Читать книгу El fuego de la montaña - Eduardo de la Hera Buedo - Страница 25
1.2. «Sólo piensa en divertirse»
ОглавлениеCon la fe cristiana (tal vez no por casualidad) otros valores se iban esfumando de la vida de Charles de Foucauld. ¿Para qué esforzarse? ¿De qué servía asumir sacrificios? Había que vivir al día. Y así, sus años jóvenes transcurrían entre juergas y placeres. Apareció el egoísmo. Aprendió a aprovecharse de todo y de todos. La diosa fortuna le trataba bien. Poseía dinero, salud y hasta un título, el de vizconde.
Cuando Charles llegó a la edad redonda de los veinte años, decidió, al morir su abuelo (3 de febrero de 1878), emanciparse de los suyos. Era verdad que, con la muerte del señor Morlet, Charles se sentía más solo. Pero también era verdad que había heredado mucho dinero, y se encontraba con menos trabas, lejos de los familiares reproches, para lanzarse a una vida de desenfreno.
Dos años antes de la muerte del señor Morlet, en junio de 1876, Foucauld se presentó a un examen escrito, para entrar en la célebre Academia de Oficiales de Saint-Cyr, fundada nada menos que por Napoleón I. Entre cuatrocientos doce alumnos, aprobó con el número ochenta y dos. No estaba mal. ¿Pero qué buscaba el joven Charles en el Ejército? ¿Honores? ¿Dinero? ¿Aventuras? Tal vez un poco de todo. Veía claro que, poseyendo todo esto, sería un hombre feliz.
En la alcaldía de la ciudad francesa de Nancy, donde vivían él y su familia, firmó, en octubre de aquel mismo año, el acta de alistamiento voluntario. Dijo solemnemente, sin creérselo del todo: «Prometo servir con fidelidad y honor al Ejército, durante cinco años, a partir de este día».
¿Cinco años de disciplina no eran demasiados para un muchacho con ansias de placeres y aventuras? Sin duda, lo eran. Pero el Ejército –pensaba Foucauld– le permitiría también viajar, conocer otros lugares, salir de la vida provinciana y anodina que había llevado hasta entonces. Para un joven que sueña con triunfos y prestigios humanos, la movilidad por las colonias francesas en África (algo que entonces permitía el alistamiento en el Ejército) era una aspiración fascinante, aventurera, gloriosa.
Así fue como, el 30 de octubre, Charles de Foucauld ingresó en la Academia de Saint-Cyr. Había cumplido dieciocho años. Diez le faltaban para su conversión...
Aquellos jóvenes oficiales de la Academia militar cuidaban con esmero su persona: impecable uniforme, peculiar peinado, acicalamiento múltiple. Buscaban ideales de gloria. Sus autoridades azuzaban el fuego sentimental de la gran patria: la «grandeur de la France». Sin embargo, al vividor Charles le interesaba menos la patria que disfrutar de una vida fácil, a la sombra de los grandes discursos patrióticos.
Por otra parte –cosa curiosa– le gustaba leer literatura clásica. Le interesaban, sobre todo, los filósofos latinos y griegos de la antigüedad. Tenía muchos libros, ya que había heredado una buena biblioteca de su abuelo.
El hecho era que cada vez se iban acentuando más, en la vida de Charles, el refinamiento y la despreocupación por los deberes militares. La copiosa herencia de su abuelo le empujaba a un ansia exacerbada de vivir a lo grande: despreocupación, fiestas y derroches. Aunque más adelante se atrevería a confesar: «Experimentaba en todo ello una aplastante soledad».
Entre tanto se desahogaba por correspondencia con un amigo del colegio, Gabriel Tourdes, y le decía: «De repente me quitan mi familia, mi casa, mi tranquilidad y esa despreocupación que resulta tan dulce. Todo eso ya nunca lo volveré a encontrar...»[98].
Pero si, por un lado, experimentaba nostalgia del hogar familiar y de una amistad adolescente, un tanto posesiva, con Gabriel, por el otro lo que Charles ansiosamente buscaba eran nuevas aventuras, ambientes distintos: en definitiva, huir de la monotonía.
El 1 de octubre de 1878, el joven Foucauld inauguró su segundo año en Saint -Cyr con los galones de subteniente. No permanecería más tiempo allí. Todo estaba a punto para un traslado. Y este llegó el 15 de noviembre de aquel mismo año, fecha en la que ingresó en la Escuela de Caballería de Saumur, en el departamento de Maine y Loira (Oeste de Francia), a orillas del río Loira.
Ahora le rodeaban alimentos caros y vinos refinados, compartidos con otros compañeros, en repetidas y concurridas cenas. Metido en una situación así, fácil era adivinar que no le faltarían amigos y amigas de ocasión. Copiosamente alimentado, su grueso cuerpo apenas cabía en el bien planchado uniforme. Tenían que hacerle los trajes a la medida: algo que entre los alumnos de la Academia militar no era lo habitual.
Si, en Saint-Cyr, con frecuencia era arrestado por distraído (habitación descuidada, pantalón sucio, pelo demasiado largo) ahora, en la Escuela de Caballería de Saumur, los problemas le venían del lado de la conducta, no tanto del atuendo externo. En el aspecto externo no había problemas. El joven Charles se esmeraba: alta peluquería, sastres escogidos, lujosos zapatos. Otras eran las dificultades: el desenfreno, el derroche, las amistadas equívocas. Cuando jugaba, apostaba fuerte. Sus propinas entre los camareros eran celebradas y disputadas. Corría el dinero por sus manos...
Nada tiene de extraño que, encumbrado en este tren de vida, al joven vizconde le pesara, cada vez más, la milicia, la disciplina y monotonía de las marchas. Así que buscó una salida fácil y la encontró en la organización de una fiesta tras otra. En una inspección, llevada a cabo un año después de su llegada a Saumur, en octubre 1879, el comandante segundo de la Escuela anotaba en su cuaderno: «Espíritu poco militar; no tiene en grado suficiente el sentimiento del deber...». Por su parte, el inspector general certificaba: «Tiene distinción; ha sido bien educado. Pero tiene la cabeza ligera, y no piensa más que en divertirse»[99].
El año 1880 transcurrió para Foucauld en su nuevo destino: el 4º Regimiento de Húsares, cuya guarnición ocupaba ostentosa y triunfalísticamente todo un pueblecito del Marne, llamado Sézane. Foucauld se aburría allí como una ostra. Se refugiaba en sus ya habituales fiestas, pero no entendía del todo lo que le ocurría: seguía vacío, triste, insatisfecho. Buscando cambiar de aire y de paisaje, pidió el traslado y lo enviaron a Pont-à-Mousson. Pero, más de lo mismo: tedio militar y fiesta tras fiesta.
Una nota de la Inspección general (agosto de 1880) le concedía «carácter y juicio rectos», pero lo tachaba de inmaduro y falto de firmeza. Tal vez con una «buena dirección» se podría conseguir de él mucho más. Uno de sus camaradas, el duque de Fitz-James, decía, por entonces, que poseía un «tacto perfecto» y que deslumbraba a todos por «su vasta inteligencia y su prodigiosa memoria»[100].
En 1897, once años después de su conversión, Foucauld expresaba así los sentimientos que le embargan después de cada fiesta, cuando se encontraba solo en su habitación. Algo parecido a lo que cuenta san Agustín en sus Confesiones: «vacío doloroso», «tristeza nunca jamás sentida». Él organizaba las fiestas. «Pero, llegado el momento, las pasa en un mutismo, en un hastío, en un aburrimiento infinito...»[101].
Él pensará, más adelante, que todos estos sentimientos eran una gracia preparatoria para la conversión; pero, entonces, el joven Charles andaba lejos de saberlo. Había perdido toda referencia religiosa y vivía sumergido en el más oscuro de los ateísmos. «Mi vida comenzaba a ser una muerte»[102].
Entre tanto, seguía viviendo a lo grande, sin proyecto alguno, sin freno ni brújula. No entraba en sus cálculos el matrimonio, y, en aras de la libertad o, más bien, del libertinaje, estaba dispuesto a pagar el precio de la soledad, que combatía, como podía, con juergas y excesos.
Escribía, por estas fechas, a Gabriel Tourdes: «No sé muy bien lo que haré dentro de diez años. Probablemente ya no estaré en el ejército: empezaré mi vida de solterón solo, en alguna casita de campo; es bueno estar libre y tranquilo, pero es duro estar solo; y, sin embargo, es a eso a lo que estoy condenado por necesidad»[103].
¿Aburrimiento? ¿Insatisfacción? ¿Decepciones? Algo de esto empezaba a percibirse en las asiduas cartas que se cruzaba con su amigo Gabriel, una de las pocas personas con quien hablaba desde el corazón y la sinceridad. Luego estaba su tía, la señora Inés Moitessier, que intentaba, como podía, corregirle; pero Charles la rehuía. Hasta llegó, en ocasiones, a enfrentarse duramente con ella, aunque nunca le negó reconocimiento y gratitud[104].
A finales de 1880 su Regimiento de húsares fue destinado a África: exactamente a Sétif, una de las ciudades de Argelia, en el departamento de Constantina. Foucauld cumplía, por entonces, 22 años.
Una mujer, una tal Mimí (de la que se sabe muy poco), le acompañaba de un sitio para otro. Sus superiores le recriminaban. Pero él no hacía ningún caso. Ello le acarreaba serios avisos y sanciones ininterrumpidas. «De noviembre de 1880 a enero de 1881 pasó la mayoría del tiempo en el calabozo»[105]. Cuando cumplía sus arrestos y salía del encierro, le seguía acompañando siempre su amante. Llegó a hacer pública, en una fiesta, su unión con la joven Mimí.
Finalmente, cansados ya sus superiores de la indisciplina de Charles, le dieron oficialmente la orden de separarse de esta mujer; pero él protestó, diciendo que su vida privada nada tenía que ver con su servicio en el Ejército.
En marzo de 1881 le llegó una notificación: «Queda usted apartado del servicio militar por indisciplina, acompañada de notoria mala conducta»[106]. Deseoso de libertad e independencia, abominando de la disciplina del Ejército, regresó a Francia, y se llevó con él a su querida Mimí. Se instalaron en la hermosa villa de Évian-les-Bains, en la orilla sur del lado de Ginebra. Un verdadero paraíso para turistas adinerados.
¿Huyó del Ejército por amor a Mimí? Todos sus biógrafos coinciden en que Charles, más que amor hacia aquella mujer, lo que buscaba eran ensoñaciones y huidas. La realidad se le hacía dura, y siempre estaba buscando vías de evasión, fugas hacia paraísos que sólo existían en su florida imaginación.