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Capítulo 1 DETERMINACIÓN Y DELIMITACIÓN SISTEMÁTICO-INTRODUCTORIAS DEL CONCEPTO DE ÉTICA

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§ 1. La ética como disciplina técnica1universal de los fines correctos que dirigen la acción y de las leyes normativas superiores

Partamos del paralelismo tradicional entre la ética y la lógica, el cual, en efecto, tiene motivos profundos en la razón misma2. Al igual que la lógica, la mayoría de veces la ética es tratada y definida como disciplina técnica; la lógica, como disciplina técnica del pensar judicativo que apunta a la verdad; la ética, como disciplina técnica del querer y del actuar. La lógica se refiere a un género particular de necesidades prácticas del ser humano y a sus actividades correspondientes, determinadas estas por un interés teórico puro. El ser humano, en tanto ser que juzga, aspira a la verdad y, al máximo grado, a la verdad en la forma de ciencia. Adquiere la verdad de manera efectiva y la posee en la intelección teórica. La verdad se convierte en su posesión habitual en la forma de saber permanente, al que puede transformar nuevamente, en cualquier momento, en intelección actual. La tarea de la lógica como disciplina técnica es dirigir al ser humano en su aspiración a la verdad y a la ciencia, poner a su alcance normas científicamente fundadas según las cuales pueda apreciar intelectivamente la verdad y la falsedad de enunciados, de demostraciones, de teorías, de las ciencias en su conjunto; en consecuencia, la tarea de la lógica en tanto disciplina técnica consiste en establecer prescripciones técnicas científicamente fundadas que sean las mejores metas teóricas que realizar.

Según la definición transmitida desde antiguo, con la ética sucede de modo semejante, solo que su normación y reglamentación técnica tiene una extensión más universal, incomparable a la lógica y a todas las otras posibles disciplinas técnicas, pues [4] se refiere al querer y actuar en general. Juzgar científicamente es solo una forma particular del actuar humano; las metas teóricas de la voluntad <son> solo una clase particular de las metas de la voluntad en general. Cada género particular de fines que procuran ser universalmente determinantes para el actuar humano funda una técnica peculiar y, adaptada a él, una disciplina técnica posible: así, la estrategia apunta a la guerra; la técnica curativa, a la salud; la arquitectura, a los edificios; la técnica del gobierno, al Estado y, así, toda clase de disciplinas técnicas posibles reales e ideales. Pero debe haber, o al menos se debe postular, una disciplina técnica que esté por encima de todas las disciplinas técnicas humanas y que tenga una reglamentación que las abarque en su conjunto. Esta es la ética.

Aquí podríamos atender, ante todo, a lo siguiente: el actuar, la posición del fin y la determinación del medio, que son un tema particular en las disciplinas técnicas, están sujetos —este es, por doquier, el presupuesto— a apreciaciones3 de la racionalidad práctica. No todos los medios son adecuados a un fin dado, sino que han de ser elegidos solo los medios que ofrece la razón práctica.

Se suele decir que querer un fin significa también querer todo lo que se desprende de él. Pero eso no significa un deber según la ley natural, pues según esta, de modo más preciso, en la facticidad psicológica, puede ser y sucede a menudo que somos inconsecuentes prácticamente, que estamos en contradicción práctica con nosotros mismos o con nuestro fin. Si el fin de la guerra es lo que guía al jefe del ejército, entonces «racionalmente» «debe», y aquí eso significa en la consecuencia práctica hacerse cargo de todo lo que es pertinente a la guerra en tanto consecuencia inevitable, como, por ejemplo, la muerte y la destrucción; debe permitir y, por otra parte, querer positivamente, todo aquello sin lo cual, en tanto medio, no sería realizable el correspondiente fin último. Estas son exigencias de la razón, de la razón en la forma de la consecuencia práctica y de su contrario, la forma de la contradicción práctica.

Con ello, se indica una afinidad formal de todas las actuaciones o, respectivamente, regulaciones conformes a la técnica: en todo actuar según la técnica, en todos los contextos de actividades posibles referidas a la unidad de un fin conductor, debe [5] imperar la razón práctica en la forma de la consecuencia racional. ¿No hay, se podría preguntar, normas formales y universales que legislen la razón práctica, es decir, la razón en la elección y adecuación de los medios? ¿Y estas no apuntan ya a una disciplina técnica universal más allá de todas las disciplinas técnicas particulares?

En tanto tal, esta disciplina técnica se extendería desde la consecuencia práctica, en una universalidad formal, a todas y cada una de las acciones que puedan ser determinadas a partir de fines concretos. En esto, hay que tener en cuenta que nunca puede haber un único fin concreto que determine de modo exclusivo a un ser humano. El individuo puede tener un fin profesional que, en efecto, impere a lo largo de toda su vida, pero no es el único fin que lo determina. El estratega, por ejemplo, además de su fin profesional, tiene otros fines, fines privados; y, también más allá de su vida práctica profesional, el ser consecuente en la práctica, en cuanto exigencia de la razón, debe también dominar en la multiplicidad de fines y de actividades vinculadas con ellos.

Sin embargo, por más correcto que se muestre este pensamiento y por más necesario que sea poner en evidencia las leyes formales de la consecuencia práctica, de ello no resultaría una ética en sentido propio y menos una ética formal. En todo caso, el pensamiento determinante para la caracterización tradicional de la disciplina técnica ética era otro, a saber: toda disciplina técnica particular toma de la praxis general de la vida humana algún género de fines humanos como predados. Toda disciplina técnica particular trata cada fin director supremo, tal como la estrategia trata la guerra o la ciencia médica la salud, como si fuera simplemente un fin último y valioso por antonomasia. En todo caso, no se pregunta ni se considera si y en qué medida es en verdad un fin digno de aspiración. Pero así como todos los juicios, todos los enunciados teóricos que llegan a posición afirmativa en la actividad del pensamiento, están sujetos a preguntas sobre la legitimidad de la verdad y la falsedad, así también todos los fines que llegan a la posición voluntaria en el querer están sujetos a preguntas sobre la legitimidad. Si la voluntad pone el fin y el medio, entonces también estos tendrían que calificarse como proposiciones de la voluntad, en paralelo con las proposiciones que realiza el juzgar teórico y que se destacan lingüísticamente como proposiciones enunciativas. Y por ambas partes, en las proposiciones judicativas y en las volitivas, hablamos, de modo paralelo pero manifiestamente no en sentido idéntico, de corrección [Richtigkeit] [6] e incorrección [Unrichtigkeit], también de valor y desvalor; generalizando, hablamos de verdadero y falso. Es completamente usual hablar de fines y de medios verdaderos y falsos. Se llama normativas a tales preguntas, apreciaciones o decisiones dirigidas a la corrección e incorrección, al valor y desvalor.

Debe haber, pues, este es el pensamiento conductor, una ciencia normativa que abarque con la mirada los fines humanos de una manera universal y que los juzgue desde un punto de vista normativo universal; en otras palabras, que investigue si los fines son como deben ser. Esta ciencia no se dirige a meras cuestiones de hechos, a cuyos fines y, ante todo, fines últimos aspiran fácticamente los seres humanos y a los que considera, en universalidad, como géneros de fines últimos superiores, sino que está dirigida a preguntas sobre la legitimidad, preguntas sobre el valor: ¿ se debe aspirar a tal clase de fines, merecen que se aspire a ellos?

Como se puede ver desde un principio, aquí aparece la pregunta acerca de si y en qué medida, frente a la multiplicidad de fines que un agente se propone o se puede proponer y entre los cuales elige o puede, respectivamente, elegir, hay un fin que no sea solo de hecho, sino que sea legítimamente un fin último y superior. También aparece la pregunta acerca de si, según ello, el ser humano no está sujeto a la exigencia de un deber4 absoluto, de una obligación absoluta, en la medida en que debe existir para él, en toda situación, quizás para la unidad de toda su vida activa, un fin último pura y simplemente exigido, es decir, no solo superior en el sentido del fin último relativamente mejor, sino en el sentido del fin únicamente correcto para él. De acuerdo con esto, todos los otros fines admisibles serían meramente derivados de este; se convertirían, entonces, en particularizaciones o en medios. Y con ello, la entera vida de la voluntad del ser humano estaría absoluta y unitariamente regulada por normas de la razón práctica.

La pregunta determinante para la posibilidad de una disciplina técnica ética es, entonces, la siguiente: ¿hay principios universales, leyes normativamente supremas, según los cuales todas las metas de la voluntad y, en especial, todos los fines últimos posibles se dividen ante la razón en correctos e incorrectos y que todos los fines humanos particulares tengan que satisfacer a priori para que, en general, puedan ser considerados como legítimos? ¿Hay normas del proponer fines y del actuar que el ser humano, el cual elige ya entre fines juzgados como positivos en sí y para sí, deba satisfacer, por consiguiente, [7] normas de la preferencia correcta, normas cuya infracción signifique para el agente el reproche práctico de que eligió lo que no debía elegir, que hizo lo que no tenía permitido hacer? ¿Hay, por razones legales de principio, un unum necessarium para cada agente? ¿Está sujeta toda vida volitiva de una persona, tomada en su unidad universal en conformidad con estas razones, a una legislación regulativa que, en tanto idea, traza de antemano la vida éticamente buena y se traduce en una cadena de acciones en la que cada acción estaría caracterizada como absolutamente debida?

La conducta universal de los seres humanos parece hablar a favor de ello. Estos se hacen constantemente la misma pregunta de conciencia, como si permanentemente tuvieran esta convicción solo que sin formularla: «¿Qué debo hacer, qué exige de mí mi situación vital como lo debido aquí y ahora?». Y con ello, también formulan enunciados universales que captan todas las peculiaridades de las situaciones, como «¡No te dejes arrastrar por las pasiones!», «¡Haz todo lo que puedas según tu leal ciencia y conciencia!». Si esto es correcto y lo asumimos como tal, sin dejarnos confundir por el escepticismo ético, entonces debe haber una disciplina suprema práctica y normativa que nos procure, en la universalidad científica sobre los principios y las normas que han de derivarse de ellos, la apreciación5 de lo sencillamente debido en cada caso y que, a partir de ahí, siguiendo la típica de las situaciones prácticas posibles, nos provea de prescripciones prácticas sobre cómo regir nuestra vida según ellas y que nos acerque lo más posible a la idea de una vida ética buena y a cómo podemos realizarla según su posibilidad.

Quizá se haga manifiesto que este razonamiento no es suficientemente radical. Quizá esta determinación de la ética como disciplina técnica del actuar correcto no es la última palabra que hay que decir sobre esto, así como la determinación de la lógica como disciplina técnica del conocimiento tampoco es lo último y lo mejor que hay que decir sobre el conocimiento. De todos modos, aunque no es lo último que decir, es algo que tiene su valor; esto significa que, de todas maneras, es claro desde el principio que tales disciplinas técnicas tienen su buen sentido y derecho; por eso, podemos muy bien tomar como punto de partida para la ética (con la precisión realizada) este modo de delimitación y definición de tareas preferido desde antiguo.

[8] §2. Aclaraciones complementarias a la determinación conceptual de la ética en tanto disciplina técnica

a) Sobre la delimitación del ámbito de objetos de las apreciaciones éticas. La persona y su carácter en la apreciación ética

Ahora sería aún necesaria como complemento la consideración de la pregunta acerca de cómo podemos satisfacer ciertas representaciones que, para nosotros, se vinculan usualmente con la palabra «ética». Llamamos «éticas» no solo a las voliciones y acciones, incluidas sus metas, sino también a las disposiciones morales de fondo6 que permanecen en la personalidad en tanto direcciones habituales de la voluntad. Llamamos, además, «éticos», de modo más diferenciado, éticamente loable o rechazable, éticamente positivos o negativos, también a los simples apetitos, deseos, o a sus fines en cuanto tales, y además a otros sentimientos y afectos. Así, llamamos a varias clases de alegría o tristeza «bellas», nobles, malas, viles, vulgares y vemos en ellas predicados éticos; y lo mismo sucede con las disposiciones de fondo correspondientes, con las direcciones habituales del sentimiento como el amor y el odio. De este modo, apreciamos todas las propiedades emocionales habituales y, en resumen, el «carácter» total de una persona como ético o éticamente reprobable, tanto el carácter innato como el adquirido, y, así, finalmente y de modo del todo particular, a la persona misma.

Una ética, en cuanto disciplina técnico-práctica según la definición dada, puede satisfacer fácilmente todo esto. La unidad de la asignación de la meta, que atraviesa la unidad de una vida humana en la forma ética de la exigencia absoluta del deber, tiene una relación esencial con la unidad de la personalidad, en la medida en que es la personalidad la que en el querer, quiere, en el actuar, actúa y en la medida en que sus propiedades caracteriales condicionan, de modo manifiesto y conforme a la experiencia, conjuntamente las direcciones de la voluntad. Pero, de manera contraria, también todo nuevo acto de la voluntad obra retroactivamente sobre el carácter, deja un sedimento en el ámbito de lo habitual que, por su parte, después obra, nuevamente, en la praxis futura; por ejemplo, toda buena voluntad, todo acto de superación ética de sí mismo, eleva en el alma el fondo habitual de energía para nuevas obras buenas, así como toda voluntad mala lo disminuye.

Se comprende, por tanto, que la apreciación ética de la voluntad, respectivamente, de las metas de la voluntad, se trasponga a las correspondientes propiedades habituales de la [9] personalidad e incluso al sustrato de disposiciones [Dispositionen] útiles o desventajosas, y que estas conserven predicados éticos derivados. Se comprende que, en el estrecho nexo de motivación entre querer y desear, entre el valorar [Werten], entre las tomas de posición emotivas y los estados anímicos de todo tipo, también estos, y con frecuencia de modo fuertemente acentuado, sean éticamente aprobados o reprobados. Un amor noble, en tanto acto individual o en tanto dirección emotiva permanente, no puede contener en sí mismo nada del desear o del querer, pero es apto para motivar a la voluntad. Cuando el amor hace esto, la voluntad, en tanto determinada por lo noble, es ella misma noble. Y, manifiestamente, esto entra en consideración, de modo completamente esencial, para la pregunta acerca de lo absolutamente debido.

Finalmente, se comprende en general que las apreciaciones éticas, en cuanto están determinadas en primer lugar por la voluntad y sus contenidos inmanentes, están unidas inseparablemente con las apreciaciones de la personalidad según todas sus propiedades caracteriales y según su entera vida psíquica. Esto también se muestra desde el siguiente punto de vista universal: en la medida en que es propio de una personalidad como tal la capacidad de autovaloración, autodeterminación y autoeducación, y, con esto, también la capacidad de dejarse conducir conscientemente en la configuración de sí mismo por las normas del deber ético, en esa misma medida, todas las propiedades de una persona, también las intelectuales, caen manifiestamente en su ámbito ético propio. Todas tienen, de modo reconocible, valores que admiten un más y un menos, y grados de valor. Pero la autovaloración motiva el curso de la autoeducación. Así, la capacidad científica, en tanto fuente permanente de bienes auténticos de la personalidad (o sea, de su conocimiento teórico), es un bien alto, pero aún no es un bien ético en y para sí. Sin embargo, en todos los casos de elección de una profesión en los que la habilidad científica compite con otras habilidades que han de ser aprovechadas, teniendo en cuenta también el talento propio, la profesión se convierte en objeto de valoración ética. La pregunta ética concreta «¿cómo debo configurar mi vida como una vida verdaderamente buena?» incluye, entonces, en sí la pregunta «¿es asunto mío, es lo absolutamente debido para mí seguir la profesión científica o, más bien, seguir una profesión práctica?», y otras preguntas similares.

[10] b) Sobre la delimitación de la ética y la moral

Pero ahora es tiempo de considerar una duda que quizás se ha despertado en ustedes hace bastante tiempo. ¿Está convenientemente delimitada nuestra idea de ética, teniendo en cuenta que se suele identificar con la filosofía moral?

Sin embargo, quizás precisamente este ejemplo nos hace dudar; y aquí se hará tangible para nosotros una peculiar impronta del concepto de «ético». A menudo empleamos las palabras «ético» y «moral» como equivalentes. Referimos, de modo indudable, la última palabra a las disposiciones y acciones de un amor puro por la humanidad, especialmente, por tanto, en las relaciones prácticas en las que aquello que deseamos y a lo que aspiramos de modo práctico para nosotros mismos (y aquí también se trata de bienes puros y auténticos) entra en competencia con lo que desean nuestros prójimos o con lo que, para ellos, es digno de ser deseado; y lo mismo, naturalmente, para lo que tiene valor negativo. En sentido específico, entonces, es inmoral toda disposición y actuación fruto del egoísmo, de la maldad, de la difamación, etc.; asimismo, todo daño consciente a la comunidad, traición a la patria, fraude y así sucesivamente. Se pregunta, pues, lo siguiente: la dedicación a la vocación científica o artística, para quien está «verdaderamente llamado» a ella, para quien, precisamente, reconoce ahí su deber absoluto, ¿se caracteriza, por ello, como lo debido por y en la medida en que beneficia a su prójimo, a su comunidad, finalmente, a la humanidad y quiere hacer lo debido y lo hace en virtud de tal disposición amorosa?

Pero ¿cuál era el pensamiento de fondo que dirigía nuestra definición de la ética? Dicho en pocas palabras, es el siguiente: ética es la disciplina técnica del actuar correcto o, ya que un actuar correcto es el que apunta a fines justos, la ética es la disciplina técnica de los fines que nuestro actuar debe legítimamente perseguir. Pero si es verdad que en toda situación está trazado de antemano para cada agente un único fin como el unum necessarium, en cuanto el único que debe ser querido, entonces la ética es la disciplina técnica que se refiere a este absolutamente debido o que se refiere a la exigencia absoluta de la razón práctica. Con todo esto, se definía un concepto de lo ético, un encuadramiento universal de la corrección e incorrección éticas, en el que evidentemente no se hablaba de lo moral en el sentido acostumbrado del término [11], mientras que, no obstante, el lenguaje usa por regla general las palabras ético y moral como equivalentes. ¿Coinciden ambos conceptos, al menos, en su extensión? Esto significaría lo siguiente: siempre que planteemos a nuestras decisiones de la voluntad y, por lo tanto, también a las acciones, la pregunta por la corrección absolutamente práctica, una decisión de la voluntad, en cuanto absolutamente debida, puede acreditarse solo si su fin final, o sea, el último, el que determina todo actuar, tiene el título de amor al prójimo, si bien puede realizarse más tarde una definición más precisa.

Algunos ejemplos muestran que esta posición tiene dificultades. Un aspirar científico o artístico, por tanto, justificado por motivos del deber absoluto, sería entonces ético solo si su motivo determinante último fuese el noble apoyo a nuestros «prójimos», eventualmente, aprehendido de modo más generoso como el bien de la más amplia y vasta comunidad, de la nación, de la humanidad, en la cual, sin embargo, no podemos incluirnos, por ejemplo, como aquellos que reciben un beneficio. Y lo mismo pasaría con todas las acciones en las que, siguiendo los estímulos de los sentimientos sensibles, hacemos posible la conservación de nosotros mismos. Solo gracias a la posibilidad de vivir, por medio de nuestra autoconservación, una vida de amor al prójimo, podríamos, por ejemplo, concedernos legítimamente una comida sabrosa.

Estas dificultades, que no pueden encontrar aquí obviamente una solución efectiva, no son tales que puedan perjudicar de alguna manera nuestra determinación conceptual de la ética. Si solo es seguro que hay un deber normativo absoluto referido a todo querer y actuar posibles, entonces también está evidentemente legitimada la idea de una disciplina técnica superior referida a ello. Es claro, sin más, que una ética definida así, de manera científica, tendría que tratar todos los géneros de bienes prácticos que puedan presentarse con el carácter de deber absoluto; también, por tanto, el ámbito del amor al prójimo que, sin duda, tiene un alto rango, si no el superior. Pero si lo tiene en el sentido de que todo otro bien práctico deriva su valor del deber absoluto del amor al prójimo, esto confiará una disciplina técnicoética en nuestro sentido legítimo a una específica investigación ética. En todo caso, nuestra definición tiene la ventaja de que, en su universalidad formal, no prejuzga en nada lo absolutamente debido a favor de una determinación cualquiera del contenido [12] mediante esferas particulares de bienes, y señala solo el marco de definición para todas las posibles investigaciones de contenido.

c) Sobre la diferencia entre ética individual y ética social

Aún tenemos que considerar una última objeción a nuestra definición de la disciplina técnica ética en la que, seguramente, más de uno de ustedes habrá pensado. Se puede preguntar: ¿hace justicia dicha definición a la diferencia, que sin duda ha de tenerse en cuenta, entre ética individual y ética social? A fin de cuentas, ¿no delimita esta solamente a la primera, esto es, a la ética individual? Sin embargo, nuestra definición conceptual no necesita ser entendida así, si la comprendemos adecuadamente y admitimos, en tanto sujetos humanos que actúan, no solo a los seres humanos singulares, sino también a las comunidades humanas, tal como, por ejemplo, Platón describía al Estado como un gran ser humano. Pero aquí necesitamos decir algo más preciso sobre el conjunto de nuestra concepción.

Como campo de actividad posible, todo ser humano se tiene a sí mismo y a su mundo circundante, y ahí se encuentra, y no por razones contingentes, como miembro de comunidades más o menos amplias. Como miembro, vive en parte una vida específicamente comunitaria, es decir, en funciones espirituales y, entre estas, funciones del actuar, las cuales ejerce conscientemente como funcionario de la comunidad, por ejemplo, en el Estado como ciudadano en relación con ciudadanos, como empleado, como soldado. Pero en parte vive, aunque no deje de ser miembro de sus comunidades, una vida extracomunitaria, en la que tales funciones sociales motivadoras no son cuestionadas: como cuando, para su propia instrucción o edificación y no para la preparación de una clase, lee un libro o toma su almuerzo, etc. Todo esto, sin embargo, puede llegar a ser éticamente relevante y, entonces, ser cuestionado desde el punto de vista de lo absolutamente debido, y <ello> en universalidad científica, en la medida en que existe, más allá de la múltiple forma infinita de las circunstancias contingentes concretas, una legalidad normativa y práctica según la cual se puede apreciar el caso individual.

Además, es claro que las preguntas éticas pueden ser planteadas no solo a los miembros de una comunidad, sino también a las comunidades mismas. También es claro que [13] las comunidades pueden ser valoradas éticamente. Esto es obvio en la medida en que las comunidades son vistas como medios para la consecución de los fines que sus miembros se ponen. Pero las comunidades también pueden, en buen sentido, tomar el carácter de personalidades de orden superior, de manera que se hable con sentido de la voluntad de la comunidad frente a la voluntad de los individuos. Según esto, por ejemplo, se podrá y se deberá hablar también de una ética nacional. Las naciones, tanto en su vida propia como en su trato con otras naciones, estarán sometidas a normas éticas. En todo caso, si una ética en general tiene legitimidad en cuanto disciplina práctica y normativa, también se debe considerar con anticipación una ética de la comunidad.

§ 3. La pregunta por el criterio de distinción entre disciplinas técnicas y ciencias teóricas. El problema de la delimitación del interés teórico respecto del práctico a partir de Brentano

Después de haber esclarecido, en primer lugar y legitimados en cierto modo por la tradición más antigua, la definición de la ética como disciplina técnica y de haber reconocido su derecho evidente, regresamos a la duda ya insinuada acerca de si el punto de vista de la disciplina técnica es radicalmente determinante para el tratamiento de los problemas específicamente propios de la ética tradicional, problemas que son tales que no pueden encontrar su lugar en ninguna otra disciplina científica.

Con esto, iniciamos una consideración de gran envergadura filosófica, que tiene su paralelo exacto en una consideración que realicé en el primer tomo de mis Investigaciones lógicas para la disciplina técnico-lógica y con la cual intenté dirimir la lucha contra el psicologismo de la lógica que se nos legó y, como consecuencia, contra el psicologismo teórico-cognoscitivo. De hecho, es necesario combatir hasta el final esta misma lucha contra el psicologismo ético y contra el psicologismo en la teoría de la razón práctica y en la teoría del conocimiento ético, así como, luego, en todas las esferas paralelas de la razón y [14] en las disciplinas filosóficas normativas. Y a estos ámbitos pertenece también, como elemento esencial, lo que ahora nos proponemos discutir aquí.

Ante todo, aquí se requiere una definición conceptual fundamental. ¿Qué caracteriza a una «disciplina técnica» y a su contrario, a saber, una ciencia teorética, una ciencia en el sentido preciso de la palabra? En este último ámbito, están, por ejemplo, las ciencias matemáticas, la física, la química, la biología, la lingüística y la literatura, y otras ciencias del espíritu. Ya di ejemplos para las disciplinas técnicas. Menciono aún aquí la cuestión de cómo podría, para las múltiples tecnologías físicas y químicas, ampliarse, según su sentido literal originario, el concepto de tecnología, de modo tal que signifique una disciplina técnica en general, de manera que también podamos hablar de tecnologías científico-espirituales, por ejemplo, de jurisprudencia práctica, de teología práctica y de pedagogía. La expresión «disciplina práctica» es también un equivalente de «disciplina técnica».

¿Qué distingue, entonces, las disciplinas técnicas (tecnologías o, también, disciplinas prácticas), por un lado, y las disciplinas teóricas, las ciencias en sentido preciso, por el otro? Ambas son disciplinas científicas, también lo son las disciplinas técnicas; pues no solo distinguimos la técnica misma y la disciplina técnica, sino que, según el uso lingüístico filosófico general, una disciplina técnica no significa lo mismo que una disciplina relativa a un oficio, por ejemplo, la descripción, útil para quien ejerce una técnica, de los medios técnicos, de las precauciones, de los movimientos en la práctica de la técnica, de las instrucciones puramente prácticas para el aprendiz, que no son gravadas con explicaciones científicas. Ahí donde las ciencias entran al servicio de fines prácticos y surgen métodos científicamente fundados para la consecución de estos fines, son posibles disciplinas técnicas de contenido científico. Estos ofrecen, por un lado, teoremas científicos con sus fundamentaciones teóricas; por el otro, tratan de su adecuación a las situaciones prácticas concretas así como de todo lo que puede servir para fundamentar racionalmente un sistema de reglas lo más fecundo posible para las efectuaciones conformes a los fines requeridos.

Después de esta clarificación, podemos acercarnos a la respuesta a nuestra pregunta. En sus altamente significativas e influyentes [15] lecciones de la Universidad de Viena sobre filosofía práctica, que aún después de cuarenta años recuerdo con mucha gratitud, Franz Brentano responde de la siguiente manera7: las disciplinas científicas de todo tipo, sean ciencias teóricas o disciplinas técnicas, no son composiciones arbitrarias de conocimientos. En todas ellas, dominan una unidad y una cohesión ordenada. Pero el principio de unión y de orden es en ambas, en las ciencias teóricas y en las disciplinas técnicas, diferente. En las ciencias teóricas, el principio unificador es la unidad de un interés teórico; en las disciplinas técnicas, en cambio, lo es la unidad del interés práctico, la referencia a un fin por realizar de modo práctico.

Brentano añade que esto explicaría por qué en una ciencia teórica solo se unifican conocimientos homogéneos, objetivamente interconectados, mientras que en una disciplina práctica frecuentemente llegan a una unidad conocimientos completamente heterogéneos. La unidad del interés teórico se extiende, pues, tanto como la interconexión objetiva de causa y efecto, que une solo lo que es homogéneo. Donde, sin embargo, se trata de realizar un fin (y naturalmente un fin tan elevado que requiere un medio complejo) y de reunir en conformidad con él todas las verdades científicas cuyo conocimiento podría ser de ayuda a esta realización, ahí tales verdades pueden ser completamente heterogéneas. En sí, toda verdad tendría su lugar teórico en una ciencia teórica. Sin embargo, en relación con diferentes fines guía, la verdad puede ser útil tanto para esta como para aquella disciplina técnica, y esta utilidad no cuestiona la interconexión interna. Quien escribe, desde el punto de vista práctico, un manual para arquitectos recurrirá, naturalmente, a elementos de la matemática, física, química, estética, etc.; hablará también de los materiales de construcción, interviniendo, entonces, en el estudio de las piedras, <hablará> de las reglamentaciones para la construcción, etcétera.

Esta exposición tiene, sin duda, su fuerza y un cierto contenido válido. Y, sin embargo, a causa de una ambigüedad oculta, tuvo, de modo desconcertante, efectos fatales en Brentano [16] mismo, pero también en todos los que, siguiéndolo o guiados por semejantes motivos vetustos, extrajeron consecuencias para la ética, la lógica, la estética y, en general, para las disciplinas filosóficas normativas y prácticas.

Reflexionemos8: la contraposición entre intereses teóricos y prácticos sirve como principio de distinción. Pero ¿qué determina su sentido? Ya aquí hay una incómoda falta de claridad. Por interés teórico, se entiende aquí evidentemente el «interés» que opera en ciencias como la matemática, la ciencia natural, la psicología; un interés, como suele decirse, en la verdad por la verdad. Pero, se podría aquí preguntar enseguida, ¿no es este un interés práctico en sentido propio, no es un activo estar-dirigido-que aspira a un fin, a un tipo de fines por realizar como todo interés extrateórico solo que, precisamente, dirigido a fines de otro tipo? El interés teórico apunta a la verdad, esto es, se satisface en la producción conforme al conocimiento, en la realización de verdades.

Sin duda, en este lugar necesitamos mayor precisión. Detengámonos aquí un instante. La expresión originaria para un interés teórico no es otra cosa que «filosofía», amor a la verdad o a la sabiduría. Según la conocida narración de Herodoto, Solón no recorre el mundo de entonces para satisfacer intereses comerciales o políticos, sino puramente para conocer el mundo, las naciones y los pueblos, los seres humanos, las costumbres, las organizaciones estatales, etc., por el puro gozo en lo dado en la experiencia cognoscitiva. Con esto, naturalmente, se desplegaba el experimentar directo en juicios de experiencia determinantes que, en su verdad fundada intuitivamente, se convierten en una posesión cognoscitiva permanente. En una necesaria conexión ordenada, surge la unidad de un saber empírico sobre un fragmento del mundo de experiencia en cuanto definición ordenada, conforme a juicio, de lo que este es en una verdad experiencial.

Pero el instinto filosófico como aspirar amoroso y teleológicamente activo al conocimiento del mundo ya no es satisfecho con este mero conocimiento empírico. Encuentra y busca valores cognoscitivos [17] siempre más altos. El simple conocimiento empírico se eleva al nivel más alto del conocimiento, específicamente teórico, que se configura en las formas del logos. El valor superior de una configuración conceptual rigurosa y de las verdades acuñadas de modo rigurosamente conceptual, el valor de su configuración empírica sistemática en demostraciones rigurosas y, finalmente, en teorías, resplandece e ilumina, con esto, la escala infinita de los valores teóricos que se superan uno a otro y del valor unitario que los abarca en un progreso sistemático en la formación de estos valores. En una palabra, surge la idea de la ciencia como idea de un habitual, profesional estar-dirigido a un progreso sistemático de teorías siempre más abarcadoras, el cual idealmente debería revelarnos, de modo teórico, la totalidad de todo el ser o, al menos, de una región de ser definida de modo puramente conceptual. El fin de la ciencia universal o de la filosofía, en cuanto dirigido al infinito, entendido, sin embargo, como progreso sistemático de teorías que, en el trabajo práctico, se amplían y se elevan, es una teoría universal. Lo mismo vale también para toda ciencia particular, para su ámbito en sí ya infinito. La meta propulsora en el interés teórico no es, pues, una verdad en general, coleccionada arbitrariamente. Lo es la unidad de una teoría universal y racional.

En cualquier caso, es claro que en toda ciencia estamos en un reino de la praxis, en el cual nos guía la unidad de un fin práctico y de un sistema de fines. Lo que se describe habitualmente y en sentido objetivo como ciencia no es otra cosa que lo que ha llegado a ser y sigue siendo históricamente en el trabajo de los científicos. Las teorías, incluso una configuración como, por ejemplo, la completa construcción de la teoría geométrica que se encuentra en Euclides y en otros manuales, por tanto, también toda ciencia, son una técnica guiada, como toda técnica, por la unidad del fin en la razón práctica y no es diferente, por ejemplo, de la técnica de la construcción o de la estrategia que, precisamente, no tienen otros fines que edificios, campañas militares y semejantes.

Para nosotros era ya evidente cómo cada técnica tiene junto a ella, según la idea, una disciplina técnica correspondiente. Esto vale también para aquella técnica que aquí llamamos ciencia. De hecho, la lógica, entendida de modo tradicional, no quiere ser otra cosa sino una disciplina técnica del conocimiento; sin embargo, bien entendida, eso no significa otra cosa que una disciplina técnica universal de la ciencia. Debe fundar, para nosotros, reglas y [18] normas prácticas gracias a las cuales podamos realizar de modo correcto las construcciones técnicas que se llaman teorías y, en sentido objetivo, ciencias. Esto vale tanto para la lógica universal como <también> para la lógica particular que debe ser coordinada con cada ciencia particular, por ejemplo, la lógica del conocimiento científico natural, la lógica del conocimiento matemático, etcétera.

Al mismo tiempo, es claro lo siguiente: si todas las disciplinas técnicas reales y posibles están sujetas a una disciplina técnica suprema, a saber, la ética, en la medida en que todos los fines posibles están sujetos al fin supremo, ideal, de lo absolutamente debido, en el sentido de la razón de una vida absolutamente exigida, entonces también toda ciencia y la filosofía que las abarca a todas se someten a la ética, a la reina de las disciplinas técnicas. Si el ejercicio del interés teórico, si el pensamiento y la investigación científicos tienen un derecho último que debe ser valorado, en última instancia, como una rama de la vida humana individual y social, entonces estos deben satisfacer los principios éticos, las normas del deber absoluto.

Todo lo anterior es claro, indudable y pronto nos será muy útil. Pero ahora se hace necesario aclarar el motivo por el cual, en el sentido habitual del término y también en el filosófico, se distingue entre interés teórico y práctico, y hasta se hace de ello una contraposición, cuando el interés teórico solo es un interés práctico particular. ¿Por qué se confronta el aspirar al conocimiento con todas las otras aspiraciones y por qué debe surgir a partir de ahí una contraposición? En conexión estrecha con esta falta de claridad, se muestra, en una reflexión más detenida, la oscuridad del concepto <de> disciplina técnica en su contraste con el concepto de ciencia y, así, nos encontramos nuevamente frente a nuestra pregunta principal. El modo de distinguir de Brentano, tan evidente en un primer instante, no puede realmente satisfacernos por razones ahora manifiestas.

Reflexionemos: ya hemos aclarado suficientemente la idea de ciencia. Una ciencia se dirige a una teoría universal en tanto bien sumo de la esfera de los bienes del conocimiento. ¿A qué se dirige la disciplina técnica? Comprendemos qué quiere y qué es la técnica misma. La unidad de un fin universal define la idea de un género sistemático de efectuaciones prácticamente racionales o conformes a la técnica (en el aspecto subjetivo, capacidades habituales de un operar dirigido teleológicamente; [19] desde un punto de vista objetivo, caminos, medios y, finalmente, configuraciones conformes a la técnica). De esta manera, el procedimiento técnico físico o químico es una técnica, así como la técnica médica, la técnica educativa; asimismo lo es, por poco que guste esta expresión, también la ciencia, aun cuando todavía no entendamos por qué, sin embargo, se la contrapone a todas las otras técnicas y no se la caracteriza como una técnica. Como quiera que sea, comprendemos qué es una técnica; pero, entonces, ¿qué clase de metas tiene, frente a cada técnica, la disciplina técnica correspondiente? Esta, en tanto disciplina, ¿no es un sistema unitario de aserciones que quieren ser fundadas, y con esto, sin embargo, no es una ciencia? ¿No se llama así a la jurisprudencia, a la matemática aplicada, a la teología, a la medicina, a la lógica?

Las aserciones son normativa y teleológicamente prácticas, conciernen a la atribución de los medios a los fines. Así, en la disciplina técnica del conocimiento o lógica, se trata de reglas para el conocimiento científicamente intelectivo; en la matemática aplicada, de reglas para la aplicación de teorías matemáticas a los datos concretos, por ejemplo, a los de la naturaleza; en la terapia médica, se trata de reglas para curar conforme a la técnica con la aplicación de teorías científico-naturales y psicológicas, etc. Puesto que estas reglas están fundadas científicamente en las disciplinas técnico-científicas, parece, pues, en efecto, que tales disciplinas técnicas son también en verdad ciencias. Sin embargo, ¿cómo se entiende que se suelan contraponer a las ciencias o que se intente separar las ciencias teóricas de las ciencias prácticas? Como mostraremos ahora, la falta de claridad que existe aquí tiene su fuente en un doble sentido que reside en el concepto de disciplina técnica, cuya exposición se manifestará como altamente importante para, por un lado, probar el derecho de la lógica pura como el de una ética pura en cuanto ciencias puras de la razón y de sus conformaciones internas; y por otro lado, para separarlas de las auténticas disciplinas técnicas del conocimiento científico y del actuar ético. Esto tiene, sin embargo, importantes consecuencias para una correcta configuración de la filosofía.

[20] § 4. Disciplinas técnicas como ciencias teóricas y prácticas. Exposición del doble sentido del concepto de disciplina técnica

Reflexionemos, en primer lugar, sobre aquello que está incluido en el concepto de disciplina técnica, por ejemplo, de la tecnología química o de la estrategia o de la arquitectura; reflexionemos sobre en qué medida este concepto debe, realmente, ser entendido como concepto contrario al de ciencia en tanto unidad de la teoría, como fue, de hecho, entendido por Brentano. El constructor tiene como fin conductor la construcción y, en cuanto hombre práctico, subordina a este fin los medios más apropiados, realizando o haciendo uso también de varios conocimientos teóricos, sin tener, en lo más mínimo, una actitud teórica o estar teóricamente interesado. Su fin no es la persecución de conexiones teóricas infinitas, a las que conducen, según su contenido de sentido, algunas de las verdades a las que se consultó con provecho. Así como el constructor <es un hombre práctico>, también lo es quien enseña la arquitectura. En tanto tal, este último también es un práctico y no un científico. Este, sin embargo, tiene un fin diferente con respecto al constructor, a quien le enseña. Su objetivo no es llevar a cabo construcciones, sino dar consejos, prescripciones, reglas prácticas racionales y científicamente fundadas, que puedan ser de ayuda a todos los constructores. Nuevamente, su fin determina la elección y la disposición de los recursos, eventualmente también teóricos, a los que hay que recurrir. Escogerá y presentará de modo diverso, según tenga en vista al constructor promedio o al arquitecto artístico, según escriba para un constructor alemán o, por ejemplo, americano.

Por lo que se refiere al aspecto científico, pudiera ser que haga de él un uso mayor o menor; pudiera ser que, ocasionalmente, se tope incluso con un nuevo problema teórico y deba resolverlo por sí mismo. Pero no por eso su disciplina técnica constituye una ciencia ni él mismo es un científico, pues no obra al servicio del conocimiento teórico, su actitud no es la actitud teórica que tiene su fin en la infinidad teóricamente organizada de verdades del ámbito en cuestión al que se refiere su problema. No todas las verdades traídas a colación se alinean en un nexo teórico, sino en el nexo de su praxis [21] y del fin que la organiza. Examinadas de modo más preciso, todas estas proposiciones teóricas, en relación con su disciplina técnica, no son, en absoluto, proposiciones puramente teóricas. Más bien, han adquirido, por así decir, un nuevo sello, a saber, el de una función práctica. Lo que ofrece la disciplina técnica, en verdad, son siempre y por doquier consejos, indicaciones prácticas, prescripciones para un hacer; y todas sus proposiciones tienen este carácter. En cuanto disciplina técnica, no conoce proposiciones de otro tipo. Incluso las proposiciones teóricas incluidas en ella como bases y componentes de prescripciones están ellas mismas afectadas por el carácter de prescripciones, de instrucciones prácticas. Así como las órdenes o los desiderata [Wunschsätze] no son proposiciones teóricas (juicios), tampoco lo son los consejos o las prescripciones.

Vemos, entonces, que una disciplina técnica, en tanto sistema de reglas que tiene la disposición práctica de favorecer a un hombre práctico en una cierta dirección finalista, es, de hecho, algo completamente diferente de una ciencia. Esta, considerada con precisión, no es en general un sistema de verdades enlazadas en un todo de la verdad ni es, por parte del sujeto, un sistema de conocimientos enlazados en una unidad del conocimiento. Una disciplina técnica es, más bien, un sistema de proposiciones prácticas enlazadas en una unidad como la que, precisamente, tienen tales proposiciones; y esta es, a su vez, la unidad de algo práctico (solo de una proposición muy articulada). Las múltiples indicaciones configuran una indicación con relación a un fin y, por parte del sujeto, impera la unidad de una voluntad racional orientada a promover la praxis. Si queremos hablar, también en una disciplina técnica, de «verdades», entonces verdad tiene aquí un sentido paralelo pero diferente al que tiene en la esfera lógico-teórica. Un consejo racional o «verdadero» es algo diferente de un juicio verdadero.

No obstante, si ahora se caracteriza a las disciplinas técnicas como disciplinas científicas, si, en efecto, se trata bajo este título también de disciplinas efectivamente científicas, esto tiene, entonces, su motivo profundo en una situación a priori que, por no haber sido aclarada, produjo confusión. A saber, toda proposición teórica puede a priori ser transformada en una proposición práctica, puede asumir una función práctica para la promoción de un fin cualquiera; deviene, en consecuencia, en reservorio de prescripciones. Pero también a la inversa, [22] y aquí esto es lo importante para nosotros, toda proposición práctica puede ser transformada en una proposición teórica.

A saber: quien tiene una actitud práctica, por consiguiente, quien está dirigido como quien aspira, quien quiere, a un fin extrateórico, también puede adoptar una actitud teórica de modo que convierta en tema teórico la praxis como tal y todo lo que le pertenece, por ejemplo, el valor del fin, las relaciones entre fines y medios, la verdad práctica de las prescripciones y su fundamentación, y similares; y, del mismo modo, naturalmente, también el actuar que pone fines en cuanto conciencia y su mismo ejercicio racional. Un estratega que proyecta una estrategia, una disciplina técnica de la guerra, escribe en tanto hombre práctico para la práctica. Como soldado, está interesado en la guerra prácticamente. Pero si ahora un Stegemann9, que no es un soldado y quizás es pacifista, cautivado por un interés puro en los problemas estratégicos, se aventura en las exposiciones de la estrategia, entonces cae en un tipo de «disciplina técnica» completamente diferente; se trata de una ciencia teórica que, con un interés puramente teórico, explora un ámbito de una posible praxis. Naturalmente, también puede suceder que el militar, en cuanto maestro de la disciplina técnica de la estrategia, sea atrapado parcialmente por un interés teórico, que no piense más en consejos prácticos, sino que persiga la unidad teórica propia de las verdades referidas a la temática práctica; y así para todas las disciplinas técnicas. Las tecnologías, originalmente entendidas como disciplinas técnico-prácticas, devienen en disciplinas científicas y solo entonces es, efectivamente, adecuada la denominación de tecnología. Así, por ejemplo, la jurisprudencia práctica deviene en ciencia del derecho y la teología práctica deviene en ciencia teológica. Sin duda, ahí donde el interés práctico es aquello que mueve en general a los seres humanos, un desarrollo libre y puro de la ciencia es inhibido merced a la recaída del interés teórico en el práctico. Entonces, no se persigue ilimitadamente la infinidad de las verdades teóricas más allá de la esfera de aquello que es actualmente utilizable en la praxis; una tendencia restrictiva [23] surgirá del pensamiento: «Pero esto no tiene ninguna relevancia práctica». Aquí, de hecho, teoría y praxis, ciencia y disciplina técnica no solo son tendencias contrapuestas, sino enemigas. Si se quiere también ulteriormente poner de manifiesto que la libre ciencia de la praxis, tratada como un fin autónomo, rinde efectivamente al máximo, el hombre práctico que subyace a la fascinación de su fin determinado y limitado no podrá permanecer por más tiempo en una actitud teórica.

En todo caso, se ha aclarado la posibilidad y el especial derecho de las disciplinas técnicas en un sentido nuevo, el de disciplinas verdadera y puramente científicas, frente a las disciplinas técnicas como sistemas de prescripciones prácticas. Como otras ciencias, también estas son dominios de un interés cognoscitivo puro que, en una libertad ilimitada, se dedica a las verdades teóricas de su ámbito específico. Su ámbito teórico, entonces, son verdades sobre los ordenamientos de fines y de medios, sobre la adecuación y legitimidad que les corresponden, correlativamente, sobre los actos correspondientes del sujeto y su racionalidad o irracionalidad, inteligibilidad o ininteligibilidad, etcétera.

No debemos dejarnos confundir por el hecho de que una disciplina técnica, también una tecnología como ciencia, conecte verdades pertenecientes a diferentes ámbitos teóricos, y extraer de ahí la conclusión, tal como ha ocurrido, de que una tecnología no tiene una unidad teórica en sí, pues, en general, la idea de ciencia no excluye que las verdades que le pertenecen tengan, en parte y al mismo tiempo, su lugar natural en otras ciencias. Donde los objetos de una ciencia son unidades de componentes esencialmente heterogéneos —como, por ejemplo, el ser humano en cuanto ser psicofísico es una unidad real de la corporeidad física y de una realidad psíquica—, entonces la conexión de las verdades de la ciencia —en este caso la antropología— reposa en el concepto universal genérico de tales unidades o totalidades. Según su sentido, las verdades, como verdades sobre el ser humano, están conectadas, aunque están fundadas, por una parte, en verdades sobre la esfera física, que se encuadra en la conexión cerrada de la ciencia de la naturaleza física, y, por otra parte, en verdades sobre la esfera psíquica. Evidentemente, todas son también verdades específicamente teleológicas, [24] fundadas en referencia a un fin y a un medio, en cuanto esencialmente se copertenecen en virtud del género unitario del fin último; por ejemplo, las verdades sobre los principios finales que surgen en la tecnología fisicalista están fundadas, como ya lo indica la palabra, en la física que, por su parte, no tiene que tratar con fines y medios en tanto tales. Del mismo modo, la lógica como disciplina técnica y, reconsiderada científicamente, en cuanto tecnología del conocer científico, señala, naturalmente, al conocer científico y a todo lo que le corresponde de modo esencial, y, con ello, a las ciencias teóricas del conocer, a las empíricas y a las a priori que, por su parte, no son ciencias tecnológicas.

En consecuencia, en la esencia de todas las tecnologías en las que, precisamente, el fin es la categoría que unifica interiormente el trabajo teórico, reside que estas ciencias, en correspondencia con la fundación esencial de su tema, deben reconducir a las ciencias que las fundan y que, finalmente, no son ya ellas mismas tecnológicas. Así, también la ética, que, como vimos, se antepone en cierto modo a todas las tecnologías (en la medida en que, en nuestro actuar, aprecia todas las posiciones de fines desde el punto de vista de lo absolutamente debido), se muestra como fundada. Por ejemplo, puesto que su tema nos conduce al aspirar, al querer, al actuar de las personas y de las comunidades de personas, somos conducidos a ciencias empíricas y a priori de la subjetividad, a la psicología, a la sociología, etc.; además, porque el actuar y, ya antes, toda clase de querer están fundados en un valorar, una ética universal debe, de modo manifiesto, fundarse en una teoría de los valores10.

§ 5. La necesidad de una separación de la investigación orientada de modo puramente teórico de la orientada de modo práctico. La idea de una lógica y de una ética puras

Pero aquí no necesitamos detenernos más. Sea como sea, ahora es perfectamente claro el universal doble sentido de la idea de disciplina práctica, y se entiende también por qué las [25] disciplinas prácticas, históricamente desarrolladas, son en verdad configuraciones híbridas, y que, por eso, fueron impedidas de desplegarse libremente en todas las direcciones como teorías puras. Pues el doble sentido es el resultado de que unas veces puede ser determinante la actitud práctica, la cual quiere dar prescripciones para todos los que quieren por su parte realizar un determinado tipo de fines. La disciplina técnica es en su totalidad, entonces, una configuración sistemática, precisamente, de prescripciones y configuraciones propias de un hombre práctico. Otras veces, puede ser determinante la actitud puramente teórica, interesada solamente en la esfera de acción referida a un fin. Puesto que también la teoría de una praxis es, a su vez, útil para el hombre práctico, se comprende que este pase tan fácilmente de su actitud originariamente práctica a la teórica y que surjan tecnologías propiamente teóricas a partir de disciplinas técnicas originariamente prácticas, en la intención, sin embargo, de ser útiles para estas. Sin embargo, precisamente esta intención introduce en la disciplina práctica un momento extrateórico que le impide desarrollarse plenamente como ciencias puras, seguir incondicionalmente el interés teórico y desarrollar, en todas las direcciones y según todas las fundamentaciones, teorías que requerirían las esferas relativas a una praxis posible precisamente como tema de una ciencia. Esto se puede observar siempre.

Por ejemplo, la jurisprudencia es originariamente la disciplina técnico-práctica de la interpretación jurídica, de la aplicación del derecho, de su lenguaje y de su constitución legislativa [Rechtsauslegung]. De ella proviene la jurisprudencia científica, la ciencia referida a la praxis jurídica y sus configuraciones, esto es, la praxis del derecho mismo. De la misma manera, la teología científica tiene su origen en la disciplina técnico-práctica teológica; la pedagogía en tanto ciencia tiene su origen en una disciplina técnico-práctica de la educación.

Naturalmente, en cada caso permanece siempre el interés de dirigirse a los hombres prácticos y darles prescripciones útiles; siempre se necesita una reglamentación práctica para los juristas, los teólogos (los sacerdotes), los educadores, etc. Y así, siempre debe haber maestros que, estando ellos mismos en actitud práctica, quieran ayudar a sus alumnos empeñados en la praxis. Pero, de otro lado, una teoría pura expresa una necesidad particular y también una teoría de la praxis. Las ciencias puras aquí pertinentes se ordenan bajo la unidad universal del interés teórico, que vincula todas las ciencias y, en definitiva, las vincula en la unidad de la filosofía. [26] Y precisamente ahí es de la máxima importancia que se llegue realmente a una ciencia libre y pura, y que el hombre teórico no dirija, en modo alguno, su mirada a la práctica y, en lugar de ejercitar en una libertad ilimitada su interés teórico, reduzca su teoría a una mera servidora de la praxis.

Obviamente, esto también concierne a la lógica en tanto ciencia práctica, tecnología del conocimiento o del intelecto teórico en general, así como a la estética y no menos a la ética, que aquí nos interesa especialmente. En ellas y en todas partes, encontramos las mismas imperfecciones, que se deben a los motivos universales descritos, la misma inclinación a no ir en lo teórico mucho más allá de lo que a primera vista podría ser útil al hombre interesado y concretamente vinculado al nivel práctico.

Por lo demás, la estrechez de las ciencias tecnológicas tiene sus consecuencias inevitables también para la praxis misma; pues es un hecho, primero, sorprendente y, luego, sin embargo, del todo comprensible, que justamente la ciencia pura, que en su ilimitado interés teórico hace indiferentemente caso omiso de todas las exigencias de la praxis, haga posible los máximos triunfos de la efectuación práctica. Mientras parece, en definitiva, perderse por completo en el reino infinito de posibilidades puramente ideales y alejadas de la realidad, el conocimiento de las leyes ideales, válidas para el universo de las posibilidades, resulta ser muy eficaz (aunque, a decir verdad, solo en tiempos recientes) para el control del campo de las posibilidades reales y prácticas.

La estrechez mencionada debe necesariamente dañar de la forma más funesta a la filosofía en tanto teoría, que, no obstante, también tiene junto a sí su praxis. Si nos limitamos a la filosofía como ciencia pura, entonces esta es afectada por las diferentes ciencias prácticas que la integran, en consecuencia, por las así legítimamente denominadas tecnologías filosóficas, entre las cuales la superior es, según una jerarquía que hay que fundamentar correctamente, la tecnología ética. La filosofía es directamente afectada, digo, del modo más funesto, pues, au fond, no es otra cosa que una ciencia en conformidad con la idea de la más radical y, al mismo tiempo, universal cientificidad. Su esencia consiste, precisamente, en ser la ciencia en la que el interés teórico debe encontrar su satisfacción y realizarse de la manera más perfecta concebible. De hecho, [27] se atribuye a su función determinar de modo último el sentido y valor de verdad de todas las otras ciencias y de anclar todos los valores de verdad en valores últimos, teóricos, y de elevarlos mediante una síntesis universal a los valores máximos, absolutos; así, esta es idealmente la ciencia de la verdad absoluta, que, como reina, confiere a todas las otras ciencias un significado absoluto en el cual las abraza a todas. En un cierto modo, es un pecado mortal para la filosofía moverse en esta ciencia de manera ambigua e incoherente.

Pero es una insuficiencia híbrida si, como hasta hace poco, uno queda bloqueado en considerar tanto la lógica como la ética como disciplinas técnicas que han de ser diseñadas desde el punto de vista del hombre práctico y, por consiguiente, se las trata sin una clara separación entre una disciplina técnica fundada prácticamente y una tecnología puramente científica, en un modo que no puede satisfacer el interés filosófico, o sea, el pura y libremente teórico. La consecuencia fue que, detenidos por la mayor importancia dada a los motivos prácticos, precisamente no se llegó hasta lo filosóficamente último ni se penetró radicalmente en las fundamentaciones teóricas que, por así decir, constituyen el contenido esencial de las tecnologías filosóficas. Así, no se llegó tampoco a la formación de aquellas disciplinas puras y por principio filosóficas que, por así decir, constituyen el núcleo duro de aquellas tecnologías empeñadas en el nivel práctico y empírico, y que lo superan ampliamente en significado. Estas son tales que, según el conocimiento de esta situación, deberían ser descritas en primer lugar como lógica y ética filosóficas, en lugar de ser denominadas indiferentemente tecnologías del conocer y del actuar humanos.

En primer lugar, consideremos las circunstancias en la lógica, la primera que alcanzó un alto nivel de desarrollo teórico en el que además se efectúa, ante todo, una clarificación y que, por eso, parece decisiva para servir de guía a una ética pura. Partamos de la lógica en el sentido de la tradición originaria, es decir, pensada como una tecnología del conocimiento. Si, en su tratamiento, como de costumbre, uno todavía está en lo profundo motivado prácticamente, entonces se siente continuamente referido, en tal nivel, a los seres humanos y a la meta de mejorar su conocimiento. Se empieza, naturalmente, en la actitud empírica, la cual nos mantiene en la motivación práctica [28]. Se tiene delante de sí la vida cognoscitiva del ser humano en sus éxitos y fracasos, en y fuera de las ciencias humanas. Si ahora se nos pregunta, esforzándonos en crear una regla cognoscitiva fundada científicamente, qué ciencias pueden ser de ayuda, entonces la respuesta parece clara: en la medida en que se trate, en general, de una reglamentación mediante la voluntad (aquí hay conocimientos que deben ser dirigidos por la voluntad), viene tomada en consideración una ciencia que tiene que ver con el querer y con el actuar. El querer y el actuar conciernen a lo psíquico y pertenecen a la psicología, a la teoría de la vida psíquica humana.

Sin embargo, puesto que aquí hay conocimientos que deben ser regulados en el nivel práctico (el pensar, el fundar, etc.), entra en juego en este lugar la psicología, pero en particular la psicología del conocimiento, dado que describe solo una clase de eventos psíquicos. Según ello, se concluye y se toma por algo completamente comprensible de suyo que una lógica como tecnología del conocimiento debe tener sus fundamentos teóricos esenciales en la psicología y casi que debe también ser enteramente formada por principios empíricos. Esta es la opinión que domina ampliamente, pero es fundamentalmente falsa, como lo es el empirismo en general, el cual es ciego para todo lo a priori, para el anclaje último de toda <verdad> teórica y moral.

Quizás ahí se va demasiado lejos. El argumento por el cual una disciplina técnica que, como la lógica, apunta a una regulación de las vivencias de la conciencia, de lo psíquico, debe ser obviamente una ciencia empírica es, desde luego, obvio si esto psíquico es pensado en referencia a una vida humana empírica. Pero también puede ser pensado de otro modo. La tendencia a permanecer apresado en lo empírico y a hacerse ciego al hecho de que, ahí donde se habla de regulación en el sentido de la razón, imperan principios ideales y se descubre una disciplina a priori, esto es, ser ciego al hecho de que los fundamentos teóricos más esenciales de una tecnología de la razón deben ser supraempíricos. En la lógica, esta tendencia es evidentemente muy favorecida si, mediante la actitud práctica, se quiere regular el conocer humano y se dirige desde el inicio la mirada a lo empírico, y si, mediante la motivación práctica, se limita al mismo tiempo la libertad teórica.

[29] Un teórico puro y radical contemplará meticulosamente la situación en la más fría objetividad y se dirá: ciertamente, para una tecnología del conocimiento humano, se puede y debe estudiar teóricamente el conocer humano, y ello en relación con la psicología y con la entera ciencia de la vida psíquica humana; pero estamos vinculados solo a la vida psíquica empírico-humana si consideramos, precisamente, el conocer empírico del ser humano empírico y queremos regularlo en el nivel práctico. Pero podemos liberarnos de esta atadura como lo hacen desde siempre las ciencias matemáticas, las cuales no tratan de números terrenos ni del contar terreno ni tampoco de los triángulos en los planos y en la tierra, sino de triángulos en general, de figuras espaciales en general, sean pensadas estas en este mundo o en otro mundo de fantasía. ¿Y no está incluida desde el principio en el conocer racional una idealidad que remite a un a priori? Conocimiento, en el sentido estricto de conocimiento racional, es lo que la lógica tiene ante sí como fin universal. El conocimiento es conciencia intelectiva de la verdad. ¿Pero no reside en el sentido de la verdad una idealidad que no depende de la vivencia respectiva? Si tengo la intelección de que 2 < 3, entonces esa es, sin duda, mi vivencia humana; pero una vivencia exactamente igual en un ser completamente diferente, como un marciano, ¿no captaría la misma verdad? Y si para mí esta intelección tiene un valor lógico-racional, ¿no tiene el mismo valor racional para todo sujeto cognoscente posible? ¿No debe haber entonces una consideración teórica del conocer que se mantenga de modo puro en la esencia ideal del conocer propio de la vida psíquica humana, pero que no se preocupe del factum, sino que estudie lo ideal en la pureza y universalidad esencial, que le sea indiferente si un acto de este contenido es realizado por seres humanos, marcianos u otros, incluso sujetos fingidos cualesquiera?

Así, en tales consideraciones, y particularmente en esta actitud teórica radical y libre, advertiremos que se ha de distinguir entre la vivencia del conocimiento y su contenido, es decir, la verdad inteligida, y que esta verdad se da como una unidad supratemporal, como una [30] unidad no sensible frente a cualquier temporalidad en la que es cognitivamente dada. Algo semejante vale ya para toda proposición no intelectiva que quizás, en un conocimiento posterior, se revela como falsa. La proposición «hay diez cuerpos regulares» es una proposición que, tantas veces como sea pensada y efectivamente juzgada, <es> la misma si la conozco ahora o en otro momento. Es la misma proposición verdadera que, en el reino de las proposiciones, de las verdaderas y de las falsas, se presenta solamente una vez. En cuanto vemos este ser-en-sí supratemporal de los conceptos, de las proposiciones y de las verdades, se nota de inmediato que toda la analítica aristotélica concierne a una disciplina que, liberada de todo lo empírico y, por tanto, sin considerar la psicología entera, enuncia leyes ideales para estas objetividades ideales, proposiciones, por ejemplo, el principio de contradicción. De dos proposiciones contradictorias «A es b» y «A no es b», una es verdadera y la otra falsa, y así vale para todas las leyes de la inferencia.

Se comprende así que bajo la tecnología lógica yace una ciencia distinta y más radical, una ciencia que tiene un significado incomparablemente más universal, a saber, un significado de principio para todas las ciencias posibles en general. Ello se debe a que esta ciencia trata, en universalidad ideal, de proposiciones en general, de verdades en general, de objetos que son en general, una universalidad que incluye todo lo que se pueda imaginar. (En esta universalidad entra naturalmente también la entera psicología como ciencia particular). Ciertamente, en la lógica, la batalla contra el psicologismo, el cual ve en el conocer solo un factum empírico-humano y es ciego para el tipo de investigación ideal de esencias del pensar y conocer, y asimismo es ciego al carácter ideal de la lógica de las proposiciones posibles y de las verdades, no <es> una simple batalla contra la actitud práctico-cognoscitiva del lógico. El psicologismo es fomentado constantemente por ella, pero no tiene en ella su única fuente. Y, sin embargo, su fuente principal, el escepticismo empirista, no habría podido fortalecerse tanto históricamente si el inicio de una investigación teórica e ideal del conocimiento y de la verdad, que, desde Platón, brota siempre de nuevo, no hubiese sido todo el tiempo obstaculizado por la invasión del punto de vista práctico, visible ya en la lógica aristotélica.

[31] En la ética sucede algo semejante. También en ella vale el liberarse de toda finalidad práctica de mejorar y enmendar al género humano, y el elevarse a la libre actitud puramente teórica. También aquí esta actitud fomenta el progreso de la tecnología orientada en el sentido empírico-humano a una ciencia a priori de la razón puramente práctica y de los deberes absolutos y relativos que se constituyen en sus actos. Esto debe ser aprehendido intelectivamente por el conocimiento teórico que acompaña a un progreso tal y que se despliega según sus verdades a priori. También en este caso, procediendo hasta el final en libertad teórica, deberíamos convencernos de que un acto de la voluntad bien dirigido y su buena intención (por así decir, la verdad de la voluntad), no es bueno porque yo, este hombre accidental, he llegado a ser lo que soy de modo causal en el nexo psicofísico de la naturaleza, sino que es bueno por lo que reside en él mismo en tanto su contenido ideal, gracias a la meta final y a los motivos implícitos en él y que, por tanto, sigue siendo bueno en cualquier sujeto de voluntad que pueda ser pensado precisamente con este contenido.

En ética, la ejecución plena de los análisis teóricos y la relativa separación de las disciplinas necesarias a priori es más difícil que en lógica. Eso ya lo había <comprendido> hace miles de años Aristóteles que, en su teoría del concepto y de la proposición como contenido del juicio, y en su teoría de los principios formales de la verdad y de las leyes de la inferencia, había dejado un rico acervo, una teoría completa de enseñanzas, cuyo carácter puramente ideal, supraempírico, era fácilmente inteligible para aquellos que estuvieran libres de prejuicios. Extrañamente, no se puede registrar una operación paralela en la literatura ética de los milenios; en ella, no ha aparecido un Aristóteles de la ética pura que hubiese producido leyes formales pertenecientes a la región de los principios de la voluntad. Sin embargo, la ética tiene aquí la ventaja de tener el modelo de la lógica, y esto tiene una importancia aún mayor considerando la íntima afinidad que, por razones esenciales, subsiste entre la problemática lógica y la ética.

Ambas tienen en común la batalla contra<el> psicologismo, que, en ambos casos, disuelve la idealidad de las normas absolutas en facta empírico-psicológicos. En ambos lados, la fuerza del argumento psicologista [32] se disuelve gracias a la distinción entre conciencia empírica y conciencia trascendentalmente pura, no solo porque, conforme a ello, se necesita una teoría de esencia de las <proposiciones> teóricas y morales, sino también, bajo el aspecto subjetivo, una disciplina a priori de la razón. Esencialmente, en ambos lados se trata de una batalla contra las diferentes expresiones del escepticismo, que puede llamarse también empirismo e incluso pretende luchar contra el escepticismo. El escepticismo tiene en la ética sus formas particulares y sus particulares tentaciones, y requiere aún un rechazo crítico, aunque, finalmente, la mejor manera de superación sería un modo de operar intelectivamente que se base en una teoría fundada, a su vez, de modo evidente, si solo tuviéramos todo esto ya en forma completa. Desde esta perspectiva, sin embargo, la filosofía, análogamente a la lógica, está menos interesada en una tecnología, por muy científica que sea, del actuar racional empírico-humano que en las disciplinas a priori fundamentales de la razón operante en el valorar y en el querer en general, referidas a un sujeto de voluntad completamente indeterminado y pensado en universalidad pura, y, concerniente correlativamente, a los contenidos ideales de tales actos del yo. Así como la lógica pura, que, con sus disciplinas referidas al conocimiento, a la verdad y a la objetualidad sobrepasa los confines de la lógica tecnológica y, en cuanto teoría de los principios, abraza a todas las ciencias imaginables, así la ética pura, que le es paralela, abraza, con sus disciplinas dirigidas al querer racional, a las legítimas proposiciones morales y a los auténticos bienes prácticos, el universo de la posible praxis, según los sujetos, los ordenamientos jurídicos, los bienes, y las relativas organizaciones prácticas.

1.El término Kunstlehre, empleado por Husserl, ha sido traducido al castellano como arte (cf. E. Husserl, Investigaciones lógicas, t. I, trad. de M. García Morente y J. Gaos, Madrid, Alianza, 1999) y doctrina de reglas (cf. J. Iribarne, De la ética a la metafísica, Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional/San Pablo, 2007); al inglés, como theory of art (cf. H. Peucker, «From Logic To Person. An Introduction to Edmund Husserl’s Ethics», cit.; y al francés, como technologie (cf. E. Husserl, Leçons sur l’éthique et la théorie de la valeur [1908-1914], prefacio de D. Pradelle, trad. de Ph. Ducat, P. Lang y C. Lobo, París, PUF). De otro lado, en el caso de Verdad y método, se ha empleado el término preceptiva (cf. H.-G. Gadamer, Verdad y método. Fundamentos de una hermenéutica filosófica, trad. de A. Agud Aparicio y R. de Agapito, Salamanca, Sígueme, 1977). Por cuestiones de estilo, pero también semánticas, emplearemos aquí, coincidiendo con la traducción italiana de estas lecciones, la expresión «disciplina técnica» (E. Husserl, Introduzione all’etica, Roma/Bari, Laterza, 2009).

2.Como hemos mencionado en la Presentación, Husserl se ocupa sistemáticamente de este paralelismo al inicio de las Lecciones sobre cuestiones fundamentales de ética y teoría del valor (1914) (cf. Hua XXVIII, pp. 3-69). Cf. al respecto M. Crespo, «El paralelismo entre lógica y ética en los pensamientos de Edmund Husserl y Max Scheler», en I. García de Leániz (ed.), De nobis ipsis silemus. Homenaje a Juan Miguel Palacios, Madrid, Encuentro, 2010, pp. 207-224.

3.Husserl utiliza en este lugar el término Beurteilung, el cual es vertido aquí al castellano como apreciación. Somos conscientes de que apreciación tiene una cierta connotación positiva en castellano. Sin embargo, aquí se utiliza en un sentido neutral. Hemos preferido traducirlo así en lugar del más literal enjuiciamiento.

4.Cuando, como es aquí el caso, Sollen aparece con Pflicht, hemos traducido el primer término como deber y el segundo como obligación.

5.Cf. supra, nota 3.

6.Husserl utiliza aquí el vocablo alemán Gesinnung. No es fácil traducir al castellano este término. Se ha solido hacer como «disposición de ánimo». Esta es, por ejemplo, la opción de García Morente en sus ediciones de la Crítica de la razón práctica y de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, aunque a veces elige sorpresivamente ánimo. Martínez Marzoa, en su traducción de La religión dentro de los límites de la mera razón, vierte este término como «intención». Por su parte, Frings y Funk, en su traducción al inglés de El formalismo en la ética y la ética material de los valores de Max Scheler traducen Gesinnung como moral basic tenor. La más problemática de estas opciones es, a nuestro juicio, traducir este vocablo como «intención», traducción que en el contexto de la filosofía moral kantiana se suele reservar para Absicht. «Disposición de ánimo» tiene, ciertamente, la ventaja de reflejar el carácter conativo de Gesinnung, pero presenta los inconvenientes de suscitar la impresión de que estamos hablando de una realidad semejante a nuestros cambiantes estados de ánimo y de no reflejar la permanencia de esta disposición. Por último, moral basic tenor pierde el carácter disposicional. Tampoco nos convence la opción de los traductores italianos de verter Gesinnung como convinzione. Aquí hemos optado por traducir Gesinnung como disposición de fondo. Cf. M. Crespo, «Sobre las disposiciones morales de fondo»: Themata. Revista de Filosofía 41 (2009), pp. 144-160.

7.Cf. Franz Brentano, Grundlegung und Aufbau der Ethik, pp. 1-12 (Hamburgo, Felix Meiner, 2013) (Nota del editor de Hua XXXVII; en adelante: NE).

8.Cf. sobre el siguiente texto del § 3, la versión de 1920, Anexo I: «Sobre la diferencia entre ciencias teóricas y disciplinas técnicas» (NE). Cf. infra, pp. 313-316.

9.Hermann Stegemann (30.5.1870-8.6.1945), escritor e historiador, redactó, entre otros, informes sobre la situación militar en la Primera Guerra Mundial, que fueron muy estimados y, entre 1917 y 1921, escribió su obra principal, Geschichte des Krieges 1914-1918, en varios tomos (NE).

10.Cf. sobre la versión de 1920 de lo que sigue, el Anexo II: «Recapitulación. La ambigüedad en el concepto de disciplina técnica» (NE). Cf. infra, p. 317.

Introducción a la ética

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