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Introducción
ОглавлениеLa máxima aspiración de la expresión literaria como de toda obra artística es la consecución, posesión y transmisión de la Belleza y por consiguiente del goce estético a ella vinculado. Pero para lograr este fin supremo indispensable en orden a los valores, pueden recorrerse diversos caminos y emplearse distintos materiales o contenidos. Así por ejemplo los clásicos nos comunicaron la Belleza a través de la mitología; los románticos con sus descripciones pintorescas; los modernistas por medio de la imagen y el sonido y los realistas dándonos una visión directa de las personas y las cosas.
En íntima relación con este último grupo las historias de las literaturas de todos los pueblos y tiempos nos hablan de un tipo especial de literatura que hace hincapié en lo sociológico, que pinta, pondera y critica grupos humanos, instituciones civiles, militares y religiosas; que alaba o satiriza legislaciones, actitudes y costumbres; que sale en defensa del oprimido, de las clases más bajas; en una palabra, que trata de encontrar la mejor fórmula para una mutua convivencia y que en el fondo es eminentemente humanitaria porque su principal preocupación es la vida del hombre, sus problemas y las relaciones con sus semejantes.
Se ha dado en llamarla literatura de protesta o de denuncia, contestataria, comprometida, de crítica social.
No nos ocuparemos de trazar su largo historial comenzando desde los antiguos maestros de las letras. Creemos también inútil hablar de su importancia, la que tuvo siempre y la de hoy día, puesto que arte, literatura y sociedad están de moda1. Nos lo demuestra la proliferación en nuestro S. XX tanto de creaciones literarias comprometidas (poesía, novela, teatro) como de ensayos y críticas. A nadie escapa el desarrollo de la actual crítica sociológica o simplemente marxista como prefieren otros, con sus extraordinarios valores: Roland Barthes, Trotsky, Henri Lefebvre, Georges Lukacs, Lucien Goldmann, Galvano Della Volpe2.
La literatura en general y de un modo particular “La novela contemporánea es mucho más rica que la del S. XIX, se ocupa de toda clase de problemas: morales (Gide, Coccioli); sociales (Dos Passos, Pratolini). Ha descubierto nuevos mundos interiores (Proust, Kafka). Ha refinado de modo extraordinario la sensibilidad para captar matices, sensaciones (Henry James, Virginia Woolf). Sabe ser portadora de contenidos rotundamente intelectuales (Huxley, Pérez de Ayala) o exaltar lo vital como única fuerza primaria (D. H. Lawrence). Ve el amor humano como algo espiritual que nos encamina hacia Dios (Charles Morgan) o como un impulso animal (Henry Miller). Ha multiplicado las perspectivas personales (Faulkner) y potenciado al máximo la carga poética (Giraudoux). Ha adoptado, por último, una técnica mucho más compleja y refinada. La novela de nuestro siglo presenta también otro carácter fundamental: es novela escrita para inquietar3.
Quisiéramos, dentro de la brevedad que nos impone la Introducción y con el ánimo de completar la cita anterior, referirnos concretamente a España, para pasar después a América Hispana.
Modernamente se publicaron en la Península importantes trabajos sobre el tema, como los de Pablo Gil Casado, Francisco García Pavón y Leopoldo de Luis4. También señalamos, más por curiosidad que por la profundidad de los mismos, los artículos aparecidos en “Cuadernos para el diálogo” en el transcurso de estos últimos años. Nos ofrecen un panorama general sobre la situación actual de las letras españolas y el desarrollo de la “literatura social, socialrealismo, realismo crítico, realismo cívico o civil, realismo sociológico, realismo justiciero”, nombres de la “Escuela cívico- literaria” surgida en Madrid en los años cincuenta, tal como nos lo indica E. García Rico en el Nº 19 de la colección Los Suplementos5.
Resumiendo mucho, podríamos hablar de una generación de pre-guerra, 1931, que aborda con urgencia agudos problemas sociales, compuesta por: Carranque de Ríos, Arconada, Arderius, Chacel, Espina, Jarnes Bergua, Marichalar, Aub.
Durante la guerra civil proliferaron las novelas rosas, desconectadas de la realidad, al mismo tiempo que se producía el teatro de guerrilla. De 1939 a 1950 asistimos a la exaltación nacionalista de la España vencedora.
Los años 1950-1960 aportan primeramente una literatura social desgarrada: Barral, Gaos, Panero, Cremer, Nora, Hierro, Celaya, García Nieto, Bousoño, Valverde, Blas de Otero. Después una literatura social más apaciguada: Gil de Biedma, Caballero Bonald, Angel González, G. A. Valente, G. Fuertes, F. Brines.
Advertidamente omitimos hablar del realismo de la 2º mitad del XIX y de sus figuras clásicas ya que como dijimos no íbamos a historiar el movimiento sino simplemente a detectarlo; y para eso optamos por lo más reciente.
Lo que importa destacar es que España tuvo y sigue teniendo su literatura social, la cual nos toca muy de cerca a los hispanohablantes. Y que ocupa un puesto prominente en nuestro siglo. Además con ella demuestra España que vive el ritmo europeo y que continúa abriéndose paso por sobre algunas tensiones y apasionamientos aún existentes.
Allende los mares están las hijas espirituales de España, cada una con sus afanes, sus dudas, sus fracasos y sus éxitos, debatiéndose contra sus propios problemas que provienen de su juventud y de su inmadurez social, política, económica y cultural. Sin embargo, pese a sus frágiles años, han alertado en estas últimas décadas al mundo hispánico. Este fue el 2º gran descubrimiento hecho por Occidente. El reconocimiento de Hispanoamérica como naciones civilizadas y culturalmente independientes.
Quizá este florecimiento intelectual contribuye a disminuir un poco el efecto psicológico del calificativo que siempre acompaña al nombre de esos países: “subdesarrollados” o “en vías de desarrollo”.
El principal auge se da en la novelística, género de cultivo tardío si lo comparamos con el teatro y más aún en relación con la poesía. Importantes críticos como P. Henríquez Ureña y L. A. Sánchez justifican este retraso.
La novela es pues, en frase de José Angel Valente, “el género de la emancipación literaria de América”. A través de ella se plantean los principales problemas del hombre hispanoamericano con un modo vigoroso y original de expresión artística.
Pero, como declaró Miguel Angel Asturias a la prensa española en agosto de 1971, “no se puede hablar de una edad de oro de la novela hispanoamericana; nada más erróneo, pues la novela comprometida o de denuncia social no es más que el nacimiento; ya tendrá su edad de oro si continúa el proceso de su desarrollo”.
Sin embargo, a nuestro juicio, estas palabras del prestigioso escritor guatemalteco no nos parecen del todo justas al reducir la novela de América hispana a la categoría exclusiva de social. Creemos coincidir con el pensamiento de Andrés Amorós6 quien comenta esta cita del tratadista uruguayo Alberto Zum Felde: “La novela hispanoamericana se caracteriza por el predominio de lo telúrico y social. Es ambiental, paisajística y sociológica. Presenta problemas concretamente relacionados con la inmediata realidad nacional. Tiene una temática territorial: el hombre rigurosamente condicionado por el complejo histórico – ambiental. Su signo es el territorio; su protagonista el hombre rudo, primitivo, instintivo, casi siempre explotado. Expresa el esfuerzo y proceso de adaptación del hombre a una doble realidad telúrica e históricamente dada. Corresponde a una sociedad de economía casi puramente extractiva, de exportación de materias primas; a un continente en gran parte semidesierto y semibárbaro, de tradicional feudalismo hacendístico”7.
“Hoy la novela hispanoamericana no es sólo eso”, recalca Amorós. Efectivamente, si consideramos las producciones de Julio Cortázar, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Jorge L. Borges, Eduardo Mallea, Gabriel García Márquez, Vargas Llosa…
Existen en la actualidad una serie de nuevas tendencias que son precisamente las que contribuyen a darle ese carácter atrayente y universal.
No vamos a restarle méritos a la novela sociológica ya que es la primera en nacer y las que sigue triunfando en las postrimerías del siglo.
Esta novela recibe tradicionalmente nombres diversos según lugares y temas. (La nomenclatura de Zum Felde es la más conocida).
Siguiendo el plan de esbozo que utilizamos al hablar de la literatura social española, mencionaremos las principales obras y autores:
1 Méjico nos ofrece primeramente la novela de la Revolución que estalla en 1910 contra un régimen dictatorial. Pancho Villa y Zapata son protagonistas que representan al pueblo. (Mariano Azuela, “Los de abajo”. Martín Luis Guzmán, “El águila y la serpiente”. Rafael F. Muñoz, “Vámonos con Pancho Villa”). Posteriormente a la Revolución, en la era de la industrialización de Méjico, se escribe una novela social distinta8. (Agustín Yáñez, “La tierra pródiga”. Juan Rulfo, “Pedro Páramo”. Carlos Fuentes, “La muerte de Artemio Cruz”).
2 La novela indigenista (Bolivia-Perú-Ecuador) reacciona frente a los abusos y despojos de que el indio es objeto. (Alcides Arguedas, “Raza de Bronce”. Ciro Alegría, “La serpiente de oro”, “Los perros hambrientos” y “El mundo es ancho y ajeno”. Jorge Icaza, “Huasipungo”. Juan León Mera, “Cumandá”).
3 La novela llamada política puede constituir un grupo aparte pero en conexión con los anteriores y siempre con un fondo de crítica social. (Miguel Angel Asturias, “El señor presidente”, “Hombres de maíz”, “Viento fuerte”, “El Papa verde”, “Los ojos de los enterrados”).
4 El criollismo chileno o mundonovismo, de comienzos de siglo, también tiene su importancia. (Mariano Latorre, “Zurzulita”. Fernando Santillán, “La hechizada”, “Charcas en la selva”. Eduardo Barrios, “Gran señor y rajadiablos”. Daniel Belmar, “Coirón”).
5 Estamos seguros de que esta clasificación de la novela comprometida hispanoamericana es muy incompleta y arbitraria. Por ejemplo hasta ahora no figuraba el nombre de Mario Vargas Llosa el autor de “La ciudad y los perros”, siendo así que encarna una de las tendencias más puras y más actuales. Olvidamos a personalidades como Rómulo Gallegos, José E. Rivera y otros en quienes lo social se halla presente con diversos matices. E intencionalmente dejamos la novela argentina para el final.-
Hasta la fecha para hablar de literatura social en la Argentina necesariamente debía uno trasladarse al S. XX, a la época en que prospera el realismo. Porque no cabe catalogarla como tal aquella producción literaria anti-rosista, consecuencia de una exaltación romántica de sentimientos rencorosos, donde todo se reduce a diatribas. Concretamente en: Esteban Echeverría, “El matadero” (cuento); José Mármol, “Amalia” (novela); Juan M. Gutiérrez, “Poemas”; Domingo F. Sarmiento, “Facundo” (biografía).
Como tampoco es social la narrativa de la generación del 80 formada por un grupo de hombres públicos y periodistas que a pesar de vivir en un momento crucial de luchas y cambios, se limitaron a narrar sus impresiones con una técnica fragmentaria y superficial. Son los principales: Miguel Cané, “Juvenilia” (estudiantina); Lucio V. Mansilla, “Una excursión a los indios ranqueles” (extenso relato autobiográfico); Eduardo Wilde, “Prometeo y Cía), “Aguas abajo”, “Tiempo perdido” (cuentos).
En cambio sí mucho se habló del aspecto social en las obras de Roberto Payró: “El casamiento de Laucha”, “El romance de un gaucho”; y en las de Benito Lynch: “Los caranchos de la Florida”, “El inglés de los güesos”. (Pertenecen a la narrativa de ambiente rural).
Y luego tendríamos que ubicar a grandes novelistas como Manuel Gálvez, Ricardo Güiraldes y Roberto Arlt. Este último nos enfrenta con los conflictos de la sociedad urbana.
Por los años 1922 – 1929 en Buenos Aires dos grupos literarios antagónicos polemizan. El grupo de Boedo que se opone al de Florida persigue una literatura social basada en el compromiso.
“Adán Buenosayres” de Leopoldo Marechal aparece en 1948, complicada alegoría con mucha carga sociológica.
En fin, para concluir deberíamos hablar exhaustivamente de los novelistas actuales (Mallea, Sábato, Borges, Cortázar…) cuya literatura es tan vertiginosa como la sociedad que la auspicia.
Pero, no, el propósito de nuestra tesis es otro y estamos introduciéndola. Esto es en términos generales lo que comúnmente se entiende por literatura social argentina. Nosotros no estamos conformes y afirmamos: el poema nacional “Martín Fierro” de José Hernández es literatura de denuncia; y esta afirmación es válida según queremos demostrar, ya que tenemos que hablar de literatura comprometida en la Argentina de hacia fines del S. XIX. Sin embargo, no somos los primeros en reconocerlo y en atribuirle al poema un valor de crítica sociológica muy importante; y nos alegramos de poder constatarlo. Es decir que dos grupos de escritores bien determinados adopta distintas posturas a la hora de definir qué es el “Martín Fierro” y qué juicio de valoración se merece. Unos, los más, ponen el acento sobre lo estético, estudian la poesía gauchesca, el folklore, el género literario. También hacen investigaciones filosóficas. Analizan los caracteres psicológicos de los personajes. Averiguan el origen del gaucho y describen sus costumbres y el ambiente pampeano en que vive. Ven una íntima relación entre el autor y la obra. Incluso destacan los valores filosóficos, morales y religiosos, pero no advierten, no lo analizan. El primer estudio valioso del 1º grupo es el de Leopoldo Lugones cuya obra “El payador” (recopilación de una serie de conferencias) publicada en 1916 rescata al “M. F.” de la nada y los convierte en elemento clásico para la literatura argentina. Si bien es cierto que desde su aparición 1872 – 1879, gozó de extraordinaria popularidad y fue objeto de “desmesurados encomios” según frase de Miguel de Unamuno 9, solamente se había ocupado de él la pequeña crítica.
Siguiendo la línea de Lugones trató el tema Ricardo Rojas en el tomo Los Gauchescos de su obra “La literatura argentina; ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el Plata” (1917 – 1922). Su mérito es haber sido el primero en recopilar juicios sobre la literatura argentina.
Jorge Luis Borges nos dice que “el Martín Fierro” es de índole realista, que tiene mucho de alegato político, que descontando el accidente del verso cabría definirlo como una novela; y que el pobre Martín Fierro no está en las confusas muertes que obró ni en los excesos de protesta y bravata que entorpecen la crónica de sus desdichas. Está en la entonación y en la respiración de los versos; en la inocencia que rememora modestas y perdidas felicidades y en el coraje que no ignora que el hombre ha nacido para sufrir”. No da muchas explicaciones.
Algo muy importante hay en estos críticos que podríamos llamar los pioneros aunque no enfoquen el problema desde el punto de vista de crítica político – social, y es su voluntad de búsqueda del ser nacional.
Deberíamos hablar de muchos más escritores y estudiosos, pues como se comprenderá la bibliografía martinfierrista es rica y frondosa. No lo hacemos por respeto ya que nos veríamos obligados a una fugaz mención 10.
El caso de Ezequiel Martínez Estrada, poeta, pensador y crítico es singular. Por los años treinta comienza a publicar una serie de libros cuyo tema es el país y con ellos contribuye a esclarecer la historia del pensamiento y del drama argentino: “Radiografía de la pampa” (1933) “La cabeza de Goliath” (1943), “Sarmiento” (1946). Sirviéndose del mito, del punto de vista múltiple, denuncia –sin perder de vista la elaboración estética- la polifacética realidad argentina. En “Muerte y transfiguración de Martín Fierro” (1946) “inaugura un nuevo estilo de crítica del poema gauchesco. Las futuras generaciones hablarán del Cruz, o del Picardía, de Martínez Estrada, como ahora hablamos del Farinata de De Sanctis o del Hamlet de Coleridge. Trátase menos de una interpretación de los textos que de una recreación; en sus páginas, un gran poeta que tiene la experiencia de Melville, de Kafka y de los rusos, vuelve a soñar, enriqueciéndolo de sombra y de vértigo, el sueño primario de Hernández” 11.
Quizá es esta nueva panorámica y este enjuiciamiento de lo nacional el que da pie a los escritores que formarían el 2º grupo para lanzarse por una línea netamente definida de redescubrimiento social del poema. Sin desdeñar los valores puramente estilísticos estudian con especial atención el ambiente social donde se mueven los personajes y el contexto en el que se cumple la acción: la presencia del gobierno; el carácter decadente de la sociedad con todas sus secuelas; la carencia de justicia y de quien la represente; la naturaleza expoliatoria del ejército, la policía, el fortín y la penitenciaría. Denuncian esta situación penosa y defienden la causa del pobre y del perseguido injustamente.
Vamos a decir en honor a la verdad que los trabajos existentes con esta orientación no son muchos y es precisamente el motivo que nos impulsa a escribir la tesis sobre dicho tema.
En la bibliografía citamos aquellas obras que son de nuestro conocimiento, pero hacemos una llamada de atención sobre el libro de Pedro de Paoli “Los motivos de Martín Fierro en la vida de José Hernández” (1947) ya que tuvo una influencia decisiva para la interpretación del poema a la luz de la vida del autor. Y también merece una distinción el ensayo de Julio Mafud “Contenido social del Martín Fierro”, bastante posterior (1961).
Lo demás se reduce casi exclusivamente a artículos escritos en periódicos y revistas.
Insistimos en que no somos de aquellos que “se empeñan en encomiarlo (al poema hernandiano), por motivos ajenos al arte, o lo que es peor, falsos y de mala ley”; sino todo lo contrario 12.
Pensamos que no puede haber disociación entre arte y sociedad; que el arte hunde en ella sus raíces y de ella se sustenta; que por reciprocidad debe estar a su servicio o dicho de otro modo, forzosamente el arte tiene que ser docente, comprometido. José Hernández no comulgó con la antigua teoría “del arte por el arte”, arte por sí mismo. “El no habla por hablar, ni canta por cantar, no grita porque sí; habla, canta y grita para despertar a quienes tienen el sueño demasiado pesado, para sostener la esperanza amenazada, para proteger la justicia en peligro, para exaltar el amor e imponer la verdad”.
¿No son estas aspiraciones humanas que sobrepasan las barreras de lo terreno, habitantes de un reino superior infinito donde residen la Belleza, la Verdad y el Amor, y que constituyen los dominios del Arte? ¡Qué importa que para ascender hasta la cima donde el Arte tiene su trono haya empleado un material humilde como el habla de los gauchos, forma castiza del idioma castellano, y haya hecho intervenir muertes, robos, malos tratos, abusos por parte de los poderes públicos, si ha sabido darles caracteres de universalidad y eternidad!
“Hernández hizo literatura comprometida –tendenciosa, se ha dicho- y tal vez no hubiera acertado hacerla de otra índole, dada la calidad de su organización mental. Tenía una elevada idea de la misión del poeta en el mundo, y nunca se habría resignado a un rol de prestidigitador o pirotécnico, dentro de un orbe complicado por las injusticias de los hombres…” Las fronteras de su poema que lo ciñen al tiempo y al espacio “son fronteras de un mundo trascendido, en el cual las oposiciones y los conflictos se resuelven en mensajes de superación. Fronteras entre la ciudad y el campo, entre la civilización y la barbarie, entre la libertad y la ley, entre la naturaleza y la técnica. Fronteras entre la vida y la muerte, entre la prosa del vivir despiertos y la ensoñación poética, que todo lo inaugura cada mañana y que reviste de eternidad las cosas, mientras el tiempo inexorable, pasa…” 13.
Lo que no pasa es la fama de José Hernández periodista y poeta. Ya dijimos que el libro capital que hay que tener en cuenta para juzgar al “Martín Fierro” con una base histórico – política es el de Pedro de Paoli. Aquí algunas de sus palabras: “Hernández, en “El Río de la Plata” es el primer periodista argentino que habla desde el punto de vista social y económico, de los oprimidos, como Martín Fierro el primero que en un poema –o libro cualquiera en nuestro país- habla de la proletarización de los gauchos, o paisanos de la campaña. Se proletarizaron, dice Martín Fierro. Treinta años después, anarquistas y socialistas repetirán este término”. Este detalle sorprendente y significativo habla por sí solo muy a las claras. No es necesario que expliquemos el alcance de ese verbo proletarizarse.
Pero es aún más categórico: “el Martín Fierro”, pues, no es un mero producto de la fantasía del autor, ni es una novela, ni una obra puramente folklórica. El “Martín Fierro” es intrínsicamente un alegato social, una verdadera protesta social a favor de la población campesina criolla representada por el gaucho. Una protesta social contra la oligarquía gobernante del país iniciada por el gobierno del general Mitre y continuada sañudamente por Sarmiento y mantenida por las presidencias sucesivas hasta el descuajamiento total del gaucho de sus pagos tradicionales”.
Por supuesto que en el desarrollo de la tesis nos detendremos en las afirmaciones procurando justificarlas o enjuiciarlas. Un último párrafo de De Paoli para esta introducción: “La Vuelta (2º parte) es la confirmación de las ideas de La Historia (1º parte); allí Hernández sella para siempre el carácter social de su libro.
No se trata solamente de una expresión poética, no; es la historia de una clase social y de una raza. El libro tiene el carácter de una marca de fuego contra una clase social oligárquica y que con el correr del tiempo se hará imborrable. “Martín Fierro” es la réplica al “Facundo” y a toda esa literatura que tiene como motivo principal denigrar al gaucho y sus caudillos. Al grito de guerra al gaucho condensado en la frase Civilización y Barbarie, Hernández opone sus sentencias martinfierrescas, para que la posteridad al proclamar en el Día del Libro a “Martín Fierro” como el libro argentino por autonomasia dictamine que sus afirmaciones son la verdad misma sobre un tipo humano y un ambiente que el dicterio infamante oscureció por un instante, para que luego brillara con mayor resplandor”.
Se nos ocurre que es suficiente la ilustración que hicimos acerca de los dos grandes grupos de escritores y críticos que a nuestro juicio enfocan el estudio del “Martín Fierro” con distintas perspectivas, 14. Sin embargo queda un testimonio, el más contundente, a favor de nuestra tesis que es el del propio autor del poema. Lo hallamos en una carta sugerida por D. Mariano Pelliza; en ella Hernández confiesa los propósitos por los cuales escribe: “Quizá tiene razón el señor Pelliza al suponer que mi trabajo responde a una tendencia dominante en mi espíritu, preocupado por la mala suerte del gaucho. Para abogar por el alivio de los males que pesan sobre esa clase de la sociedad, que la agobian y la abaten por consecuencia de un régimen defectuoso, existen la tribuna parlamentaria, la prensa periódica, los clubs, el libro y por último, el folleto… Me he servido de este último elemento, y en cuanto a la forma empleada, el juicio sólo podrá pertenecer al dominio de la literatura. Pero en este terreno, “Martín Fierro” no sigue ni podía seguir otra escuela que la que es tradicional al inculto payador”.
Pues, teniendo en cuenta estos motivos nos sentimos alentados al comenzar este trabajo. Hablaremos del momento histórico-político en que se produce la inmortal obra y la forma de cómo nace; de sus características peculiares y de la íntima conexión que guarda con su autor cuya vida fue de lucha hasta el fin. Lo ubicaremos en las fronteras entre el blanco y el indio y veremos a la raza gaucha ir perdiendo terreno poco a poco, sin defensas, hasta extinguirse. Analizaremos las manifestaciones sociales y antisociales de los principales personajes.
A la luz de sus versos auscultaremos los diversos grupos humanos, cada uno con sus lacras, virtudes y anhelos: la oligarquía dueña de las riquezas que se autodenomina “civilización”; la sociedad “bárbara” residente en las tolderías donde no impera la razón y que incursiona frecuentemente en tierras de blancos; la raza “delincuente” que sólo sirve “pa votar” y a cuyo favor no cuenta ninguna acción buena ni heroica; los extranjeros que vienen a la pampa argentina con sueños de otros mundos; en fin, los mulatos, otros seres desarraigados y esclavos. Veremos tambalearse la endeble estructura política de la época (1860-1880), el gobierno central de Buenos Aires con la defensa exclusiva de sus intereses portuarios, la caricaturesca figura de quienes ostentan la autoridad, la deplorable situación del ejército y la policía, la vida inhumana que hacían los gauchos reclutados en los fortines. Y por último seremos testigos de las consecuencias que padece aquella sociedad enferma; sí, pero testigos doloridos que contemplan al país en manos de una minoría “selecta” vendida al extranjero, que desconoce los problemas internos u obra como si no existiesen; que tiene en completo abandono a las Provincias; que no se inmuta ante la suerte del hombre de la campaña sumido en la pobreza, herido en su honra, perseguido, descuajado de su hogar.
Estas y muchas otras cosas “cantó” el gaucho Martín Fierro al son del “estrumento” hace un siglo. Varias generaciones escucharon sus rasguidos aunque pocas le hicieron caso. Nosotros queremos prestar atento oído a lo que dice, más que a la forma cómo lo dice. Esta debió de ser la actitud de aquellos gauchos reunidos en las pulperías en torno al lector, absortos en la lectura del “Martín Fierro”, único alivio de sus infortunios. Y solamente así, por su mensaje, se explica su inmediata popularidad hasta tal punto de ser considerado un artículo de consumo diario 15.
En la “era de la socialización”, socialización de pueblos, gobiernos, instituciones, estructuras, artes, comunicaciones, industrias, etc., puede ser de interés un estudio de esta índole como el que hemos emprendido.
1 Cabe citar como ineludible el caso de la novela socialista europea de principios del XX, especialmente la rusa. En cuanto a la literatura española “social” sus orígenes se remontan al Lazarillo de Tormes y a la Celestina. Existen dos interesantes trabajos al respecto: BLANCO AMOR JOSE, “El Lazarillo de Tormes espejo de disconformidad social”. (En: “Cuadernos del Idioma”. Buenos Aires, año II, Nº 9). MARAVALL JUAN ANTONIO, “El mundo social de la Celestina”, Ed. Gredos, Madrid 1964.
2 La crítica literaria tiene su evolución propia: En un comienzo, digamos S. XIX, prosperó la crítica formalista; luego la estructuralista; ahora la sociológica, si bien los adelantos de dos nuevas corrientes, la generativa y la semiológica, pretenden relegarla a un segundo plano.
3 Amorós Andrés, “Introducción a la novela contemporánea, Ed. Amaya, Madrid 1966, págs.. 52-55.
4 Siguiendo el orden: - “La novela social española”, Ed. Seix Barral, Barcelona. - “El teatro social en España”, Ed. Taurus, Madrid 1962. - “Antología de la poesía social española contemporánea”, Ed. Alfaguara, Madrid 1965.
5 Aparte de su propio punto de vista son interesantes los juicios de escritores, poetas, novelistas y críticos que sustentaron aquella tendencia y de los que ven las cosas de otra manera.
6 Ob. Cit. Cap. XXIV “Algunas novelas hispanoamericanas”, págs. 129-130.
7 “La narrativa en Hispanoamérica”, Ed. Aguilar (Ensayistas Hispánicos), Madrid 1964.
8 Puede resultar aclaratorio de este punto un artículo que suscribe George Huaco, “Socilogie du roman: Le roman mexicain, 1915-1965”; en: Etudes de sociologie de la littérature. Editions de l’Institut de Sociologie. Université Libre de Bruelles. Nº 3 1969.
9 D. Miguel de Unamuno en un artículo dirigido a D. Juan Valera en 1894, publicado en La Revista Española, dice que en 1882 ya se habían vendido 58.000 ejemplares habiéndose hecho once ediciones. En dicho artículo alera al público español acerca de la significación de “El gaucho Martín Fierro”.
10 La recopilación bibliográfica más completa y sistemática es la de Augusto Raúl Cortázar: “José Hernández, Martín Fierro y su crítica. Aportes para una bibliografía”, Buenos Aires Fondo Nacional de las Artes, 1960. (En: “Bibliografía Argentina de Artes y Letras”, nº 6, págs. 51-129, Buenos Aires, enero – junio 1960).
11 Palabras de Jorge L. Borges en “Martín Fierro”, Ed. Columba, Col. Esquemas, Buenos Aires 1965, pág. 60.
12 Miguel de Unamuno está prendado de la hermosura del poema y por eso hace esta advertencia ; además él escribió en otra época.
13 Las citas corresponden a Francisco Compañy el autor “La fe de M. F.”.
14 Como es obvio no describimos la teoría de nadie en particular. En algunos casos se deduce debido a la importancia que le concedemos.
15 En las listas de encargos de los pulperos el Martín Fierro figuraba junto con los fósforos, la barrica de cerveza y las sardinas.