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Los búfalos de agua en México

Eduardo Luis Maitret Collado

Introducción

La primera vez que vi un búfalo de agua con sus grandes cuernos enroscados, su enorme masa corporal, su color negro profundo y su mirada desafiante, sentí desconfianza. No fue amor a primera vista. No sabía entonces que estaba frente a uno de los mamíferos más inteligentes, productivos y domésticos en la Tierra. Una especie de bóvidos que ha convivido con la humanidad por lo menos cuatro milenios, en una simbiosis para beneficio mutuo. Cuando se llega a conocer verdadera e íntimamente a los Bubalus bubalis, nombre científico de la especie, se da uno cuenta de que son animales que combinan un aspecto imponente con una nobleza singular. Una combinación de la territorialidad de un macho semental con la dulzura de una hembra maternal. Su origen geográfico e histórico es asiático, sin embargo, actualmente se les puede encontrar en todos los continentes habitados de nuestro planeta, sobre todo en regiones tropicales y subtropicales húmedas y sombreadas donde tienen hábitats ideales para su desarrollo a pesar de que, vale la pena aclarar, se adaptan muy bien a casi cualquier clima.

Antes de ver a estos animales por primera vez en la isla de Marajó (desembocadura del río Amazonas) mi abuelo, Clemente Maitret Irisson, y mi padre, Eduardo L. Maitret Guichard, ya habían tenido un encuentro con ellos en las localidades brasileñas de Uberaba (estado de Minas Gerais) y Cabo Frío (estado de Río de Janeiro), así como en Bulgaria, a mitad y finales de la década de 1970, respectivamente. Siempre tuvieron interés en traerlos a México, pero entonces no fue posible principalmente por razones zoosanitarias. El proyecto era importar los búfalos, concretamente al sureste mexicano, donde se reúnen las condiciones climáticas y de terrenos para su mejor aprovechamiento en humedales y pantanos que ocupan cientos de miles de hectáreas en Veracruz, Tabasco y Campeche, creando una ganadería alternativa sustentable para la producción de leche, carne y animales para el trabajo, así como otros subproductos propios de la especie.

Importación de búfalos a México

En 1991 nos encontramos por primera vez con el señor Anthony P. Leonards, de Luisiana, EE. UU., quien nos contactó por medio del licenciado Alberto Rosas, de la Ciudad de México. El señor Leonards poseía un hato bufalino integrado originalmente por 47 animales de la subespecie Carabao o búfalo de pantano (Bubalus bubalis limneticus) procedentes de Guam (una de las islas Marianas en el Pacífico occidental), de donde se les trajo a Estados Unidos en 1970. También habría importado a la Unión Americana 250 búfalas de las islas Trinidad y Tobago de la subespecie búfalos de río (Bubalus bubalis fluviatilis) de tipo Buffalypso o Trinitaria, raza sintética caribeña formada por el cruzamiento de las razas Mediterránea de Europa, y de la Murrah, Jafarabadi, Nili-Ravi y Bhadawari de la India y Pakis­tán. En la Universidad de Florida se hicieron cruzamientos mediante inseminación artificial con toros de la Mediterránea de Italia y de la Murrah de origen brasileño.

Por otro lado, el señor Leonards nos informó que también tenía un hato bufalino en Belice, cuyo origen era Trinidad y Tobago. Estaba conformado completamente por la subraza sintética Buffalypso o Trinitaria. Se tomó la decisión de importar a México ambos grupos de estos grandes bovinos. A pesar de tener todo en contra para la importación por parte de autoridades zoosanitarias y de los mismos colegas ganaderos, entre 1992 y 1999 llegaron a México provenientes de Estados Unidos, primero, y de Belice después, más de 3,000 cabezas.

Nos llevó mucho tiempo convencer a las autoridades y a los colegas de que el búfalo asiático procedente de regiones de Norteamérica y el Caribe, libre de enfermedades exóticas para nuestra región, no representaba un riesgo para la salud animal o para el medio ambiente. Muy por el contrario, insistimos en que se trataba de un mamífero rumiante benéfico, ideal para una ganadería sustentable y amigable con los ecosistemas de nuestro país dedicados a esta tarea. Para nosotros no fue novedad encontrarnos con esta objeción oficial y del gremio al introducir un nuevo bóvido, ya que razonamientos similares encontraron mi abuelo y mi padre al introducir el cebú (Bos indicus) a la parte tropical de México, como una opción más viable que el ganado vacuno criollo (Bos taurus) durante la segunda mitad del siglo pasado.

Estos búfalos se concentraron primero en nuestras fincas del municipio de Palenque, Chiapas. Después se distribuyeron, poco a poco, por los estados de Campeche, Chiapas, Oaxaca, Tabasco y Veracruz; también hubo algunas unidades de producción menores en los altiplanos de Puebla y Jalisco. Fueron muchas cabezas las que entraron a México si tomamos en cuenta que esto sucedió en un período relativamente corto, es decir, si consideramos que se trataba de la introducción de una especie completamente nueva y desconocida para la mayoría.

Es importante subrayar que las primas hermanas de las búfalas de agua, las vacas, llegaron a este continente junto con los conquistadores en el siglo XVI y se fueron adaptando y creando nuevas razas criollas mediante la selección genética a través de los siglos. El ganado bufalino, en cambio, lo trajimos en un período de tan solo ¡siete años! Recuerdo que durante una de las importaciones de búfalos nos visitó el doctor veterinario genetista Jorge de Alba Martínez, quien nos dijo: «Con los búfalos van a tener que aprender a hacer una ganadería diferente». Lo que no mencionó es que los búfalos pronto dejarían de ser solo una curiosidad zoológica, y terminarían por reemplazar nuestra ganadería familiar, conformada exclusivamente por bóvidos vacunos, dado su alto índice reproductivo, su magnífica capacidad de conversión del material alimenticio en músculo (material a veces pobre en nutrientes), su adaptabilidad, su nobleza para el trabajo con los humanos y el buen aprovechamiento de tierras de deficiente drenaje en las que los vacunos difícilmente sobreviven.

Crecimiento de los hatos y comercialización bufalina

Conforme el hato bufalino comenzó a multiplicarse y las tierras en Chiapas para su manutención empezaron a ser insuficientes, nos vimos obligados —antes de lo planeado— a migrar animales a nuestras fincas de Veracruz, y a comenzar la búsqueda de otros productores inte­resados en la cría. Al tratarse de una especie desconocida para los mexicanos, dicha búsqueda no fue fácil. La crisis financiera y los altos intereses monetarios de mediados de la década de 1990, así como la ausencia de créditos bancarios para el campo, llevaron a la descapitalización de los ganaderos y dejaron muchos ranchos vacíos.

Esta coyuntura obligó a algunos productores, sobre todo de la región de la cuenca del río Uxpanapa y el Alto Coatzacoalcos, en el extremo sur del estado de Veracruz (limítrofe con Oaxaca), a aceptar en forma de aparcería búfalos de agua que señalamos serían más productivos en áreas inundables y en pastizales naturales, o sea, potreros de pastos no inducidos, cultivados o especializados. Así fuimos colocando entre pequeños productores a nuestros animales de crecimiento para la cría bufalina, y para que tuvieran comida. Se aprovecharon humedales y otras tierras donde el ganado criollo o cebú no hubiese sido productivo. Se abatieron costos y gastos y los ganaderos se dieron cuenta de las bondades de los búfalos de agua. Por su alto promedio de partos, pronto estos hatos dejaron de ser de crecimiento y se convirtieron en criaderos.

Por las razones de alto costo crediticio bancario mencionadas, retomamos un diseño de método financiero para la cría ganadera «en especie», es decir, al no haber créditos para las actividades agropecuarias, ni confianza en los productores para endeudarse, tuvimos que crear una forma de producción de búfalos bajo contrato, tanto para el crecimiento como para la cría. Así logramos que muchos pequeños y medianos productores se interesaran en la nueva especie, sin los altos costos financieros. El crecimiento es en un contrato donde se reparten las ganancias de peso de manera equitativa. En el contrato para la producción de crías, las búfalas van vendidas en especie, es decir, se pagan con los kg de crías bubalinas que esas madres produzcan, más una cuota de recuperación de no más del 8 % anual, pa­ga­dera también en kg, necesaria para los gastos de transporte, gastos sanitarios, de administración, asesoría en la producción, mejoramiento de genética y mercadotecnia de los búfalos y sus productos. Fue así como logramos colocar nuestros búfalos por las regiones vecinas a nuestras fincas, y despertar el interés en los productores ganaderos. Pronto se corrió la voz, y de boca en boca fueron surgiendo interesados en este sistema de financiamiento de búfalos. Durante la primera década de este siglo muchos pequeños productores se dieron cuenta del enorme potencial beneficioso, y de los bajos costos de producción, así los ganaderos se multiplicaron y se solucionó la carencia e imposibilidad de tenencia de tierras para acomodar a estos animales de reciente introducción a la república mexicana.

Con el canal de mercado abierto para las búfalas de cría se presentó entonces, por razones obvias, un problema de liquidez monetaria. Hasta este punto el negocio bufalino se había solventado con las ventas de ganado vacuno, pero este comenzó a escasear y, como se ha dicho antes, los potreros se fueron llenando de búfalos. Para explicarlo de manera figurativa y coloquial: «las búfalas se comieron a las vacas». Los machos de engorde crecen con una eficiencia sorprendente. Su capacidad de convertir eficientemente los pastos y herbáceas en carne y leche es sensiblemente mayor que la del ganado vacuno. También es una especie con características anatómicas para sobrevivir, ya que sus patas tienen la cualidad de ser más flexibles y permiten al animal girar 180o dándole la capacidad de caminar en tierras pantanosas y anegadas, sin riesgo de quedarse pegados mientras pastorean; sus pezuñas tienen gran dureza y no se deforman ni se ven afectadas por hongos y bacterias. También son excelentes nadadores en distancias largas de aguas profundas.

Las primeras comercializaciones de carne de búfalo se hicieron a partir de la matanza local, y vendiendo la carne como res en las carnicerías locales. Las personas la probaron y se dieron cuenta de que las diferencias entre los productos cárnicos del vacuno y el bufalino en realidad son insignificantes; independientemente de que la carne de búfalo de agua tiene menos colesterol, más proteínas y más minerales. Poco a poco se fue introduciendo a nivel local una carne roja de gran valor nutricional, de animales criados y engordados en potrero de manera natural, pues requieren menos medicamentos veterinarios por su resistencia a los parásitos internos y externos; también necesitan menos productos agroquímicos (herbicidas) para su cría, manutención y engorde, ya que son menos selectivos que los vacunos y su dieta incluye una gran variedad de especies vegetales. Además, al tener el rumen más grande almacenan más alimento durante el pastoreo.

Al dedicarnos casi exclusivamente a colocar los hatos de cría y machos de engorde, dejamos a un lado la producción de leche, razón esencial de que las búfalas estén en el mundo. Mi asistencia a diferentes eventos de criadores de búfalos y fincas, a los congresos mundiales en Caserta (Italia), Buenos Aires (Argentina) y Cartagena (Colom­bia), así como la visita a fincas de Italia, Costa Rica, Argentina y Bolivia, nos hicieron tomar más en serio la vocación lechera de esta especie.

A principios del 2015 tuvimos la visita del doctor Jesús Berdugo (originario de Medellín, Colombia y coautor de este libro), quien nos enseñó a llevar a cabo la inseminación artificial en las búfalas, aunque haya una falsa creencia de que esto no es posible o es sumamente difícil. A partir de entonces comenzamos el cruzamiento con la raza Murrah sudamericana y la Mediterránea italiana (Figura 1 A-D). Productores en Veracruz, Guanajuato, Puebla y Tabasco, todos ya involucrados de lleno en la producción bufalina láctea, y que han asistido a diversos cursos y congresos, también comenzaron con su programa de reproducción artificial. Aunque el objetivo inicial de los búfalos era solamente aprovechar las tierras bajas de humedales, actualmente ya están en tierras de mayor calidad y aprovechamiento, lugares donde registran un índice de productividad mayor al de los vacunos (excepto en terrenos don­de falta sombra en el verano, ahí las razas de ganado Cebú son más eficientes).

Figura 1. Búfalas en un programa de inseminación artificial en México


A-D) Búfalas con genética Mediterránea. Fotografías: Eduardo Maitret Cors.

El búfalo de agua Tomo 1

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