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EN ATENAS: SOBRE SU DESTIERRO
INTRODUCCIÓN
Una de las víctimas de la vesania de Domiciano (51-96 d. C.) fue también Dión. Aunque tuvo la suerte de contarlo. Pero su amistad con un alto personaje de los muchos que mandó ejecutar el maniático emperador le acarreó las tristes condiciones del desterrado. Sin embargo, la situación no debió de ser excesivamente penosa para un hombre naturalmente aventurero, como fue Dión. Quizás hubo de abandonar Italia, pero le quedaban abiertas muchas puertas. Así, lo encontramos en Cícico, muy cerca de su Bitinia natal, cuyas fronteras no se atreve a traspasar (Discurso XIX 1).
Bien sea porque el destierro no le fuera particularmente molesto, bien porque ya habían pasado muchos años desde entonces, el caso es que Dión habla del destierro desde un punto de vista estoico. Y toma su destierro como pretexto o punto de partida para hacer unas reflexiones personales sobre la filosofía de la vida.
Que el destierro tiene aspectos negativos es un hecho obvio. Salir de la patria y del calor de la familia supone siempre un doloroso desgarro. El mismo Odiseo sufrió con intensidad sus consecuencias. Pero el destierro no es algo intrínsecamente malo; de lo contrario, no hubiera aconsejado el oráculo de Delfos al rey Creso que se exiliara. Y a Delfos recurrió también Dión, a quien el dios brindó nuevos alientos con su respuesta.
Salió, pues, Dión hacia su destierro con unos atavíos que hicieron a los extraños tomarlo como vagabundo, mendigo y filósofo. Esta fama determinó en cierto modo su actitud. Pues quiso realizar en su vida errante lo que la gente pensaba de él. Y, en consecuencia, vivió como filósofo. Y como filósofo enseñó que lo más importante en la vida no es ser rico o aprender las artes, las letras o los deportes, sino practicar la convivencia, salir de la vulgaridad y ser bueno y honrado. La Historia, la grande, es también en este aspecto magistra vitae , y desde la plataforma de la Historia, los grandes maestros, como Sócrates, quien en una larga intervención desarrolla las ideas contenidas en el diálogo pseudo-platónico Clitofonte .
Concluye Dión que todos los ciudadanos han de hacerse discípulos de los grandes maestros hasta que alcancen la condición de «sabios y enamorados de la justicia».
EN ATENAS: SOBRE SU DESTIERRO
Yo salí desterrado por mi reconocida amistad con un [1] hombre 1 nada mezquino, sino relacionado con los que entonces eran afortunados y poderosos, un hombre que murió por las mismas cosas por las que a muchos, por no decir a todos, parecía dichoso, es decir, por el parentesco y la familiaridad que tenía con los poderosos. El único motivo de que entonces me acusaran fue el ser amigo y consejero de aquel hombre. Pues lo mismo que los escitas 2 entierran con los reyes a sus escanciadores, cocineros y concubinas, así es costumbre entre los tiranos sacrificar por cualquier causa a otros muchos con los condenados a muerte.
Entonces, pues, cuando se tomó la decisión de enviarme [2] al destierro, yo pretendía averiguar si el destierro era realmente un trance difícil y desagradable, como opina la mayoría, o todas estas cosas representan para cada cual una experiencia distinta, como se cuenta de la adivinación que practican las mujeres en los santuarios. Pues esas mujeres toman una bola o una piedra y tratan de descubrir en ella el asunto que investigan. Y cuentan que la bola es para unas ligera, pero para otras resulta tan pesada que apenas pueden moverla del sitio.
[3] Del mismo modo, el destierro, la pobreza y, por supuesto, la vejez, la enfermedad y las demás cosas por el estilo a unos les parecen pesadas y difíciles, y a otros ligeras y fáciles de soportar. En un caso, posiblemente, porque la divinidad aligera el peso según la transcendencia del tema; en el otro, creo yo, por la fuerza y la disposición del interesado.
[4] Y me acordaba precisamente de Odiseo, quien, según Homero, se lamentaba frecuentemente de su suerte, a pesar de ser un héroe enormemente capacitado para el sufrimiento. Sin embargo, decía muchas inconveniencias y se quejaba a todas horas a la orilla del mar por la añoranza de su patria 3 . Finalmente, como dice el poeta, deseaba ver subir el humo de su tierra, aunque tuviera que morir al momento. Y no le servían de consuelo ni sus anteriores hazañas ni aquella diosa tan hermosa y tan buena que tanto lo apreciaba hasta prometerle que lo haría inmortal. Pues por encima de todas estas cosas prevalecía su añoranza y [5] su amor por la patria. Y en otra ocasión evocaba yo a Electra, cuando, en uno de los poetas posteriores, iba preguntando por su hermano con tristeza, compadecida de su destierro y diciendo algo parecido a esto 4 :
¿En qué lugar de la tierra pasa el desdichado su desdichado destierro?
A lo que aquél respondía no menos lastimosamente:
Se consume contemplando diversos rincones de la ciudad .
Y ella, a su vez, preguntaba:
¿Carece, por ventura, del sustento de cada día?
Y él le contestaba de este modo:
Lo tiene, sí, pero escaso, como desterrado que es .
Además de todo esto, recordaba yo las innumerables [6] proezas y las guerras llevadas a cabo por desterrados con el fin de poder regresar a su patria, guerras agotadoras dirigidas contra los demos y los tiranos que los habían expulsado. Pues consideraban una gloria el hecho de morir combatiendo en su propia tierra.
Todas estas consideraciones me causaban sopresa y me obligaban a ver como algo horrible e insoportable lo que me había sucedido. Pero entonces me acordé de Creso 5 , rey de los lidios, a quien ante una pequeña contrariedad le aconsejó Apolo que abandonara el poder y huyera voluntariamente al destierro, y que no sintiera ninguna vergüenza si los hombres lo tomaban por un cobarde. Éstos fueron, más o menos, los términos del oráculo:
[7] Cuando un mulo llegue a ser rey de los medos ,
entonces, lidio afeminado, al Hermo pedregoso
huye, y no te quedes ni tengas miramiento de ser cobarde 6 .
Está claro que el oráculo emplea la palabra «miramiento» en vez de «vergüenza», de acuerdo con la costumbre de los poetas, y «ser cobarde» en vez de «lo que piensa [8] la mayoría». De esto saqué la conclusión de que no siempre el destierro es molesto y perjudicial, y que el permanecer en la patria tampoco es un bien de excesivo valor. De lo contrario, Apolo no hubiera recomendado y aconsejado, por una parte, ir al destierro, mientras, por otra, prohibía tajantemente permanecer en la patria. Y ello, cuando hablaba en oráculo a un hombre en extremo solícito de los asuntos de la divinidad, que ofrecía muchísimos sacrificios y había enviado las mayores ofrendas que jamás se habían presentado en Delfos 7 .
[9] Pensando estas cosas, tomé la determinación de encaminarme [9] al santuario del dios para consultar a tan experto consejero, según la vieja costumbre de los griegos 8 . Pues si es un experto consejero en materia de enfermedades, o sobre la esterilidad —cuando a un hombre no le nacen hijos— o sobre las cosechas, no iba a ser menos en un caso como este. Y a mi consulta respondió con un oráculo extraño y nada fácil de interpretar. Pues me ordenó que continuara haciendo con toda solicitud aquello mismo en lo que estoy ocupado, como si se tratase de una actividad honrada y provechosa, «hasta que —dijo— llegues al extremo de la tierra». Ahora bien, no es fácil mentir ni encaja en las costumbres de un hombre, y mucho menos en las de un dios. Consideré, pues, que Odiseo, después de [10] tantas aventuras, no vaciló en volver a navegar empuñando los remos para seguir el consejo de Tiresias 9 , difunto ya, hasta venir a dar con hombres que no conocían el mar ni siquiera de oídas 10 . Y yo, ¿no iba a hacer lo mismo si era el dios quien me lo ordenaba?
Así, después de darme ánimos a mí mismo para no tener miedo ni vergüenza de lo que hacía, me puse un humilde vestido y, mortificándome también en las demás cosas, comencé a vagar por todas partes. Los que se encontraban [11] conmigo, al verme, me llamaban unos vagabundo, otros mendigo y algunos hasta filósofo 11 . A partir de entonces me sucedió que, poco a poco, sin pretenderlo y sin que yo tuviera gran concepto de mí mismo, recibí este nombre. Por el contrario, la mayoría de los llamados filósofos se autoproclaman a sí mismos como hacen los heraldos en las Olimpíadas. Yo, por mi parte, siendo tantos los que me llamaban filósofo, no podía oponerme ni siempre ni [12] a todos. De modo que, por fortuna, conseguí algún provecho de esa fama. Pues muchos se presentaban ante mí y me preguntaban qué era, según mi opinión, bueno o malo. De este modo me veía obligado a reflexionar sobre estos temas para poder responder a los que me preguntaban. En una ocasión hasta me pidieron que hablara desde la [13] tribuna pública. En consecuencia, tuve que hablar de los deberes de los hombres y de las cosas que, desde mi punto de vista, podían serles provechosas.
Tenía la impresión de que, en general, todos los hombres son unos insensatos y de que nadie hace lo que debe ni busca la forma de librarse de los males presentes y de su mucha ignorancia e inquietud de ánimo, con el objeto de vivir de una manera más razonable y mejor. Por el contrario, todos andan revueltos y como arrastrados del mismo modo, y casi por las mismas cosas, para conseguir dinero, fama y determinados placeres del cuerpo. Pero nadie es capaz de librarse de estas cosas ni de hacer libre a su propia alma. Lo mismo, creo yo, que las cosas que caen en un remolino se ven forzadas a dar vueltas y no pueden librarse del vértigo.
[14] Estas y otras cosas parecidas se las echaba en cara de vez en cuando a todos los demás y, en primer lugar, a mí mismo. Y, en un momento de perplejidad, recurrí a una frase antigua pronunciada por un tal Sócrates, y que no cesaba nunca él de repetir gritando con insistencia a todos y en todas partes, en las palestras y en el Liceo, en los talleres y en el ágora lo mismo que un deus ex machina 12 , como alguien ha dicho. Sin embargo, nunca [15] pretendí que fuera mía la frase, sino de quien era, y consideraba lógico que se me excusara, si no podía acordarme con precisión de todas las palabras ni de todo su contenido, sino que la decía con algunas palabras de más o de menos. Ni creo que, porque digo estas cosas que ya se han dicho muchos años antes, merezca por ello menos atención. «Porque, quizá —dije—, recibiréis por ello el mayor provecho. Pues no es razonable que las palabras antiguas, evaporándose como drogas, pierdan su vigor.»
Pues aquel Sócrates, siempre que veía a muchos hombres [16] reunidos, gritaba, entre lamentaciones y reproches, con absoluta valentía y franqueza: «¿Hacia dónde os precipitáis, hombres? ¿Ignoráis, acaso, que no estáis haciendo nada de lo que debéis, sino que andáis preocupados por las riquezas, tratando de conseguirlas a cualquier precio con el fin de poseerlas en abundancia y dejarlas en mayor cantidad a vuestros hijos? 13 . Sin embargo, todos por igual anduvisteis despreocupados de esos mismos hijos; y, antes, lo estuvisteis de vosotros que sois sus padres, pues no supisteis encontrar ni un sistema de educación ni una forma de vida conveniente y provechosa para los hombres. Con esa educación podríais usar vuestras riquezas con rectitud y justicia, y no de forma que perjudicaseis injustamente a otros. Así —lo que es más importante que las riquezas— no os haríais daño a vosotros mismos, ni a vuestros hijos, hijas, mujeres, hermanos y amigos; ni ellos os lo harían a vosotros.
[17] »Ahora bien, ¿creéis que, aprendiendo de vuestros padres el arte de la cítara, la lucha y las letras y enseñando las mismas cosas a vuestros hijos, viviréis en una ciudad más morigerada y mejor? Pero si uno reúne a los tañedores de cítara, a los profesores de gimnasia y a los gramáticos 14 que mejor conocen sus respectivas materias para fundar una nación, como en otro tiempo hicisteis vosotros en Jonia 15 , ¿qué clase de ciudad os parece que sería y cuál su forma de vida? ¿No sería mucho peor y más mezquina que la ciudad de los traficantes en Egipto, donde viven toda clase de traficantes, tanto hombres como mujeres? 16 . ¿No formarán una ciudad mucho más ridícula estos maestros de vuestros hijos a quienes me refiero, es decir, los maestros de gimnasia, de cítara y de gramática, si reciben, además, a los rapsodas y a los actores?
[18] »Pues, en efecto, todo lo que aprenden los hombres, lo aprenden, precisamente, para que, cuando surja la necesidad por la que lo han aprendido, puedan actuar según sus conocimientos. Así lo hace el timonel empuñando el timón en cuanto sube a la nave, pues para eso aprendió a pilotar. Y así también el médico, cuando se hace cargo de un enfermo, lo cura con medicinas y métodos de alimentación, pues para eso aprendió la profesión. Ahora [19] bien —continuó diciendo—, cuando hay que tomar alguna decisión en interés de la ciudad, ¿os reunís, acaso, en la asamblea y empezáis unos a tocar la cítara, otros a hacer ejercicios gimnásticos y otros a leer algún fragmento de Homero o de Hesíodo? Pues bien, estas cosas las sabéis mejor que otros y, partiendo de ellas, pensáis que vais a ser hombres honrados y que vais a poder administrar correctamente los asuntos públicos y los privados. Y ahora, con esta esperanza administráis vuestra ciudad y preparáis a vuestros hijos, para que sean capaces de tratar tanto sus asuntos particulares como los públicos, con tal de que sepan tocar discretamente a la cítara aquello de
Palas, terrible destructora de ciudades 17 ,
o se dediquen por entero a la lira. Pero, por lo que se refiere a saber lo que os conviene tanto a vosotros mismos como a vuestra patria, y a llevar en concordia una vida política y social por cauces de legalidad y justicia, sin agraviaros mutuamente ni conspirar los unos contra los otros, eso nunca lo aprendisteis ni os importó para nada. Y ni aun ahora os preocupáis de ello. Y aunque estáis viendo [20] continuamente a los actores trágicos en las Dionisíacas 18 , y compadecéis las desgracias de los personajes de las tragedias, sin embargo, nunca os habéis dado cuenta de que todos esos males no les suceden a los analfabetos ni a los que desentonan cuando cantan ni a los que desconocen el arte de la lucha. Ni os habéis fijado en que nadie representa una tragedia basándose en la vida de un pobre hombre. Por el contrario, cualquiera vería con gusto todas las tragedias que traten de los Atreos 19 , los Agamenones 20 y los Edipos 21 , los cuales poseían las mayores riquezas en oro, plata, tierras y ganados. Pues bien, hasta al más desgraciado de ellos le nació, cuentan, un cordero de [21] oro 22 . Y Támiris 23 , que tan bien conocía el arte de tañer la cítara, por atreverse a competir en música con las mismas Musas se quedó ciego y, en adelante, tuvo que abandonar el oficio de citarista. A Palamedes 24 de nada le sirvió el haber sido el inventor de las letras, para librarse de morir maltratado y apedreado por aquellos mismos aqueos que habían sido instruidos por él. Y es que, mientras eran analfabetos e ignorantes de las letras, le respetaron la vida. Pero, cuando les enseñó las letras a los demás —y a los Atridas evidentemente los primeros—, y con las letras les enseñó cómo se encienden fuegos y se cuenta el pueblo, ya que antes no sabían ni siquiera contar una muchedumbre como los pastores cuentan su ganado, entonces, al hacerse más sabios y más eficientes, lo mataron.
»Pero si creéis —dijo— que los oradores son capaces [22] de tomar decisiones y que su arte puede hacer buenos a los hombres, me sorprende que no les hayáis encomendado también las tareas de juzgar sobre los asuntos públicos, en vez de asumirlas vosotros, y que no les hayáis encargado el despacho de las finanzas, si es que los consideráis los más justos y honrados. Ahora bien, habríais actuado exactamente como si hubierais nombrado timoneles y navarcas a los remeros y a los cómitres.»
Y si alguno de los políticos y de los oradores le contestara: [23] «Cuando los persas se lanzaron con tantas tropas dos veces seguidas contra Atenas y el resto de Grecia, la primera vez al enviar el rey de Persia un cuerpo de ejército con sus generales, y la segunda al presentarse Jerjes en persona con todas sus tropas de Asia, los atenienses, educados de aquella manera, los vencieron a todos ellos y fueron en todas partes superiores, tanto en el consejo como en la lucha 25 . Pero, a pesar de todo, ¿cómo iban a poder superar a tanta multitud dotada con tantos preparativos, si no fuera porque eran superiores en valor? ¿O cómo iban a sobresalir en valor, si no era porque tenían la mejor educación de todas, y no una educación vulgar y mediocre?», [24] a quien le dijera estas cosas le respondería: «Los persas no vinieron porque hubieran recibido alguna particular educación ni porque supieran tomar decisiones sobre los asuntos públicos, sino porque se habían entrenado practicando el disparo con arco, la hípica y la caza. Y, sin embargo, entre ellos la cosa más vergonzosa era desnudarse y escupir en público. Pero aquellos entrenamientos no les iban a servir de nada. En consecuencia, no había prácticamente ningún general ni rey al frente de ellos, sino que eran innumerables miríadas de hombres, los más insensatos y desgraciados de todos. Sin embargo, había entre ellos uno solo que llevaba la tiara enhiesta y se sentaba en un trono de oro. Y él, como si fuera un dios, los empujaba a todos a la lucha. Unos se lanzaban al mar, otros montañas abajo. Y aunque azotados, llenos de miedo, tropezando unos con otros y temblando, se veían obligados a morir 26 . [25] Es lo mismo que si dos hombres combatieran, ignorantes de las prácticas de la lucha. En el caso de que uno de ellos derribara alguna vez al otro, no sería por la experiencia, sino por casualidad; incluso, si el mismo combatiente lo consiguiera hasta dos veces seguidas. Es lo que pasaba cuando los persas llegaron a las manos con los atenienses. Pues unas veces vencían los atenienses, y otras los persas; como ocurrió más adelante, cuando los persas, combatiendo al lado de los lacedemonios, llegaron hasta derribar las [26] murallas de Atenas 27 . ¿Podrías, acaso, decirme que entonces los atenienses estaban peor educados y menos instruidos en letras? Y después, en otra ocasión, cuando, bajo el mando de Conón, vencieron los atenienses en la batalla naval de Cnido 28 , ¿fue porque estaban mejor entrenados en la lucha atlética y en el canto?»
De este modo, pues, demostraba que los atenienses no recibían ninguna educación provechosa. «Y ello —dijo— les ha sucedido no sólo a los atenienses, sino también prácticamente a todos los hombres tanto en el pasado como en la actualidad.
»Además —continuó—, el no haber recibido la educación [27] adecuada y el no saber nada de lo que hay que saber, ni estar suficientemente preparado para la vida, y, sin embargo, vivir y pretender emprender así asuntos de importancia, es algo que no convence a nadie y menos todavía a los mismos interesados. Y ello, aunque suelen echar en cara a los ignorantes y a los que no tienen educación que no saben vivir correctamente. Pero son ignorantes no los que no saben tejer o trabajar el cuero, o los que son incapaces de bailar, sino aquellos que ignoran lo que debe saber el que pretenda ser un hombre bueno y honrado.»
De este modo les recomendaba que pusieran cuidado [28] en atender a sus requerimientos y que se dedicaran a la filosofía. Pues sabía que, si le obedecían, no harían otra cosa que dedicarse a ella. Ya que el procurar ser apreciado y el afanarse por ser un hombre bueno y honrado no es otra cosa que vivir como filósofo. Sin embargo, no acostumbraba a usar este nombre, sino que solamente recomendaba que los hombres procuraran ser honrados.
[29] Así pues, a aquellos hombres les decía yo casi estas mismas cosas tan anticuadas y trasnochadas. Pero como no me dejaban tranquilo ni siquiera cuando me encontraba en la misma Roma, no me atrevía a pronunciar ni una palabra por mi propia cuenta. Pues tenía miedo de hacer el ridículo y de parecer un insensato, puesto que estaba convencido de ser un anticuado y un ignorante. Por eso, me hice esta consideración:
«Vamos, hombre, si remedando tales palabras las aplicara yo a las cosas que más admiración provocan entre esta gente, y afirmara que ninguna de ellas vale la pena —ni el lujo, ni el desenfreno—, sino que lo que necesitan es una educación integral y buena, a lo mejor no se burlaban de mí por decir estas cosas ni me llamaban insensato. [30] Pero si lo hacen, podré decirles que estas palabras fueron pronunciadas por un hombre a quien los griegos todos admiraron por su sabiduría y a quien Apolo consideró como el más sabio de todos 29 . El mismo Arquelao 30 , rey de Macedonia, hombre de extensos conocimientos y que había convivido con muchos sabios, solía invitarle con dones y recompensas para poder escucharle cuando hablaba de estos temas.»
[31] Así intentaba yo también hablar a los romanos, cuando me invitaron porque creían interesante que yo les dirigiera la palabra. Y no lo hacía cogiéndolos aparte de dos en dos o de tres en tres en palestras y paseos. Pues no es posible reunirse de esta manera en aquella ciudad. Pero cuando muchos estaban ya reunidos en un mismo lugar, yo trataba de decirles que necesitaban una educación mejor y más cuidada, si querían llegar a ser felices realmente y de verdad, y no, como ocurre ahora, según el parecer de la mayoría de los hombres. Y lo comprenderán mucho mejor, si alguien les hace cambiar de opinión y se encarga de enseñarles que no merece la pena ninguna de las cosas por las que se preocupan y que tratan de poseer con todo su afán, en la idea de que cuantas más posean tanto mejor y más dichosamente vivirán. Pero, por lo que se refiere [32] a la sensatez, la hombría y la justicia, si es que las practican en serio y las asumen de corazón, hallarán en alguna parte maestros de éstas como de las demás virtudes. Y no les importará si son griegos o romanos, o si entre los escitas o los indios hay alguien que sea maestro de estas materias que digo. Pues no se trata, desde mi punto de vista, de la práctica del tiro con arco o de la hípica. Sino que, por Zeus, lo que hace falta es un médico que sepa curar las enfermedades del cuerpo a la vez que esté suficientemente capacitado para sanar las del alma, un médico que pueda librar del desenfreno, de la codicia y de otras enfermedades por el estilo a los que están dominados por ellas. Ahora bien, un médico así conviene tomarlo y llevarlo [33] consigo después de convencerlo por la fuerza de la razón o de la amistad. Pues a un hombre como ése no es posible convencerlo ni con dinero ni con otra clase de regalos. Y después de colocarlo en la acrópolis 31 , hay que obligar por decreto a que tanto los jóvenes como los ancianos frecuenten su compañía, hasta que todos, convertidos en sabios y enamorados de la justicia, desprecien el oro y la plata, el marfil y los ricos alimentos, los perfumes y los placeres carnales. Entonces vivirán felices dominándose a sí mismos ante todo y sobre todo, y luego, gobernando a los demás hombres.
[34] «Pues, entonces —dije—, vuestra ciudad será grande, fuerte y verdaderamente poderosa, ya que en la actualidad su grandeza resulta sospechosa y no del todo segura. Porque —añadí— cuanto mayor sea entre vosotros la hombría, la justicia y la sensatez, tanto menor será la cantidad de plata y oro, de objetos de marfil y ámbar, de cristal, cidro, ébano, de adornos mujeriles, de bordados, afeites y, en una palabra, de las cosas que en vuestra ciudad son [35] más apreciadas y objeto de emulación. Entonces necesitaréis pocas de ellas, y cuando hayáis llegado a la cima de la virtud, ya no necesitaréis ninguna. Habitaréis en casas más pequeñas y mejores, y no tendréis que alimentar a tanta muchedumbre de esclavos perezosos y totalmente inútiles. Y lo más paradójico de todo: cuanto más piadosos y religiosos os hagáis, tanto menores serán las ofrendas de incienso, de perfumes y de guirnaldas; ofreceréis menos sacrificios y menos costosos, y la cantidad de gente que [36] ahora vive a costa vuestra será mucho menor. Toda la ciudad, en fin, como una nave a la que se aligera de lastre, saldrá a flote y será mucho más ágil y segura. Veréis cómo la Sibila y Bacis 32 os profetizan estas mismas cosas, ya que se trata de dos excelentes profetas y adivinos. Pero tal como están las cosas en la actualidad por la gran cantidad de riquezas que de todas partes afluyen a este lugar único, domina el lujo y la ambición. Por eso, ocurre lo mismo que cuando Aquiles, después de adornar la pira de Patroclo con abundante leña, con muchas telas, vestidos y, además, con grasas y aceites, derramando libaciones y prometiendo sacrificios, rogaba a los vientos que vinieran a prender fuego y a consumirlo todo 33 . Pues tales cosas [37] son igualmente a propósito para excitar la insolencia y el desenfreno de los hombres.»
Sin embargo, yo no les decía que les resultara difícil ser educados, «puesto que en lo demás, les decía, habéis aprendido todo lo que os propusisteis, aunque no fuerais por eso mejores que nadie». Me refiero a la hípica, la lucha con arco, la infantería pesada...
1 Domiciano (51-96 d. C.), según SUETONIO (Domitianus 10), mandó ejecutar por razones realmente ridículas a varios notables, entre ellos, a un primo hermano suyo, de nombre Tito Flavio Sabino, que pudo ser muy bien el «hombre nada mezquino» mencionado por Dión.
2 Eran un pueblo del SE. de Rusia, que ocupó las regiones situadas al N. del mar Negro. Tuvieron relaciones culturales y comerciales con los griegos. En Atenas, los esclavos escitas desempeñaban las funciones de policía.
3 Odisea 1 48-59; V 82-84, 151-158. Odiseo, retenido por la ninfa Calipso, añoraba su patria y su hogar.
4 EURÍPIDES , Electra 233-236.
5 Rey de los lidios y hombre proverbialmente rico. Sometió las ciudades griegas del Asia Menor a su poder y mantuvo intensas relaciones con ellas. Hacia el 550 a. C., su reino y su persona cayeron en manos de Ciro, fundador del Imperio Persa, quien le perdonó la vida en memoria de una antigua conversación de Creso con Solón (HERÓDOTO , I 30-33, 86).
6 Ibid ., 55.
7 El oráculo de Apolo en Delfos era la suprema instancia de cualquier asunto griego, ya de índole pública, ya de índole particular. El santuario recibía generosos donativos de sus devotos por sus aciertos reales o provocados. Una inscripción de Delfos nos informa de que había tarifas diferentes para los asuntos públicos (7 dracmas y 2 óbolos) y para los privados (4 óbolos). Previa purificación en la fuente de Castalia, el peregrino entraba por los Propileos y subía por la vía sagrada hasta el templo del dios. Allí una sacerdotisa, sentada sobre el trípode sagrado, recibía el oráculo que luego interpretaban los sacerdotes.
8 Entre otros devotos de Delfos, hemos de recordar a Creso, quien había hecho espléndidos regalos al santuario. Los delfios lo retribuyeron con privilegios particulares.
9 Célebre adivino de Tebas que se quedó ciego por haber sorprendido a Atenea en el baño, o porque, según la tradición, dio la razón a Zeus en una disputa conyugal con Hera. Mencionado en Od . X 492, 524, XI 139, etc., es el adivino que interviene en la solución de la tragedia de SÓFOCLES , Edipo Rey 300 ss.
10 Od . XI 119 s.
11 Esta reacción popular demuestra que la apariencia de Dión se apartaba de los cánones considerados como normales. Además, «filósofo», como insulto, significaba algo así como extravagante.
12 Cf. PSEUDO -PLATÓN , Clitofonte 407a, y PLATÓN , Crátilo 425d. ARISTÓTELES advierte en la Poética (1454ab) que el desenlace debe surgir de la acción, y no ser traído por medio de una forzada intervención divina. Cf. HORACIO , Arte Poética 191 s.
13 Cita casi textual de PS .-PLAT ., Clit . 407a-b.
14 Estos tres educadores, el gramático, el citarista y el paidotriba, estaban al frente de los tres campos en que se dividía la educación griega tradicional: lectura, escritura, cálculo (gramático), canto y manejo de un instrumento (citarista), educación física (paidotriba).
15 Región litoral del Asia Menor que mira al mar Egeo y que fue colonizada por los jonios hacia el 1100-1000 a. C. Fue el centro de una intensa actividad intelectual y científica, y de una cultura que se forjó en centros tan prósperos como Éfeso y Mileto, o en islas como Samos y Quíos.
16 Se trata de Náucratis, colonia fundada el 610 a. C. por Mileto en el brazo más occidental (Canóbico) del Nilo. Fue el principal punto de contacto entre las culturas de Egipto y Grecia. En la época helenística su importancia se desplazó a Alejandría.
17 Fragmento de un poeta lírico —Lamprocles —, citado por ARISTÓTELES , Nubes 967, en un contexto sobre la educación.
18 Había varias fiestas en honor de Dioniso. Las más importantes eran las Grandes Dionisíacas o fiestas de primavera (marzo) en las que se celebraban los certámenes de tragedias.
19 Atreo, padre de Agamenón y Menelao, vio su familia ensangrentada por horribles crímenes. Maldito por su padre Pélope, se refugió en Micenas, donde llegó a ser rey. La tumba mejor conservada de Micenas, de estilo de colmena, lleva el nombre de «Tesoro de Atreo».
20 Agamenón, rey de Micenas, fue el generalísimo de los griegos que combatieron contra Troya. Al regresar, fue muerto por su esposa Clitemestra.
21 Edipo (de pies hinchados) es el héroe de las tragedias de Sófocles Edipo Rey y Edipo en Colono . Mató a su padre Layo y se casó con su madre Yocasta, como ya había anunciado el oráculo de Delfos.
22 La leyenda cuenta que lo que le nació a Atreo fue un cordero con vellocinos de oro, gracias a los cuales fue rey de Micenas. Pero los vellones fueron motivo de hondas enemistades familiares, una de cuyas consecuencias fue la muerte del propio Atreo a manos de su sobrino Egisto.
23 Támiris, cantor tracio, presumía de que cantaba mejor que las Musas. Castigado por ellas, fue privado de la vista y de la voz; cf. Ilíada II 595.
24 Palamedes tuvo fama de sabio y sagaz. Se le atribuye la invención del faro, la balanza, los dados, las letras del alfabeto, etc. Acusado de traición por Odiseo, fue condenado a muerte en Troya.
25 La primera de estas expediciones acabó con la victoria de los atenienses sobre los persas en Maratón (490 a. C.). La segunda, dirigida por Jerjes en persona, fue derrotada en las batallas de Salamina (480 a. C.) y Platea (479 a. C.).
26 Es la expresión de la opinión tradicional que los griegos, libres y organizados racionalmente, tenían de los persas, sometidos al poder absoluto de su rey como esclavos masificados.
27 Los persas estuvieron siempre atentos a los asuntos griegos, y se pusieron del lado de la potencia que parecía garantizar un equilibrio que los favorecía. Por eso, se inclinaron unas veces del lado de Esparta y otras del lado de Atenas.
28 Conón, el único general que se salvó del desastre de Egospótamos, venció junto a Cnido a la flota espartana. Conón combatía entonces al servicio del Rey de Persia. Era el año 394 a. C. Como Sócrates murió el 399 a. C., no es posible que pudiera hacer alusión alguna a la batalla de Cnido.
29 PLATÓN , Apología 21a-b.
30 Arquelao, rey de Macedonia del 413 al 399 a. C., fomentó la helenización de su país llamando a su corte a sabios y artistas griegos.
31 En la acrópolis o ciudadela solían estar los edificios públicos más importantes, desde donde se dirigían los destinos de la ciudad. Sus murallas la protegían en tiempos de guerra.
32 Sibila es el nombre que se daba a las profetisas, muchas de las cuales tuvieron nombre propio. Los profetas masculinos recibían el nombre de Bacis.
33 Il . XXIII 161-177, 192-216.