Читать книгу La corona de luz 2 - Eduardo Ferreyra - Страница 5

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Prólogo

Era una soleada mañana de principios de otoño en Tipûmbue. Infinidad de vimânas1 sobrevolaban los cielos hacia todas direcciones, semejantes a un enjambre alborotado de mosquitos. Como de costumbre, la feria central de la ciudad casi reventaba de gente, aunque cada vez eran más los que preguntaban precios y se iban sin comprar nada. Los puestos más atractivos ofrecían mercancías exóticas; sin embargo, esos estaban también entre los que menos clientes conseguían, en parte porque ya cada vez menos gente podía darse gustos superfluos. En algún lugar, un grupo de músicos ambulantes interpretaba Ananau2 con instrumentos andinos. Que vayan a trabajar, dirían despectivamente algunos medio pelo con sentido estético anulado por prejuicios raciales y clasistas. Ananau significaba Qué dolor, y sí que era tiempo de dolor en el Reino de Largen... entre otros motivos, por la cantidad de gente que, muy a su pesar, iba quedando desempleada.

Seguido de una joven de unos quince o dieciséis años, un hombre obeso, de baja estatura y cuyas vestiduras denunciaban opulencia intentaba abrirse camino hacia un puesto atendido por un muchacho esbelto, de cabello corto rizado y tez morena tirando a negra. La chica era grácil y bien proporcionada, de extraño cutis aceitunado, ojos levemente rasgados y misteriosos y oscuros como la misma noche. A juzgar por su fisonomía, por sus venas corría sangre esrivijayana. A su paso, los muchachos le dedicaban todo tipo de piropos:

—¡Hola, mi amor!... ¿Para qué sigues a ése? ¡Sígueme a mí!

—¡Cinta, dame un beso, preciosa!

—¿Vas a comprarte una tumba, que estás tras ese egipcio? ¡Que sea sepultura para dos, hermosa, que yo ya estoy muerto por ti!

Por supuesto, otros directamente soltaban obscenidades al verla. Ella, inconmovible, hacía caso omiso de todos los comentarios.

—¡Ah, Udjahorresne!–exclamó un sujeto, al toparse directamente con el hombre menudo y obeso antes de que éste y la chica llegaran al puesto–. Quería hablar contigo. Hace una semana que la tumba de mis padres fue saqueada y los del seguro no se ponen en contacto conmigo.

Son unos cerdos–gruñó Udjahorresne–. Por esta ola de saqueos, ya es muy difícil convencerlos de asegurar nuestras tumbas; pero al menos podrían resarcir el importe de los robos en las que ya estaban aseguradas. Bueno, ven conmigo, Hor, y tomaré los datos de la tumba para hablar yo con ellos, pero permite que atienda primero a esta encantadora muchachita.

Las flotantes vestiduras de Udjahorresne le permitían disimular maravillosamente la erección que lo asaltaba desde que se le había acercado la encantadora muchachita en cuestión. No quería ser un viejo verde, y encima estaba la ética comercial; pero en fin, él era hombre también, y no podía evitar estas cosas. Por otra parte, sin mirar la entrepierna de Hor sabía que él tenía el mismo problema. Era difícil no tenerlo con una muchacha tan infernalmente hermosa como Cinta. Sin embargo, lo lógico era que ésta tuviese más ojos para Tutmosis, el joven asistente de Udjahorresne al que éste había dejado a cargo de atender el puesto hacia el cual avanzaba ahora seguido por la chica y Hor. Tutmosis, disimuladamente, se comía con los ojos a Cinta. Ninguna novedad, por supuesto: a la mitad de los hombres de Tipûmbue debía ocurrirles lo mismo.

—¿Te enteraste de la alerta?: la Policía restringirá todo ingreso y egreso de la ciudad hasta nuevo aviso–dijo Hor–. Parece que hay algún peligro en el bosque.

—Sí, sí, me enteré. Primero tuve la esperanza de que hubiera estallado un brote de peste: imagina qué oportunidad para hacer negocios... Tutmosis, muéstrale a Cinta ese kohl nuevo que ha llegado–dijo Udjahorresne a su asistente.

¡Kohl!, exclamó Tutmosis para sus adentros, con la boca haciéndose agua cada vez que miraba de reojo a la chica. ¿Para qué quieres maquillaje? ¡Si eres linda como una mañana de primavera! ¡Eres tan hermosa que encandilas con tu belleza e inflamas mi corazón, y nunca me atreveré a confesártelo!...

Asombraba a Udjahorresne la aparente indiferencia de Cinta hacia Tutmosis, que era bastante guapo. De hecho, en parte por eso lo había contratado para ayudarlo: el muchacho era un buen cebo para atraer clientes de ambos sexos. Udjahorresne mayoritariamente se dedicaba al negocio de pompas fúnebres egipcias, las cuales interesaban casi en exclusiva a compatriotas emigrados suyos, pero otros productos de su país eran muy estimados en todo el mundo, el kohl entre ellos. Sin embargo, la crisis económica en que el rey Irkham el Magnífico había sumido a Largen hacía que muchos vacilaran a la hora de comprar. El atractivo sexual de Tutmosis era un buen aliciente para que la clientela al menos se acercara al puesto; persuadirlos de gastar era ya otro tema.

Pero allí estaba Cinta, incapaz, al parecer, de sucumbir al atractivo sexual de Tutmosis o de cualquier otro muchacho o muchacha, más concentrada en encontrar el kohl que quería. Y el bobo de Tutmosis no hacía más que mirarla con cara de pánfilo, en vez de decirle algo.

Bueno, nada más puedo hacer yo, decidió Udjahorresne. Algún afecto sentía por Tutmosis aunque éste lo detestara, y hubiera querido ayudarlo en sus amores. Pero consejos para seducir no podía darle, porque él mismo no era seductor, y si de algo estaba enamorado, era del dinero. Demasiado, quizás. En parte por eso mismo le provocaba repugnancia a Tutmosis, aunque éste creyera, ingenuamente, que su jefe no se daba cuenta.

—Pero si hubiera peste, podrías convertirte en tu propio cliente–señaló Hor.

—¡Pues qué magnífica publicidad para el negocio!–respondió Udjahorresne, con sonrisa lúgubre–. ¿Qué mejor recomendación que yo mismo usando mis productos funerarios?... Pero luego el vocero de la Policía previno contra una mujer peligrosísima que tiene orden de captura. Mi suegra, pensé–compuso una sonrisa aún más tétrica y feroz que la anterior–. Pero no: es una cipangueña a quien buscan, una tal... bueno, no recuerdo el nombre. Dicen que es peligrosísima, pero no aclararon por qué. Sea como sea, sospecho que ella es la amenaza que nos quieren esconder.

—Sí, creo lo mismo. Dime: ¿sigues en contacto con aquellos dos gun3 que se dedicaban a la lucha beocia?–preguntó Hor a Udjahorresne.

—¿De quiénes hablas?–preguntó a su vez Udjahorresne.

—No me acuerdo cómo se llaman. Los que estuvieron en las Festividades de Skritvar el año pasado–contestó Hor.

—¡Ah!... No. Sólo traté una vez con ellos, para venderles mi vieja esfera humeante4. ¿Por qué?

—Vuelven a Tipûmbue, porque los citó la Justicia. Bah, bueno, en principio sólo al que golpeó a los ricachones en las escaleras de la Biblioteca; pero he escuchado el rumor de que, además, la Justicia va a quitarles al chico que los acompaña. Por inmoralidad y mal ejemplo. Pensé que estarías enterado.

—No. Son amigos de Ifis, no míos. Ifis al menos es refinado y culto. Esos dos son más brutos que mi suegra, además de que están completamente locos. En esto último, el chico no se queda atrás... ¿Quieres creer que está de novio con un fantasma?

Tutmosis apretó los dientes con enojo, momentáneamente distraído de la presencia de Cinta. Otra cosa que lo hacía enojar mucho de su jefe: su tendencia al chisme. Estaba hablando de cosas de las que no sabía nada en absoluto. Él, Tutmosis, las conocía a través de una fuente muy confiable: su amigo Igu, asistente de Ude, Bibliotecario en Jefe de Tipûmbue. Tutmosis estaba obligado a guardar silencio sobre aquellos asuntos, porque a Igu le había jurado que lo haría. Pero no podía menos que pensar en ellos, porque encima acababa de aparecer ante su vista, ante uno de los puestos de enfrente, un loco disfrazado de perro y que se creía tal, y se llamaba Afre. Qué historia había tras la locura de aquel sujeto, Tutmosis lo ignoraba, pero no podía menos que recordar otra, ésa de la que hablaban Udjahorresne y Hor.

Y de no habérselo impedido su juramento, esto hubiera dicho Tutmosis:

Dos célebres hombres gun conocidos entre otras cosas por sus proezas en diversos certámenes de lucha beocia y por su temible aire bárbaro, Azrabul y Gurlok, habían llegado un día a la Biblioteca de Tipûmbue para hablar con Ude, el Bibliotecario en Jefe. Con ellos traían a un adolescente llamado Amsil, rescatado por ellos de los malos tratos de un posadero en un minúsculo pueblo relativamente cercano. En pocos días habían pasado a amarlo como si fuera su propio hijo, revelándole increíbles datos acerca de sí mismos; por ejemplo, que no eran originarios de este mundo sino de otro, el Mundo de los Gorzuks, desde el que habían venido pocos días atrás en busca de una enigmática Corona de Luz de cuya existencia ni siquiera estaban seguros. Y le contaron muchos más detalles, encomendándole que no olvidara nada, porque ya lo estaban olvidando todo ellos, a velocidades alarmantes y muy a su pesar, y necesitarían que alguien les recordara a qué habían venido a este mundo y desde dónde.

Al no pertenecer a este mundo, dijeron, no tenían pasado en él; y sin embargo, falsos recuerdos de una ficticia existencia pretérita iban apareciendo en sus mentes a medida que olvidaban su verdadero pasado entre los Gorzuks: carreras de vimânas, un par de años de servicio en el Ejército de Largen e incluso sus conocidas trayectorias en el ámbito de la lucha beocia. Todo era un espejismo, ellos no habían hecho nada de eso. En sus falsos recuerdos aparecían personas con las que habían interactuado, todas de existencia real hasta donde se sabía. Lo ficticio eran sus interacciones con esa gente, pero a medida que sus cerebros aceptaban estas cosas como ciertas, la realidad y la memoria de aquellas personas se modificaban automáticamente, dando apariencia veraz a tales interacciones. Era como si el mundo simplemente se reacomodara para dar cabida a alguien que antes no estaba ahí, y obligando a todos a cambiar de lugar, sin recordar luego ese movimiento... Excepto Amsil, quien por algún motivo inexplicable seguía en su mismo sitio recordándolo todo tal como era originalmente.

Él no era un chico desinhibido ni valiente, todo lo contrario. La falta de amor lo había hecho crecer retraído e inseguro. No tardó en comprender aterrado que cuando esa realidad cambiante terminara de reacomodarse, sólo él sabría que en realidad Azrabul y Gurlok no tenían pasado en aquel mundo, que procedían de otro y que habían pasado a este sólo para buscar la Corona de Luz, que al parecer ningún mortal podría encontrar jamás; y él no tendría cómo probarles nada de esto. Era una historia demasiado descabellada e increíble, y hubiera optado por olvidarse del asunto.

De aquel apuro lo había sacado Motmûr, su novio fantasma. Motmûr había sido piloto de vimânas según creía Amsil, pero en realidad nunca había existido, salvo en su mente. Era una porción de él mismo, más audaz y extravertida, adormecida hasta que la despertó Moike, un onironauta5 de Tipûmbue, quien le había dado nombre y vagos detalles de un pasado falso al despertarla. No había previsto que Amsil, gun como sus inesperados padres adoptivos, se enamoraría de Motmûr; o sea, de sí mismo. Y Motmûr –o sea, Amsil, bajo un aspecto poco corriente de su personalidad– se animó a recordarles a Azrabul y a Gorluk su pasado en el Mundo de los Gorzuks y de su venida a este en busca de la Corona de Luz. Ellos comenzaron creyéndolo loco, pero lo tomaron más en serio cuando mencionó a los Gorzuks, de los que ambos conservaban vagos recuerdos como amigos imaginarios de su infancia.

Y a medida que Amsil añadía más detalles de esta extraña, absurda historia, ésta se desvanecía también de la mente de él. El joven, al notarlo, insistió en la importancia de consultar acerca de ella a Ude, el Bibliotecario en Jefe de Tipûmbue, para lo cual arrastró a Azrabul y a Gurlok casi a marchas forzadas de regreso hacia la ciudad. Ellos estaban acostumbrados a tales ritmos de marcha, pero no el propio Amsil. Entre aquella exigencia física autoimpuesta, sus esfuerzos por no olvidar nada hasta que hablaran con Ude y su complexión débil, el chico llegó a la Biblioteca aquejado de fiebre. Logró reponerse; pero cuando lo hizo, una nueva personalidad había nacido en él, combinación de las de Amsil y de Motmûr, y ya casi no recordaba a este último. Tal vez más tarde Azrabul y Gurlok le hubieran hablado de él, o lo hicieran en el futuro. Si no, Amsil seguiría recordándolo sólo como un muchacho muy apuesto que en sueños lo había llevado lejos, en vimâna, para casarse con él. Lo recordaría así, o lo olvidaría para siempre.

En cuanto a Azrabul y Gurlok, habían logrado dar sentido medianamente lógico a tan descabellada historia con ayuda de Ude. Ahora sí pertenecían a este mundo. En su falso pasado en él, varias veces se habían salvado milagrosamente de morir. No habían muerto porque entonces eran ficción, pero ahora eran bien reales y la Parca podría reclamarlos cuando quisiera como a cualquier otro. Hasta entonces errarían de aquí para allá en busca de la Corona de Luz, un objeto místico imposible de ser hallado por mortales, pero en cuya búsqueda querían llegar tan lejos como pudieran.

—Cuento esto, Tutmosis–había dicho Igu–, y no sé si locos ellos, o loco yo. Dice Ude: Todos locos.

Y ahora, oyendo gañitar como perro a Afre, Tutmosis lamentaba haber oído de labios de Igu aquella disparatada pero en cierto modo lógica historia. Casi le daba miedo: le hacía pensar que, tal vez, un día despertaría preguntándose a qué raza de perro pertenecía el loco.

1 Vimâna: vehículo volador para transporte de una o dos personas.

2 Ananau: nombre de cierta popular canción aymara que por esta época gozaba de amplia popularidad en Abyayala.

3 Gun: en la jerga popular de Largen, hombre que gustaba de otros hombres.

4 Esfera humeante: artefacto mágico que permitía la comunicación entre personas distantes.

5 Onironauta: literalmente, navegante de sueños. Taumaturgo que se introducía en la psiquis de otras personas para ayudarlas a resolver sus conflictos.

La corona de luz 2

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