Читать книгу La otra economía que NO nos quieren contar - Eduardo Garzón Espinosa - Страница 8
ОглавлениеIntroducción
La Teoría Monetaria Moderna (TMM) nació a finales de los años noventa del siglo xx, pero no fue hasta 2012 cuando apareció en mi vida, de la mano del libro Seven Deadly Innocent Frauds of Economic Policy (Los siete fraudes inocentes capitales de la política económica) de Warren Mosler. Comencé a leerlo por una simple recomendación y sin esperar mucho de él, pero lo que descubrí en su interior cambió profundamente y para siempre mi visión sobre la economía.
Creo importante recalcar que eso no quiere decir que aquel fuese mi primer acercamiento a la economía crítica o heterodoxa. De hecho, desde el primer momento de mi aproximación al mundo económico (e incluso antes) y especialmente gracias a la influencia de mi hermano Alberto Garzón y de la Asociación de Economía Crítica, enfoques tan poco convencionales como el marxista, el poskeynesiano, el feminista o el ecologista formaron parte de mi formación. Sin embargo, lo que iba viendo en la Teoría Monetaria Moderna impugnaba una parte fundamental de esta economía heterodoxa (no digamos ya de la economía ortodoxa), y eso era lo que más me fascinaba. Concretamente esa parte era la referente a la dimensión fiscal, monetaria y financiera. Yo, que me creía más o menos vacunado frente a muchos de los irreales planteamientos de la economía convencional, constataba con sorpresa y horror que el mundo heterodoxo también adolecía de importantes fallas analíticas y que caía en los mismos errores que el mundo ortodoxo (unos errores que, casualmente, iban a favor de los intereses del statu quo y de la elite). Fue entonces cuando me di cuenta de que la TMM presentaba un enorme campo de investigación y de exploración que no sólo hacía posible detectar importantes hallazgos académicos (sin ir más lejos, para eso hice mi tesis doctoral), sino que también se presentaba muy útil de cara a la transformación política.
En efecto, la TMM está de moda en el ámbito académico y político y sin duda ganará mucha más importancia en el futuro por lo rompedora y polémica que resulta. De hecho, hay muchos economistas que creen que este enfoque teórico se convertirá en el nuevo paradigma económico de la siguiente generación. Aunque sus inicios se remontan a hace más de 20 años, no ha sido hasta hace un par cuando ha aparecido en escena con mucha fuerza; especialmente en Estados Unidos, donde economistas ganadores del Premio Nobel, presidentes de bancos centrales y otras personalidades importantes se han visto obligados a posicionarse públicamente a favor o en contra de dicha corriente económica.
Esta notable y creciente popularidad llama mucho la atención porque hacía muchas décadas que un enfoque económico más o menos delimitado no se hacía tanto hueco en el debate público. Y esto en buena medida se ha debido a dos características de la TMM que la hacen especial: la primera es que con una narrativa muy clara echa por tierra las ideas que se han utilizado para aplicar políticas de austeridad en los últimos años, lo que la hace muy atractiva para los políticos (de hecho, algunos, tan importantes como Bernie Sanders o Alexandria Ocasio-Cortez, incluyen este enfoque en sus programas), y la segunda es que, debido a que sus mensajes a veces pueden parecer simples o contraintuitivos, suele ser caricaturizada, lo que ha impulsado todo tipo de burlas y descalificaciones por parte de muchas personas.
Precisamente debido a esto último, creo que un libro escrito en un lenguaje claro y orientado a todo el mundo sobre la Teoría Monetaria Moderna puede resultar de bastante utilidad, pues antes de hablar de algo hay que conocerlo bien. Desgraciadamente, muchas de las críticas que se ven por ahí no son rigurosas porque sus autores no han entendido bien (o no han querido entender bien) lo que de verdad se propone desde esta perspectiva económica. También ocurre que algunos de sus defensores caen en la exageración de sus virtudes, dando la sensación de que hablan de una fórmula mágica que acabará con todos los problemas económicos, cuando tampoco es eso. De ahí que mi objetivo sea explicar con mucho rigor, pero también con mucha claridad y sencillez, qué es lo que se propone desde la TMM, para entenderla lo mejor posible y así luego poder hacerse una opinión formada y solvente sobre ella, y no solamente un juicio de valor apresurado.
Vaya por delante que yo soy bastante partidario de los postulados de este enfoque, aunque también soy crítico con algunos de ellos. No podré ser imparcial del todo, pero trataré de ofrecer una información lo más aséptica y libre de juicios posible, y con muchas referencias externas para que el lector pueda complementar por otros canales todo lo que iré explicando. Además, la TMM no está exenta de debilidades e imperfecciones, e identificarlas y abordarlas será también objeto de este libro. Para ello no sólo iré mostrando qué dicen los defensores de esta perspectiva económica, sino también qué dicen sus críticos. Sólo de esta forma podremos hacernos una idea lo más completa y solvente posible.
Creo que la principal virtud que tiene la TMM es que ofrece una revolucionaria forma de pensar la economía; una que permite abandonar muchos de los mitos que la teoría económica convencional instaló en nuestras mentes hace tiempo, y en los que todavía muchas personas progresistas o de izquierdas creen erróneamente. Como aperitivo adelanto algunos de estos mitos (que seguro que muchos lectores creerán que son verdad y no falsedades): «la austeridad es necesaria para que las cuentas públicas se saneen», «el Estado tiene que recaudar impuestos para poder realizar sus gastos», «el envejecimiento de la población pone en riesgo nuestras pensiones públicas», «los sueldos de los empleados públicos son pagados con los impuestos que pagan los trabajadores del sector privado», «crear dinero genera siempre inflación», «el Estado no puede estar siempre en número rojos porque las familias y las empresas no lo hacen», etcétera.
Son ideas que vemos y oímos por todas partes y que, precisamente por lo machaconas que son, mucha gente acaba creyendo que son incuestionables. Pero lo cierto es que la TMM ayuda a derrumbar estos mitos; lo que a su vez permite que se puedan pensar e idear propuestas de política económica muy potentes que abandonen la austeridad para siempre.
Lo que le suele ocurrir a la izquierda es que tiene más o menos claro qué se debe hacer para reducir la desigualdad y mejorar la vida de la gente más necesitada, pero siempre se enfrenta a la siguiente pregunta: «¿de dónde obtenemos el dinero para pagar las políticas que necesitamos?». Y siempre acaba enfrascada en debates sobre aumentos de impuestos a las grandes fortunas o sobre la lucha contra el fraude fiscal, unos debates que suelen ser callejones sin salida en un mundo globalizado. Pues bien, la TMM da una respuesta muy sólida y solvente a esa pregunta y permite que pasemos de esos callejones sin salida a unas amplias avenidas en las que poder proyectar y defender la aplicación de políticas transformadoras sin ningún tipo de complejo ni de inseguridades. Ese es el verdadero potencial de la TMM: que da solidez y rigor a las propuestas políticas de izquierdas y las hace perfectamente viables.
Pero… ¿a qué se debe que la izquierda ande tan perdida en este tema? A que no es verdaderamente consciente del radical cambio que el sistema monetario mundial experimentó en 1971. La inmensa mayoría de analistas comete el profundo error de seguir utilizando los mismos esquemas mentales que se utilizaban para comprender el sistema monetario antiguo, sin darse cuenta de que en la actualidad esas herramientas analíticas han quedado absolutamente obsoletas porque la realidad es otra. Es como si, para conocer el éxito de un grupo musical, nos fijásemos únicamente en las ventas de discos y no tuviésemos en cuenta la celebración de conciertos o la audiencia lograda a través de internet con servicios o plataformas como YouTube o Spotify. Estaríamos utilizando herramientas que eran muy útiles en el pasado, pero que son absolutamente estériles en el presente simplemente porque la realidad ha cambiado. Lo mismo le ocurre –desgraciadamente– a la izquierda con el asunto del dinero.
Antes de 1971, los Gobiernos de los diferentes Estados se solían comprometer a respaldar toda creación de dinero con otro tipo de activos (aunque a menudo violaban este compromiso, especialmente en épocas de guerra). Entre 1944 y 1971, bajo el Sistema de Bretton Woods, esos activos debían ser el oro y/o la moneda líder, el dólar. En consecuencia, la creación de dinero por parte de los bancos centrales estaba limitada a la cantidad de oro y dólares que tuviese la economía en cuestión. Atendiendo a ese compromiso, los Estados no podían crear todo el dinero que quisiesen porque no tenían oro y/o dólares ilimitados.
Sin embargo, con el desmantelamiento del Sistema de Bretton Woods en 1971, el compromiso desapareció y el dinero dejó de necesitar un respaldo en otros activos para poder crearse. Desde entonces, los Estados pueden crear su propio dinero sin ningún tipo de obstáculo técnico, sin ningún tipo de límite. Esta es la primera constatación que suele desconocer o ignorar la gente, especialmente los que vivieron antes de 1971, ya que conocieron otra realidad y muchos no se percataron del (radical) cambio.
Esta nueva realidad tiene muchas implicaciones importantes, también muy desconocidas por el ciudadano medio. En primer lugar, permite que cualquier Estado pueda realizar un gasto sin necesidad de respaldarlo con un ingreso por impuestos, ya que bastaría con crear la cantidad de dinero correspondiente. Esto libera al Estado de la necesidad de cuadrar los gastos con los ingresos (sin tener que endeudarse). Sin embargo, la TMM reconoce y valora la necesidad de que existan impuestos, pero no porque sean necesarios para respaldar los gastos, sino por otros motivos diferentes que están más relacionados con la dotación de valor a la moneda creada, con la desigualdad y con el establecimiento de incentivos y penalizaciones a determinados comportamientos económicos.
Los déficits públicos son entendidos así de forma diferente a la que estamos acostumbrados: en realidad son el resultado de haber creado más dinero y haberlo inyectado en la economía (a través del gasto público) que el que se ha retirado de la misma (a través de los impuestos). Por lo tanto, el déficit público no es más que la herramienta que tiene el Estado para inyectar más dinero en la economía. Y no hay ninguna necesidad imperiosa de tener que endeudarse para poder cubrir ese déficit. ¿Qué sentido tiene pedir prestado un dinero que puedes crear tú? De hecho, si pides prestado en la moneda que creas, el prestamista te está ofreciendo un dinero que has creado tú en algún momento. Todo el dinero que existe expresado en tu moneda lo has creado tú, no hay otra posibilidad. Para que un Estado pueda recaudar, primero ha tenido que crearlo y haberlo distribuido entre la población a través del gasto público (porque es la principal vía para poner el dinero en circulación). Así que primero un Estado gasta y luego recauda; exactamente lo contrario de lo que comúnmente se piensa.
Gracias a la TMM entendemos que un Estado con soberanía monetaria (que emite su propia moneda, no tiene deuda en moneda extranjera y tiene tipo de cambio flexible) es plenamente libre de crear tanto dinero como quiera. Ahora bien, que pueda hacerlo no quiere decir que deba hacerlo. La cantidad de dinero creado a través de gasto público debe ser la adecuada para permitir que todas las empresas vendan al precio actual los bienes y servicios que pueden producir. Ni más ni menos. Crear menos dinero de este nivel produce desempleo y desinflación (es lo que le ocurre a la economía española y a la eurozona), y crear más de este nivel produce inflación. Por eso, gracias a la TMM entendemos que en la eurozona lo que necesitamos es que se incremente el déficit público, no que disminuya, como errónea y/o perversamente aseguran los gobernantes europeos.
Y que nadie se asuste con la inflación o con los procesos hiperinflacionarios: sólo aparecerán cuando haya más dinero del nivel mencionado (plena utilización de la capacidad productiva), y en el territorio español y en la zona euro estamos bastante lejos de ese nivel, como lo demuestran el alto paro, las enormes cantidades de productos en almacenes y la inflación nula o negativa. Que tampoco se asuste con los niveles de déficit o de deuda pública sobre el PIB. El déficit público lo único que hace es rellenar la brecha que deja el gasto privado en épocas de recesión, por eso en esos momentos este se dispara, y por eso en épocas de bonaza económica se reduce o incluso convierte en superávit. A un Estado con soberanía monetaria le da absolutamente igual que el déficit público esté en un 0%, en un 5% o en un 15% del PIB, o que la deuda pública esté en un 10% o en un 300% (Japón es el mejor ejemplo de esto último). Como iremos viendo, todo ello no está reflejando más que la cantidad de gasto público que ha rellenado la ausencia de gasto privado.
En fin, sirva lo anterior sólo como aperitivo del contenido de este libro, cuya estructura es exactamente la misma que utilicé en la serie de vídeos que hice para mi canal de YouTube (Eduardo Garzón Espinosa) con el objetivo de ofrecer una visión de la TMM para principiantes: se trata de 20 capítulos en los que iré exponiendo y desarrollando los planteamientos esenciales de la TMM de una forma pedagógica y asequible para cualquier persona, aunque no esté especializada en economía. Si el lector o lectora prefiere escuchar y ver animaciones, puede acudir perfectamente a esos vídeos, que están disponibles para todo el mundo; pero si prefiere la tradicional lectura sosegada, este es su formato. Espero, de verdad, que resulte muy útil y que pueda aportar un granito de arena en la transformación política y económica que necesitamos para hacer de nuestro mundo un lugar mucho más justo y sostenible.