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ОглавлениеSOBRE LISIAS
SINOPSIS
Lisias (Atenas, c. 458-380 a. C.) era hijo de Céfalo, un acaudalado meteco originario de Sicilia, amigo de Sócrates y Pericles. A los quince años Lisias marcha a Turios (Magna Grecia), donde se forma como orador. Tras el desastre de Sicilia es expulsado de Turios, como todos los atenienses, y de nuevo regresa a Atenas cuando contaba cuarenta y seis años. Allí se dedicó a impartir clases de retórica y a escribir discursos de diverso género, como el discurso sobre el amor que en el Fedro platónico comentan Sócrates y Fedro. Pero de nuevo se vio obligado a abandonar Atenas durante la tiranía de los Treinta, hasta que, restaurada de nuevo la democracia, vuelve del exilio y consigue por breve tiempo la ciudadanía. Denuncia entonces a Eratóstenes por el asesinato de su hermano Polemarco: quizá fue el único discurso que pronunció, y probablemente sin éxito; no obstante, consigue con él gran fama como orador y se dedica desde entonces a escribir discursos para otros, convirtiéndose en el más reputado logógrafo de Atenas. Conservamos treinta y cinco discursos de los cuatrocientos veinticinco que se le atribuían, casi todos judiciales, aunque solo doscientos treinta y tres serían suyos; y se decía que perdió sólo dos procesos (cf. § 17, 7; Ps.-Plutarco, Vidas de los diez oradores 836A). Para más detalles sobre Lisias remitimos a la introducción, traducción y notas de J. L. Calvo Martínez, Lisias I y II, Madrid, 1988-1995, núms. 122 y 209 en esta mismax colección.
El primero que hizo una crítica de Lisias, entre palos y alabanzas, fue Platón, que elogia de su estilo la elección de las palabras, la capacidad de agradar y el que cada enunciado esté bien pulido y expresado con claridad, densidad y exactitud; pero le reprocha defectos en la organización del discurso y en la invención, pues Lisias se repite, deja cosas por decir, dice otras que son simples puerilidades y, en resumen, posee un estilo humilde; además Platón tampoco está de acuerdo con el contenido y, por si fuera poco, lo considera muy inferior al joven Isócrates (cf. Fedro 234c-e, 257c, 264b y 278e). Aristóteles cita dos pasajes de Lisias, aunque no se digna a nombrarlo (cf. Retórica 1399b 16 y, como broche final, el último párrafo de la Retórica , que son las mismas palabras con las que Lisias termina el discurso Contra Eratóstenes : Retórica 1420a 8 = Contra Eratóstenes XII 100); sin embargo, parece que Aristóteles sí nombró alguna vez a Lisias (cf. Cicerón, Bruto 48). Su discípulo Teofrasto mantiene esa opinión negativa y acusa a Lisias de artificiosidad, algo que Dionisio rechaza por basarse en un discurso que no era de Lisias (§ 14, 1-2). Frente a estos juicios negativos sobre Lisias se alza la voz de Cecilio de Caleacte, que ponía a Lisias por encima de todos los demás autores y lo consideraba superior a Platón en todo, quizá porque era el responsable de la mala opinión que muchos se habían formado sobre Lisias; pero recibió una réplica contundente de parte del Ps. Longino, que lo consideró muy inferior a Platón (cf. Ps. Longino, Sobre lo sublime 32, 8; 35, I).
Dionisio sigue en este tratado la opinión de Cecilio, aunque luego la modificará y pondrá por delante de Lisias y de todos los demás prosistas a Demóstenes, coincidiendo así con Cicerón, que consideraba a Lisias un orador casi perfecto, solo superado por Demóstenes (cf. Bruto 35; Sobre la mejor clase de oradores 10). En opinión de Dionisio, Lisias posee el estilo ideal, pues su expresión reúne las principales virtudes: pureza, claridad, sencillez, gracia… Es el mejor de los prosistas griegos, o al menos ninguno le aventaja en las principales virtudes. Supera a Dinarco en gracia, persuasión, etc. (cf. Din . 7, 1-2); a Isócrates en el uso del lenguaje no figurado (§ 3, 10), y en la confrontación entre ambos se muestra superior (cf. Isóc . 11); también supera a Platón en pureza de lenguaje (§2, 1); a Tucídides en pureza de lenguaje (§ 2, 1), en claridad (§ 4, 2) y en el uso del lenguaje no figurado (§ 3, 6-7); y a Demóstenes en claridad (§ 4, 2) y en la sencillez con que emplea la densidad (§ 6, 4). Lisias también es el mejor en el exordio, en la narración y en la argumentación (§§ 17 - 19). Pero la virtud característica y sobresaliente del estilo de Lisias es la gracia (§ 10, 3 ss.). Sin embargo, Lisias se muestra inferior a los demás en la distribución de las ideas (§ 15, 6) y a la hora de mostrar pasiones en los personajes o provocarlas en el público (§§ 13, 4; 19, 5-6); y en cuanto a los discursos no judiciales sólo es superado por Isócrates y Demóstenes (§ 28, 2). Más adelante es Demóstenes el que supera en todo a Lisias, incluso en la gracia (cf. Dem . 13, 7-8).
El esquema de este tratado, muy próximo al esquema ideal que ofrecíamos en la Introducción (apartado 4), es el siguiente:
1. Vida de Lisias (§ I).
2. Virtudes de la expresión de Lisias (§§ 2 - 14):Pureza de lenguaje (§ 2), lenguaje no figurado (§ 3), claridad (§ 4, 1-3), concisión (§§ 4, 4 - 5, 2), densidad (§ 6), viveza en la descripción (§ 7), caracterización de los personajes (§ 8, 1-4), espontaneidad muy trabajada (§ 8, 5-7), adecuación (§ 9), credibilidad (§ 10, 1-2) y gracia (§§ 10, 3 - 13, 1); recapitulación de virtudes y defectos (§ 13, 2 - 5); réplica a Teofrasto (§ 14).
3. Virtudes en el tratamiento de los hechos (§ 15):
a) La invención (§ 15, 1-3).
b) La ordenación de las ideas (§15, 4).
4. Géneros del discurso y sus partes (§16 - 20):
a) Géneros: judicial, deliberativo y epidíctico (§ 16, 1-3).
b) Partes del discurso (§ 16, 4-5): exordio (§ 17), narración (§ 18), argumentación (§ 19, 1-5) y epílogo (§ 19, 6); ratificación sobre el estilo de Lisias (§ 20, 1).
6. El discurso judicial (§§ 20, 2 - 27, 29): Lisias, Contra Diogitón .
7. El discurso epidíctico (§§ 28 - 30): Lisias, Discurso olímpico .
8. El discurso deliberativo (§§31 - 33): Lisias, Sobre la constitución .
9. Fin del tratado para comenzar el Isóc . (§ 34).
SOBRE LISIAS
Vida de Lisias
Lisias, hijo de Céfalo 1 , era de familia [1 ] siracusana, pero nació en Atenas, donde su padre era meteco. Allí se educó con los más ilustres de los atenienses 2 . A los quince años navegaba [2] con sus dos hermanos 3 a Turios 4 para incorporarse a la colonia que estaban fundando los atenienses y el resto de Grecia doce años antes de la guerra del Peloponeso 5 . En esa ciudad vivió y adquirió gran prosperidad como ciudadano, hasta que sobrevino a los atenienses el desastre de Sicilia 6 . [3] Después de aquella conmoción el pueblo se rebeló y Lisias, acusado de favorecer la causa de Atenas, es expulsado junto [4] con otros trescientos. Así pues, regresa de nuevo a Atenas durante el arcontado de Calias 7 , cuando contaba cuarenta y siete años —esta sería la edad más verosímil 8 —. Desde entonces vivió y ejerció su actividad profesional en Atenas. [5] Escribió la mayoría de los discursos para los tribunales y para las sesiones del Consejo y de la Asamblea, todos de excelente composición; pero también compuso panegíricos, discursos amatorios y epistolares 9 . Con ellos borró la fama tanto de los oradores que le habían precedido como la de sus contemporáneos. Y, en cuanto a sus sucesores, no se dejó sobrepasar por muchos, pues sobresalió en todas las clases de discursos, incluso en las inferiores, ¡por Zeus!
Con qué estilo 10 escribe, qué virtudes ha aportado, en [6] qué es mejor que sus contemporáneos o dónde se muestra inferior y qué hay que tomar de él, ahora ya intentaré explicarlo.
Primera virtud:pureza de lenguaje
Es muy puro 11 en el lenguaje: el [2 ] mejor modelo del dialecto ático; pero no del arcaico que utilizaban Platón 12 y Tucídides 13 , sino del que se hablaba en su tiempo, según se puede deducir por los discursos de Andócides 14 , de Cridas 15 y de muchísimos otros. En este apartado, que precisamente es el primero [2] y más importante en un discurso —me refiero a la pureza del dialecto—, ninguno de los oradores posteriores le superó: muchos ni siquiera fueron capaces de imitarlo, con la sola excepción de Isócrates 16 . A mí al menos este me parece, junto con Lisias, el más puro de todos en el empleo de [3] las palabras. Si tuviera que elegir una sola virtud, esa sería la que encuentro en nuestro orador digna de ser emulada e imitada; y aconsejaría a los que quieran hablar o escribir en un ático puro que tengan a nuestro hombre como paradigma de esta virtud.
Segunda virtud:lenguaje no figurado
[3 ] Hay otra segunda virtud, y no inferior a esta, que muchos de sus contemporáneos trataron de emular; pero nadie la empleó con mayor dominio. ¿Cuál es esa virtud? La de saber expresar los pensamientos utilizando palabras comunes y corrientes con su significado propio 17 : muy rara vez podría [2] uno encontrar a Lisias recurriendo al lenguaje figurado. No solo es digno de alabanza por esto, sino también porque, utilizando los vocablos más comunes y sin acudir a los recursos poéticos, logra que los hechos adquieran un aspecto grave, distinguido e importante.
[3] Sin embargo, no era ese el gusto de sus predecesores 18 , pues, para añadir cierto ornato al discurso, forzaban la lengua habitual y caían en el lenguaje poético: utilizaban muchas metáforas, hipérboles y demás figuras de dicción e impresionaban ai hombre corriente introduciendo palabras dialectales y extranjeras y expresiones inusitadas, conseguidas mediante alteraciones e innovaciones en las formas de expresión habituales. Esto es evidente en Gorgias de Leontinos [4] 19 , que, al emplear a menudo una ornamentación muy cargante y ampulosa, hace que muchos pasajes no suenen muy diferente de algunos ditirambos 20 . Entre sus discípulos también escribieron así los seguidores de Licimnio y Polo 21 .
El lenguaje poético y figurado se impuso también entre [5] los oradores atenienses y, según afirma Timeo 22 , comenzó con Gorgias, cuando vino como embajador a Atenas e impresionó al auditorio con su discurso ante la Asamblea. Pero lo cierto es que ese estilo, de algún modo, ya era admirado [6] antes. Por ejemplo, Tucídides, el más genial de los historiadores, utilizó recursos poéticos en el discurso fúnebre y en las arengas 23 , y alteró en muchas ocasiones el modo de la expresión para caer en la ampulosidad, a la vez que adornaba el discurso con los más extraños vocablos.
[7] Lisias no practicó nada de esto, al menos en sus escritos serios —los discursos judiciales y deliberativos—, aunque tal vez sí en los panegíricos. En cuanto a los escritos epistolares, de cortesanas 24 y demás composiciones que escribió [8] como diversión, nada tengo que decir. Así, aunque la mayoría de las veces parece utilizar expresiones corrientes, ¡cuánto se aparta del lenguaje corriente y qué magnífico poeta del discurso es! Al quedar la expresión libre del rigor métrico descubrió una armonía 25 particular del discurso que embellece y suaviza las palabras, pero sin caer en un estilo ampuloso y cargante.
Aconsejo a quienes aspiren a expresarse de la misma [9] manera que aquel, que tomen de nuestro orador esta segunda virtud. Hubo muchos historiadores y oradores que emularon [10] esa forma de expresión; pero de los antiguos el que más cerca estuvo de dominarla, detrás de Lisias, fue el joven Isócrates, de la siguiente generación. Uno no podría citar, por más lejos que busquemos, a otros oradores, además de a estos dos, que hayan demostrado tanto vigor y dominio en el empleo de las palabras corrientes con su significado propio.
Tercera virtud: la claridad
La tercera cualidad que descubro [4 ] de nuestro hombre es la claridad, no, solo en las Palabras sino también en los hechos —que también hay una claridad en la exposición de los hechos es algo que no muchos conocen—. Pero, si tomamos la expresión [2] de Tucídides y Demóstenes, los más hábiles en el arte de narrar los acontecimientos, yo compruebo que muchos pasajes son para nosotros equívocos, oscuros y necesitan comentaristas. Sin embargo, toda la expresión de Lisias es nítida y clara, incluso para aquel que se considera un lego en el lenguaje retórico. Si la claridad la hubiese logrado por [3] su exigua capacidad literaria, no sería digna de aprecio. Pero la riqueza de palabras empleadas con su sentido propio, que en él son tan abundantes, demuestra que esta es una virtud. De modo que es empresa digna emular su claridad.
La brevedad
También debe imitarse su maestría [4] para expresar los pensamientos con brevedad, además de con claridad, siendo ya por naturaleza una tarea difícil el reunir ambas virtudes y combinarlas en la justa medida: es ahí donde Lisias ha demostrado no ir a la zaga de nadie. Aquellos que manejan los discursos de nuestro hombre nunca habrán tenido la impresión de que Lisias incurra en la inoportunidad o en la oscuridad. [5] La causa es esta: en sus escritos los hechos no son esclavos de las palabras, sino que las palabras están al servicio de los hechos; y no es forzando el lenguaje habitual como consigue el embellecimiento de la expresión, sino haciendo que imite los hechos 26 .
[5 ] Ahora bien, no es que Lisias sea así en cuanto a la expresión lingüística pero intempestivo y prolijo en los hechos, sino que, por el contrario, nadie hay que comprima y condense tanto los pensamientos como Lisias. Hasta tal punto se abstiene de decir algo que no sea necesario, que incluso podría parecer que se deja muchas cosas importantes sin decir. Pero, ¡por Zeus!, no lo hace por escasez de recursos para la invención, sino por ajustarse al tiempo, al que ha [2] de someterse todo discurso. Es tan breve que para un particular que quiera limitarse a exponer los hechos resulta suficiente, pero para un orador que pretenda demostrar la superioridad de su talento no resultaría un modelo adecuado. Así pues, se debe imitar también la brevedad de Lisias, pues no podríamos encontrar en otro orador una brevedad más ajustada.
La densidad
Tras éstas encuentro una virtud en [6 ] Lisias muy admirable, que, según Teofrasto 27 , Trasímaco 28 fue el primero en emplear; pero yo creo que fue Lisias. Pues al menos a mí me parece que este fue anterior a aquel en el tiempo, aunque admito que ambos florecieron en la misma época; y, si no se me concede esto, afirmo que sí le superó en el tiempo que se dedicó a los debates reales 29 . Sin embargo, no puedo asegurar [2] en el momento actual quién de los dos fue el primero en utilizar esta virtud; pero que Lisias se distinguió más en ella, eso lo podría proclamar abiertamente.
¿Cuál es la virtud a que me refiero? A la expresión que [3] sintetiza los pensamientos y los expone de forma condensada, y que es muy adecuada y necesaria en los discursos judiciales y en todo debate real. Pocos imitaron esta virtud, aunque [4] Demóstenes incluso le sobrepasó; pero no la utilizó de una manera tan simple y sencilla como Lisias, sino de un modo más retorcido y acerbo 30 . ¡Quede dicho así, pues así pienso! Pero sobre eso hablaré en el momento oportuno 31 .
Viveza en la descripción
[7 ] Tiene también mucha viveza la expresión de Lisias. Se trata de una especie de fuerza que lleva las palabras hasta los mismos sentidos del oyente, y se produce cuando la situación se percibe [2] como algo real. Quien ponga de verdad su atención en los discursos de Lisias no será tan torpe, ni tan corto ni tan tardo de mente, como para no creer estar viendo como reales los hechos que se describen, hasta el punto de que creerá dialogar, como si estuvieran presentes, con aquellos personajes [3] que el orador vaya presentando. No encontrará en ellos nada chocante, ya actúen, sufran, piensen o hablen. Pues de todos los oradores Lisias es el mejor a la hora de escudriñar la naturaleza humana y de asignar a cada uno las pasiones, el carácter y el comportamiento más convenientes.
La caracterización .
[8 ] Le otorgo a él también la más preciada de las virtudes, llamada por muchos caracterización 32 . Pues, en una palabra, no puedo encontrar en este orador ningún personaje que no refleje carácter y vida. Y, [2] aunque tres son las virtudes con las cuales, y entorno a las cuales, se crea la caracterización —pensamiento, lenguaje y, en tercer lugar, la disposición de las palabras—, en todas ellas descubro cómo acierta siempre. En efecto, cuando hablan [3] los personajes, no solo los presenta discurriendo honesta, justa y comedidamente, de modo que parezca que las palabras son consecuencia de sus caracteres, sino que también los dota de una forma de hablar apropiada a sus caracteres, con la que de forma natural muestran lo mejor de sí mismos; y siempre la expresión es clara, propia, común y la más familiar para todos, porque la ampulosidad, las expresiones extrañas y todo lo que surge de la artificiosidad es contrario a la caracterización. Y basa este modo de expresión en la [4] sencillez y la simplicidad, consciente de que el carácter no se crea con oraciones complejas ni con ritmos métricos, sino con frases informales. En resumen, para definirme también sobre esta virtud, no sé si algún otro de los oradores que utilizaron en el discurso ese tipo de construcción sintáctica aunó más agrado y credibilidad.
Espontaneidad muy trabajada .
Da la impresión, en efecto, de que [5] el estilo con el que Lisias compone 33 las frases carece de elaboración y de técnica; y no me asombraría nada si todas las personas corrientes, y no pocas de las que son amantes de la literatura pero están poco familiarizadas con la retórica, se forjaran esta opinión: que Lisias dispone las palabras no tras una elaboración previa y siguiendo una técnica, sino de forma espontánea y al azar. [6] Sin embargo, su estilo está más elaborado que cualquier otra obra de arte. Esa aparente falta de trabajo es fruto de un largo trabajo, esa sintaxis suelta ha sido bien atada, y en el hecho mismo de que parezca que no compone hábilmente [7] reside su habilidad. Si alguien quiere aprender a reflejar la realidad y llegar a ser un imitador 34 de la naturaleza, no se equivocaría si acude a la forma de componer las frases de Lisias, pues no podrá encontrar otra que refleje mejor la verdad.
La adecuación
[9 ] Creo también que el estilo de Lisias posee la virtud de la adecuación 35 en un grado no menor que los demás oradores antiguos: y esa es la primera de todas las virtudes y la más perfecta; y la veo aplicada convenientemente al que habla, a los que escuchan y a los hechos —pues es en estos tres ámbitos, [2] y con respecto a ellos, como se aplica la adecuación—. Pone en boca de los personajes el lenguaje propio de su edad, familia. profesión, educación, modo de vida y demás aspectos en los que unas personas difieren de otras; y también mide cuidadosamente lo que se dice al oyente, porque no se dirige del mismo modo a un juez que a un asambleísta o a una [3] multitud festiva; y, por último, la expresión adquiere en él [4] formas diferentes según qué aspecto de los hechos narre. En el comienzo del discurso la expresión es contenida y fiel retrato del carácter de los personajes; en la narración, convincente y sin artificios; en la demostración, condensada y sólida; en los momentos de enardecimiento y pasión, grave y sincera; y en la recapitulación, informal y concisa.
También se debe tomar de Lisias la adecuación de la expresión. [5]
La credibilidad
Que es convincente y persuasiva, [10 ] que parece muy natural y que posee todas las cualidades propias de tal clase de expresión, quizá no hay que recordárselo a los que lo saben. Pues esto [2] ya era conocido por todos y no hay nadie que, bien por propia experiencia bien por saberlo de oídas, no reconozca que este es el más convincente de todos los oradores 36 . De modo que hay que tomar de Lisias también esta virtud.
La gracia
Muchas cosas buenas podría decir [3] sobre el estilo de Lisias —un estilo que si alguien lo tomara e imitara mejoraría sin duda su forma de expresión—; pero por premura de tiempo 37 dejaré las demás cualidades para explicar una sola virtud que yo juzgo la más bella y principal, y la única, por encima de todas las demás, capaz de hacernos reconocer con seguridad el estilo de Lisias. Me refiero a aquella en la que nadie [4] de los oradores posteriores le superó, aunque muchos la imitaron, y solo por esta virtud unos se consideraban superiores a los otros, aunque en lo demás poseyeran el mismo talento literario. Sobre esto, si ha lugar, hablaré en el lugar adecuado 38 .
[5] ¿Cuál es esta virtud? La gracia que brota de todas sus palabras. ¿Y qué es la gracia? Un hecho más poderoso y admirable que todo lo que podamos decir de ella. Es muy fácil de ver y evidente por igual para el profano como para el artista; pero es la más difícil de explicar con palabras: ni siquiera resulta sencillo para los que saben expresarse perfectamente 39 .
[11 ] De modo que si alguien pretendiera que se le explicase con palabras esta cualidad y saber en qué consiste, no tardaría en reclamar también la definición de otros muchos y [2] hermosos conceptos difíciles de expresar con palabras. Por ejemplo, si hablamos de la belleza de los cuerpos, ¿qué es eso que llamamos lozanía?; o si de la melodía de las canciones y la conjunción de las voces, ¿cómo se definiría lo armónico?; o si de la sincronización de los tiempos, ¿cómo definiríamos el orden y la belleza rítmica?; y, resumiendo, en toda obra o actuación, ¿qué es lo que llamamos oportunidad [3] y proporción? Cualquiera puede comprender cada una de estos hechos con su sensibilidad, pero no mediante palabras. Precisamente por eso los músicos aconsejan a los que quieren distinguir las armonías que no pasen por alto ni siquiera la diesi 40 , que habitúen el oído y que no busquen otro criterio más seguro que este. También yo propondría a los [4] que leen a Lisias y quieran saber cuál es esa gracia que hay en sus escritos que se ejerciten del mismo modo: con el tiempo, el prolongado contacto con sus escritos y la percepción irracional desarrollarán esa sensibilidad irracional 41 .
La gracia, sello de autenticidad
Al menos yo elijo esta virtud como [5] la mejor y más característica del estllo de Lisias, importa si decimos que es una cualidad feliz de su naturaleza, el resultado del trabajo y del dominio técnico, la posesión asociada de ambas o simplemente una capacidad con la que supera a todos los demás oradores. Cuando estoy en apuros con alguno de los discursos que se [6] le atribuyen y no me resulta fácil dar con la verdad mediante otras señales, acudo a esta virtud para dar mi voto decisivo. Entonces, si me parece que las gracias de su estilo adornan [7] el escrito, doy por hecho que es producto del alma de Lisias y considero que ya no merece la pena seguir examinando otras virtudes. Pero si, por el contrario, el estilo peculiar de [8] la expresión carece de placer y encanto, dudo y sospecho que el discurso sea de Lisias. Pero no fuerzo mi sensibilidad irracional por muy admirable que me parezca el discurso en las demás virtudes o muy primorosa la elaboración; pues creo que son muchos los que pueden escribir bien, aunque cada uno según el estilo peculiar que le es propio —en esto hay muchas variedades—; pero escribir con gusto, gracia y encanto sólo es patrimonio de Lisias.
[9] No utilizo otro indicio mejor que el de comprobar si las [12 ] cosas dichas por él han sido expresadas con deleite. Así, muchos de los discursos que se le atribuyen y que son considerados auténticos por la mayoría —como que están entre los muy genuinos de Lisias—, aunque en lo demás no tienen nada extraño, sin embargo, porque no desprenden la gracia de Lisias ni poseen la agradable sonoridad de su estilo, me parecieron sospechosos y, tras hacerlos pasar por esta prueba, consideré que no eran de Lisias.
Los discursos sobre Ifícrates
[2] Entre ellos está el Sobre la estatua de Ifícrates 42 , un discurso que yo sé clue muchos considerarían paradigma [3] y modelo de su talento literario. Pero ese discurso, que parece vigoroso por sus vocablos y abrumador por los argumentos y que, por lo demás, contiene otras muchas virtudes, es un discurso sin gracia y falta mucho para que veamos en él la voz de Lisias. [4] Especialmente se me hizo evidente que no fue escrito por aquel orador cuando computé los años 43 . Pues si partimos de que Lisias murió a los ochenta años, durante el arcontado de Nicón o de Nausinico 44 , entonces la muerte del orador se habría producido exactamente siete años antes de que se presentara la denuncia contra el decreto de la Asamblea. Pues fue después del arcontado de Alcístenes 45 —durante [5] ese arcontado los atenienses, los lacedemonios y el Rey 46 firmaron la paz 47 — cuando Ifícrates, después de entregar el mando del ejército, se convierte en un ciudadano particular y surgía entonces la cuestión sobre la estatua. Por consiguiente, Lisias había muerto siete años antes de la denuncia, es decir, murió antes de que se le entablara este proceso a Ifícrates.
El mismo procedimiento adopté en la Defensa de Ifícrates 48 , [6] atribuida también a Lisias: no sospeché de la paternidad de Lisias por lo absurdo del relato o la pobreza del vocabulario, sino porque no florecía en él la gracia de Lisias. En efecto, al contrastar las fechas encontré que fue compuesto no unos pocos años después de la muerte de orador, sino veinte años enteros. Pues fue durante la Guerra de los [7] Aliados 49 cuando Ifícrates está pleiteando contra aquella denuncia que conllevaba una multa elevadísima y está sometido a la rendición de cuantas por su generalato, como se desprende claramente por el propio discurso. Pero esa guerra acaece durante los arcontados de Agatocles y Elpines 50 .
[8] ¿Quién es el autor de los discursos sobre la estatua y sobre la traición? No puedo decirlo con seguridad. Pero que ambos son de un mismo autor, podría afirmarlo y aportar muchos indicios; pues encuentro en ambos las mismas preferencias literarias y la misma fuerza, cuestiones sobre las [9] que ahora no es el momento de debatir. Conjeturo que los dos son de Ifícrates, pues, si en la guerra era un hombre temible, en los discursos no era desdeñable; y la expresión en ambos es muy vulgar y cuartelera, y no revela tanto sagacidad retórica como arrogancia y fanfarronería militar. Pero sobre estas cuestiones se hablará en otro lugar por extenso 51 .
[13 ] Debemos regresar al punto de partida para llegar a la siguiente conclusión: que lo más importante de las obras de Lisias y lo más característico de su talento es la gracia que adorna y engalana su expresión, virtud en la que ninguno de sus sucesores le superó ni le imitó fielmente.
Catálogo de virtudes
Las buenas cualidades de este orador en cuanto a la expresión son [2] las que he mencionado. Voy a hacer una recapitulación de ellas: la pureza del lenguaje, la escrupulosidad dialectal 52 , la expresión de los pensamientos utilizando las palabras con su significado propio y sin caer en el lenguaje figurado, la claridad, la concisión, el sintetizar y condensar los pensamientos, el traer ante los sentidos lo que se está describiendo, el no presentar ningún personaje sin vida o sin [3] carácter, el gusto por disponer las palabras imitando el lenguaje coloquial, el emplear las palabras que más convenían a cada personaje o situación dada, la credibilidad, el poder de persuasión, la gracia y, midiéndolo todo, el don de la oportunidad. Quien tome estas virtudes de Lisias sacará gran provecho. Sin embargo, el estilo de Lisias no es elevado [4] ni grandioso ni impactante, ¡por Zeus!, ni prodigioso ni incisivo ni vehemente; ni despierta el temor, ni atrapa al oyente, ni lo pone en una fuerte tensión ni rebosa de fuerza anímica o espiritual; y, si en los caracteres es convincente, no es en cambio vigoroso en las pasiones; y, si es capaz de deleitar, persuadir y agradar 53 , sin embargo no llega a cautivar al oyente con fuerza ineludible. Es un estilo más conservador [5] que atrevido, y no tan apropiado para mostrar el dominio de la técnica como para representar la verdad de la naturaleza.
Réplica a Teofrasto
[14 ] Uno tiene que preguntarse con sorpresa cuáles fueron los motivos que impulsaron a Teofrasto a afirmar que Lisias era amante de los discursos cargantes y preciosistas y que perseguía [2] lo artificioso antes que la verdad. Pues en su tratado Sobre el estilo 54 , en donde censura entre otros a los que se afanan en la construcción de antítesis, paralelismos, asonancias y otras figuras semejantes a estas, cita entre ellos también a Lisias y pone como ejemplo el discurso En defensa de Nicias 55 que pronunció este general ateniense cuando era prisionero de los siracusanos, dando por hecho que fue escrito por este orador.
[3] Seguramente no se me hará ninguna objeción si reproduzco el propio texto de Teofrasto. Es éste:
Fr . 2. Hay tres clases de antítesis: cuando a cosas iguales se les atribuyen palabras de significado contrario, cuando a cosas contrarias entre sí se les atribuyen palabras del mismo significado y cuando a cosas contrarias entre sí se les atribuyen palabras de significado contrario, pues solo cabe combinarlas de estos tres modos 56 . Pero recurrir a paralelismos y asonancias es como un juego, algo propio de la poesía; y por esa razón es lo que menos se ajusta con la seriedad. Pues no parece apropiado que quien se encuentre [4] en una situación comprometida juegue con las palabras y deje la expresión desprovista de patetismo, porque eso distrae al oyente. Tal es el caso de Lisias en la Defensa de Nicias 57 , que, para despertar la compasión, decía: «Lloro el desastre sin combate y sin naval combate de los griegos… postrados como suplicantes de los dioses y desenmascarándoos como traidores de los juramentos… implorantes de clemencia y de benevolencia …»
Pues si en verdad Lisias hubiera escrito estas palabras, [5] merecería con toda justicia aquella crítica por intentar mostrarse virtuoso en el momento menos oportuno. Pero si el discurso es de otro, como aquí es el caso, quien le acusa por lo que no dijo es más censurable que el acusado. Que no escribió [6] Lisias el discurso En defensa de Nicias y que el escrito no posee ni el espíritu ni el estilo de aquel, podría demostrarlo aportando muchos indicios que no sería oportuno incluir en el presente tratado. Pero, puesto que estoy componiendo [7] un tratado especial sobre este orador 58 , en el que, por lo demás, quedará claro cuáles son los discursos genuinos de Lisias, allí intentaré restablecer con rigor la paternidad de aquellos discursos, y me pronunciaré también sobre éste.
La invención
[15 ] Ahora trataré sobre el aspecto si guiente: cuál es el estilo de Lisias en cuanto al tratamiento de los hechos 59 , puesto que sobre su manera de expresarse he dado cumplida cuenta. Porque aún queda, en efecto, esa parte. Lisias posee el don de encontrar las palabras que hay encerradas en los hechos, no sólo las que todos podríamos encontrar, sino las que nadie [2] es capaz de descubrir. Pues Lisias sencillamente no deja al azar ninguno de los elementos que conforman el discurso: ni los personajes, ni los hechos, ni las actos, ni los cambios de actitud y sus motivaciones, ni los momentos claves, ni la duración y secuencia de los acontecimientos, ni los lugares ni las discordancias entre cada uno de estos elementos hasta los más mínimos detalles; sino que de cada señal y de cada pormenor extrae las directrices principales de la argumentación. [3] La habilidad de Lisias en la invención se demuestra especialmente en los discursos en los que no se puede recurrir a testigos ni pruebas y en los que se basan sobre hipótesis paradójicas, porque en ellos va exponiendo tal abundancia de argumentos y tan bellos, que situaciones que parecían a los demás desesperadas y perdidas las convierte en ventajosas y ganadoras; pues sabe discernir qué es lo que hay que decir y, cuando no se pueden utilizar todos los datos disponibles, sabe elegir los más efectivos e importantes. Si en esto no fue el mejor de los oradores, tampoco fue el peor.
La ordenación
Al organizar los hechos sigue un [4] orden simple y, casi siempre, muy parecido. Y en la elaboración de los argumentos es sencillo y nada artificioso. Nunca lo vemos utilizando preámbulos, [5] ni insinuaciones a los jueces, ni prolijas enumeraciones, ni figuras literarias variadas ni otros artificios semejantes, sino que en la distribución de las ideas halladas en la invención es natural, espontáneo e ingenuo. Por esta razón [6] aconsejo a quines lo leen que emulen su maestría para hallar y elegir los mejores entimemas; pero en cuanto a la forma de ordenar y elaborar los elementos del discurso, puesto que es más simple de lo conveniente, no aconsejo tomarla de este orador, sino de aquellos otros que fueron mejores que él en el arte de distribuir las ideas halladas en la invención, y sobre los que hablaré más adelante 60 .
Los tres géneros del discurso
He dado cumplida cuenta del discurso [16 ] de Lisias en cuanto a sus virtudes y elementos, y ahora hablare del género de los debates, en cuyo estudio se basa el arte del discurso público. Tres son, en efecto, las clases en que se divide el discurso [2] retórico, pues abarca tres géneros diferentes en cuanto a los fines: el judicial, el deliberativo y el llamado de aparato o panegírico 61 . En todos ellos es admirable este orador, pero [3] destaca especialmente en los debates judiciales. Y dentro de estos muestra más virtuosismo al hablar con tanta belleza sobre cuestiones intrascendentes, paradójicas y difíciles que cuando habla con suficiencia sobre temas graves, importantes y apropiados para el lucimiento. Quien desee conseguir toda la fuerza de Lisias que preste más atención a sus discursos judiciales que a los panegíricos y a los deliberativos.
[4] Para que me dé tiempo a hablar convenientemente sobre las partes del discurso, dejaré aquí la cuestión de los géneros a fin de tratar sobre el exordio, la narración y las demás partes del discurso 62 , y mostrar cuáles son las cualidades de Lisias [5] en cada una de ellas. Las dividiré tal como gustaba a Isócrates y sus seguidores, comenzando por el exordio.
El exordio
[17 ] Afirmo que Lisias es el más encomiable de todos los oradores por las entradas de sus discursos y el que los hace con mayor gracia; pues considero que comenzar bien un discurso no es fácil, si es que alguien quiere utilizar el comienzo más conveniente en vez de decir las primeras palabras que se le ocurran —el comienzo o exordio no es lo que se dice al principio, sino aquello que será más útil por sí mismo y no por estar colocado al inicio del discurso—. Yo veo cómo este orador utiliza todos los recursos que los manuales de retórica recomiendan y la situación requiere. Por ejemplo, unas [2] veces comienza el discurso con una alabanza sobre la propia persona que habla; otras veces comienza con la falsa acusación hecha por el oponente: si el que habla ha sido acusado en falso con anterioridad, lo primero que hace es rechazar los cargos que se le imputan; otras veces se presenta alabando [3] a los jueces con objeto de volverlos benevolentes hacia su persona y su causa; otras veces muestra la debilidad propia y la prepotencia del oponente y cómo el proceso no se desarrolla en las mismas condiciones para ambos; otras veces [4] dice que la situación es común e inexcusable para todos, de modo que no pueda ser desatendida por los oyentes; en fin, otras veces recurre a cualquier cosa de la que pueda sacar provecho y perjudicar al oponente.
Tras componer estos exordios con concisión, sencillez, [5] ideas nobles, sentencias oportunas y argumentos comedidos pasa a la exposición y, cumplida la exposición, en la que ha anticipado lo que va a decir en la demostración y ha predispuesto al oyente para la buena compresión del discurso que sigue, entra en la narración. En la mayoría de las ocasiones [6] la exposición le sirve para marcar la línea limítrofe entre ambas partes; pero algunas veces comienza con la exposición y otras entra directamente, sin exordio, en la narración, y con ella comienza el discurso 63 .
En esta parte del discurso se muestra vital y dinámico. Y [7] uno admiraría aún más la fuerza de sus exordios, si cayese en la cuenta de que habiendo escrito no menos de doscientos discursos judiciales 64 en ninguno de ellos se le ve poco convincente o utilizando un exordio desconectado de los hechos; más aún, ni siquiera se repite con los mismos entimemas [8] mas o con las mismas ideas. Sin embargo, incluso los que han escrito pocos discursos se muestran víctimas de este defecto —me refiero a que acuden a los mismos tópicos—; y paso por alto que casi todos ellos toman cosas ya dichas por [9] otros y no se avergüenzan de hacerlo. Este orador, en cambio, es original en cada uno de sus discursos, al menos en las entradas y en los exordios, y tiene la habilidad de conseguir cualquier cosa que se proponga; pues, cuando quiere despertar la benevolencia, la atención o la correcta comprensión por parte de los oyentes, no falla en su propósito. [10] En esta parte del discurso yo presento a Lisias como el primero o, al menos, no inferior a otro.
La narración
[18 ] En la narración de los hechos, que en mi opinión es la parte que necesita del mayor cuidado y esmero, creo que es sin ningún género de dudas el mejor de todos los oradores, y lo pongo [2] como referencia y modelo para esta parte del discurso. Creo también que los manuales de retórica en los que se dice algo de interés sobre la narración han extraído sus preceptos y directrices más de los escritos de Lisias que de los demás.
[3] Sus narraciones poseen sobre todo el don de la concisión, no hay otras tan agradables y convincentes por su claridad y conllevan inadvertidamente la argumentación. Así, no es fácil encontrar ni en la narración general ni en los pormenores [4] algo falso o inverosímil. Lo que dice posee tanta persuasión y placer, que a los oyentes se les escapa si es verdadero o artificioso. Y del mismo modo que Homero dejó dicho de Odiseo que era convincente al hablar, incluso cuando inventaba cosas que no habían sucedido, creo que también se podría decir lo mismo de Lisias:
Decía muchas mentiras disfrazándolas de verdades 65 .
Siempre aconsejo a todos, y especialmente para esta parte [5] del discurso, hacer ejercicios basados en los modelos de Lisias. Quien imite mejor a este orador sin duda se mostrará [6] superior a los demás en la narración.
La argumentación
En cuanto a la argumentación de los hechos, las cualidades de este ora dor son las siguientes. Comenzaré por [19 ] los llamados argumentos artísticos tratando separadamente cada clase 66 . Pues bien, si los argumentos se dividen en tres clases según atiendan a los hechos, a los caracteres o a las emociones, Lisias puede encontrar y elegir mejor que nadie las tres clases [2] de argumentos para un mismo hecho. Este orador es el que mejor conjetura lo verosímil, el que en los ejemplos discierne con más detalle dónde están las semejanzas y las diferencias y el que muestra mayor dominio para extraer las señales que acompañan a los hechos hasta elevarlas a la categoría de indicios 67 .
[3] A mí me parece que a partir de los caracteres construye la argumentación de una forma muy admirable. En efecto, modela los caracteres con gran credibilidad, basándose unas veces en la vida y la manera de ser de su cliente y otras en [4] sus actos y decisiones anteriores. Si a partir de los hechos no encuentra las directrices en las que basar la argumentación, crea y configura con el discurso personajes creíbles y nobles: los supone adoptando decisiones cívicas, los reviste de pasiones moderadas, les asigna un lenguaje honesto, los presenta conformándose con su suerte, los hace indignarse ante las injusticias con palabras y hechos así como preferir ante todo la justicia, y los modela con todas las virtudes semejantes a estas que le puedan servir para mostrar un carácter noble y comedido.
En cuanto a provocar pasiones Lisias se muestra más [5] débil, pues es incapaz de mostrar personajes que, con arrebato y con fuerza, empleen las amplificaciones, las muestras de indignación, los lamentos y otras pasiones semejantes 68 . Todo eso no debe buscarse en los discursos de Lisias.
El epílogo
En los epílogos Lisias hace la recapitulación [6] de lo que se ha dicho de una manera comedida y agradable. Pero el aspecto pasional, donde hay que incluir la invocación, la súplica, la compasión y demás sentimientos emparentados con estos 69 , lo realiza de una manera más imperfecta de lo esperado.
Tal es el estilo de Lisias, o al menos esa es la opinión [20 ] que tengo sobre él. Si alguien ve otras cualidades distintas de estas, que lo diga. Y si son más convincentes, le estaré muy agradecido.
Lisias, «Contra Diogitón »,
A fin de que cualquiera pueda [2] comprender mejor si nuestras convicciones son correctas y acertadas o si estamos equivocados en nuestro juicio, haré un análisis de los escritos de este orador, pero eligiendo solo uno —pues no puedo entretenerme con muchos ejemplos—, y mostraré cuáles eran sus recursos favoritos y su fuerza. Pues creo que a personas cultas y comedidas les basta con unos pocos y pequeños ejemplos para comprender cualidades que son frecuentes e importantes.
[3] Es un discurso sobre una tutela, titulado Contra Diogitón 70 , y tiene el siguiente tema:
[21 ] Diódoto 71 , uno de los que se alistaron con Trasilo 72 en la guerra del Peloponeso, cuando iba a navegar a Asia durante el arcontado de Glaucipo 73 , como tenía niños pequeños, hizo testamento nombrando tutor de los niños a su hermano [2] Diogitón, de los que era a la vez tío y abuelo materno 74 . Diódoto muere luchando en Éfeso 75 y Diogitón se encarga de administrar toda la hacienda de los huérfanos. Pero, aunque disponían de muchísimos bienes, al echarles cuentas y decirles que ya no les quedaba nada, uno de los muchachos, que había cumplido la mayoría de edad 76 , lo acusa de tutela fraudulenta. El que litiga contra él es el marido de su nieta y [3] hermana de los muchachos.
He explicado primero el terna para que se haga más evidente [22 ] cómo Lisias utiliza el comienzo de una forma mesurada y conveniente.
Exordio
XXXII 1-3. Si no fuera un asunto de [23 ] tan gran importancia, señores jueces, nunca habría permitido que estos muchachos acudieran ante vosotros, pues me parece muy vergonzoso litigar contra los parientes; pues sé que no sólo los que cometen injusticia os parecen peores que los demás, sino también los que no pueden soportar ser superados por sus familiares. Sin embargo, señores jueces, puesto que estos han sido privados de cuantiosos bienes, han sufrido muchas y terribles afrentas de quienes menos debía esperarse y han acudido a mí que soy su cuñado, forzoso es que actúe en su defensa. [2] Estoy casado con la hermana de éstos y nieta de Diogitón. Por eso al principio rogué insistentemente a unos y otros hasta convencerlos de que recurrieran al arbitraje de los amigos, pues para mí era muy importante que nadie ajeno a la familia supiera de este asunto. Pero Diogitón, que estaba convencido de poder quedarse con todo en un juicio público, no se atrevía a someterse a la sentencia de sus propios amigos, sino que prefirió ir a juicio como acusado, intentar anularlo no presentándose ante el árbitro 77 y arriesgarse a las penas más severas antes que actuar con justicia para [3] evitar las inculpaciones de aquellos. Por eso, si demuestro que han sido tutelados por su abuelo de una manera tan vergonzosa como nadie lo fue nunca en esta ciudad incluso por personas ajenas a su familia, solicito de vosotros que los socorráis en sus legítimas demandas; pero, si no, que a ese lo creáis en todo lo que diga y a nosotros nos consideréis en adelante peores que aquel. Ahora intentaré contaros todo el asunto desde el principio.
[24 ] Este exordio posee todas las virtudes que ha de tener un exordio, como demostrarán los modelos que traen los manuales 78 si se comparan con él.
Todos los que han compuesto manuales de retórica aconsejan, cuando el proceso es entre familiares, vigilar para que los acusadores no aparezcan como gente malvada e intrigante. [2] Sugieren que en primer lugar se eche sobre los oponentes la responsabilidad de las inculpaciones y del pleito y se diga que las afrentas eran grandes, que a duras penas se podían soportar, que el proceso se inició para defender a las personas más allegadas, pues estaban desamparadas y eran las que menos merecían quedar desatendidas, y que, si no les hubieran ayudado, se habrían mostrado peores aún que los [3] otros. También aconsejan decir que invitaron a los oponentes a una reconciliación, que confiaron el asunto a los amigos comunes y que transigieron hasta lo imposible, incluso el salir perjudicados, pero que, a pesar de todo, no pudieron llegar a un acuerdo razonable. Ésas son las cosas que aconsejan [4] hacer los tratadistas de retórica, para que el carácter del que habla parezca más generoso que el de su oponente. Con esto, según ellos, es posible granjearse la benevolencia de los jueces y, por consiguiente, es la parte más importante de la redacción del discurso. Yo veo que todos esos preceptos se cumplen en este exordio de Lisias.
A fin de conseguir que el auditorio esté bien informado [5] sugieren que anticipen los hechos de una manera resumida 79 , de modo que los jueces conozcan el tema y sepan de qué van a hablar; que desde el principio compongan así el exordio y que, en cuanto terminen la exposición del asunto, intenten comenzar inmediatamente con la argumentación. Así precisamente es el exordio de Lisias. [6]
Y en cuanto a cómo conseguir la atención del público los entendidos advierten que es necesario que quien quiera mantener atentos a los oyentes debe decir cosas prodigiosas y sorprendentes y pedir a los jueces ser escuchado. Parece que Lisias también ha cumplido con estos preceptos.
Además de esto piden llaneza en la expresión y sencillez [7] en los recursos literarios, condiciones ambas especialmente necesarias para los que componen exordios en defensa de los familiares.
Ahora merece la pena comprender cómo ha distribuido 80 Lisias la narración, que es así:
La narración
[25 ] [4] XXXII 4-18. Diódoto y Diogitón, señores jueces, eran hermanos del mismo padre y de la misma madre. Se repartieron los bienes muebles y mantuvieron en común los bienes inmuebles. Como Diódoto ganó mucho dinero con el comercio, Diogitón lo convenció para que tomara como esposa a su única hija. [5] Tuvieron dos hijos y una hija. Tiempo después, reclutado Diódoto entre los hoplitas de Trasilo, convoca a su esposa, que era también su sobrina, y al padre de ésta, que era suegro y hermano de él y abuelo y tío de los niños; y, pensando que a causa de este parentesco nadie mejor que aquél para hacerse cargo de los niños, le confía el testamento y le [6] entrega en depósito cinco talentos de plata 81 . Le informó además de que tenía siete talentos y cuarenta minas en préstamos marítimos 82 , 〈…〉 y que le debían dos mil (dracmas) en el Quersoneso 83 . Le encargó que, si le pasaba algo, le diera como dote un talento a su mujer, así como las cosas de la casa, y otro talento a su hija; y también dejó para su mujer veinte minas y treinta estateras de Cícico. Después pués [7] de disponer todo esto y de dejar una copia en la casa, salía para unirse al ejército de Trasilo. Pero cuando Diódoto murió en Éfeso, Diogitón ocultaba a su hija la muerte del marido y se queda con el escrito donde estaban anotadas aquellas disposiciones alegando que era necesario presentar aquel escrito para cobrar los intereses. Pasado un [8] tiempo les reveló la muerte de aquél y celebraron los ritos funerarios acostumbrados. El primer año lo pasaban en el Pireo, pues todas las mercancías estaban allí almacenadas. Pero, cuando se agotaron las provisiones, Diogitón envía a los niños a Atenas y casa a la madre aportando una dote de cinco mil dracmas, mil menos de las que le había dejado el [9] marido. Siete años después, cuando el mayor de los hermanos alcanzó la mayoría de edad, Diogitón llamó a los dos varones y les dijo que su padre les había dejado veinte minas de plata y treinta estateras. «Yo he gastado de mi bolsillo mucho dinero en vuestra alimentación y, mientras tenía, no me importaba; pero ahora yo mismo me encuentro en apuros. Tú, puesto que ya eres un ciudadano de derecho y todo un hombre, mira de dónde sacarás los recursos necesarios.» [10] Cuando oyeron esto, se dirigieron a casa de su madre horrorizados y llorando, y con ella se presentaron en mi casa. Se encontraban en un estado lamentable por aquel infortunio y hundidos en la desesperación, y entre llantos me imploraban que no permitiera que fueran privados de la herencia paterna y que cayeran en la pobreza, ultrajados por la persona de quien menos debía esperarse, y que les [11] ayudara por su hermana y por ellos mismos. ¡Mucho podría decir del dolor que hubo en mi casa en aquellos días! Finalmente la madre de aquéllos vino ante mí y me suplicó que reuniera a su padre y a los amigos, diciendo que, si hasta entonces ella no tenía por costumbre hablar con hombres, la magnitud de las desgracias le obligaba a contarnos [12] todos los males que sufrían los tres hermanos. Fui a hablar con Hegemón, el marido de su hija, para expresarle mi indignación, y también expliqué la situación a los demás parientes, considerando lo más sensato convocar a Diogitón a una refutación de los hechos. Éste, al principio, no quería, pero finalmente fue obligado por sus amigos. Cuando estuvimos reunidos, le preguntaba su hija qué clase de alma tiene para mantener tal actitud con los niños, «cuando eres —dijo— hermano de su padre, mi padre y tío y abuelo de [13] ellos. Y si no sentías pudor ante ningún hombre, sí debías temer a los dioses. Porque tú, cuando aquel partía en el barco, de sus manos recibiste en depósito cinco talentos, y esto quiero yo jurarlo por la vida mis hijos, los ahí presentes y los que he tenido después, y lo juraré donde él quiera. Y no soy tan miserable ni estimo en tanto las riquezas, como para dejar esta vida con el remordimiento de haber cometido perjurio sobre mis hijos para quedarme injustamente con la hacienda de mi padre.» Aún ella demostró que [14] con los intereses de los préstamos marítimos ése había ganado siete talentos y cuatro mil dracmas, y aportó los documentos. Pues en la mudanza, cuando se trasladaron del demo de Cólito a la casa de Fedro 84 , los niños encontraron casualmente el rollo de papiro, que se había caído, y se lo llevaron a ella. Reveló además que él había ganado cien [15] minas con los intereses de las hipotecas terrestres 85 y que había recibido otras dos mil dracmas y bienes muebles de mucho valor; y que también recibían trigo desde el Quersoneso cada año 86 . «Entonces —dijo—, ¿cómo te atreviste a decir, teniendo tanto dinero, que el padre de estos dejó sólo dos mil dracmas y treinta estateras? Todas las cosas que me dejó aquél al morir te las di. No obstante, te ha parecido [16] bien expulsar de su propia casa a quienes son tus nietos, que salieron con simples tabardos, descalzos, sin un sirviente, sin mantas, sin ropas de abrigo, sin los muebles que su padre les dejó y sin el dinero que su padre te confió. Eso sí, ahora te gastas mucho dinero en educar a los hijos [17] de mi madrastra y en hacerlos felices —eso lo haces muy bien—; pero ultrajas a los míos, a los que expulsaste de casa porque ansias que en vez de ricos todos los vean andar por ahí como pordioseros. Con tal comportamiento demuestras que no temes a los dioses, que no sientes vergüenza ante mí, que lo sé todo, y que no te acuerdas de tu hermano, sino que todos nosotros te importamos mucho [18] menos que las riquezas.» Entonces, señores jueces, dichas tantas y tan terribles cosas por aquella mujer, todos los que estábamos presentes nos quedamos tan espantados por lo que había hecho ese y por las palabras de ella —veíamos cuántas penalidades habían sufrido los niños, recordábamos al difunto, que había dejado a un tutor indigno de administrar sus bienes, y comprendíamos cuán difícil es encontrar a alguien en quien podamos confiar todos nuestros asuntos—, que nadie de los presentes, señores jueces, pudo pronunciar palabra, sino que salimos de allí en silencio, y llorando no menos que los que sufrían esas desgracias.
La demostración
[26 ] Para que el estilo de Lisias en la demostración 87 quede de manifiesto, transcribiré también el pasaje que sigue a éste. Las pruebas en las cuestiones privadas, como no necesitan de muchas palabras, Lisias las confirma con la declaración de los propios testigos, y no dice más que esto:
Primero subidme a los testigos de estos hechos.
[2] Las justificaciones del oponente las divide en dos para enfrentarlas entre sí: por un lado, el reconocimiento por parte de aquel de que había recibido el dinero, aunque pretextara que lo había gastado en la alimentación de los huérfanos; por otro, el negar que lo hubiera recibido y, por tanto, contradecirse. Sobre estas dos alternativas construye Lisias el discurso: demuestra que los gastos no ascendieron a la suma que aquél declaró y a la vez aporta argumentos sobre las cuestiones dudosas.
XXXII 19-29. Creo que merece la pena, señores jueces [27 ] [19], que prestéis atención a los cálculos, para que sintáis compasión de los muchachos a causa de la magnitud de sus desgracias y sepáis que de entre todos los ciudadanos ése es quien más merece ser objeto de ira. Pues Diogitón nos obliga a todos los hombres, tanto a lo largo de nuestra vida como en el momento de la muerte, a sospechar unos de otros y a no dar más confianza a los familiares más próximos que a nuestros enemigos. Y él, que primero se atrevió [20] a negarlo todo, al final acabó admitiendo haber recibido dinero para los dos niños y la hermana y declaró haber gastado en ocho años siete talentos de plata y cuatro mil dracmas. Llegó a tal grado de desvergüenza, que no pudiendo justificar a qué había destinado el dinero, calculó un gasto de cinco óbolos diarios para la manutención de los dos niños y la hermana; pero sin un libro de contabilidad donde se registrara, mensual o anualmente, los gastos en calzado, en el enfurtido de los mantos y en peluquería. En resumen, que durante todo el tiempo de la tutela gastó más de un talento de plata 88 .
De las cinco mil dracmas que declara haber destinado [21] para la tumba del padre de éstos gastó en realidad sólo veinticinco minas: la mitad se la quedó para él y la otra mitad se la imputó a ellos. En las Dionisias 89 , señores jueces, —no me parece absurdo recordarlo ahora— declaró haber gastado dieciséis dracmas en la compra de un corderillo, y ocho de ellas las imputaba a los niños. Con este asunto nos encolerizamos no poco, pues algunas veces, señores jueces, incluso en las grandes ultrajes son las pequeñas injusticias las que hacen sufrir más a los agraviados, porque ponen de [22] manifiesto con toda crudeza la maldad de los criminales. Y para las demás fiestas y sacrificios calcula que gastó en los niños más de cuatro mil dracmas, y otros mil gastos más que añadió a la suma principal. ¡Como si hubiera sido nombrado tutor para enseñarles libros de cuentas en vez de las riquezas mismas! ¡O para en vez de ricos mostrarlos como los más pobres! ¡O, si tenían algún enemigo de su padre, para olvidarse de él y pleitear contra el tutor que les [23] ha privado de la herencia paterna! Por el contrario, si quería ser justo con los niños, podia, según las leyes que rigen para los huérfanos y tutores, dispongan o no de recursos, haber alquilado la casa quitándose muchos problemas o comprar tierras y con los beneficios alimentar a los niños. Si hubiera hecho cualquiera de estas dos cosas, los niños habrían sido tan ricos como el que más de los atenienses. Ahora, sin embargo, me parece que ese no pensó nunca poner en claro los bienes de la herencia, sino en quedarse con ellos: creía que su maldad debía ser la heredera de los bienes del difunto.
[24] Pero lo más terrible de todo, señores jueces, fue lo siguiente: Diogitón, que debía costear el equipamiento de una trirreme 90 junto con Alexis, el hijo de Aristódico 91 , dijo que le había entregado a aquel cuarenta y ocho minas; pero la mitad de ellas las imputó a esos huérfanos que la ciudad, por ser niños, no solo los ha eximido de impuestos, sino que cuando alcancen la mayoría de edad los liberará durante un año de costear cualquier servicio público. Pero ése, que era su abuelo, contraviniendo las leyes, imputa a sus nietos la mitad del coste del equipamiento de la trirreme que le correspondía a él solo. Y en cierta ocasión en [25] que envió una nave de carga al Adriático 92 con unas mercancías valoradas en dos talentos, cuando zarpaba la nave, dijo a la madre de estos que el riesgo corría a cuenta de los niños; pero como llegó intacta y duplicó su valor, iba diciendo que el negocio era solo suyo. Sin embargo, si él va a imputarles las pérdidas siempre a ellos mientras se queda con las riquezas que se salven, no le será difícil demostrar con su contabilidad en qué se gastó el dinero y si muy fácil hacerse rico con los bienes ajenos.
Traeros aquí las cuentas de cada gasto, señores jueces, [26] sería una larga tarea. A duras penas pude conseguir de él las cantidades exactas; pero, puesto que yo tenía testigos, le preguntaba a Aristódico, el hermano de Alexis —se daba la circunstancia de que este había muerto—, si existía contabilidad del equipamiento de la trirreme. Él me respondía que sí. Así pues, fuimos a casa de Aristódico y encontramos que Diogitón sólo había entregado a aquel para el equipamiento de la trirreme veinticuatro minas. No obstante [27], Diogitón declaró que había gastado cuarenta y ocho minas, de modo que ha imputado a estos el gasto total que tuvo 93 . Y lo peor, ¿qué creéis que habrá hecho con las cuentas que nadie sino él conoce y que él solo manejaba, si, en empresas que se hicieron con otros y sobre las que no era difícil obtener información, se atrevió a mentir para dejar sin veinticuatro minas a sus nietos? Subidme a los testigos de estos hechos.
TESTIGOS
[28] Habéis oído a los testigos, señores jueces.
Pues bien, yo, partiendo sólo de cuantas riquezas acabó admitiendo aquel que poseía, siete talentos y cuarenta minas, haré las cuentas sin añadir ningún ingreso y sacando el dinero sólo de esos recursos iniciales. Supondré un gasto tan grande para los dos niños, la hermana, el pedagogo y la criada, como nunca antes en esta ciudad: mil dracmas al [29] año, ¡casi tres dracmas al día! En ocho años esas dracmas hacen ocho mil, por lo que resulta que de los siete talentos (y cuarenta minas) deben sobrar seis talentos y veinte minas. Diogitón no podría pretextar que lo perdió en un asalto de los piratas, ni en un negocio ruinoso ni en el pago a acreedores.
Discursos no judiciales
[28 ] En los discursos judiciales 〈así es Lisias; pero en los deliberativos y de aparato se muestra〉 menos vigoroso, [2] como dije 94 . Entonces quiere ser más elevado y grandilocuente, y probablemente él no se consideraría inferior a ninguno de los oradores que florecieron en su tiempo ni a ninguno de los que vivieron antes; sin embargo, no conmueve al público como Isócrates y Demóstenes. Pondré también un ejemplo de estos discursos.
Lisias , «Discurso olímpico »
Tiene Lisias un discurso multitudinario 95 [29 ] en el que persuade a los griegos, en una asamblea celebrada en Olimpia, para que derroquen a Dionisio el tirano 96 , liberen Sicilia y abran inmediatamente las hostilidades comenzando con la destrucción de la tienda del tirano, adornada con oro, púrpura y otras muchas riquezas. Pues Dionisio había enviado a la [2] asamblea embajadores para que celebraran un sacrificio en honor del dios 97 ; y la aparatosa instalación de los embajadores en el recinto sagrado fue espléndida, para que Grecia admirara aún más al tirano.
Lisias elige este tema para su discurso y construye el principio así 98 :
XXXIII 1-9. Entre otras muchas y hermosas hazañas, [30 ] señores, debemos recordar a Heracles por haber sido el priprimero que convocó estos juegos 99 , movido por su amor a Grecia. Hasta entonces las ciudades se encontraban enemistadas [2] unas con otras; pero después de acabar con los tiranos y liberar a Grecia de gobernantes soberbios, instauró en el lugar más bello de Grecia una competición de fuerza corporal, que también era una emulación de riquezas y una manifestación de inteligencia, para que movidos por todos estos atractivos acudiéramos a un mismo sitio, tanto para ver espectáculos como para oír discursos. Pensó que la asamblea de griegos en este lugar sería el comienzo de [3] la amistad de unos con otros. Sí, con esa pretensión fundó Heracles estos juegos.
Pero yo no vengo para hablar de nimiedades ni para discutir sobre meras palabras. Creo que esa es labor de los sofistas, gentes enteramente inútiles y muy necesitados de recursos para vivir 100 . La tarea de un hombre honrado, de un ciudadano que se precie, debe ser aconsejar sobre las grandes cuestiones, si ve que Grecia se halla en una situación tan vergonzosa: muchos de sus territorios están en manos bárbaras y muchas ciudades oprimidas por los tiranos. [4] Y si sufriéramos esta situación por debilidad, forzoso sería contentarnos con nuestra suerte; pero, puesto que es producto de revueltas internas y de rencillas entre ciudades, ¿no merecería la pena ponerles fin y libramos de ellas, sabiendo que las luchas intestinas se pueden consentir en épocas de prosperidad, pero que en los infortunios hay que [5] saber decidir lo mejor? Vemos cómo grandes peligros, y desde todas partes, se ciernen sobre nosotros. Sabéis que el poder lo detenta quien domina el mar, que el Rey es quien controla el dinero, que las tropas griegas son de quienes pueden pagarlas 101 y que el Rey posee muchas naves, y muchas también el tirano de Sicilia. De modo que merece [6] la pena esforzarnos para poner fin a la guerra entre nosotros, guiados por un mismo pensamiento: alcanzar la salvación. Debemos avergonzarnos del pasado reciente, temer el futuro e imitar a nuestros antepasados, que privaron a los bárbaros de sus propias tierras cuando pretendían quitarles la suya y, expulsando a los tiranos, consiguieron que la libertad fuera un bien común para todos.
Pero por encima de todos me asombran los lacedemonios: [7] qué pretexto aducen para permitir que Grecia sea devastada, si a ellos les corresponde ejercer la hegemonía de los griegos con todo merecimiento por su valentía natural y por su sabiduría militar. Ellos son los únicos que no han visto devastadas sus tierras, derribados sus muros o sus ciudades inmersas en luchas intestinas, y los únicos que no conocen la derrota, siempre manteniendo los mismos modos de vida. Por eso cabe la esperanza de que mantendrán una libertad eterna y de que, habiendo sido en el pasado los salvadores de Grecia en los momentos de peligro, sabrán velar por el futuro. Sin embargo, en el futuro no habrá mejor [8] ocasión que la presente 102 . Pues no hay que considerar como ajenas las desgracias de los que han perecido, sino como propias; ni debemos cruzarnos de brazos hasta que las fuerzas de ambos caigan sobre nosotros, sino impedir, ahora que aún es posible, la insolencia de unos y otros. [9] ¿Quién no se indignaría al ver que ha sido mientras luchábamos entre nosotros cuando ellos se han hechos grandes? Pues, además de ser una situación vergonzosa y terrible, ellos han tenido la posibilidad de cometer grandes afrentas y los griegos no hemos tenido ninguna de castigarlos.
El discurso deliberativo: Lisias, «Sobre la constitución »
[31 ] Aún pondré un ejemplo de un discurso deliberativo, para que quede de manifiesto también el estilo de Lisias en este género.
[32 ] Lisias ha elegido como tema la conveniencia de no derogar la constitución tradicional de Atenas. Pues, cuando los del partido democrático regresaron del Pireo, aunque votaron eximir de culpa a los que se habían quedado en la ciudad y no guardar rencor por ninguna de las cosas que habían sucedido, hubo cierto temor de que la muchedumbre recobrara su antigua pujanza y se insolentara contra los ricos 103 . Se pronunciaron entonces muchos discursos sobre este asunto, y un tal Formisio 104 , uno de los que volvieron con los demócratas, lanzó la propuesta de acoger a los que habían huido, pero no dar la ciudadanía a todos, sino sólo concederla a los que tenían tierra, opinión apoyada también por los lacedemonios 105 . Si la votación de [2] la asamblea ratificaba esta proposición, casi cinco mil atenienses serían excluidos de toda actividad pública. A fin de que esto no sucediera, escribe Lisias este discurso para uno de los más señalados políticos. Si el discurso fue pronunciado entonces, no está claro. No obstante, está cuidadosamente construido como para un debate político. Es el siguiente 106 :
XXXIV 1-11. Cuando creíamos, atenienses, que las desgracias [33 ] pasadas habían dejado un recuerdo más que suficiente en la ciudad, hasta el punto de creer que ni siquiera nuestros descendientes iban a desear cambiar la constitución, he aquí que éstos, con los mismos decretos que ya antes sufrimos en dos ocasiones 107 , intentan ahora burlarse de nosotros, que tanto hemos sufrido y que hemos padecido las dos tiranías.
[2] Pero no son ellos los que me asombran, sino vosotros que los escucháis. Porque o bien sois las personas más olvidadizas o las más dispuestas a sufrir por causa de unos hombres que se vieron envueltos por azar en los acontecimientos del Pireo, pero que pensaban como los que se quedaron en la ciudad 108 .
Sin embargo, ¿qué sentido tiene haber regresado del exilio, si votando favorablemente esa propuesta os vais a [3] convertir vosotros mismos en esclavos? Yo, atenienses, que no quedo excluido ni por mis riquezas ni por mi linaje, sino que supero a mis oponentes en las dos cosas, creo que esta es la única salvación para la ciudad: conceder la ciudadanía a todos los atenienses. Porque, cuando teníamos murallas 109 , naves, riquezas y aliados, buscábamos el modo de no rechazar a ningún ateniense, hasta el punto de que incluso concedíamos el mismo rango al matrimonio con los de Eubea 110 . ¿Vamos a rechazar a los que ahora son ya [4] ciudadanos? Si seguís mi consejo, no perderemos estas murallas que somos nosotros mismos: muchos hoplitas, jinetes y arqueros. Pues, si os reforzáis con nosotros, consolidaréis la democracia, someteréis mejor a vuestros enemigos y seréis más útiles a vuestros aliados. Ya sabéis lo que ocurrió durante las dos oligarquías que hemos conocido: no eran los dueños de las tierras lo que gobernaban la ciudad, pues muchos de ellos murieron y otros marcharon al exilio. Fue [5] el pueblo el que al hacerlos regresar os devolvió la ciudad, pero no tuvo la osadía de adueñarse de ella. De modo que, si me hacéis caso, y eso depende de vosotros, no privaréis de la patria a vuestros bienhechores ni daréis mayor crédito a las palabras que a los hechos, ni al futuro más que al pasado; sino al contrario, no debéis olvidar quiénes son los que luchan en defensa de la oligarquía, pues ellos de palabra combaten por el pueblo, pero de hecho sólo desean apoderarse de vuestras bienes, que conseguirán el día que os cojan sin aliados. Y, a pesar de encontrarnos en tales [6] circunstancias, dirán «¿qué salvación hay para la ciudad, si no hacemos lo que nos piden los lacedemonios?» Pero yo creo que hay que replicarles: «¿Qué beneficio sacará el pueblo, si hacemos lo que ellos ordenan?» Si no, es mucho más hermoso para nosotros morir luchando que votar de manera inequívoca nuestra propia muerte. Creo que, si os [7] convenzo, ambos bandos correremos el mismo riesgo 〈…〉 Veo que los de Argos y Mantinea 111 son de mi misma opinión y siguen viviendo en sus propios territorios: los primeros son vecinos de los lacedemonios y los segundos viven muy cerca; y ni los unos son más numerosos que nosotros ni los otros llegan a tres mil. Pero saben los lacedemonios [8] que, aunque invadan sus regiones muchas veces, otras tantas aquellos empuñarán las armas para hacerles frente. De modo que a los lacedemonios les parece que no vale la pena correr riesgos; pues, si vencen, saben que podrán convertirlos en esclavos, pero, si son derrotados, perderán las ventajas conseguidas, de modo que cuanto mejor les va, tanto menor riesgo desean correr.
[9] También nosotros, atenienses, éramos de esa opinión cuando liderábamos a los griegos, y nos parecía una buena decisión permitir que saquearan nuestra región, pues creíamos que no era necesario luchar por ella 112 . Valía la pena desentendernos de unas pocas cosas para consolidar muchas cosas buenas. Mas ahora que hemos perdido todo en el combate, pero nos queda la patria, sabemos que únicamente [10] el peligro nos da esperanzas de salvación. Así pues, debemos recordar que ya hemos levantado muchos trofeos en tierras extranjeras cuando acudimos en defensa de otros que también sufrían injusticias. ¡Seamos ahora valientes en defensa de nuestra patria y de nosotros mismos, confiemos en los dioses y esperemos que estén a favor de los justos y [11] de parte de los que sufren injusticias! Pues sería terrible, atenienses, que nosotros, que hemos luchado contra los lacedemonios para poder regresar cuando estábamos exiliados, vayamos a exiliarnos para no luchar ahora que hemos regresado 113 . ¡Qué vergüenza, si hemos llegado a tal extremo de maldad que, mientras nuestros antepasados arriesgaron su vida por la libertad de los demás, vosotros no seáis capaces de luchar por vuestra propia libertad!
[34 ] Pero basta ya de ejemplos, si queremos hablar de la misma forma sobre los demás oradores. A este orador le sigue en orden cronológico Isócrates. Sobre este orador hay que hablar a continuación comenzando con otro libro.