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Prólogo

(2019)

Mucho agradezco el honor que me hace el doctor Eduardo C. Fernández al invitarme a escribir el prólogo a esta nueva edición de su importante libro La cosecha. Por primera vez supe del trabajo del doctor Fernández en la década de los noventa, cuando me escribió desde Roma hablándome de la tesis sobre la que trabajaba para su doctorado en la Pontificia Universidad Gregoriana. El tema de aquella tesis era, precisamente, los orígenes de la Teología latina o hispana en el contexto norteamericano. Algún tiempo después me regocijé al ver publicado en forma de libro el resultado de las investigaciones del padre Fernández, bajo el título de La Cosecha: Harvesting Contemporary United States Hispanic Theology (1972-1998). Cuando, en el proceso de preparar ese libro para su publicación, se me pidió un breve comentario acerca del mismo, dije entre otras cosas que “La cosecha provee también abundante semilla para el futuro”.

La presente reedición de La cosecha es notable por el Epílogo que la acompaña, cuyo propósito es, fundamentalmente, poner al día lo que se decía en la versión original del libro mismo. Aquella versión terminaba con lo que se había hecho hacia fines del siglo pasado, en 1998. Pasadas ahora más de dos décadas, es importante tener en cuenta la nueva cosecha que va surgiendo de aquella cosecha anterior que —como toda buena cosecha— pronto vino a ser también semilla para nuevas cosechas.

Ahora está a punto de cumplirse el medio siglo de la fecha que el doctor Fernández tomó como punto de partida para su trabajo. Pronto, en el año 2023, nos abocaremos al cuarto de siglo desde la fecha que Fernández tomó como punto terminal. Esto le da un carácter particular al libro que ahora se publica y al epílogo que incluye. Varios de los teólogos y teólogas a quienes Fernández incluía en aquel primer volumen ya han pasado a morar con el Señor. Nuestro amigo común Virgilio Elizondo, que bien podría llamarse el padre de la teología hispana o latina en los Estados Unidos, se cuenta entre ellos. También han partido Orlando Costas y Ada María Isasi-Díaz, quien escribió el prólogo del libro mismo. Los demás estamos ya jubilados, o al menos hemos pasado bastante de la fecha normal de jubilación. Ha surgido toda una nueva generación, y en cierta medida el valor de aquella primera generación a que se refería Fernández en su libro tiene que medirse ahora, no tanto por lo que hizo, sino más bien sobre la base de la nueva cosecha que va floreciendo.

La diferencia entre aquella antigua cosecha y la presente se ve inmediatamente al leer el libro inicial y compararlo con el epílogo que ahora se le añade. Aquel libro inicial estaba construido generalmente en torno a figuras que Fernández consideraba eran dignas de mención. Dos de ellas

—Elizondo y quien esto escribe— tenían cada uno una sección dedicada a sus labores. A esto se añadía exactamente una docena de otros teólogos y teólogas, católicos y protestantes. De entre todos estos, ocho se empleaban al final para desarrollar una tipología de modelos de contextualización en la teología latina en los Estados Unidos. En contraste con esto, el epílogo, escrito también por el doctor Fernández para poner al día lo que había dicho en el libro anterior, no se construye en torno a personajes centrales. Naturalmente,

se incluye primero una actualización de las condiciones sociales, económicas y generacionales de la población latina en los Estados Unidos. Pero el epílogo, a diferencia del libro original, no gira en torno a la teología o el pensamiento de algunos teólogos y teólogas, sino más bien en torno a la nueva realidad que va surgiendo. Esta nueva realidad se caracteriza por una amplia comunidad de personas de origen e identidad latinas dedicadas a las labores teológicas. Hoy no se puede hablar ya de la teología latina en los Estados Unidos bajo el acápite de unos pocos personajes que pudieran considerarse centrales. En su lugar hay un amplio número de personas que hacen contribuciones, no ya tanto como en las generaciones anteriores, tratando de los temas más amplios de la teología, sino profundizando en cuestiones específicas, algunas de ellas en un contexto de urgencia. Entre quienes Fernández menciona en su epílogo hay quienes se han dedicado específicamente a los temas referentes a la inmigración y sus dimensiones éticas; hay quienes se preocupan principalmente por las nuevas generaciones latinas, así como quienes se preocupan por los inmigrantes más recientes y las injusticias que contra ellos se cometen; hay quienes se interesan más bien en la estética y la relación entre las artes y la fe; hay quienes se han destacado por sus estudios sobre cristología o pneumatología; en fin, hay toda una comunidad que en conjunto busca relacionar su fe y su práctica con la vida concreta y cotidiana del pueblo latino. Naturalmente, todo esto tiene sus raíces allá en aquella generación a la que Fernández llamó “la cosecha”. Pero es en realidad una nueva cosecha. Y esa nueva cosecha nos produce enorme satisfacción a quienes pertenecemos a generaciones anteriores.

Dicho todo eso, me atrevo a terminar a la vez con una palabra de encomio y otra de crítica. Los motivos de encomio resultan obvios y no hay que repetirlos: Fernández nos ha dado un instrumento y un resumen de enorme utilidad. La crítica es sencillamente que me hubiera gustado que se incluyera también a Fernández mismo entre los teólogos que se estudian y discuten. Tristemente, puesto que el libro ha sido escrito por él, Fernández no se refiere a sus propias contribuciones. Esperemos que alguno de sus lectores emprenda la tarea de llenar ese vacío. En el entretanto, no me queda sino felicitar a Fernández por su excelente trabajo y darle gracias por su larga y sincera amistad.

Justo L. González

Decatur, GA

Estados Unidos, julio de 2019

La cosecha

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