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El dragón paciente
El vendedor no tenía puesto propio, y andaba de aquí para allá por la feria, siempre rodeado de abundante clientela y cargando un morral de cuero. Aparentemente vendía bombillas para hacer pompas de jabón, pero extrañamente sus clientes no eran niños, sino mayormente adolescentes y unos pocos adultos. Amsil sonrió benévolamente: todo ser humano, por mucha edad que tuviera, llevaba un niño adentro. Hoy no era el día de sacar a pasear al suyo: no le interesaba hacer burbujas, y por eso, al principio, no se acercó.
Sin embargo, había algo extraño. Sí, de acuerdo: era entendible que se acercara gente de cualquier edad; pero, ¿tanta?... Y nunca había visto que un vendedor de simples bombillas para hacer jabón tuviera tanta clientela. Por lo general la gente pobre, si quería hacer pompas de jabón -entretenimiento monótono-, se las rebuscaba con simples cañas. Y además, estas pompas de jabón no estallaban enseguida. De hecho, después de tres o cuatro minutos Amsil seguía sin haber visto deshacerse siquiera una; así que terminó acercándose él también, intrigado. En el momento en que lo hizo, el vendedor daba de probar el producto a una quinceañera.
—¡Pruebe, muchachita, pruebe! ¡Piense y sople sin miedo, que la pompa se soltará cuando esté lista, y no estallará!
La chica sostuvo la boquilla e hizo una pompa que fue agrandándose, reflejando su imagen. Al llegar a cierto tamaño, la burbuja se soltó por sí misma y se alejó flotando entre los curiosos, en dirección a Amsil, quien se asombró al verla detenerse frente a él, y todavía más al ver que en ella aparecía, no su propio reflejo, sino el de la jovencita. Y repentinamente, ante la mirada expectante de todos, los labios de aquella imagen reflejada empezaron a moverse, y se le oyó decir en voz baja:
—¡Hola! Me llamo Aina. Estoy buscando un muchacho amable y bueno y guapo como tú. Si te gusto, puedes seguirme; me encontrarás en Tipûmbue, Reino de Largen...
El mensaje seguía, pero el resto no fue posible oírlo, porque todos los demás curiosos se pusieron a hablar a la vez a grandes voces:
—¡Eh! ¿Qué, y yo no soy apuesto?
—¡A ver qué pasa! ¡A ver qué pasa!
—¡Si es un negrito feo! ¡Esa cosa no funciona!
—¡Yo quiero probar también!
—¡Qué rápido conseguiste novio!
De repente, la pompa se elevó un poco más y siguió viaje. Eso hizo alzar una exclamación decepcionada y más comentarios, que el vendedor hizo acallar rápidamente.
—¡Bueno, bueno! Dejemos hablar al joven–dijo; y añadió, dirigiéndose a Amsil–. ¿Qué pasa, muchacho? ¿Ya tienes novia?
—Soy gun. Esteee... ¿Qué es todo esto?–contestó Amsil, sin terminar de entender.
Su respuesta desató otra ola de exclamaciones:
—¡Ja!... Primero debió pedir que no fuera marica.
—¡Eh, lindo, yo también soy gun!
—¿Gun?... ¡Pero qué desperdicio!
—¡Silencio todos por un momento, por favor!–propuso el vendedor; acto seguido, hizo un gesto a Amsil invitando a acercársele más, cosa que el chico hizo enseguida–. Bueno, voy a explicar varias cosas. A ver, muchacho: ¿cómo te llamas?
—Amsil.
—¡Bueno, Amsil! Parece que le has roto el corazón a la pobre Aina.
Amsil sonrió, incómodo y avergonzado.
—Pues lo lamento–contestó–. No es mi intención romperle el corazón a nadie. Es una chica muy bonita y tiene cara de buena. Seguramente la aceptaría si me gustaran las mujeres. Espero que encuentre pronto un novio que la quiera.
—¡Ahí tienen!–exclamó el vendedor en tono triunfante–. Amable y bueno, como ella quería. Lo de guapo, ya es más subjetivo, pero la boquilla interpreta bastante bien el deseo de la persona, si ésta sabe lo que quiere. Amsil llena los criterios de belleza masculina de Aina–la mentada se ruborizó–, y por eso la pompa lo eligió a él. Si le gustaran gordos y jorobados, un gordo giboso hubiera sido el elegido. Pero respondiendo a tu pregunta, Amsil, esto es la novedad de moda: una boquilla para hacer pompas de felicidad. La pompa que hagas con esta boquilla guardará tu imagen y un breve mensaje, que no tienes por qué decir en voz alta: con que pienses cómo sería tu novio ideal es suficiente. La pompa viajará en busca de candidatos adecuados, estudiándolos. Cuando encuentre uno que se aproxime bastante a tu ideal, le mostrará tu imagen y tu mensaje. Pero la fabricación de estas pompas de jabón no es una ciencia exacta, como acabamos de ver. Aina no consideró pertinente aclarar que buscaba a un chico al que le gustaran las mujeres y no los hombres, y la pompa no registró que tus preferencias sexuales serían un obstáculo para que ambos fueran novios. Sin embargo, la pompa seguirá viajando, no necesariamente arrastrada por los vientos; si identificara un posible novio para Aina en una dirección opuesta a ésa hacia donde ellos soplan, hacia allí viajaría, oponiéndose hasta al más poderoso vendaval. Y así hasta encontrar a alguien que le convenga y que se interese por ella, momento en que estallará, o hasta que, después de muchas negativas, se desvanezca muchos meses más tarde... Es una simple pompa de jabón, ¡demasiado habrá hecho para entonces! ¿Quieres probar, Amsil?
—Podría ser–contestó Amsil.
—Mala suerte, puto, tu novio ideal soy yo; pero a mí me gustan las chicas–dijo algún gracioso entre el público.
El vendedor llamó a silencio para que Amsil pudiera concentrarse mejor. Luego de unos segundos que se tomó para pensar, lo vieron hundir la boquilla en un recipiente de agua jabonosa. Luego sopló la boquilla e infló una gran pompa, con los espectadores reprimiendo el aliento; pero llegada a cierto tamaño, la burbuja estalló como cualquier otra pompa normal.
—¡Qué raro!...–dijo el vendedor, incómodo–. Nunca antes había pasado esto. Prueba de nuevo.
Y Amsil probó una vez más, y luego otra, y otra más después de esa; pero siempre la pompa estallaba tras alcanzar cierto tamaño, y el vendedor, malhumorado por aquel desprestigio del producto, no le permitió nuevos intentos. E invitó a otras personas a probarlo; pero ya a muchos les había entrado la duda de si comprar la boquilla no sería malgastar dinero, y otros directamente se habían retirado.
Amsil estaba por unirse a sus Tatas y a Ifis, quienes lo llamaban por señas, cuando de repente lo detuvo un muchacho musculoso de rasgos asiáticos, quizás esrivijayanos:
—Perdona. ¿No eres, por casualidad, el hijo de Azrabul y Gurlok, los luchadores gun?–preguntó, con un acento que confirmaba sus rasgos.
—El mismo. ¿Por qué?
—Estás muy diferente, casi no te reconocí. Soy Slamet, el novio de Darma. Mándales mis saludos. Los admiro mucho. Me estoy iniciando en la lucha beocia. Espero algún día ser un gran campeón, igual que ellos.
Amsil, que se preguntaba si estaría realmente tan distinto como afirmaba Slamet, estaba a punto de decirles que Azrabul y Gurlok estaban a pocos metros de él y que podía saludarlos él mismo; pero luego prefirió callarse.
—Se los daré, Slamet, muchas gracias. Un honor conocerte–dijo a modo de despedida. Por referencias sabía que era casi seguro que Slamet, una vez ante sus ídolos, no quisiera despegarse de ellos de la emoción, lo que redundaría en nuevos retrasos. Además, Amsil quería hablar de su experiencia con las pompas de felicidad con sus Tatas, y Slamet no le permitiría hacerlo con tranquilidad si se hallaba presente.
—Tenemos que seguir, dulce–dijo Ifis, sonriendo a Amsil como achicado.
—Ifis y yo tuvimos una pequeña conversación, chango–explicó Gurlok, sonriendo malignamente–. El nos dijo qué pensaba de que nos hubiéramos detenido a hablar con Crictio y yo le expliqué a él qué pienso de su mamá, y por qué. Algunas cosas creo que están más claras ahora, ¿no, Ifis?...
—Sí, sí... Demasiado, tal vez...
Y vaya si le habían quedado claras a Ifis, que durante lo que quedaba del trayecto hasta el puesto de Bambang siguió encontrándose, por turnos, con media población de Tipûmbue, pero ahora excusándose por tener prisa y continuando sin detenerse más que un par de segundos de cortesía.
El puesto de Bambang proveía de mercancía muy variada: kopi luwak12; especias tales como lengkuas, cabai, kemiri y jahe; telas teñidas mediante batik13; artesanías en madera y piedra; cerámicas; amuletos esrivijayanos; y cómo no, a veces incluso alguna exquisitez culinaria típica del país. Pese a tantos productos en oferta y al interés de la gente, la agudización de la crisis económica bajo Irkham el Magnífico hacía que cada vez más gente se detuviera en el puesto y se fuera sin comprar nada. Eso sí, algunos clientes eran muy ricos y seguían siendo buenos clientes; y estos hacían posible que el puesto siguiera funcionando.
Al llegar al puesto en cuestión siguiendo a Ifis, Amsil estaba terminando de contar a sus Tatas su frustrada experiencia con las pompas de felicidad, de cuya existencia ellos nada sabían hasta ese momento.
—A lo mejor la boquilla es de mala calidad, chango–sugirió Azrabul.
Gurlok no dijo nada, pero a él se le había ocurrido otra posibilidad.
—¿Será que la felicidad es delicada como burbuja y la mía estalló porque no seré feliz?–preguntó Amsil, más con curiosidad que con miedo, ya que ahora se sentía capaz de hacer frente a la adversidad.
—Las promesas y garantías de esos charlatanes callejeros también son pompas que estallan antes que cualquier otra, changuito–le aseguró Gurlok por decir algo.
Creía eso, pero de todos modos, ¿qué iba a decirle a Amsil?: Me parece que la burbuja estalla porque usted mismo es su novio ideal y no necesita otro, chango. Usted no se acuerda, pero estuvo de novio con el fantasma de un piloto de vimânas. Ese chico, Motmûr, se lo llevó en una vimâna para casarse con usted. Eso usted no lo recuerda, como es lógico, porque estaba con fiebre. Cuando se le pasó, Motmûr y usted eran una misma persona, porque en realidad siempre lo habían sido. Y se nota que son felices juntos, porque no necesitan a nadie más. Todo eso salvo que yo y su otro Tata estemos de remate, por supuesto. A menos que uno las diga en broma, es mejor callar cosas así, si no se quiere terminar en el manicomio. Así que a desprestigiar al vendedor, que de todos modos y por lo que decía el chango de todos modos era un idiota, y a otra cosa.
Tras un amplio surtido de productos esrivijayanos en oferta que congregaban abundantes clientes potenciales se afanaban tres de los hijos de Bambang. A la derecha, Azrabul vio al único de esos tres al que conocían él, Gurlok y Amsil: Darma, el menor de los varones, un adolescente de cabello lacio cayéndole hasta los hombros y ojos oscuros y melancólicos. Lo habían tratado muy brevemente al final de su anterior estancia en Tipûmbue. Conocían algo más al cuarto hermano, Guntur, ausente por hallarse ayudando a su padre según Ifis.
—Muy bien–refunfuñaba un potencial cliente–: si tu padre definitivamente no traerá más escamas de trenggiling, el príncipe Skritvar tendrá que comprárselas a Putra.
Amenazas así eran tan corrientes en la feria, que asombraba que todavía quedaran clientes que creyeran que surtirían efecto.
—Padre no trae más–replicó Darma suavemente–. Xallax avisó que metería en cárcel si sigue vendiendo. Que compre a Putra.
El hombre se alejó rezongando. Darma guardó un dinero y alzó la mirada para atender al próximo cliente; y, entonces, por encima del hombro de éste, vio a Azrabul, quien le guiñó un ojo. El muchacho insinuó una sonrisa agridulce.
—Mira qué ojos tiene la chica–comentó Gurlok, admirado.
Azrabul desvió la vista un poco a la derecha de Darma. Había allí, en efecto, una joven muy parecida a este último en sus rasgos, pero la expresión de sus ojos era muy distinta: enigmática y sombría como la majestad de la noche, a la vez que penetrante y lacerante como una flecha.
—Ajá. Creo que hasta yo vendría aunque sólo fuera para ver esos ojos–admitió Azrabul, tan fascinado como su compañero.
—Soy el único idiota que no ve nada–se quejó Amsil. Estaba más alto respecto a su anterior visita a Tipûmbue, pero atrapado en un amuchamiento y con un trío de moles obstruyéndole la vista y hablando en quién sabía qué extraño idioma, su estatura actual era inútil.
Les costó a Azrabul y a Gurlok desviar su atención de la chica, por más que sexualmente no les gustaran las mujeres: su belleza tenía algo de ultraterrena, particularmente sus ojos. Cuando al fin lo lograron, dirigieron la mirada más a la izquierda; entonces notaron, alarmados, que Ifis se hallaba junto al tercero de los hermanos, intentando encaramársele encima.
—¿¿¿Pero qué hace este chiflado???–exclamó Gurlok, estupefacto.
—Lo que dijo que haría–contestó Azrabul en tono sufrido–: molestar a... ¿cómo era?
—Kuwait.
Kuwait parecía prestar al pesado de Ifis menos atención que a una mosca de queresa. Seguía atendiendo a la clientela como si nada sucediera, aunque su cara de pocos amigos presagiaba tempestad en cualquier momento. Ajeno al aparente peligro que corría, Ifis le tapaba la vista, jugueteaba con el pelo del esrivijayano, pero su víctima no acusaba recibo de todos estos fastidios y seguía en lo suyo. La reacción de la clientela era muy diversa, desde reírse hasta indignarse y, cómo no, hablar pestes de los gun, esos depravados sin ética ni códigos.
Azrabul se acercó más.
—Suficiente, Ifis–dijo con un poco de vergüenza ajena, mientras tomaba entre sus fornidos brazos al peluquero.
—¡No seas aguafiestas!–protestó Ifis, aferrándose primero al cuello de su víctima y luego a su melena.
—Tú no seas infantil. Deja en paz a Kuwait–exigió Gurlok, acercándose a ayudar.
—¿Cómo que Kuwait?–preguntó indignado Ifis, mientras Gurlok le abría uno por uno los dedos de sus manos para obligarlo a soltar al puestero–. ¡AAAY! ¡BESTIA!...–exclamó cuando por accidente Gurlok le torció un dedo.
—Eso te pasa por no quedarte quieto–gruñó Gurlok.
Al fin logró que Ifis soltara al esrivijayano. Entonces dijo éste, mirando muy serio a su torturador:
—Hombre que no quiere... jugar con fuego, no debe despertar dragón.
Azrabul se echó al hombro, como si de un costal se tratara, a Ifis, quien continuó pataleando, protestando y exigiendo que se le dejase en tierra mientras aporreaba en vano las poderosas espaldas de su captor.
—Escucha, Kuwait...–comenzó Azrabul.
—¡KUWAT! ¡KUWAT!–corrigió Ifis indignado, sin dejar de golpear las espaldas de Azrabul.
—...Kuwat, sí, perdón. Lamentamos esto. No tenemos mucho que ver con este individuo. Hemos oído hablar mucho de la hospitalidad que en tu hogar se prodiga a los viajeros. Nos incomoda pedirla, pero tendremos que hacerlo. No hay ni un centavo en nuestros bolsillos y, como puedes ver, viajamos con un chango. Ya ganaremos algo de dinero para pagar una posada y entonces...
—No ofendan–interrumpió Kuwat–. Hogar nuestro abierto a todo viajero tiempo que sea.
—¡Excelente!–aprobó Gurlok–. Pagaremos con trabaj...
—No ofendan–repitió Kuwat, en tono más amenazante esta vez.
Era un individuo fuerte y su estatura se hallaba por encima de lo normal, pero seguía pareciendo menudo comparado con Azrabul y Gurlok. Aun así éstos, muy a su pesar, se sintieron vagamente intimidados. A Ifis quizás no le preocupara despertar al dragón, pero a ellos sí.
—Dos horas antes de caída de sol–dijo Kuwat–. Esperan dos horas antes de caída de sol y vuelven, ¿sí?
—Claro, compañero, gracias–respondió Azrabul–. Vamos, Gurlok; vamos, chango. Tenemos que hablar muy en serio con este sujeto.
Este sujeto había dejado de patalear, impotente contra la fuerza descomunal de Azrabul, y tenía cara de monumental mal humor.
—¿Puedo bajar ahora?–preguntó.
Sin decir palabra, Azrabul lo depositó en el suelo.
—No nos fuiste de mucha ayuda con los hijos de Bambang–le reprochó Gurlok.
Ifis lo miró con indignada incredulidad.
—¿Te jode que te mande un poco a la mierda?–preguntó La gata salvaje–. Los guié hasta el puesto y les demostré que Kuwat no es peligroso, ¿y cómo me lo pagan ustedes?: Te juro que no tenemos nada que ver con este tipo. ¡Váyanse a cagar!...
—No demostraste nada. Él lo dijo bastante claro: no despiertes al dragón si no buscas apagar fuegos.
—¿Eh?... Disculpa, ¡no fue lo que yo le oí decir!
—Bueno, tú me entiendes. Algo dijo del dragón. El sentido se entendió: jugabas con su paciencia. De todos modos, no trates de hacernos creer que lo hiciste para demostrarnos nada, que nunca dijimos que Kuwait fuera peligroso.
—¡QUE NO ES KUWAIT, CARAJO!... ¡ES KUWAT, GURLOK, KUWAT! Y no, claro que no dijiste que fuera peligroso, ¡eso lo dice por lo menos media Tipûmbue!
—Pues si era peligroso antes, después de provocarlo como lo hiciste estará ya afilando el hacha para cortarnos en rodajas sólo por ser amigos tuyos. Menos mal que somos más grandes y fuertes que él.
Ifis lo miró burlonamente.
—Gurlok, dulce, no seas ingenuo–dijo–. No hay tamaño ni fuerza que valga contra Kuwat. Su familia practica cierto estilo de lucha esrivijayano, que los dejaría sin posibilidades de ganarle hasta a ustedes dos. Sí, ríanse cuanto quieran, machotes. Les digo que de veras no tendrían posibilidad de vencerlo, ni siquiera atacándolo los dos al mismo tiempo.
—Dejemos el tema–propuso Gurlok, harto de tonterías–. ¿Podemos ir a tu casa a darnos un baño?
—¿EEEH?...–preguntó Azrabul, como si estuviera oyendo una abominable blasfemia y no pudiera dar crédito a lo escuchado.
—¿Un baño?–preguntó por su parte Ifis, escéptico–. ¿Ustedes quieren darse un baño?...
—No, yo no: ¡él!–desmintió Azrabul.
—Tenemos que bañarnos–respondió Gurlok con expresión amarga–. Si vamos a ser honorables huéspedes del legendario Bambang, al menos debemos incomodarlos lo menos posible a él y a su familia.
—Pero el olor a macho de ustedes es tan legendario como Bambang, dulces–opinó Ifis–. Y Bambang y su familia ya están acostumbrados: durante un tiempo hospedaron a chicos garamantes, que huelen más o menos igual que ustedes porque, como en su país casi no hay agua, no acostumbran bañarse muy seguido. Creo que consideran al baño un inútil derroche de agua. Además, con el aspecto que tienen ustedes, les sienta mejor oler a bolas y a sobaco que a perfume árabe.
—Perdonen–dijo de repente Amsil–: ¿no conocemos de algún lado a ese tipo?
Azrabul, Gurlok e Ifis se volvieron casi al mismo tiempo en la dirección señalada por el adolescente. Se veía a un guerrero de aire relativamente gallardo, pero de gesto más bien desagradable.
—Es Aramme–dijo Ifis–. Sirve en la policía. Un tiempo no podía mostrarse en público sin que la gente se burlara de él. Oí decir que fue luego de que saltaras en defensa de una chica a la que él estaba manoseando, Azrabul. ¿Es verdad?
—Más o menos–contestó Azrabul, sin saber qué otra cosa responder.
Recordaba los hechos tal como los describía Ifis, pero en su momento Amsil los había relatado de diferente modo. Según el chico, Azrabul había visto al tal Aramme tocándole el culo a una muchacha, sí, pero había encontrado halagador el gesto, aunque la chica se puso furiosa. No hacía tanto que ambos gigantes habían venido del Mundo de los Gorzuks, y trataban de entender a qué extraña sociedad habían venido a parar a fin de adaptarse a ella. En ese contexto, Azrabul, a su vez, le había tocado el trasero a Aramme, ciertamente tentador, para halagárselo. Siempre según Amsil, la reacción de Aramme había distado mucho de ser la esperada.
Lo extraño era que este relato en apariencia fantasioso tenía un grano de base real, ya que Azrabul efectivamente nunca había entendido por qué tantas mujeres ponían el grito en el cielo si un hombre les tocaba el culo. Habría podido entenderlo si a esas mujeres no les hubieran gustado los hombres, sino otras mujeres. Lo habría comprendido también si esos que les tocaban el culo fueran extremadamente feos; pero por lo general ellas mismas admitían que eran guapos. A Azrabul, lejos de incomodarlo, le encantaba que otros hombres lo toquetearan, incluso en el culo o la chota. Aún más: tampoco le molestaba que lo hicieran mujeres, aunque con ellas no quisiera irse a la cama. Pero si a las mujeres no les gustaba, había que respetar eso, así que había indignado a Azrabul que Aramme no lo hiciera, decidiendo en consecuencia dar a éste un poco de su propia medicina. Y qué hermoso culo tiene el hijo de puta, pensó Azrabul, recordando la firmeza de las nalgas masculinas bajo el pantalón de cuero. El recuerdo le provocó una muy inoportuna erección, que no alivió precisamente rememorar luego su posterior pelea a puñetazos con Aramme.
También era raro, ahora que lo pensaba, que aunque en teoría siempre había respetado –en un muy, muy amplio sentido del término, totalmente alejado de la realidad– a las mujeres, siempre se hubiera desinteresado de ellas hasta su primera visita a Tipûmbue. Antes de eso, por años fue como si nunca hubieran existido o como si él jamás las hubiera visto; y a Gurlok le pasaba lo mismo. Esas mínimas y desconcertantes coincidencias con la versión de Amsil contribuían a reforzar esta última, o por lo menos difuminaban la frontera entre la fantasía y la realidad o, como decía Ude, entre la realidad original y la definitiva. Quizás fuera mejor la terminología del viejo Bibliotecario, ya que era tan difícil discernir qué exactamente era real y qué no lo era.
Era irónico que sólo Amsil hubiera olvidado su propia versión de aquel hecho. Eso y ciertas conjeturas y revelaciones hechas por Ude daban a Gurlok mucho en qué pensar. Hacía pocas horas, ante ellos tres, una chica se había suicidado arrojándose desde lo alto de una terraza. Azrabul y él eran duros y brutos, pero que alguien tan joven odiara tanto su propia vida que decidiera acabar con ella les había resultado traumático. Y sin embargo, de acuerdo a datos proporcionados por Ude, la joven no se había suicidado, porque nunca había existido, ya que la Humanidad misma no existía: había sucumbido una eternidad antes, durante una gigantesca lluvia de meteoritos gigantes en la desaparecida Lemuria. Según Ude, la presencia de Azrabul y Gurlok en este mundo podía tener cierta lógica, ya que ellos mismos no eran reales, sino simples proyecciones de sendas entidades que dormían en el Mundo de los Gorzuks. Allí se hallaban ahora, durmiendo, y su vida en este mundo era lo que estaban soñando. Esa explicación era la más satisfactoria: los absurdos de la doble realidad de Azrabul y Gurlok sólo tenían lógica si eran consecuencia de un sueño descabellado. Pero aquella madre llorando sobre el cadáver de su desdichada hija había parecido bien real. ¿Qué iban a decirle: No se preocupe, señora, su hija no ha muerto porque nunca existió y usted tampoco, y todo esto es una pesadilla que concluirá ni bien yo despierte? Tal vez la pobre mujer hubiera deseado creerle. Quizás le habría exigido despertar cuanto antes.
—¿Por qué se suicida la gente?–preguntó de súbito.
—Ah, ¿ya se enteraron de lo de esa pobre chica?–preguntó a su vez Ifis, entristecido.
—¿Que si nos enteramos?... Nos tocó verlo en primera fila, por desgracia–contestó Amsil.
—No sé por qué se suicida la gente–contestó al fin Ifis, pensativo–. Pero ustedes están más cerca de saberlo que yo, supongo.
—¿Qué te hace pensar eso?–preguntó Azrabul.
—Porque ustedes estuvieron en El Pueblo Condenado–replicó Ifis–. No sé qué vieron ahí exactamente, pero algo me dice que tiene relación con el suicidio de esa chica. Por cierto, puede que encuentren que mucha gente ahora los evite a ustedes tres. No es nada personal. Simplemente, corren acerca de ustedes rumores extraños.
—Dicen que estamos locos, ¿no?–preguntó sombríamente Azrabul.
—Digamos que algunos creen eso y otros prefieren creerlo.
—¿Qué crees tú?–preguntó Gurlok.
—Que son excelentes personas y buenos amigos.
—¿Y de nuestra supuesta locura?–insistió Gurlok.
—No puedo juzgar la locura de otros si yo mismo no estoy muy cuerdo que digamos, dulce. Además, no me interesa. Mejor locos como ustedes que cuerdos como Mofrêt y Lipe.
—Tatas–interrumpió Amsil–, ¿no tendríamos que ir a ver al juez para notificarlo de nuestra llegada y después al abogado?
—Hmmm,,, Sí–aprobó Azrabul.
—Ese misterioso abogado tuyo...–murmuró Ifis.
El comentario se debía a que en el asunto de los hijos de ricachones golpeados en las escalinatas de la Biblioteca, defendía a Azrabul un abogado que intervenía por cuenta de un desconocido benefactor, cuya identidad conocían Crictio y algunos de sus subalternos, pero no muchas personas más. Gurlok había intentado sonsacarle ese dato a Crictio, pero sin éxito.
—Tienen que comprarse una esfera humeante nueva. Es más práctico–dijo Ifis.
—Tenemos, pero preferimos no usarla. Ya sabes qué dolor de cabeza son para nosotros esos chirimbolos–respondió Gurlok.
Ifis lo miró indignado.
—¿Tienen una nueva esfera humeante... y no fueron capaces de llamarme ni una vez en siete meses?–protestó.
—Ahora estamos aquí y nos tendrás un tiempo en persona–respondió Azrabul.
—Sí, cuatro, cinco días a lo sumo, antes de que se vayan corriendo a otra parte. No te entiendo, Amsil–se lamentó Ifis, volviéndose hacia el adolescente–. Que estos dos se sientan perdidos ante las innovaciones, vaya y pase; pero tú eres joven. Los chicos de tu edad generalmente se sienten como peces en el agua con estas cosas.
Amsil sonrió tímidamente.
—Supongo que soy chango de mis Tatas–se disculpó.
—Msé–gruñó Ifis–. Bueno, ya es casi mediodía. Voy a comunicarme con el juez Eklund usando mi propia esfera humeante y te paso la comunicación, Azrabul. Luego los invito a los cuatro a almorzar, que ya es casi mediodía. Pueden ir luego a ver al dichoso abogado, aunque no estaría de más concertar cita previa, no sea que vayan y no lo encuentren o no pueda atenderlos.
Azrabul y Gurlok se miraron y asintieron: aquella era una sugerencia práctica, aunque hubieran preferido ver cuanto antes al abogado. No tenían buenas noticias. Al retirarse Lipe del despacho de Ude, éste lo había hecho acompañar por Igu, y no por casualidad: vanidosos como Mofrêm y Lipe solían creer que el mundo reprimía el aliento a la espera de oír sus perlas de sabiduría, por lo que con frecuencia hablaban de más. Y así, tras pomposos discursos saturados de moralina, Lipe había admitido a Igu que efectivamente había intenciones de quitar a Azrabul y Gurlok la tenencia de Amsil. Sería un trámite muy sencillo, porque ninguno de los dos había hecho trámites legales que les concedieran la tutela del chico. Lipe hasta había exhortado a Igu a declarar contra ambos en el juicio. Astutamente, el cipangueño había respondido que sí, claro, cómo no, seguro, para evitar que se buscaran otros testigos. Lo cierto era que él no tenía la menor intención de presentarse a declarar.
—Entonces eso era lo otro que Mofrêm venía a pedirme a través de Lipe–había deducido Ude–: que declarase contra ustedes dos. Interpretando el silencio de Igu a su modo, habrá pensado que él sería más dócil.
Azrabul y Gurlok estaban pesimistas. Los rumores de locura que pesaban sobre ambos seguramente no les atraería el favor del jurado, y el hecho de haber visto lo ocurrido en El Pueblo Condenado, por lo que decía Ifis, menos todavía.
Y aquel mismo día Azrabul había visto o creído ver a Ogave. De vez en cuando, Gurlok oteaba los alrededores, buscándola con la mirada. Siempre solía ser más racional que su compañero; y sin embargo, no podía librarse de la horrenda sensación de que la aparición de la temible Hierofante era un mal presagio.
12 Kopi luwak: variedad muy apreciada de café, oriunda de Srivijaya, que se obtiene alimentando con granos de café a cierta especie animal conocida allí como luwak. La infusión preparada con ell grano parcialmente digerido en el estómago del luwak resulta especialmente sabrosa.
13 Batik: técnica de decoración de tejidos consistente en la aplicación de varias capas de cera líquida sobre la tela antes de teñirla, de modo que la parte cubierta por la cera no se coloree.