios pensamientos, sino suplicándoles a las Musas que le contaran de su padre Zeus. Porque, en todos los aspectos, este canto es más apropiado para las diosas que la enumeración de cuantos fueron contra Ilión, tanto soldados como bancos de remeros, de los que la mayoría eran unos insensatos. Y ¿qué poeta habrá más sabio y más honrado que aquel que de este modo pedía ayuda para componer su obra:

Musas de Pieria, que dais fama con vuestros cantos , [24]

venid a cantar a Zeus, a celebrar a vuestro padre .

Por él los mortales se hacen igualmente ilustres y oscuros ,

conocidos y desconocidos, según el beneplácito del gran Zeus;

aquel que truena en las alturas y habita en mansiones etéreas ,

con la misma facilidad da la fuerza que abate al poderoso ,

humilla a los soberbios que exalta a los humildes ,

corrige a los desleales que quebranta a los orgullosos 32 ?

Respondedme, pues, hijos de la Élide, si este discurso [25] y esta canción son los más adecuados para esta asamblea. Pues vosotros sois los jefes y directores de este festejo, los inspectores y supervisores de cuanto aquí se diga o se haga. ¿O acaso los que aquí habéis venido vais a ser solamente espectadores de estos espectáculos tan bellos como famosos y, en particular, del culto al dios y a su imagen bendita? Vuestros antepasados, con generosidad en los gastos y con la más excelsa de las artes tallaron y consagraron esta estatua, la más bella y la más amada de los dioses de cuantas existen en el mundo, elaborada, según se dice, por Fidias que sacó el modelo de los textos poéticos de Homero. El dios, con un ligero movimiento de sus cejas [26] conmueve el Olimpo, como dijo el poeta de manera tan plástica como convincente:

Dijo, y el Cronida hizo un gesto con sus oscuras cejas. La inmortal cabellera se agitó sobre la cabeza inmortal del soberano, y el Olimpo todo se estremeció 33 .

¿O tendremos, acaso, que reflexionar también con mayor atención sobre detalles, como las composiciones poéticas y las ofrendas, y, de una forma más relajada, ver si hay algo que pueda condicionar o configurar de algún modo la opinión universal sobre la divinidad, como si estuviéramos en la tertulia de un filósofo?

[27] Ahora bien, acerca de la naturaleza de los dioses en general y del soberano de todas las cosas en particular, existe antes que nada una opinión y una idea común a todo el género humano, tanto entre los griegos como entre los bárbaros. Esa idea es imprescindible y natural a todo ser dotado de razón, y surge de la misma naturaleza sin necesidad de un maestro mortal ni de un iniciador, y sin riesgo alguno de error 34 . Ella sola se abre paso y pone de manifiesto nuestro parentesco con los dioses, a la vez que aclara muchos aspectos misteriosos de una verdad que no permite que dormiten o actúen con negligencia los hombres más ancianos y más antiguos. Pues, como no habitan [28] lejos ni fuera de la divinidad, sino que están enraizados en medio de ella 35 , más aún, conviven con ella en todo momento, no pueden seguir por más tiempo actuando neciamente. Sobre todo, porque de la divinidad reciben los hombres juicio y razón, como iluminados totalmente por divinas y grandiosas apariciones del cielo y de las estrellas, del sol y de la luna. Día y noche se encuentran con imágenes variadas e increíbles, descubren visiones extraordinarias y escuchan rumores de todas clases producidos por los vientos y los bosques, por los ríos y por el mar, y hasta por animales, tanto domésticos como salvajes. Los hombres mismos emiten sonidos claros y agradables, y saben apreciar el vigor y la sabiduría de la voz humna atribuyendo valores simbólicos a las cosas que llegan a los sentidos. Así pueden nombrar y señalar todo lo que entienden, y consiguen con facilidad recordar y comprender un número infinito de cosas. Por ello, estando, como [29] están, llenos de la naturaleza divina, tanto por la vista como por el oído y, en una palabra, por todos los sentidos, no podían los hombres ser ignorantes ni desconocer quién es el que les ha dado el ser y los ha engendrado, a saber, ese mismo dios que ahora los salva y alimenta. Los hombres, pues, habitan en la tierra, contemplan la luz del cielo, disponen de abundantes alimentos, porque su antepasado dios se lo prepara todo y se lo ofrece en abundancia. El primer alimento que tomaban los primitivos indígenas [30] era producto de la tierra que entonces era todavía blanda y fértil. Y lo tomaban de la tierra como de una madre, lo mismo que ahora las plantas sacan de la tierra la humedad. El segundo alimento que tomaron sus descendientes estaba compuesto de frutos espontáneos y hierba tierna con dulce rocío y

frescas aguas de las Ninfas 36 .

Además, pendientes del viento que los rodea y alimentados por su soplo continuo, aspiran el aire húmedo, como niños pequeños a quienes nunca les falta la leche, porque tienen [31] siempre a disposición el pecho de su madre. Con razón, pues, podemos decir que ésta fue la primera comida tanto para los primitivos como para los que vinieron después. Porque, cuando el bebé, tierno y débil todavía, abandona el seno materno, lo recibe la tierra que es su madre verdadera. Luego, el aire, soplando sobre él y reconfortándolo, lo reanima con un alimento más fluido que la leche y le comunica la facultad de emitir sonidos. Éste sí que podría llamarse con razón el primer pecho que la naturaleza ofrece a los recién nacidos.

[32] Al observar estas experiencias, no podrían por menos de admirar y amar a la divinidad, tanto más cuanto que percibían cómo las estaciones del año se sucedían con absoluta regularidad sin alteraciones de ninguna clase, y todo para nuestra supervivencia. Más aún, los hombres han recibido de los dioses, frente a los demás animales, la particularidad de entender y reflexionar sobre estas cosas. [33] Esto viene a ser prácticamente lo mismo que si alguien presentara a un individuo, griego o bárbaro, para ser iniciado en un santuario de misterios, espléndido por su belleza y tamaño 37 . El aspirante contempla allí muchas visiones misteriosas, oye muchos sonidos por el estilo, ve cómo aparecen luz y tinieblas alternativamente y cómo van sucediendo otros mil detalles. Y no digamos, si, como se acostumbra a hacer en la ceremonia llamada de entronización, los padrinos hacen sentarse a los neófitos y luego danzan a su alrededor 38 . ¿O es natural, acaso, que ese [34] hombre no sienta nada en el fondo de su alma ni sospeche siquiera que lo que va sucediendo es fruto de un plan y de una sabia preparación? Pues así lo entendería cualquiera, aunque fuese uno de esos bárbaros lejanos y anónimos, y no tuviese exégeta o intérprete, con tal de que estuviera dotado de sentimientos humanos. ¿O será, quizás, algo imposible de percibir? Pero ahora es toda la raza humana la que es iniciada, en público, con la iniciación más completa y perfecta, no en un pequeño edificio construido por los atenienses para recibir a un pequeño grupo, sino en este mundo, construcción artística y sabia, donde abundan por doquier infinitas maravillas 39 . Además, los iniciadores no son hombres semejantes a los iniciados, sino dioses inmortales los que inician a simples mortales. Y de noche y de día, a la luz del sol o de las estrellas —si se nos permite la expresión— danzan sin cesar a su alrededor 40 . Y de todas estas cosas, ¿no va a percibir el hombre ninguna sensación ni va a tener la más ligera sospecha, sobre todo cuando hay un corifeo que lo preside todo y que organiza el cielo entero y el universo, a la manera de un sabio timonel que gobierna una nave bella y copiosamente pertrechada?

[35] No hay, pues, razón para que nadie se sorprenda de que sucedan estas cosas entre los hombres. Pero sí, y con mayor motivo, al constatar que estos sentimientos alcanzan también a los brutos e irracionales animales, hasta tal punto que reconocen y honran al dios y están dispuestos a vivir según sus preceptos. Y mayor sorpresa todavía nos causan las plantas, las cuales no tienen ningún género de inteligencia, sino que, al carecer de alma y de voz, están gobernadas por una naturaleza sencilla. Con todo, voluntariamente y de buen grado, produce cada una de ellas su propio fruto. Así la intención y el poder de este dios [36] quedan totalmente evidentes y manifiestos. Y nosotros caeremos en el colmo del ridículo y de la ingenuidad, si andamos diciendo que tal manera de sentir es para los animales y los árboles tan natural como para nosotros la estupidez y la ignorancia. Algunos hombres, que se creen más sabios que la misma sabiduría, no derraman cera en sus oídos, como, según dicen, hicieron los marinos de Ítaca para no oír el canto de las Sirenas 41 , sino más bien una especie de plomo, blando y, a la vez, impenetrable para la voz humana. Más aún, pienso que arrojan ante sus ojos una capa de oscuridad y tinieblas, como aquella, bajo la cual, según Homero, no fue posible descubrir ni reconocer a Zeus 42 . Luego, desprecian lo divino y erigen una estatua a una divinidad perversa y extraña, imagen del lujo, de la excesiva desidia y de la insensatez licenciosa, divinidad realmente afeminada a quien dan el nombre de Placer. Y la honran y la veneran con címbalos de sonido leve y con flautas tocadas en la oscuridad. Nadie podría censurar esta suerte de diversión, si no se pasara de cantar razonablemente [37] y no se tratara de suprimir y desterrar a nuestros dioses haciéndolos salir de su propia ciudad y de su reino, y hasta del universo entero, para ir a otros países extraños, lo mismo que esos hombres desgraciados que van desterrados a islas desiertas. Y andan diciendo que todas las cosas que existen no tienen conciencia, ni inteligencia ni dueño, y que sin jefe, sin guía y sin guardián, andan errantes y vagan al azar, al no haber nadie que ahora las cuide y que antes las haya creado a todas. Ni siquiera quieren reconocer que los dioses pueden hacer como los niños: que ponen sus aros en movimiento y luego los dejan rodar solos 43 .

Estas cosas las he abordado en mi discurso sin salirme [38] del tema. Lo que pasa es que quizá no resulte tan fácil seguir la línea del pensamiento o el razonamiento de un filósofo, ni saber a dónde se dirige, dado que lo que expone parece siempre lo más conveniente y hasta necesario para los oyentes. Y es que yo para nada me preocupo «ni de la clepsidra ni de las fórmulas jurídicas» 44 , sino, como alguien ha dicho, hago uso de una gran independencia y libertad. Sin embargo, no me es difícil volver sobre mis pasos, como pasa a los diestros timoneles que se desvían ligeramente del rumbo con su nave.

[39] Ahora bien, ya hemos dicho que la primera fuente de la opinión y la creencia en los dioses es, sencillamente, la idea innata en todos los hombres, formada a partir de las mismas obras y de la verdad. Esta idea se ha ido consolidando no por algún error o al azar, sino que empezó con claros perfiles y permanece constantemente a lo largo del tiempo y entre todas las gentes, siendo realmente algo común y general de los seres racionales 45 .

La segunda fuente es, a nuestro parecer, la idea adquirida 46 que se va formando en nuestras almas no de cualquier manera, sino con relatos, fábulas y costumbres, unas veces de autor desconocido y por transmisión oral, otras [40] veces por medio de escritos de autores famosos. En cuanto a la creencia en los dioses, podemos afirmar que una parte es voluntaria y fruto de la exhortación, otra es obligatoria y de precepto. Y estimo que la que contiene el aspecto de voluntariedad y exhortación nos viene por los poetas, la que contiene la obligación y lo preceptivo nos llega por los legisladores. Pero ninguna de estas dos partes podría prevalecer, si no preexistiera la idea innata sobre los dioses. Pues por ella les llegan a los que están bien dispuestos las órdenes y las exhortaciones, sobre todo cuando de algún modo las preveían de antemano. Por cierto que algunos poetas y legisladores las expresan correcta y ordenadamente, mientras que otros divagan en algunos puntos. No podría, por el momento, explicar con suficiente amplitud [41] cuál de estos dos aspectos citados —la poesía o la legislación— fue más antiguo en el tiempo entre nosotros, los griegos. Pero parece más probable que el sistema que no usa castigos, sino que se basa en la persuasión, es más antiguo que el método que funciona mediante castigos y obligaciones. Hasta ahora, pues, casi podemos decir que, [42] para el género humano, evolucionan por igual la actitud hacia el padre primero e inmortal —a quien los que nos sentimos griegos llamamos Zeus Patrio— y la actitud hacia los padres mortales y humanos. Pues, ciertamente, el primer sentimiento de benevolencia y atención hacia los padres existe en los hijos espontáneamente como un don de la naturaleza y de la práctica de la bondad. Y así el [43] que nace devuelve enseguida, en la medida de lo posible, amor y servicio a aquel que, después de haberlo engendrado, lo alimenta y lo ama. En segundo y tercer lugar, están los sentimientos suscitados por los poetas y legisladores. Los poetas exhortan a no negar la gratitud debida a quien, además de anciano y consanguíneo, es autor de nuestra vida y nuestra existencia. Los legisladores obligan y amenazan con castigos a los que no están dispuestos a obedecer. Sin embargo, no explican ni aclaran a qué clase de padres y con qué servicios debemos pagar las deudas que con ellos hemos contraído. Pero, en los relatos y en las fábulas acerca de los dioses, podemos observar que sucede lo mismo y hasta en mayor medida.

Tengo observado que en todas partes resulta molesta la exactitud para la mayoría de las personas. Y por lo que a los discursos se refiere, no les importa tanto la precisión cuanto la abundancia de palabras. Esas personas, sin exponer un plan previo ni seguir un orden temático, y sin partir de un verdadero exordio en sus discursos, se lanzan a exponer inmediatamente las cosas más obvias y evidentes, según suele decirse, «sin lavarse los pies» 47 . Ahora bien, los pies sucios no son ningún perjuicio cuando se ha de pasar a través del barro o de abundantes inmundicias. Pero una lengua ignorante se convierte en un castigo nada pequeño para los oyentes. Sin embargo, es justo que las personas educadas, a las que se debe prestar mayor atención, nos ayuden y colaboren con nosotros hasta que, como de un camino sinuoso y escarpado, logremos llevar nuestro discurso al camino recto.

[44] Hemos señalado, pues, tres razones para explicar la opinión que los hombres tienen de la divinidad: la naturaleza, los poetas y los legisladores. Ahora podemos añadir como cuarta razón las artes plásticas y artesanales en la elaboración de estatuas e imágenes de los dioses. Me refiero a los pintores, escultores, talladores de piedras y, en suma, a todo aquel que demuestra ser capaz de imitar con el arte la naturaleza de la divinidad. Unas veces se trata de un ligerísimo esbozo que fácilmente engaña a la vista. Otras veces es una mezcla de colores y un trazado de líneas que refleja casi con exactitud lo que se pretende. A veces, con el trabajo de tallar la piedra o labrar la madera, va quitando el artista lo que sobra hasta dejar la imagen que aparece al final 48 . Otro sistema consiste en fundir el bronce y otros materiales preciosos por el estilo y verterlos en moldes. Otras veces, en fin, se moldea la cera que es lo que más fácilmente se acomoda al arte y mejor admite rectificaciones. Así trabajaban Fidias, Alcámenes 49 y Policleto 50 . [45] Así también Aglaofonte, Polignoto y Zeuxis 51 y el primero de todos, Dédalo 52 . Y no les bastaba con demostrar su destreza e inteligencia en otras cosas, sino que exhibiendo imágenes y toda clase de interpretaciones de los dioses, y, tomando como mecenas tanto a personas particulares como a ciudades, lo llenaron todo de abundantes y variadas representaciones de la divinidad. Y no se apartan en absoluto de los poetas y los legisladores. De los legisladores, porque para no aparecer contrarios a las leyes, se sometían a los castigos previstos. De los poetas, porque veían que habían sido precedidos por ellos y que fueron los poetas los más antiguos forjadores de imágenes. Por ello, no querían aparecer ante la mayoría como indignos [46] de crédito y autores de odiosas novedades. Y, así, realizaban la mayor parte de sus obras de acuerdo con losmitos, pero otras las inventaban por su cuenta haciéndose en cierta manera rivales y, a la vez, compañeros de oficio de los poetas. Pues mientras que los poetas componen sus argumentos basándose simplemente en lo que se dice, los artistas interpretan la divinidad, para la mayoría de los espectadores y para los más ignorantes, mediante lo que entra por los ojos 53 . Todas estas cosas tienen su fundamento en aquel principio primero y han nacido en honor y alabanza de la divinidad.

[47] Y, por cierto, al margen de aquella simple y antiquísima idea de Dios, innata por naturaleza en todos los hombres junto con la razón, además de estas tres clases de intérpretes y maestros —los poetas, los legisladores y los artistas—, hay que añadir una cuarta que ni es indiferente en modo alguno ni carece de cierta experiencia sobre el tema. Me refiero a los filósofos, los más veraces quizás y más perfectos de cuantos interpretan y explican con la palabra la naturaleza de la divinidad.

[48] Por lo que al legislador se refiere, dejémosle ahora que se dedique a sus cuentas, como hombre formal que es y encargado de corregir a los demás. Pues conviene que mire por sus intereses tanto como por vuestras personales ocupaciones 54 . En cuanto a los restantes, elijamos a los mejores de cada clase, y veamos si se descubre que han realizado algo útil o perjudicial para la piedad en obras o en palabras, si viven entre sí en concordia o en discordia y quién de ellos está más cerca de la verdad por estar de acuerdo con el punto de vista más primitivo y sincero.

Ahora bien, todos éstos dicen lo mismo, como quienes han seguido un mismo rastro y lo conservan, aunque unos abiertamente, otros con menos claridad. Pues quizá necesite consuelo el verdadero filósofo, si se lo compara con escultores o poetas, precisamente, en un festival donde los jueces están a favor de estos últimos.

Pues supongamos que alguien lleva ante los griegos, [49] en primer lugar, a Fidias, aquel sabio y divino artífice de esta obra sagrada y hermosísima, y pone como jueces a los mismos que organizan la competición en honor del dios, más aún, al tribunal común de todos los peloponesios y hasta de los beocios, jonios y demás griegos que hay en todas partes tanto de Europa como de Asia, y no para pedir razón del dinero ni de los gastos hechos en la estatua, por ejemplo, cuántos talentos de oro y marfil se emplearon, y de madera de ciprés o de cidra, materia duradera e indestructible para el interior de la obra, ni tampoco de los gastos en comida y salarios para los obreros que trabajaron en gran número y durante mucho tiempo desde los más vulgares operarios hasta el sueldo mayor y más elevado pagado a Fidias en razón de su arte. Todo esto podría interesar a los eleos calcularlo, ya que lo habían gastado con prodigalidad y esplendidez. Pero nosotros [50] vamos a imaginarnos que el proceso se ha entablado contra Fidias, aunque sobre otros asuntos. Pues entonces cualquiera podría decirle:

«Oh tú, el mejor y más noble de los artistas, nadie podrá negar que has realizado una obra agradable y encantadora, así como una imagen extraordinariamente deleitosa para todos los que han llegado hasta aquí tantas veces y en tan gran número, tanto griegos como bárbaros. Pues, [51] realmente, hasta los mismos animales irracionales se quedarían admirados, si pudieran contemplar este espectáculo. Y no solamente los toros, llevados continuamente delante de este altar, se someterían de buen grado a los sacrificadores para agradar al dios, sino que también las águilas, los caballos y los leones, como apaciguando su furor indómito y salvaje, se quedarían tranquilos fascinados por esta visión. Y en cuanto a los hombres, todo aquel que se encuentre en estado de agotamiento después de apurar desgracias y tristezas a lo largo de su vida y de no poder ni siquiera conciliar un sueño agradable, al ponerse delante de esta imagen, se olvidará, creo yo, de todas las cosas terribles y duras que se sufren en la vida humana. [52] Así, tú ideaste y fabricaste una imagen que sencillamente

disipa el llanto y la cólera y hace olvidar todos los males 55 .

Tanta es la luz y tanta la gracia que irradia tu arte. Y no sería razonable que ni el mismo Hefesto 56 achacara defectos a esta obra, si juzgara por el placer y gusto que causa a la mirada humana.

»Examinemos ahora si tallaste una imagen adecuada y una figura digna de la naturaleza de un dios, ya que usaste una materia que resulta agradable y representaste una figura de varón extraordinaria en belleza y tamaño, aunque la verdad es que hiciste realmente una forma de varón en los demás detalles. Si haces una defensa satisfactoria de esta tesis entre los presentes y los convences de que inventaste lo más apropiado y conveniente, en forma y figura, al primero y más grande de los dioses, podrías recibir otro sueldo mayor y más justo que el que te pagaron los eleos. Ya ves, pues, que no es pequeño nuestro [53] empeño y nuestro peligro. Pues antes, como no teníamos nada claro, unos nos formábamos una idea y otros otra, y cada uno representaba y se imaginaba cualquier divinidad según su propia capacidad y naturaleza. Y si reunimos algunos modelos insignificantes y oscuros de los artistas primitivos, no es porque les demos crédito en absoluto o porque les prestemos mayor atención. Pero tú, con la fuerza de tu arte, venciste y uniste primero a Grecia y luego a los demás en el aprecio de esta estatua, pues la realizaste tan maravillosa y magnífica que ninguno de los que la han contemplado podría recibir ya una mayor sorpresa. ¿O [54] piensas, acaso, que Ifito, Licurgo 57 y los eleos de entonces instituyeron la competición y el sacrificio que más convenía a Zeus, pero por falta de dinero no lograron hallar una estatua digna del nombre y la figura del dios, y eso que eran muy superiores en capacidad a sus descendientes? ¿O temieron, más bien, que no iban a ser capaces de representar por medio de un arte perecedero la excelsa y perfectísima naturaleza del dios?»

A esto respondería probablemente Fidias, pues no era [55] precisamente mudo ni de una ciudad torpe de palabra, sino que incluso era amigo íntimo y compañero de Pericles 58 :

«Varones griegos, el concurso ha sido el más grande que ha existido. Y conste que no estoy ahora dando cuenta y razón de la forma de dirigir y gobernar una ciudad, ni de la importancia de la flota o de la infantería, si están o no debidamente atendidas, sino que me refiero al dios dominador del universo y al parecido de mi obra con él, es decir, si ha quedado decorosa y apropiada, sin que le falte nada de la semejanza que es capaz de lograr un hombre, o más bien resulta indigna e inconveniente.

[56] »Recordad que no fui yo el primero que os explicó y enseñó la verdad. Pues ni siquiera había nacido en aquellos antiguos tiempos en que Grecia todavía no tenía creencias claras y determinadas sobre estos temas. Sino que nací cuando Grecia era ya en cierto modo adulta, y tenía ideas y convicciones sobre los dioses fuertemente arraigadas. Paso por alto las obras de escultores y pintores que, siendo más antiguos que mi arte, coinciden con él, excepto en [57] aquello que se refiere a su perfecto acabado. Acepté, sin embargo, vuestros puntos de vista tan antiguos como respetables, pues no era posible ir contra ellos. Además, encontré otros artistas que hablaban de la divinidad, eran más antiguos que yo y se consideraban mucho más sabios. Me refiero a los poetas, quienes podían por medio de su poesía arrastrar a los hombres hacia cualquier opinión, mientras que nuestras obras personales ofrecen solamente [58] un parecido relativamente aceptable. Pues las representaciones divinas —me refiero a las del sol, la luna, el cielo todo y las estrellas— aparecen por sí mismas absolutamente admirables. Pero su imagen resulta simple y torpe, cuando uno pretende reproducir las fases de la luna o el giro del sol. Más aún, estas realidades están llenas de sentimiento y de intención, pero en sus representaciones no lo manifiestan en modo alguno. Por eso, probablemente, no fueron [59] veneradas por los griegos desde el principio. Pues ningún escultor ni pintor será capaz de representar la inteligencia ni la sensatez en sí mismas. Y ello, porque nadie es capaz ni de verlas ni de investigarlas en absoluto. Y no se trata de una simple sospecha, sino que, porque sabemos de qué forma han surgido estas creencias, recurrimos a lo mismo, es decir, atribuimos a Dios un cuerpo humano como sede de la cordura y de la razón. Y a falta de un modelo más apropiado, tratamos de reflejar lo invisible y lo irrepresentable por medio de algo que puede representarse y verse. Nos servimos del valor del símbolo, y no como hacen algunos bárbaros, que representan la divinidad por medio de animales partiendo de pretextos tan insignificantes como absurdos. Pero aquel hombre —Homero— que sobresalió más que nadie por la hermosura, majestad y magnificencia de sus obras, ese sí que fue prácticamente el mejor creador de estatuas de los dioses.

»Nadie podría afirmar que era mejor no haber expuesto [60] ante los hombres estatuas o imágenes de los dioses, sólo porque era conveniente que no miraran a otra cosa que al cielo. Pues el hombre, dotado de inteligencia, venera todas esas imágenes, a sabiendas de que los dioses son seres felices a los que contempla como de lejos. Pero, a causa de la opinión que los hombres tienen de los dioses, se sienten fuertemente inclinados a honrarlos y venerarlos de cerca, y se aproximan a ellos hasta tocarlos, y les ofrecen sacrificios y coronas creyendo que así los persuaden mejor. Pues, sencillamente, como los niños pequeños, cuando son [61] separados de su padre o de su madre, sienten una terrible nostalgia y deseo de ellos, y hasta en sueños tienden las manos muchas veces hacia los padres ausentes, así también hacen los hombres con los dioses. Los aman por su bondad y familiaridad, y están dispuestos a vivir de algún modo en su compañía y a conversar con ellos. Por ello, muchos bárbaros, por su falta absoluta de sentido artístico, denominan dioses a ciertas montañas, a árboles estériles y a piedras sin tallar, objetos nada apropiados para representar la forma divina.

[62] »Pero si me consideráis responsable de esta imagen, debéis irritaros antes con Homero. Pues él representó una figura muy parecida a esta obra mía, y habló de la cabellera del dios y hasta de su barbilla en el principio mismo de su poema, cuando refiere que Tetis suplicaba por la honra de su hijo 59 . Pero es que, además, atribuía a los dioses conversaciones, deliberaciones y discursos y hasta viajes desde el Ida 60 al cielo y al Olimpo, sueños, banquetes y aventuras amorosas adornándolo y sublimándolo todo con sus versos, pero sin apartarse un ápice de la semejanza humana. Así, por ejemplo, cuando se atrevió a atribuir a Agamenón los rasgos representativos del dios, diciendo que era

en ojos y cabeza semejante a Zeus que se divierte con el rayo 61 .

»Pues, por lo que se refiere a mi obra, nadie, por muy [63] loco que esté, podría compararla con cualquier objeto mortal, si examina su belleza y tamaño propios de un dios. Por ello, si, dentro siempre de las posibilidades de mi arte, no soy mucho mejor y más diestro creador que Homero —quien, por cierto, os parece igual a un dios en sabiduría—, estoy dispuesto a someterme al castigo que me queráis imponer [64]. Pues la poesía es una cosa magnífica y, se mire como se mire, resulta cómoda e independiente. Además, por la cantidad y variedad de vocabulario y de recursos lingüísticos, está capacitada por sí misma para expresar los sentimientos del alma. Y cualquiera que sea el perfil, la obra, la emoción o el tamaño que se le ocurran al poeta, nunca estará en inferioridad de condiciones, desde el momento en que la voz de un mensajero 62 podría explicar con claridad todas las cosas. El mismo Homero dice:

Una lengua voluble tienen los mortales y palabras abundantes ,

variadas y un vasto campo de palabras para oír y responder 63 .

»Y, en efecto, la raza humana será pobre en cualquier [65] cosa, pero no en voz ni en palabras. En esto solo posee una maravillosa riqueza. Pues nada de lo que llega a sus sentidos queda sin su debida expresión o denominación, sino que enseguida impone el hombre a lo que percibe el sello inconfundible de un nombre, y muchas veces hasta varios nombres para una misma cosa. De modo que, cuando articula alguna palabra, la opinión que manifiesta se acerca mucho a la verdad. Y es que el hombre tiene destreza y capacidad para expresar con palabras todo lo que se le ocurre. Pero el arte de los poetas es espléndido [66] e irreprochable, particularmente el de Homero, quien hizo uso de la mayor libertad, ya que no tomó una sola variedad de lenguaje, sino que mezcló todos los dialectos griegos 64 hasta entonces diversificados, el de los dorios, el de los jonios y hasta el de los atenienses. Homero hizo una mezcla mucho más que la que hacen los tintoreros con los colores, y no sólo de los dialectos de su tiempo, sino también de los anteriores. Pues si había sobrevivido alguna palabra, la adoptaba, como cuando se saca una moneda antigua de un tesoro sin dueño. Todo ello lo hacía por [67] su afición al lenguaje. Y tomó hasta nombres de los bárbaros sin escatimar ninguno, con tal que tuviera, según su opinión, gracia y fuerza expresiva. Aportó, además, no sólo elementos vecinos y de las cercanías, sino también los más lejanos con la intención de cautivar al oyente fascinándolo con lo inesperado. Y no los dejó tal como estaban, sino que unas veces los amplió, otras los abrevió y otras los modificó de otra forma.

[68] »Finalmente, se mostró a sí mismo no sólo como forjador de versos, sino también de palabras, dando a las cosas una denominación personal, unas veces porque aplicaba simplemente nombres a los distintos objetos, y otras porque daba nuevas acepciones a los nombres que ya las tenían, como si pusiera sobre un sello otro sello brillante y más visible. No desdeñaba ningún sonido, sino que, en resumen, imitaba las voces de los ríos, de la selva, de los vientos, del fuego y del mar, y hasta del bronce, la piedra y, en una palabra, de todos los animales e instrumentos, lo mismo de las fieras o de los pájaros que de las flautas y los caramillos. Inventó palabras para el estrépito, el zumbido, el trueno, el golpe seco, el crujido. Y, así, llamó ‘murmuradores’ a los ríos, ‘resonantes’ a los dardos, ‘rugientes’ a las olas, ‘irritados’ a los vientos, y cosas parecidas a otros fenómenos terribles y realmente admirables, con lo que provocaba en las mentes gran desconcierto y confusión. De modo que nunca le faltaban nombres terribles [69] o agradables, suaves o ásperos, como tampoco de los que ofrecen otras infinitas diferencias, tanto en sonidos como en significados. Por esa facilidad para inventar palabras, era capaz de inculcar en el alma cualquier sentimiento que quería.

»Nuestro arte, en cambio, siendo de tipo manual y artesano, en modo alguno goza de la misma libertad. Pues, en primer lugar, necesitamos muchos colaboradores y un material suficientemente sólido, para que dure, pero que no lleve demasiado trabajo en su elaboración ni sea difícil de conseguir. Además, es preciso preparar un modelo fijo [70] y permanente de cada imagen que pueda reflejar todos los aspectos de la naturaleza y el poder del dios. Pero a los poetas, les es más fácil abarcar con su poesía muchas otras formas y las más variadas figuras. Pues añaden movimientos y reposos, gestos y palabras, según lo que consideran más conveniente en cada momento. Y, así, digo yo, tienen ventaja en lo que se refiere a la dificultad y al tiempo de su ejecución. Ya que el poeta, movido por una sola idea y un solo impulso del alma, extrae, como de una fuente desbordante de aguas, gran cantidad de poemas antes de que la visión y la inspiración que tuvo lo abandonen y se disuelvan 65 . En cambio, el sistema de realizar nuestro arte es laborioso y lento, y se avanza con esfuerzo y poco a poco. Ello es debido, creo yo, a que se trabaja con materiales más duros que la piedra.

»Lo más difícil de todo es que el artista debe conservar [71] continuamente en su alma la misma imagen, hasta que consigue culminar su obra, y eso a veces durante muchos años. Y por cierto, lo que suele decirse, que los ojos son más fieles que el oído 66 , a lo mejor es verdad. Pero también lo es que son difíciles de convencer y que necesitan mayor evidencia. Pues aunque la vista se enfrenta con los mismos objetos que contempla, también es fácil de excitar y embaucar el oído, si se le envían imágenes alucinantes [72] por medio de versos y sonidos. Ahora bien, nuestro arte tiene medidas precisas en cantidad y en tamaño, pero los poetas pueden ampliar las suyas cuanto quieran. Por eso, para Homero, resultó muy fácil hablar del tamaño de Eris 67 , diciendo:

toca el cielo con la cabeza mientras anda por el suelo 68 .

En cambio, yo debo contentarme con llenar el espacio señalado por los eleos 69 o los atenienses.

[73] »Tú, pues, Homero, el más sabio de los poetas, reconocerás que, sobresaliendo con mucho por la fuerza de tu poesía y por el tiempo en que viviste, fuiste realmente el primero que ofreciste a los griegos muchas y hermosas representaciones de todos los dioses y, en particular, del más grande de ellos. Aquellas representaciones eran, unas veces, de carácter bondadoso; otras, terribles y espantosas. Pero el que yo he tallado es un dios pacífico y manso en todos los aspectos, como corresponde a un protector de una Grecia en armonía y concordia. Y gracias a mi arte [74] y a la sabiduría y honradez de la ciudad de los eleos, he decidido tallar a este dios como bondadoso, venerable y con aspecto alegre. Un dios que es el dador de la vida, de la subsistencia y de todos los bienes, y que es padre, Salvador y Custodio común de los hombres. Y lo hice en la medida en que es posible a un hombre mortal reproducir la naturaleza divina y transcendente.

»Considera, pues, si no vas a encontrar mi estatua de [75] acuerdo con todas las denominaciones del dios. Pues Zeus es el único de los dioses a quien se le da el nombre de Padre y Rey, Protector de la ciudad, Dios de la amistad y de la buena compañía, Protector de los suplicantes, Dios de la hospitalidad y de las cosechas. Recibe, además, otros innumerables apelativos, como expresión de los distintos aspectos de su bondad. Se le invoca como Rey, por su autoridad y su poder; como Padre —pienso yo—, por su solicitud y su mansedumbre; como Protector de la ciudad, por su cuidado de la ley y del bien común; como Familiar, por la comunidad de raza existente entre dioses y hombres 70 ; como Dios de la amistad y la buena compañía, [76] porque procura mantener unidos a todos los hombres y quiere que sean amigos unos de otros y que nadie sea enemigo o adversario de nadie; como Protector de los suplicantes, porque escucha propicio a los que le invocan; como Dios de los fugitivos, porque ofrece refugio contra el mal; como Dios de la hospitalidad, porque no hay que despreocuparse de los extranjeros ni considerar extraño a ningún hombre 71 ; como Protector del hogar y de las cosechas, porque es el que produce los frutos y el que da la riqueza y el poder.

[77] »Y aunque se trataba de representar algo sin palabras, ¿no ha quedado suficientemente expresado según las reglas del arte? Pues la fuerza y la magnificencia de la imagen pretenden demostrar su autoridad y su dignidad de rey; la mansedumbre y la amabilidad, su paternal solicitud; la majestad y la gravedad de la estatua ponen de manifiesto al Protector de la ciudad y de las leyes; la comunidad de raza entre dioses y hombres queda representada por el parecido en la forma que tiene carácter de símbolo. El Protector de la amistad, de los suplicantes, de los extranjeros, de los fugitivos, y todas las denominaciones por el estilo, se transparentan en la humanidad, mansedumbre y amabilidad de mi obra. La sencillez y la grandeza de ánimo reflejadas en la imagen representan al Dios del hogar y de las cosechas. Pues, en realidad, se parece muchísimo a alguien que da y reparte bienes.

[78] »Estas propiedades son las que, en la medida de lo posible, traté de representar, ya que no podía darles un nombre. Pero al dios que con sus continuos rayos provoca la guerra y la destrucción de grandes muchedumbres, o causa lluvias torrenciales, tormentas de granizo o de nieve, o que despliega el arco iris azulado, presagio de guerras, o que envía una estrella que despide continuos destellos, portento temible para navegantes y soldados, o que manda la terrible discordia a griegos y bárbaros hasta infundir en los hombres cansados y agotados un amor incesante por la guerra y el combate; a ese dios, que pesa sobre la balanza la suerte de los héroes manifestada por la inclinación espontánea de los platillos, no era posible representarlo por medio del arte 72 . Pero aunque ello fuera posible, nunca lo hubiera intentado. Pues no es posible reproducir [79] el trueno sin sonidos, ni sacar de los metales de estas minas subterráneas 73 una imagen de relámpago o de rayo sin luz. En cambio, para Homero era sencillísimo hablar de la tierra sacudida o del Olimpo conmovido por una ligera inclinación de las cejas de Zeus, o de una corona de nubes alrededor de su cabeza, pues el poeta gozaba, en todas estas cosas, de una gran libertad. Nuestro arte, por el contrario, tropieza con grandes dificultades, ya que el espectador dispone del argumento cercano y definitivo de la vista.

»Por otra parte, si alguien considera que el material [80] empleado es indigno de la dignidad del dios, tiene realmente razón. Sin embargo, no tendría motivo para criticar ni a los que lo han aportado ni al que lo ha seleccionado o aprobado. Pues no había otra materia mejor ni más ilustre que pudiera llegar a las manos de los hombres para ser transformada artísticamente. ¿O es que es posible, acaso, modelar el aire, el fuego o una fuente de abundantes [81] aguas con herramientas manejadas por los mortales? Sólo se puede trabajar lo que está contenido como material resistente dentro de todos estos elementos. Y no me refiero al oro y la piedra, que son cosas pequeñas y mezquinas, sino a toda realidad que sea fuerte y pesada. El seleccionar las figuras y combinarlas en una sola para formar todo género de animales o plantas, si no es posible hacerlo con todos los dioses, mucho menos con este dios realmente único, a quien otro poeta dirigió estas hermosas palabras:

Omnipotente padre, artista supremo de Dodona 74 ,

[82] pues él es el primero y el más perfecto artesano, y tomó como patrono de su arte no la ciudad de los eleos, sino la materia de la que se ha hecho el mundo entero. De Fidias o de Policleto no se podría razonablemente pedir más de lo que hicieron. Más aún, su obra es mayor y más [83] venerable que la obra de nuestras manos. Ni siquiera al mismo Hefesto 75 le hizo Homero sobresalir por su experiencia en otras cosas, sino que pudo presentar al dios como artista en la fabricación del escudo, pero no como inventor de nuevos materiales. Pues dice así:

Y echó al fuego duro acero, estaño ,

precioso oro y plata 76 .

Ningún hombre podrá, pues, demostrar que haya existido un artista mejor que yo. Pero no hay mortal que se pueda comparar con el mismo Zeus, creador del universo.»

Si Fidias hubiera dicho estas cosas en defensa propia, [84] estoy seguro de que los griegos lo hubieran premiado justamente con una corona.

Pero, quizá, muchos no han comprendido el tema de mi discurso, y eso que, desde mi punto de vista, era muy apropiado para que lo entendieran tanto los filósofos como los ignorantes. He tratado sobre la construcción de estatuas, y más concretamente, sobre la forma de construirlas. También he hablado sobre los poetas, si son los que mejor o peor han interpretado las cosas divinas. Y, finalmente, sobre el primer concepto de Dios, cómo fue y de qué manera surgió entre los hombres. También hablé, y mucho, sobre el poder de Zeus y sus denominaciones. Y si dijimos palabras de elogio sobre la estatua y los que la dedicaron, pues tanto mejor. Y es que, en realidad, [85] tiene una mirada tan benevolente y bondadosa, que casi parece que nos habla de este modo más o menos:

«Estas ceremonias, eleos y griegos todos, las realizáis con una ejecución tan hermosa como apropiada. Y ofrecéis sacrificos espléndidos en la medida de vuestras posibilidades. Más aún, sois los primeros que celebráis el más renombrado campeonato de resistencia, fuerza y velocidad, observando las costumbres que os han llegado de las fiestas y de los misterios. Pero tengo muy en cuenta aquello de que

A ti no te dominan grandes cuidados, sino que a la vez la vejez

penosa sobrellevas, te marchitas malamente y estás avergonzado 77


1 Dión parte de un hecho demostrado por la ornitología y que él interpreta a su manera. En el mismo fenómeno basa PLUTARCO (Nicias 19) su comparación cuando dice que, al aparecer el general espartano Gilipo en Sicilia, «muchos volaron a él como cuando aparece la lechuza, dispuestos a hacer la guerra».

2 El autor se compara con la lechuza: viejo, desaliñado, con la voz cascada; pero es capaz de congregar a un auditorio numeroso. Los sofistas, verdaderos pavos reales, no despiertan el mismo interés.

3 Como los cisnes «que cantan más y mejor» cuando se acerca la hora de su muerte, dice PLATÓN que, Sócrates experimenta el gozo de la muerte cercana (Fedón 84d-85b).

4 Los juegos Olímpicos, festivales de carácter nacional, eran una ocasión propicia que aprovechaban muchos vendedores o repartidores de arte, ciencia, magia y mercancías de toda clase.

5 Desde una postura providencialista, Dión explica lo que ocurre en la naturaleza como la realización del programa trazado por los dioses.

6 La lechuza era el ave favorita en Atenas. Sus ojos brillantes recordaban los de la diosa Atenea, «la de ojos de lechuza». Figuraba en las monedas atenienses que, por ello, se llamaban también «lechuzas».

7 Fidias, al grabar la guerra de las Amazonas, se representó a sí mismo en la figura de un anciano calvo, y a Pericles en actitud de combatir con una amazona (PLUTARCO , Pericles 31).

8 Esclavo liberto, natural de Samos, vivió en el siglo VI a. C. y fue autor genial de una larga colección de fábulas.

9 Entre los animales que Esopo emplea como protagonistas de sus fábulas, algunos, como la lechuza, la hormiga, el zorro y otros, tienen cartel de sabios.

10 La caza se practicaba en Grecia como necesidad y como diversión. Para las aves menores se tendían trampas de lazo, de liga y de resortes. La liga se fabricaba con resina de los árboles.

11 El lino, en efecto, servía para confeccionar las redes de cazar.

12 Por su propio testimonio sabemos que Dión iba vestido con desaliño, barba, cabellos largos, etc. Cf. EPICTETO , Pláticas IV 8, 4-6.

13 Según la opinión de Dión, «el sabio es feliz» necesariamente. Así lo dice en el título y en el contenido del Discurso XXIII.

14 Los santuarios de los dioses de la ciudad y los sepulcros de los antepasados constituían la esencia más auténtica de la patria para un griego. Eran, igualmente, expresión de sus sentimientos religiosos nacionales.

15 Nino es un personaje legendario, esposo de Semíramis y fundador de Nínive, capital de Asiria (cf. PLATÓN , Leyes 685c). Babilonia está ubicada más al Sur, en el lugar en que el Eufrates y el Tigris se acercan.

16 Capital y provincia del Imperio Persa, en la ruta seguida por Alejandro Magno.

17 Residencia de verano de los reyes de Persia.

18 Llamada también Pataliputra, estaba situada en la confluencia de los ríos Son y Ganges.

19 El dicho es de HESÍODO , Trabajos y Días 313. En Mt . 6, 33 se dice: «Buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura».

20 Con la expresión «este dios» se está refiriendo al Zeus de Olimpia, representado en la gigantesca estatua de oro y marfil labrada por Fidias. Era una estatua sedente, de marfil, con vestidos de oro, que ocupaba una tercera parte del santuario. Llevada a Constantinopla por Teodosio 1 en el año 475 d. C., desapareció en un incendio. EPICTETO consideraba una desgracia morir sin haberla conocido (Plát . I 6, 23-24).

21 Una constante en los escritos de Dión es su admiración sincera e incondicional por la cultura de los antiguos. Para él, evidentemente, «cualquiera tiempo pasado fue mejor».

22 Los «sofistas» o profesionales de la sabiduría fueron unos maestros ambulantes que, hacia mediados del siglo V a. C., produjeron cambios profundos en la cultura de los griegos. Eran algo así como profesores de enseñanza superior y enseñaban la forma de llegar al éxito en la política o en cualquier otra profesión. Escépticos de mentalidad, criticaron el orden social y los planteamientos religiosos.

23 Es la «ironía», actitud típica de Sócrates, quien fingía no saber nada sobre un tema para poder abordar a los que se consideraban a sí mismo como «expertos».

24 Hipias, Polo y Gorgias son tres famosos sofistas. Hipias (siglo V a. C.), de Élide, el polifacético, se consideraba como autárkēs , es decir, creía bastarse a sí mismo en todo. Polo, natural de Acragante en Sicilia, fue discípulo y acompañante de Gorgias. Gorgias, de Leontinos en Sicilia, fue un maestro que enseñaba, ante todo, a convencer por la palabra. El diálogo de Platón que lleva su nombre trata, precisamente, sobre la «retórica», a la que los sicilianos llamaron «maestra de la persuasión». Cuando llegó a Atenas el año 427 a. C., era ya de edad avanzada.

25 Aunque absurdo, el argumento de los cabellos largos sirve para que la gente lo reconozca como sabio y filósofo (cf. Discurso XXXV 2, y también, la n. 12 a este Discurso XII).

26 HOMERO , Odisea I 376; II 141.

27 El Istro era el nombre dado al curso inferior del Danubio. Los getas (o misios) eran uno de los pueblos que habitaban en Tracia, región que se extendía entre el Danubio y el mar Egeo.

28 HOMERO , Ilíada XXI 50.

29 El autor ha ido enumerando los distintos cuerpos de un ejército antiguo: caballería, arqueros, infantería pesada, infantería ligera, honderos, tropas auxiliares. Por lo demás, este ambiente de guerra debe situarse en el contexto de las guerras de Trajano contra los getas o dacios, cuyas escenas pueden verse en la columna dedicada en Roma por este emperador a sus hazañas.

30 Alusión al sacerdocio de Apolo, Crises, quien fue a Troya para rescatar a su hija y se vio despreciado por Agamenón (HOM ., Il . I 13-15).

31 Los romanos luchaban por extender su imperio; los dacios, por defender su tierra y su libertad.

32 HES ., Trabajos 1-8. Estos ocho primeros hexámetros de los Trabajos contienen la invocación a las Musas a la manera de los principios de la Ilíada y la Odisea . Los vv. 6-7 tienen su eco en la Biblia (cf. Luc . 1, 52).

33 Il . I 528-30. Era, al parecer, el gesto de la estatua del Zeus Olímpico de Fidias.

34 La idea innata de Dios es considerada como algo común a todos los pueblos y a las más diferentes culturas.

35 Esta simbiosis del hombre con la divinidad es materia profesada por filósofos como EPICTETO (Plát . II 8, 12 s.). Por otra parte, es una idea cristiano-bíblica ampliamente documentada en el A.T . (p. ej., Éx 13, 21; Deut 4, 7; Jer 14, 9) y en el N.T . (p. ej., Jo 14, 20, 23).

36 Son dos coriambos de autor desconocido.

37 Clara alusión a los misterios de Eleusis, ritos secretos de iniciación celebrados en honor de la diosa Démeter, de su hija Perséfone y de Dioniso. Las imponentes ruinas de los Propileos y del Telesterion —sala hipóstila de iniciación, con graderíos para unos tres mil espectadores— dan idea de la importancia, el tamaño y la belleza del santuario de Eleusis. La edificación estaba a unos 22 km. de Atenas, a orillas del mar y frente a la isla de Salamina. La escasez de noticias que tenemos sobre estos misterios es debida al secreto que pesaba sobre los iniciados y que fue, en términos generales, lealmente observado.

38 PLATÓN (Eutidemo 277d) compara la actitud de los dos hermanos, Eutidemo y Dionisodoro, frente a Clinias, con la del iniciador con sus neófitos en la ceremonia de iniciación.

39 Según SAN PABLO (Rom 1, 18-21), Dios se revela a los hombres por medio de las cosas creadas.

40 El universo recibía de los griegos el nombre de kósmos , por el orden con que está organizado. Además, el mundo es como un teatro en el que Dios es el corifeo; o una nave, en la que Dios es el timonel.

41 Od . XII 173-177. Odiseo taponó con cera los oídos de sus marinos, mientras él, atado, pudo escuchar el canto de las Sirenas.

42 Il . XIV 243.

43 Sería la postura de los deístas, quienes admiten la existencia de Dios, pero niegan su intervención en la marcha del mundo.

44 ARISTÓTELES (Constitución de los atenienses 67, 2-3) explica la función de estos relojes de agua, que servían para medir el tiempo de los oradores en un proceso. Por eso, «el agua que fluye apremia» (PLATÓN , Teeteto 172d).

45 Lo decía CICERÓN : ni hay hombre que no tenga alguna noticia de Dios, ni hay otros seres —además del hombre— que la tengan (Leyes I 8, 4).

46 Frente a la idea innata (cf. § 27, n. 34 de este discurso) está la idea adquirida (ver PLATÓN , Fedro 237d, y República 618d).

47 Expresión usual equivalente a «sin preparación».

48 Se cuenta que Miguel Ángel, cuando veía un bloque de mármol, veía ya la estatua que pretendía tallar; su trabajo, decía el artista, consistía en quitar la materia que sobraba.

49 Escultor griego (460-400 a. C.), nacido en Lemnos y discípulo de Fidias. Fue autor de una famosa estatua de Homero.

50 Escultor de la segunda mitad del siglo V a. C., natural de Argos. Son famosas sus estatuas del Doríforo , el Diadúmeno y la Amazona herida .

51 Aglaofonte, Polignoto y Zeuxis fueron tres célebres pintores del siglo V a. C. Polignoto de Tasos, hijo y discípulo de Aglaofonte, es considerado por los griegos el inventor de la pintura, que usó para decorar edificios públicos. De Zeuxis, oriundo de Heraclea en la Magna Grecia, se cuenta que era tanto el realismo de su pintura, que los pájaros acudían a comer las uvas pintadas por él.

52 Héroe legendario en el que se personifican las labores artísticas y artesanas. Construyó el laberinto de Creta e ideó unas alas para huir volando de la isla con su hijo Ícaro.

53 También en el contexto de nuestra cultura, los relieves y esculturas de las catedrales tenían la misma finalidad, por lo que eran considerados como la Biblia pauperum .

54 Es decir, el legislador debe procurar, en interés de todos, que los juegos no duren más de lo conveniente.

55 Od . IV 221.

56 Dios griego, hijo de Zeus y esposo de Afrodita. Es el dios del fuego y de los metales, artista del hierro y forjador de armas y herramientas divinas. Los romanos Jo identificaron con Vulcano.

57 Ífito y Licurgo son los legendarios fundadores de los Juegos Olímpicos en el 776 a. C. Pero es extraño que Licurgo, legislador espartano, tuviera este protagonismo en Olimpia, donde nunca Esparta implantó su dominio.

58 Pericles (495-429 a. C.) encarna la idiosincrasia ateniense y da nombre al período más glorioso de la historia de Atenas. Fue excelente político, estratega y orador. Los atenienses —y Pericles lo era— solían ser abiertos de trato y buenos conversadores frente al «laconismo» de los espartanos.

59 Il . L 501-502.

60 Ibid ., VIII 20. Desde las cimas del Ida, Zeus podía contemplar directamente el escenario de la batalla que se libraba junto a Troya. Este monte no debe confundirse con el del mismo nombre, situado en Creta y donde, según la mitología, fue criado Zeus.

61 Il . II 478.

62 Cuando en las obras dramáticas hay algo interesante que no puede traerse a escena, queda siempre el recurso a un mensajero que refiera lo que ha ocurrido lejos o fuera. Así lo hicieron los dramaturgos griegos, aunque sólo fuera porque segnius irritant animos demissa per aurem quam quae sunt oculis subiecta fidelibus (HORACIO , Arte Poética 180 s.).

63 Il . XX 248-249.

64 El lenguaje de Homero, de carácter artificial, es, en efecto, una mezcla de los más importantes dialectos en la historia de la lengua griega.

65 La misma idea en PLATÓN , Ión 534ab.

66 Cf. HOR ., Art. Poét . 180 s. HERÓDOTO (I 8) refiere cómo el rey de Sardes, Candaules, quiso convencer a Giges de la hermosura de la reina mostrándosela desnuda después de ponderársela de palabra, porque «entre los hombres se da menos crédito a los oídos que a los ojos».

67 Eris, hija de la Noche, era la diosa de la discordia y compañera de Ares, dios de la guerra. Ella fue la que, en las bodas de Tetis y Peleo, arrojó la manzana entre las diosas Hera, Atenea y Afrodita con la indicación: «Para la más hermosa.» Paris, hijo de Príamo de Troya, se la adjudicó a Afrodita.

68 Il . IV 443.

69 Los eleos son los habitantes de la Élide, región del Peloponeso, donde se encontraba el santuario de Olimpia.

70 En estos párrafos, nos ofrece Dión una síntesis de su pensamiento teológico acerca del que, en la mitología griega, es el primero y principal de los dioses, «Padre de los dioses y de los hombres» (HESÍODO , Teogonia 47; EPICT ., Plát . 1 19, 12; y cf. Il . I 503; etc.).

71 Según ANTÍSTENES (en DIÓGENES LAERCIO , VI 12): «nada es extraño para el hombre sabio».

72 Este párrafo está lleno de resonancias homéricas: Zeus es el que con sus rayos provoca guerras o tormentas (Il . X 5-8); el que despliega el arco iris como presagio de guerras (ibid ., XVII 547 s.); el que envía a navegantes y soldados una estrella (ibid ., IV 75-76); el que envía la terrible Discordia a las naves aqueas (ibid ., XI 3-4); el que pesa con su balanza la suerte de Aquiles y Héctor (ibid ., XXII 209-213), etc.

73 Las palabras «metal» y «mina» eran un solo término en griego. Las minas más famosas fueron las de plata del Laurio cerca del cabo Sunio, en la parte oriental del Ática.

74 En este fragmento de PÍNDARO (núm. 57 en Píndaro. Odas y fragmentos [B.C.G. 68], Madrid, 1984, pág. 338), se menciona ese misterioso lugar del Epiro, Dodona, donde existía un oráculo de Zeus, cuya voluntad se manifiesta por el ruido que producía «el follaje divino del gran roble de Zeus» (Od . XIV 327-330; cf. Il . XVI 233-235, y HERÓD ., II 55). Aunque también había otros modos de adivinar la voluntad del dios.

75 Hefesto, del que ya hemos hablado (cf. n. 56), forjó obras tan famosas como el cetro de Zeus, el tridente de Posidón, el escudo de Hércules y las armas de Aquiles.

76 Il . XVIII 474-475.

77 Od . XXIV 249-250.

Discursos XII - XXXV

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