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2. La conversión definitiva

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El P. Henri Huvelin (1838-1910), director espiritual de Charles de Foucauld durante casi 25 años, en una de sus conferencias, decía, hablando de la conversión cristiana: «No se llega nunca a conocer plenamente la historia de una conversión, ni aun de la propia. Se ve bien todo lo que la ha preparado, pero nada más. La acción de nuestro Señor es en extremo variable. Se verá el hastío; pero el hastío prepara, no une (...) El mero dolor no trae consigo la conversión. Es menester el trabajo de la gracia (...) En toda conversión hay algo divino, imposible de explicar»[125].

En el caso de Foucauld, tampoco es tarea fácil investigar el momento preciso del toque final o definitivo de la gracia. Hay una preparación próxima. Y otra, remota.

Algo hemos dicho de la preparación remota: o sea, de aquellas personas (familia y, sobre todo, su prima María) y de aquellas circunstancias (encuentros en sus viajes por África con hombres y mujeres musulmanes, profundamente creyentes) que fueron preparando el terreno, para que la semilla de la fe echara sus raíces.

Me referiré ahora al desencadenante más próximo de su conversión.

El fuego de la montaña

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